5/5/21

Estamos destruyendo la posibilidad de que persista la vida humana organizada

EL PROBLEMA DE CHOMSKY

La opinión del filósofo no solo sigue siendo muy importante para entender el mundo, sino que además es inspiradora para afrontar adecuadamente catástrofes inminentes

Hace ya más de cuatro décadas, en 1979, Paul Robinson en un artículo en The New York Times dijo de Noam Chomsky que “posiblemente es el intelectual más importante vivo en la actualidad”. Muchas veces esta afirmación ha sido sacada de contexto, dado que el objetivo de Robinson no era más que criticar las visiones políticas del filósofo estadounidense. 

El artículo titulado ‘El problema de Chomsky’ se preguntaba cómo la persona capaz de realizar un trabajo tan sofisticado y con “una gran cantidad de estudios lingüísticos revolucionarios y altamente técnicos, muchos de ellos demasiado difíciles” para cualquier persona que no fuera lingüista, era también la misma que había escrito un montón de textos políticos “accesibles a cualquier persona alfabetizada, pero a menudo enloquecedoramente simples”.

En el año 1986, en el libro El conocimiento del lenguaje, Chomsky establece dos grandes problemas que concentraban su atención: El problema de Platón que “consiste en explicar cómo conocemos tanto teniendo en cuenta que los datos de los que disponemos son tan escasos” y El problema de Orwell que “consiste en explicar cómo conocemos y comprendemos tan poco, a pesar de que disponemos de unos datos tan ricos”. 

Tal como ha señalado muchas veces Chomsky, Orwell se preguntaba por la libertad de expresión tanto en estados totalitarios como en estados democráticos y libres, siendo este último caso especialmente interesante para comprender el funcionamiento de nuestras sociedades democráticas. Un ejemplo que siempre vale la pena recordar es que al autor de Rebelión en la Granja le censuraron el prólogo de la primera edición por hacer una crítica a la prensa británica. Según Orwell, la prensa estaba “muy centralizada, cuya propiedad es, en su mayor parte, de unos pocos hombres adinerados que tienen muchos motivos para no ser demasiado honestos al tratar ciertos temas importantes”.

Siendo cuidadoso con los hechos, creo que resulta justo afirmar que ‘El problema de Chomsky” formulado no hacía más que reforzar “El problema de Orwell’. El historial terrible de la política exterior estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial y la propaganda mediática son dos puntos que dan la razón al pensador estadounidense, ya que las críticas a las conculcaciones de los derechos humanos por parte de los Estados Unidos eran también apartadas de ese consenso aceptable para las élites, que explicó con mayor detalle junto con Edward S. Herman en Manufacturing Consent.

Lo más interesante a la hora de plantear los problemas de Platón y de Orwell es que para Chomsky, el de Orwell era “mucho menos” profundo e “intelectualmente excitante” que el de Platón, aunque seguidamente advirtiera de que “a menos que lleguemos a comprender el problema de Orwell y a reconocer su importancia en nuestra vida cultural y social, y a superarlo, existen pocas probabilidades de que la especie humana sobreviva el tiempo suficiente para descubrir la respuesta al problema de Platón o a otros que desafían nuestro intelecto y nuestra imaginación”.

El problema de Orwell también nos ayuda a entender por qué Chomsky ha sido a lo largo de su vida descaradamente censurado por los grandes medios a pesar de ser uno de los autores más citados del siglo XX. La respuesta está en lo que se conoce muy bien desde la izquierda: cualquier pensamiento que desafíe al Poder va a tender a ser censurado, ridiculizado y tildado posteriormente de subversivo o radical.

El último libro sobre Chomsky, Chomsky for Activists, ha arrojado bastante luz a este respecto. En el libro se recogen unas entrevistas al lingüista estadounidense y se da voz también a muchos de los amigos con los que ha compartido experiencias a lo largo de su vida. Este es el caso del actor Wallace Shawn que admite que The New York Times (NYT) censuró una respuesta suya cuando el medio estadounidense le pregunto sobre sus opiniones políticas. Shawn respondió: “si quieres tener una respuesta simple, diría que creo en el tipo de cosas que Chomsky cree. Así que, si lees sus libros, tendrás una buena idea de lo que yo pienso”. El NYT decidió cortar estas declaraciones porque según le dijeron a Shawn, un jugador de hockey había dicho lo mismo hacía tres meses y “no podían seguir promocionando a este individuo”.

Chomsky for Activists se hace también muy interesante por todo lo que ha significado a una generación de activistas no solo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. Tal como dijo hace poco el experto en ciencia política, Norman Finkelstein, contando una anécdota muy divertida, Chomsky siempre ha sido 1% genialidad y 99% inspiración. Una persona que trabajaba 20 horas al día, que ha viajado por todo el mundo y que, como se recuerda en este libro, siempre ha trabajado con pasión, humanidad y sobre todo mostrando mucha empatía hacia toda la gente que veía sufrir. Una persona que podía romper a llorar tras escuchar los testimonios de los refugiados en Laos, tal como le sucedió en el año 70.

A pesar de ver con sus propios ojos la destrucción a menudo causada por Occidente, Chomsky nunca ha perdido el optimismo dentro de esta fatalidad que le ha animado siempre a denunciar: “las experiencias más esperanzadoras que he tenido ha sido involucrarme con las personas realmente pobres y desfavorecidas que estaban luchando y obteniendo logros”.

En el libro también se recoge un alegato a la esperanza y al optimismo en un momento en el que podemos sentirnos tentados a tirar la toalla. Durante las entrevistas se sacan varios temas que siguen sin perder actualidad y que empujan a un relativo optimismo si colocamos todo en la correcta perspectiva.

Conviene hacer una pequeña contextualización con una de las ideas más importantes para el activismo que siempre ha recordado Chomsky apoyándose en uno de sus filósofos favoritos, David Hume. Según Chomsky, contrario a lo que se supone muchas veces, el poder siempre está en manos de los “gobernados”. Es La Paradoja de Hume. Lo interesante es descubrir que esta subordinación al poder se hace más interesante en el caso de las sociedades democráticas debido a la importancia que adquiere el consenso. Saber esto significa ser lo suficientemente audaz y buen estratega para combatir toda la propaganda que el poder utiliza para perpetuar situaciones injustas. Las experiencias personales que ha vivido Chomsky lo confirman. Lo que a veces parece imposible, se convierte en realidad.

Las victorias son posibles porque el verdadero poder lo tienen los gobernados.

Un gran ejemplo es precisamente la guerra de Vietnam donde Chomsky vivió en primera persona cómo al principio del conflicto era prácticamente imposible manifestarse. Chomsky relata que en los mítines había siempre cuatro gatos y que era precisamente “la policía” quien “protegía a personas como nosotros de ser asesinadas. No porque les resultáramos agradables, sino simplemente porque no querían un derramamiento de sangre”. Por esos cuatro gatos que se manifestaban contra un imperio, acabaron produciéndose manifestaciones masivas que denunciaron los crímenes de las administraciones estadounidenses. De sobra es sabido que el activismo de los años 60 cambió para siempre los Estados Unidos.

Este cambio radical no habría sido posible sin “las innumerables pequeñas acciones de personas desconocidas” como recordaba siempre el historiador Howard Zinn. El libro también nos hace acordarnos de Zinn, de la historiadora Marilyn Young y del exanalista Daniel Ellsberg. “Estuve en Washington en 1971 con un grupo de lo que se llamaba entonces gente mayor. Quizá teníamos 40 años. Éramos un pequeño grupo afín y estábamos tratando que nos arrestaran. No lo hicieron porque solo querían arrestar a los jóvenes. Entonces, te sientas en medio de la calle y los autos de la policía corren hacia ti, pero se desvían a tu alrededor, mientras que jóvenes que caminaban con vaqueros eran detenidos”.

En mi opinión, una de las mayores aportaciones que hace Chomsky for Activists es brindar esa sensación de que pese a todo, todavía las cosas no están perdidas. Es algo que tenemos que asumir si tenemos en cuenta que afrontamos posiblemente la mayor amenaza que la humanidad ha enfrentado jamás. Sobre esto, Chomsky advierte de que todo este cambio debe producirse en un tiempo muy pequeño a modo de evitar “el fin de la vida humana organizada”. 

Lo importante es que se puede hacer y es perfectamente realizable.

Además, hay buenos síntomas que invitan al optimismo. Un indicio muy grande es que, según el filósofo, nunca en la historia ha habido tanta gente involucrada como en la época actual. Es cierto que hay grandes retos que superar, como las más de cuatro décadas de atomización de la sociedad y de duro neoliberalismo, pero los cambios son posibles si aprendemos bien de los errores pasados y sabemos adaptarnos a la estrategia adecuada que aceleren estos cambios tan urgentes.

Sobre la crisis climática, hay que recordar que hay opciones muy viables para alcanzar los objetivos que marca la comunidad científica. También, el año pasado, Chomsky publicó un libro junto a Robert Pollin, Climate Crisis and the Global Green New Deal, donde se señalaba que impulsar una economía verde no solo es posible, sino que además no supondrá un esfuerzo excesivamente grande si lo comparamos con otros períodos históricos. 

Esta es la visión “del economista Jeffrey Sachs que concluye, en un cuidadoso estudio, que ‘al contrario de lo que se afirma en algunos comentarios, la descarbonización no requerirá una movilización de la economía estadounidense comparable a la de la Segunda Guerra Mundial. Los costos adicionales de la descarbonización por encima del costo normal de energía serían del 1% o 2 % del PIB (Producto Interior Bruto)’”.

La catástrofe climática que estamos viviendo en la actualidad es uno de los tres motivos por los que el Boletín de Científicos Atómicos ha alertado que la humanidad esté tan cerca de su extinción. Nótese que el hecho de que los científicos adviertan que nos estamos acercando al precipicio y que la opinión pública no esté hablando lo suficientemente de ello vuelve a dar la razón a la predicción de Chomsky de hace 35 años: si no somos conscientes del Problema de Orwell existen pocas probabilidades de que la especie humana sobreviva y, por tanto, va a ser imposible salir de la crisis climática.

Otro aspecto que da más vigencia que nunca a Orwell es que en los medios de comunicación apenas se ha comentado el peligro constante que supone vivir en un mundo con armas nucleares. Los planes de Trump de cargarse poco a poco los tratados internacionales y de tensar las relaciones con Irán, o las pretensiones posteriores de Biden de seguir una política exterior que no solucione parte de los errores Trump, deberían haber venido de una condena unánime por parte de los medios de comunicación, o al menos de los medios en Estados Unidos. 

Es verdaderamente ilustrativo que la administración Biden haya sido incapaz de volver a uno de los escasos logros de la administración Obama en Oriente Próximo: el pacto nuclear con Irán. En este punto, de momento la administración Biden sigue adoptando la misma estrategia que su predecesor. Un ejemplo muy claro lo estamos viendo de nuevo en Yemen, país en el que sigue sin estar dispuesto a forzar la paz después de que Barack Obama apoyara una intervención militar que ha matado a cientos de miles de personas.

Una de las mayores preocupaciones de Chomsky en los últimos tiempos es conseguir precisamente destensar Oriente Próximo. Lo lleva repitiendo años y años y lo volvió a hacer recientemente en La Conferencia Inaugural de Universidad de Rojava. El principal obstáculo para conseguir una zona libre de armas nucleares sigue siendo Israel y los Estados Unidos. Esto lo evidencia fundamentalmente que cada vez más Israel se está quedando solo en el panorama internacional, aunque sigue teniendo un apoyo decisivo por parte de EE.UU. Esto puede cambiar en cualquier momento y, de hecho, se están produciendo maravillosos cambios dentro de los Estados Unidos. 

Se hace bastante evidenciable en la postura que tienen los grandes medios de comunicación en comparación con hace más de una década. Una lectura rápida al NYT confirma rápidamente esta buena noticia. De nuevo, Chomsky tiene una respuesta bastante convincente. La lucha constante del activismo ha conseguido desplazar a buena parte de los medios de comunicación hacia la izquierda. Es interesante, por ejemplo, comparar la complacencia de los grandes medios de comunicación en España hacia los comportamientos trumpistas y neofascistas de Ayuso y VOX, con la contundencia que mostraron los medios estadounidenses hacia Donald Trump.

Es otra señal para ser optimista, aunque hay que tener en cuenta que estos cambios deben hacerse inmediatamente para aumentar las posibilidades de que la especie humana sobreviva. El caso de Qasem Soleimani evidencia que en cualquier momento puede saltar una chispa que suponga una guerra nuclear, en otras palabras, el fin del mundo.

El tercer motivo de que estemos en una situación muy delicada tiene que ver con el deterioro continuo de las democracias en el mundo. Esto motivó unas declaraciones de Chomsky en la Iglesia de Old South en abril del 2019, recogidas también por el libro Cooperación o Extinción: “Hoy no nos enfrentamos al auge de algo como el nazismo, así estamos ante la propagación de lo que alguna vez se ha llamado la Internacional Reaccionaria”.

Chomsky advierte que esta deriva actual tiene en algunos sentidos mayores peligros que el fascismo de los años 30. El punto no está ni mucho menos en despreciar los crímenes del fascismo y el nazismo (recordemos que los padres de Chomsky eran judíos), sino en advertir cuál es el riesgo que enfrentan nuestras democracias. Esta es la razón por la que antes de celebrarse las elecciones en los Estados Unidos, dijo en una entrevista para The Independent  que “Trump era peor que Hitler”, a pesar de que “Hitler matara 6 millones de judíos y 30 millones de eslavos”. 

Lo que llevó a hacer una declaración de este tipo es intentar hacer caer en la cuenta al público de que tipos como Donald Trump están intentando destruir “con pasión, la vida humana organizada en la Tierra”. En consonancia con el respeto que siempre Chomsky ha mostrado hacia Adam Smith, dijo que “las payasadas de Trump eran toleradas por aquellos a quienes Adam Smith denominó ‘los amos de la humanidad’: en su época, los comerciantes y fabricantes de Inglaterra, en la nuestra, las corporaciones multinacionales y las instituciones financieras, llamados ‘los amos del universo’”.

De igual forma, el coronavirus ha mostrado de una forma bastante impactante las grandes deficiencias del neoliberalismo y la destrucción que provoca en nuestras sociedades. De nuevo, en Chomsky for Activists se hace una mención expresa a este destrozo. En primer lugar, las advertencias de la comunidad científica fueron desatendidas con especial intensidad por parte de gobernantes reaccionarios entre los cuales Trump es un buen ejemplo. Es inevitable para un ciudadano español no volver a pensar en Isabel Díaz Ayuso y en cómo ha copiado parte del discurso del excepcionalismo estadounidense, aunque llevándolo a un plano incluso más ridículo y más zafio.

El libro recoge también unas palabras de Chomsky que resumen muy bien cómo el capitalismo en su versión neoliberal forma parte de los problemas que hemos visto:

“En el fondo, la pandemia de Covid-19 es el resultado de un colosal fallo en el mercado, muy parecido a la crisis medioambiental. Se sabía desde hacía años que era probable que se produjera una pandemia. La epidemia de SARS fue causada por un coronavirus similar. Pronto se secuenció su genoma y se desarrollaron vacunas, aunque no pasaron del nivel preclínico. Eso debería haber ayudado a investigar virus relacionados como el de hoy y a desarrollar defensas y curas, al menos para tener las instalaciones preparadas para hacer frente a una crisis importante. Las grandes farmacéuticas tenían poco interés. Siguiendo la buena lógica capitalista, se adhirió a las señales del mercado, que dictan que no hay beneficio en prepararse para una crisis catastrófica. Las instituciones sanitarias mantuvieron conceptos de eficiencia: no había reservas en el sistema, por lo que cualquier imprevisto drástico iba a causar una catástrofe”.

Las críticas por parte del filósofo han ido subiendo de tono en consonancia con muchas de las demandas de las ONG, como por ejemplo lo que está ocurriendo con la vacunación en el mundo y en la protección de los intereses de las grandes empresas farmacéuticas. Chomsky alertó recientemente en una entrevista que “es entendido perfectamente en todos los ámbitos que, a menos que haya una vacunación rápida de las personas en los países pobres va a ser un desastre [...] El capitalismo se ha vuelto loco. Tenemos que ser codiciosos, incluso si nos mata y sabemos que nos está matando”. ¿Qué estamos haciendo? “Atesorar vacunas y no usarlas con el conocimiento consciente de que nos estamos suicidando”.

El pasado 26 de abril, el Financial Times —uno de los medios preferidos de Chomsky— llegó a esa misma conclusión: “el riesgo para el resto del mundo es que cuanto más grande sea el grupo de infecciones a nivel mundial, mayor será el riesgo de que las mutaciones produzcan variantes más contagiosas o resistentes a las vacunas”.

Esta es una de las razones por las que cuesta mucho trabajo intentar descifrar qué es lo que pretende la administración Biden no solo manteniendo parte de la doctrina Trump en relación a Cuba, Venezuela o Irán, sino también presionando a Brasil para que no compre la vacuna rusa. Esto lo hemos sabido gracias a un   informe salido en enero donde se buscaba “persuadir” a Brasil para que no comprara vacunas a Rusia, ya que de esta forma podría expandir su influencia “en detrimento de la seguridad de los Estados Unidos”. Después de que un oficial de la Casa Blanca se distanciara del informe, lo cierto es que la secretaria de prensa, Jen Psaki, ha asumido de nuevo esta retórica al decir que “estaba preocupada por el uso o intento de uso de vacunas como medio de diplomacia por parte de Rusia y China”.

La situación actual en Brasil es verdaderamente dramática. Después de años de gran progreso con Lula Da Silva, cuando mucha gente salió de la pobreza, el país vive ahora uno de los momentos más obscuros en su vuelta a la democracia. Jair Bolsonaro está al mando de un país que es testigo de sus delirios fascistas. De un tipo tan miserable que es capaz de criticar a la dictadura brasileña por no haber matado lo suficiente. Esto se traslada en todos los aspectos: desde su pretensión de acabar con el Amazonas, en la abominable forma de gestionar la pandemia, y en la adopción del neoliberalismo más dañino para el pueblo brasileño. Antes de la llegada del coronavirus y ante todo el panorama nefasto que se zanjó con la encarcelación de Lula, Chomsky decidió viajar a sus 89 años de edad a Brasil para visitarlo antes de que este saliera de la cárcel.

Hay que recordar que el lingüista fue bastante crítico con la corrupción del Partido de los Trabajadores, pero no pasó por alto que la clase empresarial brasileña había decidido utilizar estos momentos de crisis para llevar a cabo un Golpe de Estado. En una conversación para Democracy Now! en mayo de 2016, Chomsky alertó de un “golpe suave” contra Dilma Rousseff, motivado porque “la élite brasileña detestaba al Partido de los Trabajadores y esta[ban] utilizando esta oportunidad para deshacerse del partido que ganó las elecciones”.

Dos años después, tras visitar a Lula en la cárcel, Chomsky denunció su persecución y que había sido condenado “prácticamente de por vida”. El lingüista reportó que Lula estaba aislado “sin acceso a la prensa” y “con visitas limitadas un día a la semana”. Finalmente, Chomsky consideró a Lula como “el prisionero político más importante del mundo”. A día de hoy, Lula tiene posibilidades reales de convertirse en presidente de Brasil tras haber sufrido un auténtico calvario.

Aunque hay otras cuestiones muy importantes que trata el libro, se hace muy interesante escuchar las respuestas de Chomsky a las preguntas del entrevistador sobre las políticas identitarias. Las respuestas son igualmente sencillas, pero eso no significa que no nazcan de la adecuada meditación del filósofo. A pesar de que a sus 92 años de edad podría mostrar desprecio hacia los grandes avances culturales y de derechos humanos que hemos visto en los últimos años, Chomsky vuelve a ser esa excepción maravillosa de una mente que sigue abierta en muchos aspectos. A la hora de plantear los posibles conflictos entre las políticas identitarias y los desafíos económicos y sociales, el filósofo estadounidense no solo no ve incompatibilidad, sino que cree que deben ir de la mano.

Como buen anarquista, para Chomsky siempre es importante prestar atención a las estructuras de poder actuales y a las resistencias a los cambios que tienen dichas estructuras para utilizar la mejor estrategia para desmantelarlas en el caso de que no se justifiquen y remplazarlas por algo más libre y justo. En este sentido, admite que los avances en políticas identitarias enfrentan menor resistencia por parte de las élites, pero no por eso son menos importantes ni hay que degradarlas:

“El problema no está en centrarnos en lo que se llama políticas de identidad, que significa los diversos tipos de derechos humanos y civiles. Eso tiene mucho sentido. El problema es eliminar el tema de la política centrada en las clases sociales. [En la era neoliberal] es lo que se ha omitido y marginado: el verdadero problema. Las políticas de clase e identidad deberían identificarse casi por completo”.

Por último, todas estas luchas que el activismo debe llevar a cabo tienen que estar conectadas por el inevitable hecho de que la humanidad debe decidir en los próximos años si quiere seguir sobreviviendo: “Estamos destruyendo la posibilidad de que persista la vida humana organizada. Ese es un problema en común”. Esta es quizá la idea más importante que Chomsky lleva repitiendo con mucha insistencia durante los últimos tiempos y tiene un fuerte carácter conmovedor. Después de tantos años de lucha contra la crueldad de nuestros gobiernos, sigue manteniendo la esperanza.

Pensándolo bien, seguramente el verdadero problema de Chomsky consista en responder adecuadamente a esta pregunta: ¿Cómo es posible que la misma persona que ha seguido con tanto detalle nuestras peores miserias, sea capaz de mantener la esperanza ante un mundo que no para de quebrarse a pedazos? Sinceramente, creo que la respuesta es bastante sencilla: no hay otra alternativa.

https://www.elsaltodiario.com/laplaza/el-problema-de-chomsky  

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