UNA CASA SOBRE SUELO MOVEDIZO
Ocho fallos
estructurales de la visión occidental del mundo
Imagine que vive en una casa cuyos cimientos tienen daños
estructurales. Al principio puede que usted no lo note mucho. De vez en cuando,
puede que aparezcan algunas grietas en las paredes. Si se ponen muy mal, dará
usted una nueva capa de pintura sobre ellas, y todo quedará otra vez perfecto,
al menos por un tiempo.
Pero ¿y si su casa está asentada sobre una zona de
terremotos? Quienes vivimos en California sabemos lo que es llamar al ingeniero
de estructuras y que te diga que la casa tiene que ser reformada si quieres que
sobreviva al Big
One. A veces es necesario trabajar en sus cimientos, cuando hay
defectos ocultos sobre los que hemos construido nuestra casa.
Podemos pensar que nuestra visión del mundo occidental es una casa cognitiva en la que vivimos —un edificio de ideas que capa a capa se ha construido sobre anteriores edificaciones, acumuladas por las generaciones pasadas.
Nuestra civilización global se enfrenta a la amenaza de su propio Big One, un Gran Terremoto, en forma de cambio climático, el agotamiento de los recursos y la extinción de las especies. Si nuestra visión del mundo está construida sobre cimientos temblorosos, necesitamos saberlo: necesitamos descubrir las grietas y repararlas antes de que sea demasiado tarde.Nuestra visión del mundo es un conjunto de asunciones que
tenemos sobre cómo son las cosas: cómo funciona la sociedad, su relación con el
mundo natural, lo que es valioso y lo que es posible. Ese conjunto permanece a
menudo incuestionable e implícito, pero es profundamente sentido y subyace a
muchas de las decisiones que tomamos en nuestras vidas.
Formamos nuestra visión del mundo implícitamente conforme
crecemos, a partir de la familia, los amigos, y de la cultura, y una vez
construida, apenas somos conscientes de ella a menos que se nos presente una
visión diferente del mundo en comparación. El origen inconsciente de nuestra
cosmovisión la convierte en casi inflexible. Eso es perfecto cuando trabaja
para nosotros. Pero ¿qué ocurre si nuestra visión del mundo está causando que
actuemos forzosa y colectivamente en maneras que en realidad están minando el
futuro de la humanidad? En ese caso, es importante que tengamos una mayor
conciencia de ella.
En la investigación de mi libro The Patterning
Instinct he
excavado esas capas ocultas de nuestra moderna cosmovisión y he encontrado que
muchas de las ideas que consideramos sacrosantas se apoyan en cimientos
dañados. Hay mitos que emergieron de asunciones erróneas hechas en diferentes
momentos y lugares de la historia. Se han repetido con tanta frecuencia que
mucha gente jamás ha pensado en cuestionarlas. Pero es necesario hacerlo,
porque las bases de nuestra civilización y su perspectiva, son estructuralmente
defectuosas.
La buena noticia es que, de cada defecto estructural,
podemos encontrar un principio alternativo que ofrece una base sólida para un
florecimiento sostenible y a largo plazo. Nuestra mayor esperanza como
civilización que sobreviva a ese Gran Terremoto que viene, es reconocer esos
defectos subyacentes, y trabajar juntos para reconstruir una visión global con
basamentos más seguros. Hay ocho fallas profundas que he encontrado, junto con
sus principios alternativos que, en conjunto, podrían crear la base de una
civilización floreciente para las generaciones futuras.
Fallo Estructural 1: Los seres humanos son
fundamentalmente egoístas
La economía moderna se basa en la asunción —respaldada por
teorías biológicas obsoletas— de que los seres humanos se mueven
predominantemente por su propio interés, y que sus acciones egoístas en
conjunto son la fuente de muy buenos resultados para la sociedad. En palabras
del biólogo de la vieja escuela Richard Alexander, “la ética, la moral, la
conducta y la psique humana sólo pueden entenderse si vemos las sociedades como
conjuntos de individuos, cada uno de ellos en busca de su propio interés”. La
historia geopolítica del siglo XX se usa como prueba de esta filosofía. El
Comunismo fracasó, se nos dice, porque estaba basado en una visión no realista
de la naturaleza humana, mientras que el Capitalismo triunfó porque se
fundamenta en el uso de la naturaleza egoísta de cada individuo para el bien
final de la sociedad.
Nuevo Fundamento: Los seres humanos son fundamentalmente
cooperativos.
De hecho, la Antropología moderna y la Neurociencia muestran
que la cooperación, la identidad grupal, y el sentido de la justicia son rasgos
definitorios de la humanidad. En contraste con los chimpancés, obsesionados por
competir entre ellos, los humanos evolucionaron para convertirse en los
primates más cooperativos, a través de su habilidad para compartir con otros
sus intenciones, y para reconocer al mismo tiempo que los otros ven el mundo
desde diferentes perspectivas. Esto permitió a los primeros humanos trabajar
colaborativamente en tareas complejas, creando comunidades que compartían
valores y prácticas que se convirtieron en la base de la cultura y la
civilización.
Un elemento esencial en la habilidad de los humanos para
trabajar juntos es el sentido evolucionado de justicia. Sentimos la justicia
tan intensamente que preferimos abandonar antes que permitir que alguien se
aproveche injustamente de nosotros. El sentido intrínseco de la justicia es,
según indican psicólogos evolutivos prominentes, el ingrediente extra que
condujo al éxito evolutivo de nuestra especie y que creó la base cognitiva de
valores cruciales de nuestro mundo moderno, como la libertad, la igualdad y el
gobierno representativo.
En un 99% del tiempo de historia humana, vivimos juntos en
grupos de cazadores recolectores, en los que predominaba un ethos igualitario.
Si un cazador de éxito empezaba a ser socialmente más dominante, el resto del
grupo se aliaba para mantener su ego bajo control. Una ética compartida
prevalecía en todos los aspectos de la vida. Cuando un antropólogo preguntó a
un cazador recolector en el remoto Amazonas por qué en su grupo no ahumaban o
secaban la carne para almacenarla, pese a saber cómo hacerlo, respondió: “Yo
almaceno mi carne en el estómago de mi hermano”.
Fallo estructural 2: Los genes son
fundamentalmente egoístas
En un nivel más profundo, la idea de que los mismos genes
son egoístas ha calado en la conciencia colectiva. Desde que en 1976 publicara
Richard Dawkins El Gen Egoísta, la gente ha llegado a creer que la
evolución es el resultado de la competición entre genes, siguiendo un impulso
sin remordimientos por replicarse a sí mismos. La competición más ruda es vista
como la fuerza que separa a los ganadores de los perdedores en la evolución.
Incluso el altruismo es interpretado como una forma
sofisticada de conducta usada por un organismo para propagar sus propios genes
de modo más eficaz. El biólogo Robert Trivers generó una noción de lo que
denominó el “altruismo recíproco”, como una antigua estrategia evolutiva
presente en la conducta de peces y pájaros, e interpretó el altruismo humano
del mismo modo: “Bajo ciertas circunstancias”, escribió, “la selección natural
favorece estas conductas altruistas porque a largo plazo benefician al
organismo que las lleva a la práctica”.
Nuevo fundamento: La naturaleza es una red
Este argumento ha quedado muy desacreditado como
interpretación simplista de la evolución. En su lugar, los biólogos están
desarrollando una visión más sofisticada de la evolución, como una serie de
sistemas complejos e interconectados, en los que los genes, los organismos, la
comunidad, la especie, y el entorno interactúan todos unos con otros, tanto
competitivamente como cooperativamente, en una red que se extiende en el tiempo
y en el espacio. Los ecosistemas se mantienen saludables por su interacción
intensamente sincronizada entre muy diferentes especies. Los árboles en un
bosque, hemos descubierto, se comunican unos con otros en una red compleja que
los mantiene colectivamente con salud —un sistema al que se ha denominado
la wood wide web.
En lugar de un campo de batalla de genes egoístas compitiendo
para superar unos a los otros, los biólogos modernos ofrecen una nueva visión
de la naturaleza como una red de sistemas interconectados, que dinámicamente se
optimizan en diferentes niveles de la selección evolutiva. Este reconocimiento
de que las redes colaborativas son parte esencial de los ecosistemas
sostenibles puede inspirar nuevas vías para estructurar la tecnología humana y
la organización social para un futuro florecimiento.
Fallo estructural 3: Los humanos están separados de la
naturaleza
Más profundo que los anteriores fallos estructurales es este
otro: la creencia implícita en que los humanos están separados de la
naturaleza. La fuente de esta idea puede rastrearse hasta los antiguos griegos.
Platón veía al ser humano como una entidad dividida, en la que un alma eterna
se hallaba encerrada en un cuerpo mortal. El fin último de la filosofía era
dejar atrás el cuerpo e identificarse solo con el alma que nos vinculaba a la
divinidad. Dos milenios después, Descartes actualizó el mito de Platón con su
idea de que la verdadera esencia de la persona es su pensamiento, mientras que
el cuerpo no es asunto de valor intrínseco alguno.
La implicación de esta división cartesiana es que el resto
de los animales naturales, las plantas, y todo lo demás, no tiene valor porque
no piensa como un ser humano. Al desacralizar la naturaleza, se permitió a los
humanos utilizarla sin remordimientos para sus intereses propios. El Viejo
Testamento proporcionó más justificación teológica a este mito, con el mandato
de Dios a Adán y Eva de que debían “dominar” la tierra y “reinar” sobre todo
ser viviente en ella.
El proyecto de la ciencia, que despegó en el siglo XVII, veía
a partir de ahí cada aspecto del mundo material como el libre juego para la
recogida de datos, la investigación, y la explotación. Francis Bacon inspiró a
generaciones de científicos con su llamada a “conquistar la naturaleza”. Los
arengó para que “unieran fuerzas contra la naturaleza de las cosas, para que
estallaran en la ocupación de sus castillos y sus fortalezas, y extendieran los
límites del imperio humano”
Nuevo Fundamento: Los seres humanos son parte integral de
la naturaleza
Estas ideas están tan intrincadas en la psique moderna que
es fácil olvidar que son exclusivas de la visión europea del mundo. Otras
culturas a lo largo de la historia han visto a los humanos compartiendo el
mundo en igualdad con todas las otras criaturas. La tierra es su madre, el
cielo su padre. Aquellos que deseen estar en armonía con la naturaleza, en
palabras del Tao Te Chin, deben ser “reverentes, como los
invitados”.
Los hallazgos de la Biología moderna y de la Neurociencia
validan el conocimiento implícito de las tradiciones tempranas. Los humanos son
de hecho organismos mentales-corporales integrados, que contienen en su
interior ecosistemas y que igualmente participan en los más amplios ecosistemas
de la naturaleza. Cuando destruimos la complejidad del mundo natural, minamos
el bienestar de todos los organismos, incluido el nuestro propio.
Profundas palabras de
un slogan en la COP21
de Paris, “No defendemos la
naturaleza. Somos naturaleza que se defiende a sí misma”.
Fallo Estructural 4: La naturaleza es una máquina
Junto a la separación de los humanos respecto a la
naturaleza, otro mito cultural exclusivamente europeo proclama que la
naturaleza es una máquina. Desde la revolución científica del siglo XVII, la
visión de la naturaleza como una máquina compleja se ha extendido mundialmente,
llevando a algunas de las más brillantes mentes de nuestro tiempo a perder de
vista que esta frase es una metáfora, y a creer erróneamente que la naturaleza
es realmente una máquina.
Ya en 1605, Kepler encuadraba su vida de investigador en
esta idea, al escribir: “Mi intención es mostrar que la máquina celestial es
más comparable al mecanismo de un reloj que a un organismo divino”. Del mismo
modo, Descartes declaraba: “No reconozco diferencia alguna entre las máquinas
hechas por artesanos y los diversos cuerpos que la naturaleza compone por sí
misma”.
En décadas recientes, Richard Dawkins ha difundido una
versión actualizada de este mito cartesiano, escribiendo con gran éxito que “la
vida son simplemente bytes y más bytes de
información digital”, y añadiendo: “Esto no es una metáfora, es la pura verdad.
No sería más evidente si llovieran discos duros”. Si abrimos cualquier revista
científica, veremos genes descritos como programadores que “codifican” ciertos
rasgos, en tanto la mente es considerada un “software” para el “hardware”
del cuerpo, que es programado de determinadas maneras. Esta ilusión
maquinística es ubicua, engañando a tecno-visionarios en busca de la
inmortalidad, para que hagan una copia de seguridad de su mente, así como a
tecnócratas que esperan resolver el cambio climático mediante geo-ingeniería.
Nuevo fundamento: La naturaleza es un fractal
auto-regenerativo
Los biólogos señalan principios intrínsecos a la vida que se
apartan categóricamente de la más compleja de las máquinas. Los organismos
vivos no pueden ser descompuestos, como un ordenador, en hardware y software.
La composición biofísica de una neurona está intrínsecamente ligada a sus
computaciones: la información no existe separadamente de su construcción
material.
En décadas recientes, los pensadores de sistemas han
transformado nuestra comprensión de la vida, mostrándola como un sistema
auto-regenerativo y auto-organizado, que se extiende como un fractal a una
escala siempre creciente, de una simple célula a un sistema global de vida en
la Tierra. Todo en el mundo natural es más dinámico que estático, y los
fenómenos biológicos no pueden predecirse con precisión: en lugar de leyes
fijas, necesitamos investigar los principios organizativos subyacentes de la
naturaleza.
Esta nueva concepción de la vida nos lleva a reconocer la interdependencia
intrínseca de todos los sistemas vivientes, incluido el humano. Nos ofrece las
bases de un futuro sostenible en el que la tecnología es utilizada no para
conquistar la naturaleza o para reorganizarla, sino para armonizarnos con ella
haciendo así nuestra vida más floreciente y llena de sentido.
Fallo estructural 5: El PIB es una buena medida de
prosperidad
Oímos continuamente que el Producto Interior Bruto es un
indicio claro del éxito de un país. Sin embargo lo que en realidad mide el PIB
es la velocidad a la que transformamos la naturaleza y las actividades humanas
en economía monetaria, sin considerar si esa transformación es beneficiosa o
nociva. El defecto esencial de tomar el PIB como medida de la riqueza de un
país está en que no establece distinción entre las actividades que promueven el
bienestar y aquellas que lo reducen. Cualquier cosa que genere actividad
económica del tipo que sea, buena o mala, cuenta para el PIB.
Cuando alguien cosecha vegetales de su jardín y los cocina
para un amigo, ello no genera impacto alguno en el PIB, y en cambio, comprar
una comida similar de la sección de congelados del supermercado implica un
intercambio de dinero, y por ello se registra en el PIB. Con este extraño
sistema de contabilidad, la polución tóxica puede ser triplemente beneficiosa
para el PIB: primero cuando una compañía química genera al producir residuos
nocivos; segundo, cuando es preciso limpiar dichos residuos; y tercero, si
causan daños en las personas, requiriendo tratamiento médico.
Eslogan en una escuela de artes tradicionales en Thimphu: ‘La Felicidad Interior Bruta es más importante que el Producto Interior Bruto’
La medida del PIB no solamente es anómala, sino peligrosa
para el futuro de la humanidad, porque sus métricas tienen un impacto profundo
en lo que la sociedad intenta conseguir. Se vota o deja de votar a líderes
nacionales para gobernantes según contribuyen o no al crecimiento del PIB.
Reconociendo esto, varios grupos, incluida la ONU y la Unión Europea, están
explorando modos alternativos de medición de la verdadera riqueza de una
sociedad. El estado de Bután fue el pionero al crear su índice de Felicidad
Interior Bruta, que incorpora valores como el bienestar espiritual, la
salud, y la biodiversidad.
Nuevo Fundamento: Medir el progreso genuino de un país
Estas medidas alternativas ofrecen una historia muy
diferente de la experiencia humana en los últimos cincuenta años, que la que
nos muestra el PIB. Los investigadores han desarrollado una medición denominada
Indicador del Progreso Genuino (GPI), que registra aspectos negativos como la
desigualdad de ingresos, la polución ambiental, o el crimen, así como aspectos
positivos como las actividades de voluntariado o el trabajo doméstico, como
producción nacional. Cuando se aplicó este índice a diecisiete países del
mundo, se descubrió que, aunque el PIB ha crecido continuamente desde 1950, el
GPI mundial alcanzó un pico en 1978 y no ha hecho sino decrecer desde entonces.
Una vez que comencemos a medir el éxito de nuestros políticos
basándonos en el GPI, y no en el PIB, será más factible que el mundo se mueva
hacia un modo de vida más sostenible antes de que sea demasiado tarde.
Fallo Estructural 6: La Tierra puede sostener el
crecimiento ilimitado
Los mercados financieros mundiales se basan en la creencia
de que la economía global seguirá creciendo indefinidamente, y sin embargo esto
es imposible. Cuando la teoría económica moderna se desarrolló en el siglo
XVIII, parecía razonable ver los recursos naturales como ilimitados porque, a
todos los efectos de entonces, lo eran. Sin embargo, tanto el número de seres
humanos como la velocidad a la que consumen ha explotado dramáticamente en los
pasados cincuenta años, de modo que esta asunción es hoy lamentablemente falsa.
A la velocidad actual de crecimiento de 77 millones de
personas por año —equivalente a una nueva ciudad de un millón de habitantes
cada cinco años—, los demógrafos prevén un mundo con casi 10 mil millones de
habitantes para 2050. La gente de todo el globo, bombardeada con las imágenes
del modo de vida de los países ricos, comprensiblemente aspira al mismo nivel
de confort para sí mismos. Empujada por ese apetito insaciable de crecimiento,
la economía mundial proyecta cuadruplicarse para 2050.
Los científicos han calculado que los humanos se apropian
actualmente de un 40% de la energía disponible para sostener la vida en la
Tierra —denominada Productividad Primaria Neta— para su propio consumo. Los
seres humanos usamos más de la mitad del agua potable mundial y hemos
transformado el 43% de la tierra en terreno agrícola o urbano. Para sostener
nuestra velocidad actual de expansión, la apropiación por los humanos de la
Productividad Primaria Neta debería duplicarse o triplicarse a mitad de siglo.
Si echamos cuentas, esto no puede conseguirse en un sólo planeta tierra. En
palabras del teórico de sistemas Kenneth Boulding: “Quien crea que el
crecimiento exponencial puede continuar siempre en un mundo finito es o un loco
o un economista”.
Nuevo fundamento: Crecer en calidad, no en consumo
La solución es transformar nuestra cultura subyacente —dejar
de buscar el crecimiento del consumo— y en su lugar buscar el crecimiento de la
calidad de nuestra vida. Podemos escoger participar en una economía circular,
en la que prestamos, compartimos, reutilizamos o reciclamos —y cuando compremos
algo nuevo, asegurémonos de que proviene de un proceso sostenible.
Pero del mismo modo que cambiar las bombillas no va a
detener el cambio climático, la economía circular por sí sola no impedirá el
colapso de la civilización bajo su propio peso. Necesitamos llegar a la fuente
de esa carrera frenética por el perpetuo crecimiento: la dominación de nuestra
economía por las empresas globales impelidas por el mandato de maximizar los
ingresos de sus accionistas por encima de toda otra consideración. Despertar la
conciencia pública sobre cómo esas fuerzas no humanas están conduciendo a la
humanidad a la catástrofe, es una de las tareas más esenciales para todos los
que nos preocupemos por el futuro floreciente de las nuevas generaciones.
Fallo Estructural 7: La tecnología es la solución
Los tecno-optimistas frecuentemente ridiculizan a Thomas
Malthus, un clérigo inglés del siglo XVIII que fue el primero en advertir sobre
los peligros del crecimiento exponencial. Para cada problema que emerge,
aseguran, la tecnología ofrece una solución. Sin embargo, las soluciones
basadas puramente en la tecnología tienden a dejar de lado los elementos
estructurales profundos, a menudo creando incluso mayores problemas en el
camino.
Un ejemplo es la Revolución Verde del final
de los años 60, que, se dice, salvó a casi mil millones de personas de morir de
hambre, exportando la agricultura altamente industrializada al mundo en vías de
desarrollo. Sus consecuencias inesperadas amenazan ahora el futuro de la
humanidad. El uso ubicuo de los fertilizantes artificiales ha generado
masivas zonas muertas en los océanos, por los escapes de
nitrógeno y la reducción severa de las capas superficiales terrestres; el uso
indiscriminado de pesticidas químicos ha roto los ecosistemas; y la agricultura
industrial contribuye con un tercio de las emisiones de gases de efecto
invernadero a causar el cambio climático.
Una razón por la que nos enfrentamos a una crisis global de
sostenibilidad es que nuestra cultura alimenta actitudes destructivas hacia la
Tierra. La tecnología ha traído una plétora de mejoras en la experiencia
humana, pero al mismo tiempo, ha empujado la creencia subyacente occidental de
que “conquistar la naturaleza” es el principal vehículo del progreso. La
naturaleza, sin embargo, no es un enemigo que conquistar, y cada paso que damos
en esa dirección desestabiliza más y más la intrincada relación entre los
humanos y nuestra única fuente de vida y de futuro floreciente, la Tierra.
Nuevo Fundamento: El cambio sistémico, y no el arreglo
tecnológico
En lugar de confiar solamente en la tecnología, las
soluciones verdaderamente efectivas trabajan con las bases sistémicas de
nuestras crisis, transformando las prácticas que han causado el problema en
primera instancia. La agroecología, por ejemplo, un enfoque de la agricultura
basado en los principios de la ecología, contempla la tierra como un sistema
profundamente interconectado, reconociendo que la salud de los seres humanos y la
de la naturaleza son interdependientes. La agroecología diseña y gestiona los
sistemas de alimentación para que sean sostenibles, aumentando la fertilidad
del suelo, reciclando nutrientes, e incrementando la eficiencia de la energía y
del agua.
Ya ampliamente incorporada en Hispanoamérica, la
agroecología está ganando rápida aceptación en los EE.UU. y en Europa, y tiene
la capacidad para reemplazar el sistema agro-industrial. La agroecología puede
incluso ayudar a captar el exceso de carbono en la atmósfera. El Instituto
Rodale ha calculado que la práctica regenerativa orgánica de la agroecología,
como el compostado, el barbecho y rotación de cosechas así como el uso de
cosechas protectoras del suelo pueden captar más del 100% de las emisiones
anuales de CO2, si se generalizan en el mundo.
Fallo Estructural 8: El universo no tiene sentido
La mayoría de la ciencia trabaja a partir de un enfoque
reduccionista: en ella se ve el mundo como un ensamblaje de partes que pueden
analizarse por separado. Este método ha conducido a un enorme progreso en
muchos campos, pero su propio éxito ha causado que muchos científicos
contemplen la naturaleza como nada más que una colección de partes, una
perspectiva que conduce inevitablemente al nihilismo espiritual. En las palabras
del Premio Nobel de Física Seven Weinberg, “cuanto más sabemos del universo,
más vacío de sentido se nos aparece”. En último término, la corriente moderna
de pensamiento se fundamenta en la desconexión: la separación de la mente y del
cuerpo, del individuo y su comunidad, y del ser humano y la naturaleza.
Nuevo Fundamento: El universo es una red de sentido
Sin embargo, en décadas recientes, las intuiciones de la
Teoría de la Complejidad y de la Biología de Sistemas apuntan hacia una nueva
concepción de un universo conectado, que es tanto científicamente rigurosa como
espiritualmente rica en significado. En esta comprensión, las conexiones entre
las cosas son frecuentemente más importantes que las cosas mismas. Al subrayar
los principios subyacentes que se cumplen en todos los seres vivos, esta
concepción nos ayuda a darnos cuenta de nuestra interdependencia intrínseca con
toda la naturaleza.
En lugar de los fallos cognitivos estructurales que han
conducido a la humanidad al abismo, la perspectiva sistémica invita a una nueva
comprensión de la naturaleza como una “red de sentido”, en la que la misma
interconexión de toda vida, da sentido y resonancia también a nuestra conducta
individual y colectiva. Cuando aplicamos este marco mental a nuestra vida, el sentido
brota, del modo como estamos relacionados con todo lo que nos rodea. El sentido
se convierte así en una función de la interconexión —y el sentido de la vida,
en una propiedad emergente de la red de conectividad que es el universo—. Vivir
con esta profunda comprensión, nos hace sentir que estamos verdaderamente en
casa en el universo.
Establecer las bases del florecimiento
No es necesariamente una tarea fácil: reestructurar las
bases para prepararnos para el Gran Terremoto, mientras tantos otros están preocupados
escogiendo los colores nuevos para pintar las grietas que aparecen en los
muros. Sin embargo, una vez nos hacemos conscientes de los fallos estructurales
en la cultura dominante, no podemos ignorarlos. Empezamos a ver manifestaciones
de los mismos por todas partes.
No es una tarea fácil, quizás, pero puede ser profundamente
transformadora. Es una necesidad acuciante, la reconstrucción de nuestro
sistema de valores, que puede llevarnos a la posibilidad de encontrar un
sentido profundo, mediante la conexión con nosotros mismos, con los demás y con
el mundo natural. Estas nuevas bases, fundamentadas en ver el cosmos
esencialmente como una red de significado, tiene el potencial de ofrecer un
futuro sostenible de dignidad humana compartida y de florecimiento del mundo
natural.
Publicado en
la revista Tikkun. Traducido por Eva Aladro Vico .
Revisado por Manuel Casal Lodeiro
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