Nada
hay más peligroso para la libertad
individual que
dejar en manos del Estado algo tan fundamental para el desarrollo del
propio criterio y el pensamiento como es la educación.
Buena prueba de ello la encontramos en la falaz tendencia, aprendida
a base de repetirla en escuelas, facultades universitarias y podios
políticos, por la que no dudamos ni un segundo en adjetivar
alegremente la libertad. Hablar de libertad económica, libertad
social, libertad política, libertad cultural,…. como si de objetos
reales se tratara es un vacuo ejercicio academicista que en realidad
nos aparta de los únicos atributos que le son esenciales a la
libertad: es individual e indivisible.
Todos
caemos en el mismo error asociativo: creemos que adjetivar una cosa
substancia mejor su esencia, representa mejor sus cualidades y
calidades. Ocurre que no todos los adjetivos cumplen esa función. Y
caemos en un segundo error: confundimos nuestra imagen de “sociedad
deseable” con libertad. Por
supuesto, existen condiciones sociales que impiden el ejercicio de la
libertad.
De ahí que sea perfectamente legítimo involucrarse en la defensa de
modelos sociales que mejor permitan la apertura de oportunidades
vitales para tantos ciudadanos como sea posible. Incluso en ocasiones
será inevitable sacrificar un poco de libertad por un poco de
seguridad.
Sin embargo, y cito a Isaías
Berlin
“Nada
se gana con la confusión de los términos. Un sacrificio no aumenta
lo que se sacrifica, la libertad en este caso, por muy grande que
pueda ser la necesidad moral para ello o el beneficio moral
resultante. Las cosas son como son: la libertad es la libertad, no la
igualdad, ni la equidad, ni la justicia, ni la cultura, ni la
felicidad humana o la paz de la mente.”
La
eliminación de los males
sociales puede
ser un objetivo deseable, para mí lo es, pero no es libertad.
Eliminar mediante herramientas sociales/políticas todo aquello que
no deseamos en nuestra vida social es, irremediablemente, eliminar
libertad. Ese es el punto: la libertad no es divisible, ni en
“positivo” ni en “negativo”. Lo que normalmente se entiende
por “libertad positiva” es esclavitud.
Y tal redefinición de la libertad es el certificado que millones de
burócratas estatistas utilizan para hacerse pasar por
administradores de toda moral, moralizando la política y la ley,
dictando las normas de una vida recta y educando a las personas en la
represión de sus actos concretos en nombre de lo que es socialmente
deseable.
En
nombre de la moral han corrido ríos de sangre, se han justificado
los métodos y actos más cuestionables. La moral usada por el poder
siempre ha sido excluyente. La moral manipulada por el poder hace que
el indignado a menudo se comporte como si fuera una víctima, aunque
jamás haya sufrido él mismo aquello que denuncia. El poder,
investido en la moral, presume de ser el verdadero y único portavoz
de todas las víctimas, como si éstas le hubiesen transferido el
derecho de hacerlo. En política lo vemos todos los días. Es
la forma de actuar de todos los estados: confundir
la libertad con el bien común,
dando pasos silenciosos hacia el despotismo. Los adjetivadores de la
libertad actúan taimadamente, imperceptiblemente, usando adjetivos y
más adjetivos. Hablan de protección social, ecológica,
preservación, seguridad, ética… ¿Eso los hace mejores que
aquellos a quienes quieren enseñar y guiar?
“El
Libre no exige de sus conciudadanos “coincidencia en los fines”,
pero la sabe cierta, pues nos es común a todos los humanos” (Die
Philosophie der Freiheit;
Steiner, Rudolf. Berlín 1891).
Ser
“Libre” es la forma más natural de ser “Humano”. La
propiedad de “ser libre” no radica en el pasado del hombre
(herencia o socialización), sino en su futuro; es expresión y marco
de nuestra acción, la meta de nuestro desarrollo. De nada servirían
los contratos, las normas, las reglas y las leyes si los humanos que
se someten a ellas no dispusiesen ya de una predisposición natural
por la acción conjunta, social. La
libertad no se regala: se conquista.
Efectivamente,
el culto puro al “yo-individuo” no deja sitio para el cerdo que
llevamos dentro, sólo para los muchos que hay ahí fuera. Toda la
parafernalia entorno al ego no desemboca ni en la autorealización,
ni en la felicidad. Tampoco en la libertad. Y de libertad se trata.
Estudiar, informarse, formarse (lo contrario de adoctrinarse,
aborregarse, apandillarse) proporciona esa masa crítica de ideas
necesaria para, desde la percepción de uno mismo, poder proyectarse
en las tareas de un grupo.
“La
verdadera base del pensamiento liberal es que nadie puede saber quién
es el que más y mejor sabe sobre algo, y que el único proceso para
averiguarlo es un proceso social espontáneo en el que cada cual
intenta lo mejor de sí mismo para ponerlo al servicio de los demás.”
Lo
dice Friedrich August von Hayek.
Yo
no soy creyente de ninguna religión o ideología. No existe ninguna
ortodoxia con la que pueda sentirme completamente identificado. Pero
ello no significa que no exista nada en lo que creer. Y de mi
profundo respeto por aquello en lo que creo nace mi profundo respeto
por aquellos que creen. Comunistas, conservadores, monárquicos,
republicanos, católicos, budistas, mahometanos, cientólogos, ateos,
calentólogos, … me da igual. Y de ese profundo respeto por los
otros nace mi firme decisión de no imponer a nadie ni mis ideas, ni
aquello en lo que creo.
Mi
manera de pensar es la mía, ni mejor ni peor que la suya. Podemos
discutir, acaloradamente si le gusta. Pero mi meta no será jamás
obligarle a pensar lo mismo que yo pienso. Mi meta jamás será
obligarle a hacer lo mismo que yo hago. Mi meta se limitará a
hacerle entender que usted no
tiene
ningún derecho a obligarme a mí a hacer lo que usted cree correcto,
pues yo lo veo de otra manera.
Recordemos:
los individuos fuertes impusieron siempre su voluntad, utilizando
para ello las armas y argumentos que en sus manos ponen el Estado y
las leyes. Los
débiles serán quienes realmente se beneficien de la máxima
“respeta al otro y su propiedad”. El
hombre libre se protege a sí mismo y su propiedad en la misma medida
en que respeta al otro y su propiedad, no limitándola ni
destruyéndola.
El
autoritarismo políticamente correcto de nuestros días se basa en
una imagen errónea del ser humano. Nos considera a todos como seres
altamente vulnerables, necesitados de continua protección, al tiempo
que nos considera lábiles en nuestro criterio, presa fácil de
cualquier manipulación y peligrosos, por lo que necesitamos de
constante e implacable tutorado. Control. Se necesita control. Cada
espacio no regulado y sin control se considera como punto de partida
de posibles agresiones personales o tentaciones sociales
perjudiciales. Envueltos en este paradigma
la
misma exigencia de libertad es sospechosa:
quien reclama una “desenfrenada” libertad, sólo puede tener en
mente la intención de causar algún daño.
Creo,
sin embargo, que esta imagen actual del hombre, dominante, aunque
errónea, es muy frágil: ha elegido como “enemigo” la sana
autoestima
humana.
Cuanto mayor sea la presión legal ejercida para limitar los procesos
naturales de maduración personal mayor será el número de aquellos
que se sientan agredidos en su propia capacidad de discernimiento,
pensamiento, creatividad y aprendizaje.
El
único antídoto frente a la dictadura de la corrección
política,
en mi opinión, es el desarrollo de puntos de vista propios y
defender éstos de manera contundente, no permitiendo que nadie nos
tape la boca o borre el mensaje. No hay arma más efectiva contra la
cultura de lo políticamente correcto que el cuidado escrupuloso de
la propia, radiante y contagiosa cultura de la confianza en la
capacidad de todos de aprender… en libertad.
Luis
I. Gómez Fernández
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