8/2/22

Historias que hablan de por qué estamos tan tristes, tan cansadas, tan desesperanzadas

NARRATIVAS CON EL AMOR MUY PRESENTE

En su ensayo ‘Miedo’, la periodista Patricia Simón enlaza el pasado reciente con el presente pandémico, y teje con múltiples voces e historias un relato en el que convive la impotencia por las palabras que no sirven, con la esperanza en quienes siguen resistiendo.

Cuatro miedos ha elegido la periodista Patricia Simón para explicarse el mundo después de mirarlo durante casi dos décadas desde numerosos países y frentes, con la ayuda de cientos de conversaciones, de heridas, de resistencias que aún le resuenan y que ha recuperado para plasmarlas en un libro.  

En Miedo (Debate, 2022), Simón, joven veterana del reporterismo internacional y referente de la comunicación con enfoque de derechos humanos, consigue dar cierto orden al desconcierto pandémico en el que estamos sumidas y narratividad a la concatenación desbocada de hechos históricos, conflictos, expolios, que se suceden en la historia reciente. Un ejercicio de memoria y mapeo de la actualidad en el que las reflexiones, el diálogo con las ideas de otros autores, los poemas, o las anécdotas, generan un conjunto que interpela y acoge.

Atrapa de tu libro que está bien colmado de voces, de lecturas, muy habitado. Parece que has tenido que escuchar mucho y muy atentamente para poder decir todo esto.
He escuchado mucho porque muchas historias son historias que he ido haciendo a lo largo de muchos años. Pero la suerte es que he podido dedicar tiempo a repensar y a reescuchar algunas entrevistas en video, a buscar en las libretas, a contactar con esas personas, después de mucho tiempo.  Me he dado cuenta de que ahora entiendo mucho mejor a la gente que entrevisté entonces, con el paso de los años y con ese nuevo prisma de entender los miedos.

¿Cómo se hace para disciplinar todas esas conversaciones, todas esas experiencias, las lecturas, las emociones que parecen como que vienen directamente del momento en el que estuviste ahí y darles una forma que te permita acoger a quien lee?
Pues ha sido muy intuitivo, la verdad. Claro, son las historias que a mí me venían a la memoria. Por lo tanto, son las que más me han marcado y las que están más relacionadas con el momento actual. Yo quería que esas historias hablasen de qué nos está pasando ahora, de por qué estamos tan tristes, por qué estamos tan cansadas, por qué estamos tan desesperanzadas, y son historias de esperanza para mí. Creo que también tienen una parte de decir oye, esta sensación de derrotismo también tiene una función que es interesada, por esos mismos que intentan que tengamos miedo, que es la ultra derecha, que es parte de la derecha... Y entonces me iban surgiendo esas memorias según iba escribiendo, porque iba enlazando, explicando lo anterior.

Es verdad que el primer capítulo, el del miedo a los otros, que es el tema que yo más he trabajado, el tema de migraciones y refugio, lo organicé más con los post-it, “esta historia, este concepto quiero que salga y voy a ver cómo lo encajo”, pero una vez que escribí ese, ya vi que el libro iba encauzado y ya fue escribir mucho más de manera intuitiva. Ha sido muy natural y creo que eso también es lo que me permite meter una canción, un poema, de repente una reflexión. En un principio iba a ser ensayo, crónica periodística, no iba a estar el yo. Sin embargo, me di cuenta de que al no estar el yo, al contrario de lo que yo siempre había pensado, que se trataba de una cuestión de narcisismo muchas veces, creo que hubiese sido más narcisista y más prepotente contar todo esto, omitiendo que son opiniones y experiencias mías muy personales. Claro que hay una parte de investigación, de documentación, de ensayo, de hechos, de cifras, de teorías. Pero luego hablo mucho de mis dudas y de las cosas que he ido reflexionando.

¿Hay un ejercicio de honestidad en situar la mirada?
Sí, porque necesitaba también entender qué había hecho bien y qué podría ser mejor o qué había hecho mal. Entonces me parece que lo honesto era decir bueno, pues estos son los errores que creo que he ido cometiendo y ahora creo que lo podemos hacer mejor así en términos periodísticos, pero tampoco como verdades categóricas, porque creo que es un continuo aprendizaje.

¿Cómo se te ocurre leer nuestros tiempos a través del miedo y por qué eliges estos cuatro miedos?
Cuando empezó la pandemia, en marzo de 2020, yo empecé a trabajar en residencias, en hospitales, hablé con muchas personas sin hogar, personas que estaban viviendo la situación en diferentes condiciones, madres de familias monoparentales... Y en todas las conversaciones lo que más se repetía era la palabra miedo. Pero cuando rascaba un poquito más, más allá del miedo a contagiarse, a contagiar a sus seres queridos, lo siguiente eran los miedos que aparecen en el libro, que son los miedos que sobre todo ha agravado la crisis-estafa de 2008 y estos 14 años en que todo siempre va a peor. Son los miedos que han movido la historia de la humanidad, los miedos gracias a los cuales va creciendo la ultraderecha y la derecha.

Se usa el miedo para enfrentarnos, y subyugarnos. También podría el miedo ser una forma de encontrar algo en común, incluso de revulsivo, para buscar una respuesta.
Yo creo que sí, porque de hecho, una cosa que aprendí escribiendo el libro fue que los miedos son legítimos y reconocerlos es un avance, y que muchas veces criminalizamos según qué miedos, sin entender que esa persona también tiene muchas preocupaciones y que no todo se explica por el racismo, no todo se explica por el machismo, no todo se explica por el clasismo, sino que se explica mucho desde las inseguridades y desde los afectos. En el libro hablo sobre la teoría de los afectos que conocí gracias a Edurne Portela en su ensayo El eco de los disparos, y que explica que no se puede entender ningún contexto si no entendemos las relaciones afectuosas y las lealtades, de amistad, de familia. Y eso me permitía ser mucho más compasiva con aquellas personas que también a veces criminalizamos, y que muchas veces lo que están es reproduciendo discursos que tampoco se los creen porque al final son personas en situaciones muy precarias.

Al principio te haces la pregunta de qué decir cuando las palabras no dicen nada. ¿Crees que vas avanzando en dar respuesta a esta pregunta a lo largo del libro?
Sí, lo que pasa es que me da la sensación que si queremos resucitar las palabras —que era en realidad una de las funciones del libro, pues yo sentía que hablaba, escribía y contaba cosas muy importantes, pero que no llegaban, porque ya estamos muy impermeabilizados por todo ese sufrimiento— hace falta crear narrativas y relatos en los que el amor esté muy presente. De hecho, el amor atraviesa todo el libro, pero el amor entendido como lo entendía Hanna Arendt, el amor al mundo como práctica política y también como un afecto y como un valor ético. Entonces, sí creo que se pueden resucitar, pero si ponemos más el foco en cómo, pese a todo, la gente teje relaciones por encima de las diferencias. Me preocupan mucho los silencios y cómo no podemos ahora casi hablar con personas que piensan un 10 por ciento diferente.

¿Crees que la velocidad y la necesidad de pertenencia ha hecho que usemos los juicios de coraza y que eso neutralice, inhabilite la comprensión, el entendimiento o la compasión?
Para mí otro de los factores fundamentales es el agotamiento en general. No puedes estar abierto al entendimiento si estás intentando sobreponerte a tu propio agotamiento y tus propios problemas. Creo que si a las personas a las que nos dirigimos les reconocemos su sufrimiento, les reconocemos su agotamiento, van a estar más abiertas a conocer otras historias.

Hay muchas historias que aparecen en el libro que no son las de las supuestas víctimas ideales que suelen aparecer en los medios de comunicación, sino de personas que podrían ser catalogadas como victimarios incluso, pero ellas también tienen sus propias causas, que me permiten entender mucho mejor las dinámicas. Está la historia de una ex guerrillera de las FARC que se casa con un ex paramilitar en Colombia y que en realidad ambos han optado en su margen de maniobra por esa opción, porque era la salida laboral que tenían. Y te das cuenta que al final ellos estaban luchando por unas causas en las que ni siquiera creían, pero que su causa fundamental era su familia, su supervivencia.

O una mujer de un bar aquí de Madrid, que es hija de emigrantes extremeños, que tiene 60 años y que su aflicción es qué va a ser de su hijo con 30 años, que ha estudiado publicidad, y que no consigue ningún tipo de empleo. Y ella sí se siente como estigmatizada por los medios de comunicación de izquierdas, porque a menudo determinadas cosas que dice pueden ser catalogadas de racismo. Pero ella dice, yo migraría también, creo que tienen todo el derecho del mundo, pero somos nosotros los que compartimos el espacio en el que nos preocupa cuáles van a ser los recursos. Y de lo que hablo en el libro es también de encontrar espacios en los que sea posible el diálogo, porque el periodismo lo que tiene que apuntar ahí es: no, es que quienes están concentrando los recursos, esa minoría, te quiere asustada y pobre. Eso no lo puedes hacer en un espacio donde la persona se sienta acorralada. Creo que a veces el periodismo acorrala y si realmente queremos incidir, necesitamos más que acorralar, abrazar o acompañar.

En este ejercicio retrospectivo que haces, se ve que hay muchas cosas que han sedimentado en tu mirada. ¿Cómo cuidar ese proceso de sumar, de que se vayan haciendo capas complejas de comprensión en estos tiempos de acelere en los que las noticias aparecen y desaparecen, y los procesos, no parecen tener continuidad?
Yo lo pienso desde el periodismo, es verdad que si yo hiciera actualidad difícilmente hubiese podido escribir este libro, pero es necesaria la labor de seguimiento de la actualidad. En mi caso, el hecho de haber podido o tenido que conciliar el ejercicio tradicional periodístico para hacer también cosas con entidades del tercer sector, pero al mismo tiempo dar clase en la universidad, y al mismo tiempo presentarme a becas, me ha permitido hacer historias más en profundidad, con las que luego he podido mantener el contacto con sus protagonistas y establecer relaciones de confianza y de afecto con muchísimas personas, que se han convertido no te voy a decir en amigos y amigas, pero sí en personas cercanas.

Entonces así ha sedimentado, pero el problema es que esto se convierte en un privilegio también. Puedo mantener esas relaciones, porque no tengo familia, con lo cual el tiempo que me dedico a escribir mensajes o a mantener ese contacto es porque no tengo hijos. Y creo que el problema que tenemos fundamentalmente es de tiempo. Creo que si recuperásemos el control mínimamente sobre unos tiempos personales, gran parte de la frustración y de la pena podríamos diluirla porque podríamos dedicarlo a cosas que nos hacen más felices.

Hablabas de miedo: Qué pasa con la impotencia, cuando hablas de cómo los periodistas pueden sentirse con el único rol de reportar el terror del presente para los historiadores del futuro. ¿Puede ser esta impotencia también movilizadora, puede disparar mecanismos que nos hagan explorar otras vías?
Yo creo que es que ya estamos ahí. En el libro también recuerdo que justo antes de la pandemia estábamos en el momento de mayor número de protestas ciudadanas desde los años 60, y aunque cada una tenía sus características propias, su contexto, en la base había una exigencia de poder participar en sus vidas públicas y también de una oportunidad laboral, es decir, en la base estaba una reclamación desesperada al sistema económico de por favor dadnos un trabajo que, aunque nos exploten, nos permita construir unas vidas, emanciparnos en la mayoría de las ocasiones.

Sí creo que esa impotencia estaba ya rompiendo las costuras del sistema, porque no puedes apostarlo todo a que la ciudadanía se resigne, a que no sean protagonistas de su vida, no tengan un mínimo de margen de maniobra. Yo siempre cito como ejemplo, porque me parece un hito, lo que supusieron las protestas contra la invasión ilegal de Irak, porque teníamos supuestamente un 90 por ciento del Estado español en contra de esa invasión, y aun así fuimos. El sistema político se encargó de decir a la ciudadanía que no tenían nada que decir sobre el rumbo de su país. Y creo que eso forma parte de esa doctrina del shock en la que estamos todo el tiempo metidos de: no tienes capacidad de participación. Por eso tenemos tasas tan altas de suicidio entre los adolescentes, y los menores de 30 años, tantos problemas de depresión, de salud mental. Porque si te dicen que tú no tienes gobierno sobre tu vida y que no puedes hacer nada para mejorar las condiciones de tu vida, ¿qué te queda? ¿dónde está el entusiasmo?

La demanda, tanto de participar en la vida política, como de alcanzar esos recursos, se ve muy mediatizada por el querer un trabajo aunque me exploten. ¿Crees que se está cuestionando un poco este vínculo entre el derecho a los recursos y el derecho al trabajo?
Creo que en general se ha roto la burbuja de que el trabajo te permite mejorar las condiciones de vida, tienes varios millones de trabajadores pobres, con lo cual ya es más difícil sostener esa falacia. Y por otra parte, en general, yo creo que la ciudadanía, sí sigue creyendo que el trabajo te realiza de alguna manera y te da identidad, lo que no es solamente una cuestión de supervivencia. El hecho de que abolir el trabajo siga siendo el discurso de una minoría en tiempos de tanta precariedad también nos tiene que dar a entender cómo de fuerte es la maquinaria mediática para que se sostengan todos estos discursos que presentan la reforma laboral como un riesgo a la economía del país. Dices, entonces ¿quiénes son la economía del país?

Hay algo que mencionas bastante desolador, que es esta toma de conciencia de que las grandes tragedias y conflictos son algo que subyace a la historia, que se repite y que parece que es consustancial a la humanidad. ¿Cómo se hace cuando cuesta recordar un pasado mejor al que volver y tampoco es fácil imaginar un futuro hacia el que avanzar, sobre todo en medio de tantos golpes?
Creo que, pese a todo, estamos sustancialmente mejor en determinados lugares del mundo, incluso en España o fundamentalmente en Europa. A mí eso sí me permite no caer en el cinismo, que me parece lo más peligroso de cumplir años y dedicarte a hacer determinado tipo de periodismo. Tienes la sensación de que todo siempre va a peor y no. Creo que el hecho de compararlo con la vida que tenía mi abuela y las oportunidades que tenía, pues me recuerda todo el tiempo que tengo una situación privilegiada en comparación.

A mí lo que me parece que desde el periodismo podemos hacer, para acabar también con ese derrotismo que es muy útil a la ultraderecha, es reivindicar la alegría y romper con ese discurso. Los defensores de derechos humanos o las personas que nos interesa la justicia social somos mártires, que es una imagen que se reproduce mucho, como que esto es un sacrificio, lo hacemos por una causa superior. Y yo creo mucho en reproducir que se trata también de que somos personas que les apasiona la vida, que disfrutan mucho de la vida compartida y que por eso quieren que les ofrezcan las mismas oportunidades a la mayoría de la población. Entonces transmitir también qué se experimenta en espacios compartidos. Qué pasa en la parroquia de San Carlos Borromeo un domingo por la mañana. Qué pasa en un espacio autogestionado, cómo hay ahí un disfrute, creo mucho en reivindicar el gozo y la alegría porque estamos muy tristes, y creo en la importancia de generar referentes de prácticas gozosas.

Has hecho mucho periodismo internacional, viajado a los lugares donde se han dado conflictos y resistencias que de alguna forma han atraído nuestra mirada incluso más que otros que se daban bien cerca. ¿Crees que mirando más atentamente a estas dinámicas de desigualdad que tenemos cerca, se puede entender mejor lo que pasa lejos? ¿Hay una potencia pedagógica en conectar lo cercano y lo lejano?
Yo tengo la sensación de que son necesarias las dos miradas. No digo que todos tengamos que hacer los dos periodismos, pero sí son necesarios los dos. Por una parte, creo en la riqueza de la mirada extranjera, en el hecho de ir a un sitio y ver cosas que si estás inserto en ese contexto, dejas de ver. Y yo lo he vivido también trabajando aquí: Trabajé como fixer para un periodista francés en Melilla y me permitió preguntarme muchas cosas que yo había asumido de mi propia narrativa desde el primer viaje. Y aprendí muchísimo porque de repente, con su mirada extranjera, veía cosas que yo no estaba viendo.

Me parece también que es mucho más rico, cuando haces este reporterismo internacional, si también ejerces el periodismo aquí y los vincula ambos. Creo que así explicas mucho mejor los procesos y como todo, al final, son dinámicas internacionales. Y a mí me parece interesante porque en lo local puedo hacer más investigación. En una cobertura internacional, puedo hacer reporterismo de lo que estoy contando y la documentación, pero no tengo las claves para hacer investigación y aquí sí. Por otra parte reivindico mucho el periodismo local, porque luce mucho menos que el internacional, es más difícil y además tiene normalmente más impacto en tu vida personal. Yo hice un reportaje sobre agresiones en un centro de menores en Asturias y eso sí tuvo un peaje en términos de apoyo desde las instituciones, las mismas a las que les encantaba que hiciera reportajes sobre Palestina. Para mí han sido cosas circunstanciales, pero los colegas que trabajan en lo local siempre, creo que pueden extraer claves mucho más interesantes.

https://www.elsaltodiario.com/medios/patricia-simon-miedo-resucitar-palabras-narrativas-relatos-amor-presente  

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