A
lo largo y ancho del blog
The Oil Crash se
han discutido en numerosas ocasiones los problemas que a la sociedad
industrial le va a causar la disminución de la energía disponible.
Con harta frecuencia, nos hemos entretenido a analizar hasta qué
punto el descenso energético puede comprometer la misma continuidad
de nuestra sociedad, y si al final vamos a colapsar o no. Todo el
discurso que hemos hecho hasta ahora es que la paulatina pérdida de
la energía disponible es un problema gravísimo y que solo nos va a
deparar pesar y sinsabores, permitiéndonos solo matizar si éstos
serán más o menos profundos, más duros o más sobrellevables. El
caso es que, después de los más de ocho años desde que abrí esta
bitácora, aún no hemos analizado la parte positiva del descenso
energético.
Y
sin embargo existe, realmente, un lado positivo asociado al declive
energético. El hecho de que en las próximas décadas tengamos que
vivir con menos energía implica que necesariamente en ciertos
aspectos se van a suceder una serie de mejoras bastante sustanciales
con respecto a la situación actual. Estas mejoras, por supuesto, no
cancelan o eliminan los deterioros que vamos a sufrir en otros
ámbitos; pero tener constancia de estos efectos benéficos puede
ayudarnos tener una perspectiva más correcta de cuál es el
escenario con el que vamos a tener que lidiar. Y es que muchas veces
creemos que en el futuro todo será mucho más difícil porque
asumimos que tendremos que continuar destinando los mismos recursos a
hacer las mismas cosas que hacemos ahora, cuando en realidad es
probable que algunas cosas mejoren por sí solas y así nos aligeren
en parte la pesada carga que se nos viene encima.
Nunca
antes habíamos hablado de esto, y posiblemente es un buen momento
para tratar este tema. Es el momento de hablar de las buenas
noticias. En lo que sigue, haré una enumeración no exhaustiva de
las mismas, explicándolas y contextualizándolas.
1. Vamos a
limitar el Cambio Climático
En
la actualidad el incremento de la concentración de CO2 atmosférico
continua por encima de las 2 partes por millón (ppm) al año. En
recientes declaraciones,
el Secretario General de Naciones Unidad, Antonio Guterres, afirmó
que “el cambio climático avanza más rápido que nosotros” y que
las sociedades humanas se han de conjurar para evitar lo peor de esta
amenaza, y en todo caso antes de 2020. Por supuesto, no hay ni el más
mínimo indicio de que se vaya a proceder a una descarbonización tan
drástica y rápida en los próximos dos años. Sin embargo, el
inevitable y probablemente
precipitado descenso de la producción de petróleo,
justamente con la crisis económica que se desencadenará, tendrán
un efecto demoledor sobre la demanda y consumo del petróleo (ya
saben, la
espiral)
y provocará un efecto similar al que vimos en 2009 y los años
siguientes: un sensible descenso de las emisiones de CO2.
Pero en este caso, a medida que la crisis se vuelva sistémica e
instalada, el descenso no será puntual, sino permanente. Bien es
cierto que, en la desesperación del capitalismo actual por
sobrevivir un poco de tiempo más, en el corto plazo se recurrirá
sin duda a fuentes
de energía más contaminantes y con mayores emisiones de CO2 por
julio de energía producido,
pero aún así nuestra curva final de emisiones va a ser
sensiblemente inferior a la que prevén los modelos climáticos.
Cabe
hacer dos matizaciones importantes a esta última afirmación. La
primera, que todos los modelos del IPCC sobre
la previsión de la evolución del clima del planeta contemplan un
gran porcentaje de absorción de las emisiones de CO2 a
través de tecnologías de captura y secuestro de carbono,
tecnologías que no están desarrolladas ni mucho menos implantadas a
una escala significativa. Así pues, la caída de emisiones asociada
al descenso energético del petróleo y demás materias primas no
renovables no va a mejorar mucho las previsiones climáticas que se
hacen actualmente, porque éstas contemplan esa captura de carbono
que no se va a producir. La segunda matización es que, dada la
inercia del clima, incluso aunque ahora mismo se detuvieran las
emisiones el planeta seguiría calentándose durante muchas décadas,
y no se compensarían los efectos del actual cambio climático en
marcha hasta que no pasase por lo menos un milenio, que es el tiempo
que necesita la Tierra para deshacerse del actual exceso de
CO2 atmosférico.
A
pesar de todo ello, el descenso energético va implicar, sin duda,
que no vamos a desestabilizar el clima tanto como lo haríamos si
pudiéramos, si tuviéramos más combustibles fósiles disponibles; y
esto seguro implica que el problema tendrá una magnitud más
manejable (dentro de lo difícil que será gestionarlo en todo caso).
2. Vamos a
detener (en parte) la contaminación
Relacionado
con lo anterior, el descenso energético va a implicar un descenso
del comercio global, del transporte de mercancías, de producción de
las mismas y de generación de residuos. La actividad industrial se
va a reducir enormemente y tendrá que volverse mucho más eficiente
en el aprovechamiento de las materias primas. Por todo ello, la
cantidad de residuos generados va a ser mucho menor que la actual,
probablemente varios órdenes de magnitud inferior. Lo cual va a ser
muy conveniente, porque la
enorme presión humana sobre el planeta está creando problemas
gravísimos,
y aunque tendremos que lidiar con muchos de los problemas generados
por nuestros residuos durante muchas décadas, posiblemente
incluso milenios,
el hecho de no generar más será sin duda muy útil. Además, al
dejar de generar más residuos le vamos dando una oportunidad a la
capacidad de reciclaje/regeneración del planeta que aún no hemos
dañado de irlos eliminando.
3. Vamos a
reducir nuestra presión sobre los ecosistemas
El
potencial destructivo de la Humanidad está enormemente amplificada
por la abundancia de energía asequible. El esquilmamiento de las
pesquerías, el acoso a las últimas reservas de animales salvajes,
la profunda transformación de la biosfera planetaria para acomodar
las masivas actividades agro-ganaderas… todo eso va ir disminuyendo
de intensidad a lo largo de las próximas décadas porque simplemente
no vamos a tener suficiente energía para continuar con la actual
borrachera extractiva y destructiva. Aquellos ecosistemas más
dañados, desestabilizados o directamente destruidos irán siendo
progresivamente sustituidos por otros nuevos, que pueden ser muy
diferentes a los anteriores y no necesariamente muy ventajosos para
los seres humanos. La principal salvedad es que en el corto plazo, en
la agonía del capitalismo financiero global, lo más probable es que
se intenten explotar de manera muy insostenible algunos ecosistemas
fundamentales (por ejemplo, con la tala incontrolada de bosques para
producir leña que se queme tanto para calefacción como para
producir calor de uso industrial o gases
combustibles para vehículos).
Pero en el medio y largo plazo, la necesidad de adaptarse a los
límites biofísicos, que además serán más territorializados, hará
que se alcancen nuevos equilibrios (que en algunos casos implicarán
la erradicación local de la especie humana).
4. No se va a
producir la Singularidad
Una
de las obsesiones recurrentes de los especialistas tecnológicos y
económicos de nuestro tiempo es que, con las progresivas mejoras en
el desarrollo de la Inteligencia Artificial (AI) y con la extensión
de internet, en un momento próximo se producirá la
Singularidad:
un momento a partir del cual la AI será capaz de automejorarse de
manera exponencial y que hará que la AI supere a toda la capacidad
intelectual humana, lo cual llevará de manera natural a que la AI
tome el control del planeta. La hipótesis de la Singularidad
Tecnológica tiene dos graves problemas, hoy por hoy. El primero es
que los avances en AI, importantes como son, están siendo bastante
exagerados por la prensa generalista, y lo cierto y verdad es que aún
estamos muy lejos de que la AI sea capaz de hacer cosas que un humano
encuentra básicas (al margen se encuentra la
objeción no resuelta planteada por Roger Penrose de que la
inteligencia humana no es de naturaleza algorítmica y
por tanto no es imitable por las AI clásicas). El segundo problema,
poco estudiado en general, reside en el hecho de que los grandes
expertos están dando por hecho que la AI sería un ente con poca
carga material o prácticamente inmaterial, cuando es justamente lo
contrario: en la actualidad, las operaciones ordinarias de
internet suponen
aproximadamente el 5% del consumo de electricidad mundial,
y de seguir aumentando al ritmo actual serían ya el
20% del consumo eléctrico en 2025.
Pero si uno tiene en cuenta el coste energético de fabricación de
todos esos equipos (desde los grandes centros de datos a los miles de
millones de ordenadores y teléfonos móviles, pasando por los
centenares de miles de kilómetros de cableados diversos), las
cantidades de energía consumidas anualmente son varias veces
mayores, de modo que en la actualidad las Tecnologías de la
Información y las Comunicaciones (TIC) implican el consumo de más
del 4% de toda la energía (no solo electricidad) del mundo, y de
seguir así llegaría rápidamente a más del 25% antes de una
década. En modo alguno las TIC son inmateriales; peor aún, las más
avanzadas tecnologías utilizan elementos químicos difíciles y
caros de producir, las denominadas tierras raras, las cuales no
solo llevan a importantes guerras comerciales entre los países,
sino que comportan un gran consumo de energía en su extracción y
procesamiento. El caso es que la Singularidad no se va a producir
porque el planeta no puede soportar su inmensa huella energética y
material.
5. No se van a
destruir empleos por culpa de la robotización
Como
una derivada a menor escala de lo anterior, otra de las amenazas con
la que los expertos nos amedrentan no se va a producir: la de la
substitución masiva de empleos por culpa del avance tecnológico y
la robotización. Entendámonos: la robotización —más bien, la
automatización— de muchos procedimientos fabriles no es algo que
se vaya a producir, sino que hace ya décadas que se produjo,
principalmente en aquellas tareas que se podían fácilmente
automatizar; es el caso, por ejemplo, de muchas cadenas de montaje
fabriles. Y sin embargo, en muchos procesos la supervisión humana
sigue siendo algo fundamental, porque los actuales sistemas de AI
siguen siendo demasiado imperfectos, demasiado limitados para lidiar
con la enorme diversidad y casuística de los problemas físicos
reales que uno se encuentra en el mundo real. Eso explica, por
ejemplo, los sucesivos problemas que se ha encontrado el fabricante
de coches eléctricos Tesla, que de prometer grandes producciones de
coches gracias a la automatización extrema de sus fábricas se ha
encontrado que la
automatización extrema es menos eficiente que el uso de humanos para
tal fin —pero,
claro, a los humanos hay que pagarles un sueldo. Y si la cosa no
acaba de pitar en una línea de ensamblaje, pueden hacerse Vds. una
idea de lo lejos que estamos de que se sustituyan otros empleos más
sofisticados en entornos menos controlables. El tema de la
robotización es muy caro a los sumos sacerdotes de esa
secta religiosa destructiva conocida como liberalismo,
porque justamente les permitiría conseguir una productividad por
trabajador infinita (al no tener trabajadores), pero es una completa
falacia lógica. Y es que robotizar todos los ámbitos implicaría
una inversión de recursos descomunal, de entrada para crear la AI,
pero también para desarrollar todos esos programas que se adapten a
entornos complejos (y los entornos meramente verbales no son menos
complejos que los completamente físicos) y para crear los sistemas
físicos que, al final, tienen también una base material.
6. Vamos a
relocalizar los empleos
Uno
de los grandes problemas de nuestro tiempo es la hipermovilidad: nos
movemos continuamente, rápidamente, por todas partes. Nos vamos de
vacaciones a, literalmente, el otro extremo del mundo (bueno, los que
pueden permitírselo), pero incluso para ir a trabajar y el resto de
actividades cotidianas nos desplazamos decenas, a veces incluso
centenares de kilómetros. Los trabajadores son expulsados del centro
de las ciudades por culpa de los altos precios de la vivienda, sobre
todo en aquéllas que padecen ese
proceso denominado gentrificación,
y se ven obligados a vivir en la periferia y a incrementar su tiempo
de transporte diario (ya se sabe, los ricos pagan con dinero y los
pobres con tiempo). Los trabajadores menos cualificados, encima, han
perdido su trabajo ya que las fábricas se han trasladado a otros
países de mano de obra más barata, y los productos ya elaborados se
traen desde allí en grandes cargueros. Es un flujo rápido y
constante de personas y materiales.
Todo
este desenfreno ha sido posible gracias a los combustibles fósiles,
a la enorme cantidad de energía barata de la que disponíamos. Pero
eso es justamente lo que se está acabando. En los años que vendrán,
en el transcurso de las próximas décadas, la producción de
cualquier bien que se quiera comercializar aquí tendrá que
radicarse en algún lugar cercano, porque transportar bienes y
personas ya no será tan barato; a veces ni tan siquiera será
posible. Y eso implica que se va a volver a crear empleo localmente,
empleo que va a estar bastante menos automatizado, porque algunos
procesos automáticos implican un gran gasto energético. Quizá no
sean grandes empleos, quizá los salarios no serán tan grandes, pero
cuando el fragor del derrumbe de nuestro castillo de naipes haya
cesado habrá muchas oportunidades de trabajo para los que se sepan
adaptar.
Los
riesgos del descenso energético siguen siendo los mismos que eran:
podemos sucumbir al autoritarismo y a las guerras, podemos
colapsar en
mayor o menor medida,
puede haber problemas
de escasez de alimentos o
de agua potable, podemos destruir aún muchos ecosistemas al
aferrarnos a un modelo inviable, y tendremos que lidiar en todo caso
con un cambio climático que va a persistir durante mucho tiempo. Y
sin embargo, saber que a pesar de todo habrá efectos benéficos,
puede ayudar a centrar nuestra atención en esos otros aspectos cuyo
devenir es más incierto o de seguro peor.
Nos
centramos tanto en lo que perdemos (o en lo que creemos perder) que
no vemos aquello que ganamos. Entre otras cosas porque la ganancia en
muchos casos se produce mediante la eliminación de algo; algo que es
malo en realidad, pero que es algo que se pierde, de las misma manera
y por la misma razón que perderemos cosas buenas. Lo más curioso es
que habrá no pocas personas que interpretarán esa eliminación de
algo malo como una pérdida cuando en realidad es una ganancia (como
si, por ejemplo, nos disgustase la eliminación de un tumor porque,
al fin y al cabo, el tumor era parte
de nuestro cuerpo).
Tenemos tan subvertidos los valores que no sabemos siquiera qué es
lo que tiene sentido defender, qué es lo que verdaderamente
deberíamos preservar y qué en realidad deberíamos eliminar. Así
que quizá la primera cosa a recuperar es el sentido común.
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