EL MUNDO EN EL QUE VIVIREMOS (V)
Esta es la quinta parte del relato “La coronación”, de Charles Eisenstein. La primera parte habla de la crisis de la COVID-19 y los primeros cambios que supuso en nuestras vidas, la segunda sobre el desarrollo inicial de la pandemia y las cifras reales, la tercera sobre las teorías de la conspiración y las libertades de la población y la cuarta sobre los sacrificios que supone esta situación.
¿Cuánto de nuestras vidas queremos sacrificar en aras de la seguridad?
Si con ello estamos más seguros, ¿queremos vivir en un mundo
en el que las personas nunca se reúnan?
¿Queremos llevar mascarillas en público continuamente?
¿Queremos pasar por exámenes médicos cada vez que viajemos,
si con ello salvamos algunas vidas al año?
¿Estamos dispuestos a aceptar la medicalización de la vida en general, entregando la soberanía final sobre nuestros cuerpos a las autoridades sanitarias, seleccionadas por los políticos?
¿Queremos que todos los eventos sean virtuales?
¿Hasta qué punto estamos dispuestos a vivir con miedo?
Con el paso del tiempo la COVID-19 menguará, pero la amenaza
de sufrir enfermedades infecciosas es permanente. Nuestra respuesta sentará
precedentes para el futuro. La vida pública, la vida comunal y la vida física
compartida ha ido disminuyendo a lo largo de varias generaciones.
En vez de comprar en tiendas, hacemos que nos envíen las
cosas a nuestros hogares.
En vez de grupos de niños jugando en la calle, tenemos
reuniones de juegos y aventuras digitales.
En vez de la plaza pública, tenemos un foro online.
¿Queremos seguir aislándonos aún más de los demás y del
mundo que nos rodea?
No es difícil imaginar, sobre todo si el distanciamiento
físico tiene éxito, que la COVID-19 persista más allá de los 18 meses que,
según dicen, se espera que tardará en agotar su recorrido. No es difícil
imaginar que, durante ese tiempo, aparecerán nuevos virus. No es difícil
imaginar que las medidas de emergencia se normalizarán (con el fin de prevenir
la posibilidad de otro brote), del mismo modo que el estado de emergencia que
se declaró tras el 11-S sigue vigente hoy en día. No es difícil imaginar que,
como nos dicen, es posible contagiarse de nuevo, por lo que la enfermedad nunca
terminará. Eso significa que los cambios temporales en nuestra forma de vivir
quizás se vuelvan permanentes.
¿Elegiremos vivir en una sociedad sin abrazos, apretones de
manos y “choca esos cinco” para siempre con el fin de reducir el riesgo de otra
pandemia?
¿Elegiremos vivir en una sociedad en la que no nos reunamos
en masa nunca más?
¿Los conciertos, las competiciones deportivas y los
festivales serán cosa del pasado?
¿Los niños no jugarán más con otros niños?
¿Se mediará todo el contacto humano por ordenadores y
mascarillas?
¿No habrá más clases de baile ni de kárate, conferencias, ni
iglesias?
¿Será la reducción de muertes el estándar por el que midamos
el progreso?
¿Los avances humanos implican separación?
¿Es este el futuro?
La misma pregunta se plantea en relación a las herramientas
administrativas necesarias para controlar los movimientos de las personas y el
flujo de la información. En el momento en que escribo este artículo, el país al
completo camina hacia el confinamiento. En algunos países es necesario imprimir
un formulario de una página web del gobierno para poder salir de casa. Me
recuerda al colegio, cuando cualquier traslado debía ser autorizado. O a la
prisión. ¿Estamos visualizando un futuro de pases electrónicos, un sistema en
el que la libertad de movimiento esté regida en todo momento y de forma
permanente por los administradores del Estado y sus programas informáticos? ¿En
el que todos los movimientos sean monitorizados, ya estén permitidos o
prohibidos? ¿Y en el que, por nuestra seguridad, la información que amenace
nuestra salud (de nuevo, según la decisión de varias autoridades) sea censurada
por nuestro propio bien? Ante una emergencia, como en un estado de guerra,
aceptamos dichas restricciones y renunciamos a nuestras libertades de forma
temporal. Al igual que el 11-S, la COVID-19 supera cualquier objeción.
Es la primera vez en la historia que existen los medios
tecnológicos para hacer realidad esta visión, al menos en el mundo desarrollado
(como, por ejemplo, el uso de datos de localización
de los teléfonos móviles para imponer el distanciamiento físico, lee
esto también). Después de una transición tumultuosa, podríamos vivir en una
sociedad en la que casi todos los aspectos de la vida se desarrollan de forma
online: compras, reuniones, entretenimiento, socialización, trabajo e incluso
citas. ¿Es eso lo que queremos? ¿Cuántas vidas salvadas vale eso?
Estoy seguro de que muchos de los controles activos en vigor hoy día se relajarán parcialmente en unos meses. Relajados parcialmente, pero listos y a mano. Mientras las enfermedades infecciosas permanezcan entre nosotros, es probable que se impongan de nuevo, una y otra vez, en el futuro, o bien que se autoimpongan como costumbres. Tal y como dice Deborah Tannen en su contribución al artículo de la web Politico sobre cómo el coronavirus cambiará el mundo de forma permanente, “ahora sabemos que tocar cosas, estar con otras personas y respirar el aire en un espacio cerrado puede ser arriesgado… Retroceder ante un apretón de manos o evitar tocarnos la cara podría convertirse en una reacción instintiva y es posible que todos como sociedad caigamos en un TOC, ya que ninguno de nosotros puede dejar de lavarse la manos”.
Después de miles y millones de años de tacto, contacto y
unión… ¿Alcanzaremos la cúspide del progreso humano al dejar de realizar dichas
actividades por ser demasiado arriesgadas?
Escritor y conferenciante que se describe a sí mismo
como "narrador de historias". Además de dar conferencias públicas en
cumbres de economía alternativa, decrecimiento o incluso en festivales de
música, es ensayista y contribuye artículos con regularidad a publicaciones
como Reality Sandwich, The Guardian o Shareable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario