CUIDANDO EN COMÚN
La pandemia ha
provocado una reflexión colectiva en torno a los sistemas de provisión de
cuidados imperantes y, como siempre, los modelos orientados al procomún parecen
marcar el camino. ¿Cómo garantizar que estos nuevos modelos sean realmente
accesibles para aquellas personas que así lo deseen? Es decir, ¿cómo podemos
convertir un privilegio en un derecho?
Adela se inclina
hacia adelante, pone sus manos en el suelo y estira sus bracitos. Hace apenas
un año no se tenía en pie, y ahora así estamos, “practicando” yoga juntas
en el salón de casa. Poco después, mientras permanecemos estiradas una al
lado de la otra, simulando la postura de relajación final, noto su manita
cerrarse en torno a mis dedos. Me mantengo inmóvil, saboreando el momento que
sé fugaz, hasta que ella decide levantarse y perseguir el gato, que acaba de
pasar a nuestro lado.
El padre de Adela ha salido a pasear el perro y su madre está trabajando, así que la niña, que todavía no va a la escuela, se ha quedado con su tita Marta. Ni Jesús ni Mónica son mis hermanos, pero compartimos hogar, desde antes de que naciera la niña, en un barrio del extrarradio de Madrid. Adela es la reina de una tribu con muchas tías y tíos, y nuestra convivencia se articula de manera informal y orgánica en torno a su crianza.
Somos un grupo heterogéneo de personas que, como es cada vez más
frecuente, exploran nuevas maneras de criar y cuidar, más allá de la familia
nuclear tradicional. Lo hacemos un poco por deseo explícito y un poco
por necesidad, empujadas por las estrecheces económicas de la vida en la
gran ciudad, pero en el camino hemos descubierto que la vida en común es más
fácil, más rica y más plena, y la pandemia y el confinamiento no han hecho
más que confirmarlo.
La vida con Adela está llena de sorpresas y alegría, cariños
y cuidados, y las tías y los tíos la queremos como si fuera nuestra. Pero a
veces, cuando pienso en el futuro, no puedo evitar pensarnos con un poco de
aprensión, haciendo equilibrios sobre la firme cuerda que une lo personal y lo
político. Esta pequeña gran familia es posible gracias tanto a decisiones
expresas como a una serie de factores coyunturales; voluntad pero, también,
suerte. ¿Cómo de realmente sostenible en el tiempo es esta experiencia de
cuidado comunitario? Y, sobre todo, ¿cómo podemos garantizar que estas nuevas
fórmulas sean realmente accesibles para todas aquellas personas que así
lo deseen? Es decir, ¿cómo podemos convertir un privilegio en un derecho?
* * *
Durante las últimas décadas, una serie de cambios
demográficos y culturales han puesto de manifiesto el fracaso de los regímenes
de cuidado familiaristas tradicionales. El movimiento feminista y el acceso
masivo de las mujeres al mercado laboral, entre otros factores, han contribuido
a una desnaturalización de los roles de género y de las estructuras
familiares tradicionales, así como a la desfamiliarización de los
cuidados, que no han sido asumidos a nivel privado mediante la
corresponsabilidad masculina, ni a nivel público por parte del Estado.
Esto, junto a la inversión de la pirámide demográfica, ha
provocado lo que muchas expertas han categorizado como una crisis de
cuidados. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) prevé que las ratios
de dependencia mundiales van a continuar en su aumento exponencial actual
y alerta de que, si no reaccionamos de manera adecuada, una proporción cada vez
más grande de la población quedará excluida de un cuidado decente y digno. De
hecho, la consolidación generalizada de políticas económicas basadas en la
austeridad fiscal y la constricción del gasto público ha agudizado lo que
la economía feminista categoriza como el conflicto capital-vida.
Como acostumbra a ocurrir, son los colectivos más
vulnerables los que amortiguan el impacto colectivo de esta crisis de cuidados.
El de los cuidados se ha caracterizado por ser un sector eminentemente
feminizado, que emplea de manera desproporcionada mujeres migrantes en
condiciones laborales precarias y con una marcada incidencia de la economía
sumergida, con la vulnerabilidad legal y social que ésta implica.
En este contexto, desde hace ya unos años han empezado a
surgir iniciativas que buscan mejorar la calidad del trabajo de cuidados y
dignificar las condiciones de las personas que a él se dedican mediante
estrategias de gestión orientadas al procomún. Se trata de fórmulas
organizativas cooperativas, con distintos niveles de colaboración
público-comunitaria, que vinculan familias y trabajadoras, y consolidan modelos
para una provisión democrática de cuidados.
En el Estado español tenemos algunos ejemplos como Senda de Cuidados,
una asociación que trabaja la incidencia política y como mediadora entre
familias y cuidadoras para garantizar unos cuidados y unas condiciones de
trabajo dignas en el sector, Cuidem Lluçanès, una cooperativa de usuarias que trabaja en
el ámbito rural catalán desde hace poco más de un año, Mujeres Pa'Lante, una cooperativa de trabajadoras de igual
rodaje que trabaja, en este caso, en la ciudad de Barcelona, o A 3 calles, una cooperativa de usuarias de reciente
constitución que trabaja en el barrio de Vallecas de Madrid.
Algunas de ellas aparecen en el informe “Economía de los cuidados y política municipal: hacia una
democratización de los cuidados”, de Sandra Ezquerra y Elba Mansilla,
financiado por el Ayuntamiento de Barcelona. El estudio concluye que, pese a
todas las dificultades y limitaciones a las que se enfrentan, los modelos
cooperativos de provisión de cuidados fomentan el empoderamiento personal,
social y legal de las personas trabajadoras, y contribuyen a desarticular
la división sexual, racial y de clase del trabajo reproductivo.
El informe explora también maneras en las que la
administración puede apoyar y fomentar modelos de provisión democrática de
cuidados que vayan más allá de su privatización: estrategias de reserva
de mercado y contratación pública responsable que den prioridad a modelos
de organización democrática de los cuidados por delante de lógicas de
eficiencia basadas en la reducción de costes.
La pandemia ha provocado una reflexión colectiva en torno a
los sistemas de provisión de cuidados imperantes y, como siempre, los modelos
orientados al procomún parecen marcar el camino. Los modelos cooperativos de
gestión de cuidados parecen ser los únicos capaces de garantizar un trabajo
digno y un cuidado humano y accesible, mediante su colectivización y su puesta
en valor.
No estamos inventando la rueda: se trata de que la sociedad
reconozca y asuma que los cuidados son una responsabilidad colectiva. De
volver a cuidar en común.
Traductora, economista y socia trabajadora de Guerrilla Media Collective, una
agencia de traducción y comunicación cooperativa y orientada al procomún.
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