NUEVAS BATERIAS ELECTRICAS QUE CAMBIARAN
EL MUNDO
Por mucho que la mafia energética que nos rodea
trate de impedirlo, el ocaso del actual sistema energético basado en los
contaminantes y dañinos combustibles fósiles es inevitable. Las nuevas formas
de producción y almacenamiento de energías limpias y renovables continúan su
inexorable avance ante el cual será imposible interponer ninguna barrera.
En este caso vamos a hacer hincapié sobre uno de los sistemas de
almacenamiento de energía: LAS
BATERÍAS. Una vez que obtenemos energía con paneles solares o
molinos de viento, necesitamos almacenar la energía en algún lugar para poder
utilizarla posteriormente para nuestra calefacción, lavadora, cocina, etc. Aquí
es donde entran en juego las baterías eléctricas, las cuales han supuesto, en
muchos casos, un talón de aquiles en la aplicación en las energías renovables
debido a su baja eficiencia y alto coste. Sin embargo, están surgiendo nuevas
tecnologías de baterías más baratas, limpias y eficientes que permiten que podamos almacenar
dicha energía a un costo razonable y así independizarnos de la red eléctrica.
Entre dichas novedosas baterías se encuentran las innovadoras baterías ecológicas de Silicio o las hasta ahora demasiado caras baterías
de Litio. En esta ocasión vamos a hablar de una nueva batería
de Litio doméstica e industrial que ha presentado la empresa Tesla abaratando
sus costes considerablemente para comenzar a hacerla rentable para su uso
doméstico.
Vídeo Presentación de
la batería Tesla Powerwall en Los Angeles, 30 Abril 2015
(pulsar en el botón subtítulos del vídeo para
verlo en español)
¿PUEDE UNA SIMPLE BATERÍA
CAMBIAR EL MUNDO?
Jorge Morales de Labra,
Jorge Morales de Labra,
Se trata de una simple batería
de ion litio, la misma tecnología que tenemos en nuestros teléfonos móviles,
diseñada esta vez para, en su versión básica, satisfacer el consumo eléctrico
de los hogares y, en su versión superior, el de empresas y compañías eléctricas
Viernes, 1 de mayo de 2015, 6 de la
mañana hora peninsular: mientras el país se despierta celebrando el día del
trabajador, Tesla, una empresa aún bastante desconocida en Europa; pero que no
pasa desapercibida al otro lado del Atlántico (su valor bursátil supera al de Endesa o Gas Natural Fenosa) presenta en California “el eslabón
perdido” de la revolución energética.
Se
trata de una simple batería de ion litio, la misma tecnología que tenemos desde
hace años en nuestros teléfonos móviles, diseñada esta vez para, en su versión
básica, satisfacer el consumo eléctrico de los hogares y, en su versión
superior, el de empresas y compañías eléctricas. A priori, nada disruptivo
tecnológicamente hablando. Hasta que desvela su precio: poco más de 300 €/kWh.
El día anterior las baterías del mismo tipo se vendían en todo el mundo por más
de 1.000 €/kWh. Además del precio, se desvelan detalles técnicos de mucha
importancia como su diseño (se instala en la pared sin necesidad de reservar
espacio, resulta visualmente atractiva…) o su conectividad a Internet, que
permitirá manejarla a distancia.
La pregunta que casi todo el mundo me
hace es: ¿realmente se trata de un anuncio tan importante o es solo una
estrategia de marketing de los norteamericanos?
La verdad es que, a mi juicio, nos
encontramos ante uno de los hitos clave por los que será recordado este siglo
XXI. La razón es sencilla: las energías renovables han reducido tanto sus
costes en los últimos años que han conseguido ser más baratas que
las fuentes convencionales (fósiles y nuclear); pero aún “tenían” un problema:
las más competitivas (solar y eólica) son intermitentes. En un mundo
acostumbrado a consumir cuando quiere en lugar de cuando puede, se trata de un
desafío importante. Es aquí donde una batería doméstica,
fácil de utilizar y a precio asequible resulta disruptiva: va a permitir que un
“don nadie” compita con toda una gran eléctrica. Y lo va a hacer desde su
propia casa utilizando al sol como aliado.
Los números son esclarecedores: unos paneles
fotovoltaicos en el tejado, con capacidad para satisfacer la
demanda eléctrica de una familia tipo en España más un excedente de seguridad
de un 30% –no se asuste, solo necesita 20 m2 de superficie–unidos a una de las baterías de Tesla, con
capacidad de almacenamiento de la electricidad consumida en un día,
pasan a costar en conjunto unos 8.000 EUR. Los paneles tienen garantía de
producción de 30 años y las baterías de 10, con posibilidad de extenderlas
otros 10 más.
Esa
misma familia está pagando hoy cerca de 850 EUR al año en el recibo de la
electricidad y sus expectativas, por mucho que el ministro de turno insista en
lo contrario, no son precisamente de abaratamiento en los próximos años. En
otras palabras: con una inversión equivalente a su gasto de algo más de 9 años
dispone de un sistema con capacidad de autoabastecimiento de energía eléctrica
renovable durante mucho más del doble.
Digo
solo “con capacidad” y no garantizo por tanto el autoabastecimiento porque
dependiendo de la ubicación y de la distribución del consumo entre horas es
posible que, a pesar de que en términos anuales el sistema sea más que
suficiente para cubrir sus necesidades, un periodo prologando de baja
irradiación unido a un alto consumo puede llevar a desabastecimientos
puntuales. De hecho, una simulación efectuada en Madrid con datos reales de
producción fotovoltaica de los últimos dos años en una hipótesis de consumo
diario constante arroja un grado de autoabastecimiento del 93% y a
desperdiciar, en consecuencia, un 35% de la energía producida.
Los detractores de las renovables (más
bien, los defensores del negocio energético tradicional) se encargarán de señalar que el 7% de
desabastecimiento es crucial. Es más, para evitar que el modelo se popularice
estoy seguro de que en pocos meses el Gobierno acabará aprobando el anunciado
“impuesto al sol” con el fin de que quien necesite consumir de la red, aunque
solo sea el 7% de su energía, pague a la eléctrica al menos el 50% de su
factura actual.
Se
equivocan: tras haber resuelto dos retos tecnológicos como son aprovechar de
forma eficiente las energías renovables y almacenarlas, créanme que hay decenas
de soluciones para cubrir ese 7%. Infortunadamente, con la legislación en
contra, todas pasan por “cortar los cables”, esto es, desconectarse de la red
eléctrica.
Dejando de lado los consumidores
capaces de racionalizar su consumo y adaptar éste a la producción solar –que no le quepa duda que los habrá– para cortar los cables
uno puede hacerse con un grupo electrógeno, que por menos de 800 € de inversión
y menos de 150 € al año de coste de combustible puede cargar la batería cuando
no haya sol suficiente, lo que supone un par de años más para amortizar la
inversión. O, alternativamente, y en términos más sostenibles, puede duplicar
la capacidad tanto de los paneles como de la batería, lo que significa dilatar
la recuperación hasta los 17 años.
Pero hay soluciones más imaginativas:
sistemas de calefacción de distrito, diseñados principalmente para aportar
calor a barrios enteros, abastecidos por biomasa, que perfectamente pueden
producir además electricidad a demanda de sus consumidores; servicios de
recarga de baterías a domicilio (recordemos que el sistema está conectado a Internet, por lo que
fácilmente podría automatizarse el servicio); vehículos eléctricos
cargados en electrolineras que al llegar a casa recargan la batería doméstica (la
capacidad de la batería de los vehículos eléctricos actuales ya duplica la de
la nueva batería doméstica de Tesla)…
El
caso de los consumidores comerciales o industriales es aún mejor, dado que la
producción solar se amolda mucho mejor a sus pautas de consumo.
No hace falta decir que las consecuencias de un modelo como el aquí descrito serán
globales y muy profundas. Me refiero a hechos como la desaparición
de la energía nuclear (a los precios actuales ya somos capaces de producir energía
renovable constante a lo largo del año por menos de la mitad de precio que las
nucleares en construcción), la posibilidad de que los más de mil
millones de personas que actualmente no tienen acceso a la electricidad cambien
radicalmente su vida, la pérdida de sentido de la geoestrategia actual y sus guerras,
centradas en el control de los recursos energéticos, el control de las emisiones
contaminantes y
sus devastadoras consecuencias climáticas y sociales…
Pero lo más grave es que, en realidad,
no nos hacen falta tantas baterías: tenemos una excelente red eléctrica, que
llevamos pagando 120 años y que, unida a tecnologías renovables gestionables,
como la hidráulica, la geotermia o la biomasa, nos permitiría reducir sustancialmente la
capacidad de almacenamiento global si la utilizáramos para compartir
electricidad. Eso sí, para ello hace falta regular la utilización de ésta como
espacio común y esto, parece, es incompatible con que algunas empresas eléctricas
sigan manteniendo sus beneficios.
En un país como España, con un
envidiable recurso solar y tecnología para aprovecharlo, en el que nos gastamos
lo mismo que ingresamos por turismo en comprar energía al extranjero, apoyar
un cambio de modelo energético como el descrito debería ser una prioridad.
No se trata de subvencionar, tan solo
de facilitar que la gente, gradualmente, decida por sí misma cuál es la energía
con la que quiere abastecerse. Esperemos que el próximo Gobierno lo comprenda y
lo ponga en marcha. Hay millones de puestos de trabajo en juego
No hay comentarios:
Publicar un comentario