EL DESEO DE SER AMADOS
La última ilusión del ego
Reflexión a partir de
las palabras de Margaret Atwood: "el deseo de ser amado es la última
ilusión. Déjalo ir y serás libre".
Margaret Atwood, la multilaureada escritora canadiense,
escribió "El deseo de ser amado es
la última ilusión. Déjalo ir y serás libre". Estas palabras, parte de
un poema, resuenan con la fuerza de la literatura y de la terapia filosófica al
mismo tiempo; son terribles y a la vez, uno intuye verdaderas
El amor, es una necesidad humana, biológica (en el sentido de ser aceptado, cuidado, protegido) pero limita y en cierta manera aliena nuestros actos. En busca del amor muchas veces nos perdemos a nosotros mismos, nos engañamos y engañamos a los otros (seducir significa engañar), y sentimos una presión para ser otros, mejores, más amables.
El deseo de ser amados es en gran medida el deseo que mueve a las personas actuar, pero casi siempre dentro de las constricciones de una serie de creencias, aspiraciones e impulsos socialmente sancionados y promovidos.Aprendemos que para ser amados tenemos que ser como los
demás, como los que la sociedad elogia y favorece, como las imágenes que vemos
en las redes sociales, como lo que la economía libidinal premia, y eso
generalmente también nos aleja de la posibilidad de seguir libremente nuestros
propios intereses y expresar nuestras propias ideas y conductas. Así en
cierta manera, queriendo ser amados, vamos en contra del amor, que es de manera
literal y también figuradamente creatividad y expresión de la propia esencia;
expresamos lo que los otros quieren oír, nos volvemos expertos en complacer a
los demás y en seguir modas y tendencias.
El amante ideal según la sociedad, el influencer, la
celebridad -el hombre y la mujer que tienen el cuerpo y la vida a la que
aspiramos-, si uno mira bien, en realidad son expertos en encarnar el
deseo colectivo, en convertirse en modelos, casi en títeres de ese deseo
colectivo, de expresar una cierta normalidad o estereotipo exaltado de lo bueno
y lo bello y en crear un lenguaje que obedece a lo que quieren escuchar las
masas.
Por otro lado, cuando encontramos un objeto que amamos, nos
aferramos a él, nos volvemos esclavos de sus reacciones y aprobaciones. Todo
gira en torno de esa persona o de ese objeto que nos produce tan efusivo
placer, pero que al mismo tiempo nos puede desposeer de la fuente de nuestra
felicidad con una mirada, con un gesto, con cualquier desatención. Nos
volvemos, como sugirió Borges, los devotos de una divinidad falible.
Y, sin embargo, ¿tiene sentido la vida sin el amor, sin ese
estar al menos en cierta forma sometidos o subyugados a algo que nos da
sentido? ¿Es posible amar sin necesidad como pura expresión libre? Tal vez sí,
pero entonces ya se ha superado el deseo de ser amado, se ama, pero no se
necesita ser amado. Este es el modo de amor del sabio, del santo, del ser que
ha encontrado una libertad espiritual, abandonando el ego. En el budismo es el
camino del bodhisattva. Un amor sublime pero que quizá ha perdido esa loca
pasión poética del amor romántico, del amor que elige un solo objeto y
encuentra en él la totalidad del universo.
Ese otro amor, al contrario, encuentra la totalidad del
universo en cada cosa, y no elige, es ecuánime, todo tiene el mismo sabor puro
y divino. Y, sobre todo, no depende de un único otro para su felicidad;
reconoce que cada cosa depende de todas las demás y que toda identidad es una
ilusión. Amar a una persona, creer que esa persona es la única, es todo, que
nos salva, nos da sentido, es al fin de cuentas una ilusión. La ilusión más
bella; para muchos la última ilusión que debe ser abandonada en el camino a la
libertad.
Las palabras de Atwood suenan verdaderas, cuando uno las
analiza racionalmente. Pero como la verdad que muestra Simone Weil en su
obra o la verdad de ciertas religiones de renuncia, a muchos nos parecerán muy
difíciles de seguir. Racionalmente podemos entenderlo, pero no nos parece con
la experiencia que la vida es algo que tiene que ver con ese deseo de
amar y ser amado, y no es el caso que la libertad es algo quizá
demasiado lejano y conceptual ¿Quién es totalmente libre? y ¿quién está
seguro de que existe tal cosa como la libertad que enseñan las religiones, el
paraíso, la total plenitud del ser? No es el caso que la vida está en depender
de los otros, y la independencia y falta de necesidad es ilusoria o
utópica? Muchos preferimos el placer, la salud, una vida con significado,
relativamente normal.
Ya sea porque nos exige demasiado y conocemos nuestras
debilidades morales y malos hábitos o porque no creemos realmente en ese estado
supremo de libertad, muchos preferiremos esa sensación, en la que encontramos
la vida misma, amar y ser amados, desear que el otro nos quiera, quererlo
y obtener esa correspondencia, la energía misma que mueve el universo.
Iris Murdoch describe de manera poética y visceral este tipo
de amor mutuo:
El intenso y mutuo
amor erótico, el amor que implica junto con la carne el más refinado ser sexual
del espíritu, que revela y quizá incluso crea el espíritu como sexo, es comparativamente
raro en este inconveniente mundo. Tal amor se presenta como un valor tan
embriagadoramente superior, que hasta el decir que uno lo disfruta parece ser
un sacrilegio. Es algo que uno debe experimentar de rodillas...Y cuando existe
no puede sino arrojar una ardiente luz de justificación sobre su propia escena,
una luz que pueda dejar al resto del mundo en tinieblas.
¿Es concebible esta intensidad de amor sin también ese deseo
físico y espiritual de ser amado, solo como un volcarse al otro y entregarse,
sin sentir también la angustia de la separación? ¿No es la separación el
verdadero combustible del amor? Y lo es justamente porque uno necesita del
otro, pues de otra manera no tendría sentido ese arder, ese anticipar, ese
anhelar que tanto describe no solo la literatura erótica sino la religiosa y
que forma parte de la épica del amor. Uno depende, uno necesita al amado,
como a Dios, y sin él está desprotegido y vaga irredento sin sentido.
No es ese combustible, el deseo, que se alimenta también del
miedo de separarse, lo cual aumenta la alegría del encuentro, cuando las
miradas y las sonrisas tiernas parecen llenar la tierra de luz, deleite y
energía, una forma de alquimia, la auténtica alquimia del cuerpo, que secreta
neurotransmisores y hormonas de felicidad y relajación, y produce diversas
cascadas químicas que aumentan las respuestas inmunes, la recuperación de los
tejidos y suavizan el cuerpo, alistándolo para recibir más amor, en un círculo
virtuoso, y que en el yoga es descrito como la derrama del néctar de la
inmortalidad, de la linfa divina, el soma?
Pero de nuevo, y estas son solo reflexiones, más
interrogantes, en un tema tan difícil y entrañable, ¿la razón por la que
preferimos la comodidad y la pasión de este deseo, no es porque no conocemos
realmente la libertad y no tenemos la valentía de aventurarnos más allá de la
seguridad que le da al ego ser amado? ¿No es la verdadera graduación de la vida
superar el amor como apego, la base de la formación del individuo en su
infancia, y trascenderlo?
Y es que las mismas tradiciones del tantra y el yoga
explican que el supremo placer viene cuando se ha trascendido todo deseo,
deseando sin yo, deseando en el vacío sin referente. Los amantes aniquilados en
su identificación con la divinidad, ya no individuos, sino procesos emanativos
reintegrativos de esa energía que resplandece en el vacío. Aunque de nuevo
esto es un tanto esotérico y la visión del amor romántico con la que se crece
en Occidente es aquella de que el amor es justamente la elección del yo, que se
ve identificado en un otro, no en la totalidad o en el vacío.
Así pues nos quedamos con estas interrogantes, en torno al
tema que más intriga y fascina al ser humano: el amor, pero también su relación
paradójica con la libertad y la necesidad. Pues, el amor cuando lo sentimos
parece elevarnos a nuestra condición más plena, expansiva y poderosa y al mismo
tiempo suele atarnos al objeto que nos brinda esa felicidad. Aquí se esboza una
posible solución, que es amar sin necesidad de ser amado, amar a todos y no
solo a uno. Pero esta propuesta, que nace de la religión sobre todo, resulta
sumamente avanzada y difícil y no parece del todo obvio, que ese amor
desinteresado, desapegado, pueda conservar parte de la fricción y de la
tensión que produce el encuentro alquímico del erotismo. Si bien es
cierto que el yoga y el tantra ofrecen algunas versiones, las cuales están
reservadas a los practicantes más elevados.
https://pijamasurf.com/2024/04/el_deseo_de_ser_amados_o_la_ultima_ilusion_del_ego/
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