LAS UTOPÍAS DE TODOS
La semana pasada se cumplían 20 años de la muerte del
filósofo Robert Nozick. Su obra más conocida e influyente hasta la fecha es «Anarquía,
Estado, Utopía«, de 1974, en la que formuló una crítica sistemática de la
principal obra de uno de sus colegas de Harvard, «Una teoría de
la justicia» de John Rawls, centrándose especialmente en su segundo
principio de justicia, que tiene por objeto la distribución de los bienes.
Aunque parezca un debate demodado, la actualidad política europea y global, anidada en postulados globalistas que servirán para regir nuestro futuro (el de todos) debería traer los elementos principales de la disputa entre Nozick y Rawls a las barras del bar. En mi opinión, los argumentos de Nozick son una refutación convincente del principio de justicia redistributiva de Rawls, y de cualquier otro principio dirigido a un estado particular, diseñado, de distribución.
El propio Nozick fue inicialmente un izquierdista, centrado en la redistribución y la concesión de poder al Estado. Pero no se detuvo ahí, sino que examinó hasta qué punto la acción del Estado es compatible con la libertad individual:
«Las personas tienen derechos, y hay cosas que ninguna persona o grupo puede hacerles (sin violar sus derechos). Estos derechos tienen tanto peso y alcance que plantean la cuestión de qué pueden hacer el Estado y sus servidores«.En contra de muchas críticas, este postulado de la libertad
no cae del cielo, sino que está bien fundamentado. Para Nozick, surge de forma
natural del propio ser humano, de la naturaleza de los seres humanos como seres
autodeterminados, o más exactamente, seres capaces de autodeterminarse.
Cualquier violación de esta autodeterminación por parte de otros seres humanos
se convierte así en una violación de los derechos del ser humano y no puede ser
legitimada.
Para Nozick, la libertad y la autodeterminación incluyen
también la capacidad de utopía. Todas las personas son capaces de elaborar
borradores del tipo de entorno social en el que quieren vivir. A primera vista,
esto le acerca a una pregunta que se hace a menudo hoy en día: ¿Cómo queremos
vivir mañana? Una mirada más atenta revela que el pensamiento de Nozick está
bastante alejado de lo que hoy se debate sobre el futuro. La diferencia radica,
en definitiva, en el «nosotros».
Los debates de hoy tratan sobre todo de cómo podemos, o más
exactamente debemos, vivir todos juntos. Las unidades de pensamiento son, como
mínimo, los estados nacionales, pero cada vez más frecuentemente oímos
propuestas para el mundo entero. Se trata de diseñar cómo debemos vivir todos,
alimentarnos, consumir, trabajar, comunicarnos entre nosotros y cómo se puede
regular todo ello con el mayor detalle posible. En resumen: se trata de utopías
para (muy) grandes colectivos.
El propio Nozick también era un utópico. Tenía ideas sobre
cómo vivir correctamente y cómo sería la comunidad en la que le gustaría vivir.
Jugó con esas ideas una y otra vez. Pero también concedió este derecho, esta
posibilidad, a todas las demás personas e hizo de un proceso de selección de
diseños utópicos el objeto de su pensamiento. Al mismo tiempo, le resultaba
evidente que la gente tiene ideas muy diferentes sobre qué formas de
convivencia son correctas y merecen la pena. Por lo tanto, le parecía absurdo
suponer que todas las personas pudieran ponerse de acuerdo sobre una utopía.
En cuanto a todas las preguntas que hay que responder para
conformar una utopía, escribió: «Que haya una respuesta compuesta a todas
estas preguntas, una sociedad mejor para todos, me parece increíble. (Y la idea
de que también sabemos lo suficiente sobre ellos para describirlos es aún más
inverosímil). Nadie debería intentar describir una utopía sin tener en la
memoria fresca, por ejemplo, las obras de Shakespeare, Tolstoi, Jane Austen,
Rabelais y Dostoievski, para no olvidar lo diferentes que son las personas«.
De ello se desprende que, para Nozick, no puede haber
ninguna utopía concreta, o ningún estado en el que se den a la gente reglas muy
detalladas de convivencia, en el que todas las personas permanecerían
voluntariamente más allá del tiempo que necesitan algunos para sentirse
-saberse- disidentes, capaces de generar una utopía diferente. Y con voluntad
de vivirla.
Tal vez por ello, el estudio del pensamiento utópico y la
comprobación de los diferentes diseños utópicos de su época le parecían importantes
e indispensables. Así llegó al modelo de la metautopía del Estado mínimo. Un
Estado mínimo proporcionaría el marco para las comunidades utópicas
individuales, que en última instancia sólo tendrían que cumplir dos
condiciones: no deben ser agresivas contra otras comunidades y no deben retener
a las personas contra su voluntad. Por cierto, subsumió a las comunidades que
impiden la salida de la gente bajo el término colectivo «Berlín Oriental», un
ejemplo de su ingenio y clarividencia.
Siguiendo el camino esbozado por Nozick, nos encontramos una
imagen de diversidad en la que las personas podrían hacer realidad todos sus
valores, sus fantasías de vivir juntos, si pudieran encontrar suficientes
compañeros de camino voluntarios. Al mismo tiempo, todos tendrían muchas
opciones para unirse a las comunidades creadas. Traducido a nuestro mundo real,
esto es un alegato a favor de dos cosas: primero, la descentralización, y
segundo, probar muchas cosas diferentes, también aquellas que pueden parecer
irrealizables para mucha gente.
El argumento de Nozick muestra que no puede existir un súper
Estado utópico en el que todas las personas, con sus diversos valores,
quisieran vivir. La realización de las utopías sólo es posible en comunidades
más pequeñas que se generan voluntariamente. En el mundo actual, una política
radical de descentralización sería la mejor manera de probar una variedad de
diseños utópicos. La ganancia en posibilidades y conocimientos sería
considerable.
Por otra parte, poner a prueba las fantasías de los utópicos
‘”de mi bando” usando el poder político para imponerlas sobre todos los
individuos no sólo viola sus derechos, sino que destruye muchas posibilidades
de ideas nuevas y, por tanto, de una vida mejor. En una época en la que la
atención se centra cada vez más en los grandes colectivos altamente regulados,
el mensaje de Nozick es importante: da rienda suelta a tu imaginación utópica,
pero pruébala en modelos voluntarios y no obligues a los demás a unirse.
Sea valiente, aproveche este 20 aniversario de la muerte de
Robert Nozick para conocer su obra. No tema, no necesitará convertirse en un
anarquista para darse cuenta de que el totalitarismo (que no es otra cosa que
la imposición monolítica de una cierta utopía de unos pocos -transición energética,
lucha contra la crisis climática, justicia climática, feminismo exclusivo,
idioma, cualquier otra religión- sobre todos los demás) nunca nos ha llevado a
mejorar, prosperar, crecer o inventar.
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