PARA ABONAR UNA NUEVA AGENDA COMÚN GLOBAL
Una minoría
creciente de los movimientos sociales creemos que estamos frente a
una auténtica crisis sistémica y global o, para ser más exactos,
ante una civilización fallida en fase de colapso. ¿Cómo debe ser
la agenda para afrontar el futuro?
En
octubre se celebró el Encuentro
Islas Encendidas, un
evento impulsado por la iniciativa Quórum
Global con
el objetivo de impulsar un proceso de confluencia desde abajo frente
a la crisis democrática y ecosocial. Allí nos reunimos cerca de
tres centenares de personas procedentes en su mayoría de ONG, pero
también del movimiento feminista, antirracista, ecologista, vecinal,
etc.
El
Encuentro transcurrió en un clima de gran afinidad entre las
personas y organizaciones participantes en
torno a una idea central que
fue repetida a lo largo de los tres días, “la necesidad de poner
la vida en el centro frente a la lógica neoliberal y la emergencia
de los fascismos”. Sin embargo, bajo este aparente consenso emergió
una cuestión que resultó polémica, la relativa a si la nueva
Agenda Internacional 2030 marcada por los Objetivos
de Desarrollo Sostenible (ODS) es
un buen marco de referencia desde el que trabajar juntas para lograr
ese objetivo común.
Una
controversia que refleja, en esencia, la existencia de al menos dos
interpretaciones radicalmente distintas de la crisis que estamos
viviendo y que, en consecuencia, plantea hojas de ruta también
diferentes que, lejos de poder confluir, comienzan a ser divergentes
desde el mismo punto de partida: el diagnóstico. Mientras una
mayoría de las organizaciones y los movimientos sociales aún
consideran que lo que enfrentamos es básicamente una estafa
económica, una minoría creciente entendemos que estamos frente a
una auténtica crisis sistémica y global o, para ser más exactos,
ante una civilización
fallida en fase de colapso.
LOS ODS UN DOCUMENTO SIN DIAGNÓSTICO
Lo
primero que llama la atención cuando se analizan los ODS es que
carecen de un diagnóstico acerca de las realidades sobre las que se
quiere actuar, proponiendo 17 objetivos y 169 metas, sin el más
mínimo argumento que los justifique y permita comprender su razón
de ser. No hay nada, ni siquiera un somero diagnóstico que nos ayude
a comprender cuáles son las causas que hay detrás de fenómenos
como la pobreza, el hambre, las enfermedades, las desigualdades entre
géneros o económicas, la degradación del medioambiente o el cambio
climático. Y, ¿cómo no tener en cuenta las causas de esos
problemas? ¿Acaso se quiere dar respuesta sólo a los síntomas?
LOS
ODS TRAZAN EL CAMINO: MÁS CRECIMIENTO E INDUSTRIALIZACIÓN
Por
otra parte, como bien argumenta Manuel Casal en “La
Agenda 2030, misión imposible” existe
una “preocupante mezcla entre fines y medios”. Mientras que “lo
adecuado hubiera sido establecer unos fines, permitiendo flexibilidad
en los medios”, se opta por “poner determinados medios a la misma
altura que los fines, lo que genera confusión, contradicciones y
rigidez”. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, con el “crecimiento
económico” (O8) y “la industrialización” (O9) que son
instrumentos convertidos en objetivos, marcando así el camino a
seguir para alcanzar los verdaderos fines, como son “poner fin a la
pobreza (O1) y al hambre (O2)” o “lograr la igualdad entre los
géneros (O5)”.
Esta
imposición de medios para la consecución de fines resulta
especialmente alarmante cuando la Agenda se presenta además en
ausencia de un diagnóstico. ¿Cómo justificar más crecimiento e
industrialización? ¿Aceptaríamos un tratamiento médico sin antes
conocer sus posibles riesgos, contraindicaciones y efectos
secundarios? ¿Cómo valorar la idoneidad de este tratamiento? ¿Qué
hace la diferencia? Ahí van algunas suposiciones:
2)
Esta falta de justificación pasa desapercibida, pues los
medios que se proponen como objetivos (O8
y O9) son mitos de nuestras sociedades modernas y
3)
Los agentes sociales dependen económicamente de que los gobiernos
destinen anualmente fondos renovados en el desarrollo de esta agenda,
por lo que ¿quién se atreve a morder la mano que le da de comer?
LA
FALACIA “SOSTENIBLE” E “INCLUSIVA”
Habrá
quien argumente que lo que la Agenda 2030 propone no es cualquier
tipo de crecimiento económico e industrialización, sino sólo de
aquellos que resultan ser “sostenibles” e “inclusivos”. Sin
embargo, la tozuda realidad demuestra que ambos conceptos son
auténticos oxímoron en el contexto actual.
En
el caso del crecimiento económico, su sostenibilidad no es realista
por múltiples razones, siendo la principal que nos encontramos ya en
un momento en el que hemos superado
el cénit mundial de
extracción del petróleo convencional siendo lo que tenemos por
delante un descenso energético que hará imposible nuevos
crecimientos económicos globales, teniendo en cuenta que las
energías renovables presentan grandes limitaciones
incluso para poder mantener el sistema económico en un estado
estacionario.
Pero
es que además el crecimiento económico es siempre insostenible. De
hecho, los crecimientos “verdes” no llegan siquiera a producir
una disminución total del consumo material y energético, ya que las
mejoras en eficiencia sólo se traducen en una disminución relativa,
es decir, en una reducción del consumo material y energético por
unidad producida. Por ejemplo, los coches modernos consumen menos
materia y energía que los más antiguos.
Sin
embargo, en una economía adicta al crecimiento, el imperativo del
crecimiento económico obliga al aumento de las ventas de coches y de
sus desplazamientos, de modo que no es posible un crecimiento
económico desacoplado de la degradación del medio ambiente y las
emisiones de gases de efecto invernadero, porque sencillamente cuanto
más crecen la producción y el consumo, más materia y energía se
necesitan extraer de nuestra corteza terrestre y más emisiones se
generan.
En
cuanto a la inclusividad social del crecimiento, resulta ingenuo
pensar que, ahora que nos adentramos en un escenario global de
creciente escasez, se vaya a producir la reducción de los niveles de
pobreza y desigualdad que no se logró cuando el crecimiento gozaba
de buena salud y existía mayor abundancia.
Por
otro lado, en el caso de la industrialización, no se entiende muy
bien a qué se refiere cuando se la apellida de “inclusiva” y
“sostenible”, en un contexto en el que los gobiernos y las
corporaciones transnacionales están trabajando juntos en el
desarrollo de la
cuarta revolución industrial (4RI). Una
disrupción tecnológica que, incluso según sus propios promotores,
amenaza con incrementar las desigualdades y los procesos de
exclusión, bajo el riesgo de crear una desigualdad
masiva entre
una clase tecnológica rica y una inmensa clase marginal, tanto en el
interior de los países como entre ellos, mediante una
robotización en
clara competencia con las generaciones presentes y futuras.
Pero
es que, además, la 4RI tampoco es sostenible tal y como analiza
detalladamente José
Halloy: “En
términos de energía y materiales, las tecnologías informáticas
actuales no son sostenibles a largo plazo”. De modo que podemos
afirmar que la cacareada industrialización 4.0 sólo puede
presentarse como una oportunidad si se invisibiliza su
insostenibilidad ecológica e
indeseabilidad social.
PERSEGUIR
EL CRECIMIENTO Y LA INDUSTRIALIZACIÓN ABONA EL FASCISMO
Insistir
entonces en el crecimiento y la industrialización en este contexto
global de creciente
escasez energética y
material es una vía genocida y ecosuicida que nos conduce
directamente a la guerra por los recursos y al caos climático a
través del desarrollo de agendas fascistas.
Un
fascismo que ya estamos viendo emerger en las grandes potencias
económicas y que se expresa en dos estrategias narrativas
complementarias: Por un lado, mediante la idea de “Mi país
primero” que busca sostener el crecimiento económico permitiendo
la entrada de ingentes cantidades de energía y materiales
procedentes en su mayoría de la expoliación neocolonial, mientras
se impide la entrada —cuando no se expulsa— a las poblaciones
inmigrantes y refugiadas, en su mayoría huérfanas de una vida digna
en sus territorios, ocupados y degradados por las guerras, el
extractivismo y el cambio climático.
Y,
por otro lado, mediante el discurso que da centralidad al “Hombre
Blanco Heterosexual y Nacional” con la que se busca fortalecer el
orden heteropatriarcal y colonial, devolviéndole un cierto
protagonismo a la vieja clase trabajadora industrial nacional,
empobrecida y precarizada, y desplazar su ira contra otros colectivos
sociales (pobres, inmigrantes, mujeres, homosexuales, etc.).
En
resumen, como bien argumenta Luis
I. Prádanos, “la
crisis ecosocial no requiere ni del catastrofismo apocalíptico (al
que nos conduce el imperativo del crecimiento económico), ni del
tecno-optimismo (fomentado desde la cuarta revolución industrial)”,
sino de nuevos ecosistemas culturales y socio-económicos capaces de
prosperar sin crecimiento, poniendo la defensa y el cuidado de la
vida en el centro.
POR
UNA NUEVA AGENDA COMÚN GLOBAL
A
estas alturas del Siglo XXI no habrá gobierno, organización o
movimiento social que pueda argumentar que el actual proceso de
colapso de nuestras sociedades modernas les pilló por sorpresa,
pues hace
más de 45 años que
nuestra civilización industrial lleva recibiendo avisos sobre el
abismo al
que nos conduce el imperativo del crecimiento ilimitado.
Sin
embargo, a pesar de dichos avisos, nada significativo se ha hecho
hasta la fecha para cambiar de rumbo. El proyecto civilizatorio
impulsado por la globalización de la
Modernidad Capitalista está llegando a su fin y
la lucha por todo aquello que amamos depende, ahora más que nunca,
de que las grandes mayorías sociales seamos capaces de presionar a
nuestros gobiernos para que abandonen el objetivo del crecimiento
económico e impulsar medidas de emergencia social y ecológica
capaces de favorecer nuevas formas de organización ecosocial que
permitan adaptarnos de forma rápida y justa a un escenario de
creciente escasez energética y material.
Muchas
personas, grupos y comunidades locales de todo el mundo ya han
comenzado a organizarse con el fin de satisfacer sus necesidades de
un modo más justo y resiliente fuera de la lógica industrial y la
búsqueda del beneficio económico: la agroecología, la
permacultura, los sistemas de movilidad sostenible, la
bioconstrucción, los sistemas de trueque en comunidad, los mercados
sociales, la economía social y solidaria, los barrios y municipios
en transición… son modelos que ya han demostrado su capacidad de
satisfacer las necesidades de las personas en equilibrio con los
límites de los ecosistemas. Sin embargo, para que dejen de ser
marginales y se conviertan en verdaderas alternativas necesitan de un
apoyo social masivo y de políticas activas de los gobiernos.
Si
los Objetivos de Desarrollo Sostenible disfrutan todavía de
legitimidad es porque aún la mayoría de los Agentes Sociales siguen
sin cuestionar en profundidad las bases de la civilización
industrial y su lógica de crecimiento ilimitado. Mientras los ricos
traman cómo
abandonar el barco, nosotros
parecemos empeñados en seguir remando y mantener a toda la
tripulación a bordo, con esperanzas de mejorar nuestras condiciones
como tripulantes.
Por
ello, antes de que naufraguemos y los ODS sean papel mojado,
quemémoslos y con sus cenizas abonemos el desarrollo de una nueva
agenda común global. Una nueva hoja de ruta feminista, antihomófoba,
queer, antirracista, decolonial, antimilitarista, municipalista y
ecologista que, con un diagnóstico comprensivo de las complejas
realidades que enfrentamos, nos permita una salida justa y ordenada
ante el hundimiento de este Titanic, evitando así la catástrofe del
fascismo, las guerras por los recursos y el caos climático. Nos
jugamos la vida en ello.
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