NARRATIVAS CON EL AMOR MUY PRESENTE
En su ensayo ‘Miedo’, la periodista Patricia Simón enlaza el
pasado reciente con el presente pandémico, y teje con múltiples voces e
historias un relato en el que convive la impotencia por las palabras que no
sirven, con la esperanza en quienes siguen resistiendo.
Cuatro miedos ha elegido la periodista Patricia Simón para explicarse el mundo después de mirarlo durante casi dos décadas desde numerosos países y frentes, con la ayuda de cientos de conversaciones, de heridas, de resistencias que aún le resuenan y que ha recuperado para plasmarlas en un libro.
En Miedo (Debate, 2022), Simón, joven veterana del reporterismo internacional y referente de la comunicación con enfoque de derechos humanos, consigue dar cierto orden al desconcierto pandémico en el que estamos sumidas y narratividad a la concatenación desbocada de hechos históricos, conflictos, expolios, que se suceden en la historia reciente. Un ejercicio de memoria y mapeo de la actualidad en el que las reflexiones, el diálogo con las ideas de otros autores, los poemas, o las anécdotas, generan un conjunto que interpela y acoge.
Atrapa de tu libro que está bien colmado de voces, de
lecturas, muy habitado. Parece que has tenido que escuchar mucho y muy
atentamente para poder decir todo esto.
He escuchado mucho porque muchas historias son historias que he ido haciendo a
lo largo de muchos años. Pero la suerte es que he podido dedicar tiempo a
repensar y a reescuchar algunas entrevistas en video, a buscar en las libretas,
a contactar con esas personas, después de mucho tiempo. Me he dado cuenta
de que ahora entiendo mucho mejor a la gente que entrevisté entonces, con el
paso de los años y con ese nuevo prisma de entender los miedos.
¿Cómo se hace para disciplinar todas esas conversaciones,
todas esas experiencias, las lecturas, las emociones que parecen como que
vienen directamente del momento en el que estuviste ahí y darles una forma que
te permita acoger a quien lee?
Pues ha sido muy intuitivo, la verdad. Claro, son las historias que a mí me
venían a la memoria. Por lo tanto, son las que más me han marcado y las que
están más relacionadas con el momento actual. Yo quería que esas historias
hablasen de qué nos está pasando ahora, de por qué estamos tan tristes, por qué
estamos tan cansadas, por qué estamos tan desesperanzadas, y son historias de
esperanza para mí. Creo que también tienen una parte de decir oye, esta
sensación de derrotismo también tiene una función que es interesada, por esos
mismos que intentan que tengamos miedo, que es la ultra derecha, que es parte
de la derecha... Y entonces me iban surgiendo esas memorias según iba
escribiendo, porque iba enlazando, explicando lo anterior.
Es verdad que el primer capítulo, el del miedo a los otros,
que es el tema que yo más he trabajado, el tema de migraciones y refugio, lo
organicé más con los post-it, “esta historia, este concepto quiero que salga y
voy a ver cómo lo encajo”, pero una vez que escribí ese, ya vi que el libro iba
encauzado y ya fue escribir mucho más de manera intuitiva. Ha sido muy natural
y creo que eso también es lo que me permite meter una canción, un poema, de
repente una reflexión. En un principio iba a ser ensayo, crónica periodística,
no iba a estar el yo. Sin embargo, me di cuenta de que al no estar el yo, al
contrario de lo que yo siempre había pensado, que se trataba de una cuestión de
narcisismo muchas veces, creo que hubiese sido más narcisista y más prepotente
contar todo esto, omitiendo que son opiniones y experiencias mías muy
personales. Claro que hay una parte de investigación, de documentación, de
ensayo, de hechos, de cifras, de teorías. Pero luego hablo mucho de mis dudas y
de las cosas que he ido reflexionando.
¿Hay un ejercicio de honestidad en situar la mirada?
Sí, porque necesitaba también entender qué había hecho bien y qué podría ser
mejor o qué había hecho mal. Entonces me parece que lo honesto era decir bueno,
pues estos son los errores que creo que he ido cometiendo y ahora creo que lo
podemos hacer mejor así en términos periodísticos, pero tampoco como verdades
categóricas, porque creo que es un continuo aprendizaje.
¿Cómo se te ocurre leer nuestros tiempos a través del
miedo y por qué eliges estos cuatro miedos?
Cuando empezó la pandemia, en marzo de 2020, yo empecé a trabajar en
residencias, en hospitales, hablé con muchas personas sin hogar, personas que
estaban viviendo la situación en diferentes condiciones, madres de familias
monoparentales... Y en todas las conversaciones lo que más se repetía era la palabra
miedo. Pero cuando rascaba un poquito más, más allá del miedo a contagiarse, a
contagiar a sus seres queridos, lo siguiente eran los miedos que aparecen en el
libro, que son los miedos que sobre todo ha agravado la crisis-estafa de 2008 y
estos 14 años en que todo siempre va a peor. Son los miedos que han movido la
historia de la humanidad, los miedos gracias a los cuales va creciendo la
ultraderecha y la derecha.
Se usa el miedo para enfrentarnos, y subyugarnos. También
podría el miedo ser una forma de encontrar algo en común, incluso de revulsivo,
para buscar una respuesta.
Yo creo que sí, porque de hecho, una cosa que aprendí escribiendo el libro fue
que los miedos son legítimos y reconocerlos es un avance, y que muchas veces
criminalizamos según qué miedos, sin entender que esa persona también tiene
muchas preocupaciones y que no todo se explica por el racismo, no todo se
explica por el machismo, no todo se explica por el clasismo, sino que se
explica mucho desde las inseguridades y desde los afectos. En el libro hablo
sobre la teoría de los afectos que conocí gracias a Edurne Portela en su
ensayo El eco de los disparos, y que explica que no se puede
entender ningún contexto si no entendemos las relaciones afectuosas y las
lealtades, de amistad, de familia. Y eso me permitía ser mucho más compasiva
con aquellas personas que también a veces criminalizamos, y que muchas veces lo
que están es reproduciendo discursos que tampoco se los creen porque al final
son personas en situaciones muy precarias.
Al principio te haces la pregunta de qué decir cuando las
palabras no dicen nada. ¿Crees que vas avanzando en dar respuesta a esta
pregunta a lo largo del libro?
Sí, lo que pasa es que me da la sensación que si queremos resucitar las
palabras —que era en realidad una de las funciones del libro, pues yo sentía
que hablaba, escribía y contaba cosas muy importantes, pero que no llegaban,
porque ya estamos muy impermeabilizados por todo ese sufrimiento— hace falta
crear narrativas y relatos en los que el amor esté muy presente. De hecho, el
amor atraviesa todo el libro, pero el amor entendido como lo entendía Hanna
Arendt, el amor al mundo como práctica política y también como un afecto y como
un valor ético. Entonces, sí creo que se pueden resucitar, pero si ponemos más
el foco en cómo, pese a todo, la gente teje relaciones por encima de las
diferencias. Me preocupan mucho los silencios y cómo no podemos ahora casi
hablar con personas que piensan un 10 por ciento diferente.
¿Crees que la velocidad y la necesidad de pertenencia ha
hecho que usemos los juicios de coraza y que eso neutralice, inhabilite la
comprensión, el entendimiento o la compasión?
Para mí otro de los factores fundamentales es el agotamiento en general. No
puedes estar abierto al entendimiento si estás intentando sobreponerte a tu
propio agotamiento y tus propios problemas. Creo que si a las personas a las
que nos dirigimos les reconocemos su sufrimiento, les reconocemos su
agotamiento, van a estar más abiertas a conocer otras historias.
Hay muchas historias que aparecen en el libro que no son las
de las supuestas víctimas ideales que suelen aparecer en los medios de
comunicación, sino de personas que podrían ser catalogadas como victimarios
incluso, pero ellas también tienen sus propias causas, que me permiten entender
mucho mejor las dinámicas. Está la historia de una ex guerrillera de las FARC
que se casa con un ex paramilitar en Colombia y que en realidad ambos han
optado en su margen de maniobra por esa opción, porque era la salida laboral
que tenían. Y te das cuenta que al final ellos estaban luchando por unas causas
en las que ni siquiera creían, pero que su causa fundamental era su familia, su
supervivencia.
O una mujer de un bar aquí de Madrid, que es hija de
emigrantes extremeños, que tiene 60 años y que su aflicción es qué va a ser de
su hijo con 30 años, que ha estudiado publicidad, y que no consigue ningún tipo
de empleo. Y ella sí se siente como estigmatizada por los medios de
comunicación de izquierdas, porque a menudo determinadas cosas que dice pueden
ser catalogadas de racismo. Pero ella dice, yo migraría también, creo que
tienen todo el derecho del mundo, pero somos nosotros los que compartimos el
espacio en el que nos preocupa cuáles van a ser los recursos. Y de lo que hablo
en el libro es también de encontrar espacios en los que sea posible el diálogo,
porque el periodismo lo que tiene que apuntar ahí es: no, es que quienes están
concentrando los recursos, esa minoría, te quiere asustada y pobre. Eso no lo
puedes hacer en un espacio donde la persona se sienta acorralada. Creo que a
veces el periodismo acorrala y si realmente queremos incidir, necesitamos más
que acorralar, abrazar o acompañar.
En este ejercicio retrospectivo que haces, se ve que hay
muchas cosas que han sedimentado en tu mirada. ¿Cómo cuidar ese proceso de
sumar, de que se vayan haciendo capas complejas de comprensión en estos tiempos
de acelere en los que las noticias aparecen y desaparecen, y los procesos, no
parecen tener continuidad?
Yo lo pienso desde el periodismo, es verdad que si yo hiciera actualidad
difícilmente hubiese podido escribir este libro, pero es necesaria la labor de
seguimiento de la actualidad. En mi caso, el hecho de haber podido o tenido que
conciliar el ejercicio tradicional periodístico para hacer también cosas con
entidades del tercer sector, pero al mismo tiempo dar clase en la universidad,
y al mismo tiempo presentarme a becas, me ha permitido hacer historias más en
profundidad, con las que luego he podido mantener el contacto con sus
protagonistas y establecer relaciones de confianza y de afecto con muchísimas
personas, que se han convertido no te voy a decir en amigos y amigas, pero sí
en personas cercanas.
Entonces así ha sedimentado, pero el problema es que esto se
convierte en un privilegio también. Puedo mantener esas relaciones, porque no
tengo familia, con lo cual el tiempo que me dedico a escribir mensajes o a
mantener ese contacto es porque no tengo hijos. Y creo que el problema que
tenemos fundamentalmente es de tiempo. Creo que si recuperásemos el control
mínimamente sobre unos tiempos personales, gran parte de la frustración y de la
pena podríamos diluirla porque podríamos dedicarlo a cosas que nos hacen más
felices.
Hablabas de miedo: Qué pasa con la impotencia, cuando
hablas de cómo los periodistas pueden sentirse con el único rol de reportar el
terror del presente para los historiadores del futuro. ¿Puede ser esta
impotencia también movilizadora, puede disparar mecanismos que nos hagan
explorar otras vías?
Yo creo que es que ya estamos ahí. En el libro también recuerdo que justo antes
de la pandemia estábamos en el momento de mayor número de protestas ciudadanas
desde los años 60, y aunque cada una tenía sus características propias, su
contexto, en la base había una exigencia de poder participar en sus vidas
públicas y también de una oportunidad laboral, es decir, en la base estaba una
reclamación desesperada al sistema económico de por favor dadnos un trabajo
que, aunque nos exploten, nos permita construir unas vidas, emanciparnos en la
mayoría de las ocasiones.
Sí creo que esa impotencia estaba ya rompiendo las costuras
del sistema, porque no puedes apostarlo todo a que la ciudadanía se resigne, a
que no sean protagonistas de su vida, no tengan un mínimo de margen de
maniobra. Yo siempre cito como ejemplo, porque me parece un hito, lo que
supusieron las protestas contra la invasión ilegal de Irak, porque teníamos
supuestamente un 90 por ciento del Estado español en contra de esa invasión, y aun
así fuimos. El sistema político se encargó de decir a la ciudadanía que no
tenían nada que decir sobre el rumbo de su país. Y creo que eso forma parte de
esa doctrina del shock en la que estamos todo el tiempo metidos de: no tienes
capacidad de participación. Por eso tenemos tasas tan altas de suicidio entre
los adolescentes, y los menores de 30 años, tantos problemas de depresión, de
salud mental. Porque si te dicen que tú no tienes gobierno sobre tu vida y que
no puedes hacer nada para mejorar las condiciones de tu vida, ¿qué te queda?
¿dónde está el entusiasmo?
La demanda, tanto de participar en la vida política, como
de alcanzar esos recursos, se ve muy mediatizada por el querer un trabajo
aunque me exploten. ¿Crees que se está cuestionando un poco este vínculo entre
el derecho a los recursos y el derecho al trabajo?
Creo que en general se ha roto la burbuja de que el trabajo te permite mejorar
las condiciones de vida, tienes varios millones de trabajadores pobres, con lo
cual ya es más difícil sostener esa falacia. Y por otra parte, en general, yo
creo que la ciudadanía, sí sigue creyendo que el trabajo te realiza de alguna
manera y te da identidad, lo que no es solamente una cuestión de supervivencia.
El hecho de que abolir el trabajo siga siendo el discurso de una minoría en
tiempos de tanta precariedad también nos tiene que dar a entender cómo de
fuerte es la maquinaria mediática para que se sostengan todos estos discursos
que presentan la reforma laboral como un riesgo a la economía del país. Dices,
entonces ¿quiénes son la economía del país?
Hay algo que mencionas bastante desolador, que es esta
toma de conciencia de que las grandes tragedias y conflictos son algo que
subyace a la historia, que se repite y que parece que es consustancial a la
humanidad. ¿Cómo se hace cuando cuesta recordar un pasado mejor al que volver y
tampoco es fácil imaginar un futuro hacia el que avanzar, sobre todo en medio
de tantos golpes?
Creo que, pese a todo, estamos sustancialmente mejor en determinados lugares
del mundo, incluso en España o fundamentalmente en Europa. A mí eso sí me
permite no caer en el cinismo, que me parece lo más peligroso de cumplir años y
dedicarte a hacer determinado tipo de periodismo. Tienes la sensación de que
todo siempre va a peor y no. Creo que el hecho de compararlo con la vida que tenía
mi abuela y las oportunidades que tenía, pues me recuerda todo el tiempo que
tengo una situación privilegiada en comparación.
A mí lo que me parece que desde el periodismo podemos hacer,
para acabar también con ese derrotismo que es muy útil a la ultraderecha, es
reivindicar la alegría y romper con ese discurso. Los defensores de derechos
humanos o las personas que nos interesa la justicia social somos mártires, que
es una imagen que se reproduce mucho, como que esto es un sacrificio, lo
hacemos por una causa superior. Y yo creo mucho en reproducir que se trata
también de que somos personas que les apasiona la vida, que disfrutan mucho de
la vida compartida y que por eso quieren que les ofrezcan las mismas
oportunidades a la mayoría de la población. Entonces transmitir también qué se
experimenta en espacios compartidos. Qué pasa en la parroquia de San Carlos
Borromeo un domingo por la mañana. Qué pasa en un espacio autogestionado, cómo
hay ahí un disfrute, creo mucho en reivindicar el gozo y la alegría porque
estamos muy tristes, y creo en la importancia de generar referentes de
prácticas gozosas.
Has hecho mucho periodismo internacional, viajado a los
lugares donde se han dado conflictos y resistencias que de alguna forma han
atraído nuestra mirada incluso más que otros que se daban bien cerca. ¿Crees
que mirando más atentamente a estas dinámicas de desigualdad que tenemos cerca,
se puede entender mejor lo que pasa lejos? ¿Hay una potencia pedagógica en
conectar lo cercano y lo lejano?
Yo tengo la sensación de que son necesarias las dos miradas. No digo que todos
tengamos que hacer los dos periodismos, pero sí son necesarios los dos. Por una
parte, creo en la riqueza de la mirada extranjera, en el hecho de ir a un sitio
y ver cosas que si estás inserto en ese contexto, dejas de ver. Y yo lo he
vivido también trabajando aquí: Trabajé como fixer para un periodista francés
en Melilla y me permitió preguntarme muchas cosas que yo había asumido de mi
propia narrativa desde el primer viaje. Y aprendí muchísimo porque de repente,
con su mirada extranjera, veía cosas que yo no estaba viendo.
Me parece también que es mucho más rico, cuando haces este
reporterismo internacional, si también ejerces el periodismo aquí y los vincula
ambos. Creo que así explicas mucho mejor los procesos y como todo, al final,
son dinámicas internacionales. Y a mí me parece interesante porque en lo local
puedo hacer más investigación. En una cobertura internacional, puedo hacer
reporterismo de lo que estoy contando y la documentación, pero no tengo las
claves para hacer investigación y aquí sí. Por otra parte reivindico mucho el
periodismo local, porque luce mucho menos que el internacional, es más difícil
y además tiene normalmente más impacto en tu vida personal. Yo hice un
reportaje sobre agresiones en un centro de menores en Asturias y eso sí tuvo un
peaje en términos de apoyo desde las instituciones, las mismas a las que les
encantaba que hiciera reportajes sobre Palestina. Para mí han sido cosas
circunstanciales, pero los colegas que trabajan en lo local siempre, creo que
pueden extraer claves mucho más interesantes.
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