La propuesta de
Ada Colau de pagar a los funcionarios con una nueva moneda local
tiene antecedentes en toda España. La mayoría no existe en níquel.
Son billetes o libretas donde se apuntan intercambios o aplicaciones
de móvil. No se pueden acumular. Como la bilbaína Ekhi, que si no
la usas se "oxida", pierde valor y se inmoviliza.
Barcelona
en comú,
la candidatura al Ayuntamiento que lidera Ada
Colau, ha propuesto esta semana crear una moneda local con
la que pagar parte del sueldo de los funcionarios que así lo
deseen. La
iniciativa ha sido recibida con escepticismo en
algunos sectores, pero no es de hecho ningún experimento novedoso
sacado de la manga.
Sería,
de hacerse realidad, una más de las 90 monedas alternativas o
sociales que han surgido en España al calor de la crisis. Ecosol,
eusko, boniato, zoquito, turuta, puma, ekhi, celemín…
Son algunas de las monedas que funcionan como comunidades de crédito
mutuo en distintos puntos del país. Una suerte de trueque a muchas
bandas en el seno de un barrio, una ciudad, un grupo de pueblos o una
mezcla, las llamadas "rururbanas".
La
palabra moneda sugiere piezas redondas de níquel circulando de mano
en mano. No es así: las monedas enmarcadas en la economía social no
siempre existen físicamente y, si lo hacen, es en papel. A veces hay
billetes, caso de la extremeña Expronceda o la bilbaína
ekhi; otras son libretas donde
se apuntan los intercambios (los pumas,
en Sevilla; los zoquitos,
de Cádiz; el ebro,
de Zaragoza…) y algunas se
usan por medio de tarjetas de débito o aplicaciones en el teléfono
móvil, como la valenciana
Orué.
"No es un
fenómeno popular todavía, a diferencia de otros países donde es
más habitual, como Brasil, Inglaterra, Estados Unidos o Francia. La
gente no va con la moneda local junto a la de curso legal en el
bolsillo. Se trata de experiencias muy locales. Hablamos de
unos pocos miles de personas", explica el promotor de varias de
ellas en España, Julio Gisbert.
El
dinero como herramienta
En el dinero de
curso legal, el poder de emisión reside en los bancos centrales y
los bancos privados lo hacen llegar al sistema a través del crédito.
Frente a esta estructura centralizada en la que el dinero se ha
convertido en un bien en sí mismo, las monedas sociales retoman la
esencia del dinero como herramienta para superar las limitaciones del
trueque. El dinero deja de ser depósito de valor.
No cabe la
especulación ni interesa acumularlo. La bilbaína ekhi, por ejemplo,
se "oxida", es decir, pierde valor si se inmoviliza, a fin
de incentivar su uso. Lo que prima son las relaciones de proximidad y
confianza, pero no son bancos de tiempo porque también sirven para
adquirir bienes, no solo servicios.
Las experiencias
con estas monedas (llamadas sociales, alternativas o complementarias)
varían en función de sus dimensiones y finalidad. Algunas son
apenas utilizadas por decenas de personas, mientras que en otras el
número de socios llega a los 1.500. "Las hay muy alternativas,
que pretenden crear una economía paralela, y las que quieren
complementar la economía real", señala Gisbert, autor del blog
y del libro 'Vivir sin empleo'.
La
gestión, desde Sudáfrica
Muchas
se gestionan a través de una plataforma
on-line creada en Sudáfrica, CES,
con cientos de redes de todo el mundo que incluso pueden hacer
intercambios entre ellas.
En
Madrid nació en 2012 el boniato
con la intención de "crear una moneda basada en una lógica
diferente" y "facilitar a la gente una herramienta para
hacer un consumo responsable", explica Toño Hernández, miembro
del consejo rector del Mercado
Social de Madrid,
la red de entidades y personas en el marco de la economía social y
solidaria que vertebra los boniatos.
Hoy cuenta con
medio millar de usuarios y entidades, que aportan unas cuotas que van
de los tres a los 500 euros. De ahí salen los 30.000 euros anuales
necesarios para sufragar los gastos que conlleva su gestión. "Las
decisiones se toman en asamblea, por lo que las reglas de
funcionamiento son más democráticas que en el euro", subraya.
Su
funcionamiento es sencillo. Sólo hay que abrirse una cuenta en
boniatos en el mercado social con la que se puede hacer pagos,
transferencias, adquirir productos de segunda mano, etc. La
equivalencia con el euro es 1:1 y se pueden cambiar euros por
boniatos, pero no a la inversa. El uso de esta joven moneda madrileña
tiene bonificación, al estilo de los puntos que ofrece un
supermercado en la economía de mercado. "Nuestra lógica es
distinta a la de otras comunidades de apoyo mutuo. Nosotros podemos y
queremos crecer", apunta Hernández.
La
mora de la Sierra de Madrid
Un
concepto bastante distinto guía a los promotores de la mora,
un experimento nacido en 2012 en la Sierra Norte de la Comunidad de
Madrid con
reglas más estrictas y un carácter más autogestionario. Por
ejemplo, no trabajan con empresa alguna que tenga asalariados ni con
ayuntamientos. "Un asalariado, por definición, no puede
decidir. Manda el jefe. Por eso, a título individual pueden ser
socios, pero no como empresa", explica una de sus usuarias, Ana
del Río.
Sus alrededor de
500 usuarios mueven cada año 25.000 moras. Para optar al crédito
inicial de 150 moras hay que vivir en la zona. El sistema se financia
con el pago de un impuesto trimestral de una mora por usuario. Del
Río destaca la "flexibilidad" y "creatividad" de
este proyecto hijo del 15-M. "Hay gente que dice '¿y yo qué
ofrezco?'. A veces no se dan cuenta de que todos tenemos mucho que
ofrecer. Ahí es donde entran la flexibilidad y la creatividad",
asegura.
"Monedas
ideológicas"
Al inscribirse,
los nuevos socios escriben qué dos cosas ofrecen y qué dos
demandan. Ejemplos: planchar ropa, cuidar niños, llevar a alguien en
coche. También se pueden adquirir bienes. Es posible endeudarse en
moras, pero el objetivo es que la cuenta tienda a cero: ni se debe ni
se acumula. "Se le da mucho valor a la construcción de
comunidad y a que se fomente el comercio de proximidad", apunta
otro de sus usuarios, Franco Llobera, que la define como "una
moneda fundamentalmente ideológica".
La
crisis ha supuesto una auténtica eclosión de monedas sociales en
España, pero los experimentos se cuentan por millares en otras
partes del mundo, con el
wir suizo como decano,
hasta ocho décadas de historia. En la localidad británica de
Bristol, por ejemplo, el
alcalde cobra íntegramente su salario en Bristol pounds y
en la ciudad francesa de Toulouse, su regidor hizo la primera compra
en Sol
Violette.
"Creo
-señala el promotor Gisbert- que ese es el futuro en España: van a
empezar los ayuntamientos. No me sorprendería que alguna gran
capital siga ese modelo en un futuro no muy lejano".
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