11/12/13

La Vida es IMPREVISIBLE y ahora más que nunca hay que coger con fuerza el timón pues la mar en calma no da buenos marineros

LA ILUSIÓN DE UNA VIDA

PROGRAMADA


Parecía que si vivías en Occidente (el de los hipermercados, seguros, tele y consumo), todo estaba bajo control y apenas podía haber riesgos en tu existencia. La sociedad ha vivido con poca tolerancia a la incertidumbre y cada causa que le hiciese salir de la zona de confort se metía debajo la alfombra o se medicaba, para que todo volviera a ser como antes: una vida ajena al cambio continuo y la evolución-aprendizaje que escuece.
Hasta que la crisis se ha llevado por la borda la seguridad emocional de que el Estado nos va a cuidar, ahora parece que nos va a torturar en cambio, y la sociedad no ha tenido más remedio que abrir los ojos, salir a empujones de la zona de comodidad conocida, percibir de forma diferente la Vida y su sentido, comenzar a fluir y auto-responsabilizarse de los actos sobre los que si tenemos control y que son muchos (pensamientos, emociones, actitud ante las circunstancias)
El siguiente artículo titulado “La ilusión de una vida programada” fue publicado en el periódico La Vanguardia en febrero del 2005 en un momento de confluencia de varias catástrofes: el tsunami asiático, el incendio del emblemático rascacielos Windsor en Madrid y el hundimiento de varias casas de un barrio -el Carmel- en Barcelona, y nos habla de la mentira del control del progreso, de que a menos tribu-familia estructurada más a la deriva ante las olas de la Vida, el aumento de la medicalización de las emociones y la falsa creencia de que los seguros lo pueden resolver todo, todo y todo
¿Cómo nos sentimos 8 años después tras terremotos económicos y sociales y pérdida progresiva de derechos adquiridos?
La Vida es IMPREVISIBLE y ahora más que nunca hay que coger con fuerza el timón sabiendo que la mar en calma no da buenos marineros
La ilusión de una vida programada

Progreso si, pero con sistemas de control; globalización, sí, progreso, pero también individualización… Con éstos y otros términos aparentemente contradictorios se despedían del siglo XX una generación de sociólogos que bautizaban con nuevas y férreas teorías la sociedad del riesgo global (Ulrich Beck, 1999).
Una civilización sometida a la retórica sobre la seguridad, la prevención y el control, y al mismo tiempo sujeta a las noticias sobre catástrofes ecológicas, crisis financieras, terrorismo,  guerras preventivas, derrumbes en barrios empinados, incendios en rascacielos y tsunamis con turismo a pie de playa.
Si ha quedado claro que el progreso genera riesgos, también lo está que los ciudadanos exigen mucha seguridad y están poco dispuestos psicológicamente a encajar este tipo de shocks. ¿Acaso no había de permitirse una civilización del bienestar, tan marcada por la ciencia y la tecnología, vivir con la sensación de que todo está bajo control?
Para el psicólogo José Ramón Ubieto, existe un desfase entre este ideal y la cantidad de riesgo: “Vemos una diferencia entre los riesgos objetivos y el sentimiento. Se genera la idea de que estamos en una sociedad de riesgo, pero no ha habido nunca más sistemas de control que ahora”, indica. Así, la victimización (el sentimiento de convertirse en víctima) no tiene nada que ver con el riesgo objetivo. Sirva de muestra que la criminología dice que donde hay más victimización no es donde se producen más delitos.
Los tranquilizantes como parche
La ilusión es, pues, vivir en una sociedad controlada, lo que provoca que cada riesgo haga fracasar este ideal. Un factor más agravado entre generaciones de jóvenes que sólo han conocido el bienestar y para quienes cualquier elemento que lo contraríe aparece como algo traumático.  “Cada uno de estos sucesos, que siempre han estado presentes, sorprende ahora por esta convicción que se tiene de que todo está programado y bajo control; es un efecto de choque contra esa ilusión de que la vida puede ser secuencial” indica Ubieto.
La reacción postraumática, por otra parte, se ha convertido en una etiqueta diagnóstica que da cuenta de malestares ahora reconocidos y prescritos. Sin embargo, en el caso del Carmel, indica Ubieto, la consecuencia más grave no es el trauma, porque hacía tiempo que había indicios de que algo iba mal, sino “la pérdida de objetos íntimos (fotos, regalos, cosas que forman parte de la trayectoria sentimental), y el resto corresponde a la indignación”. En cualquier caso, la respuesta sanitaria -que suele comenzar con una intervención inmediata de psicólogos cuyos servicios aceptan los afectados dócilmente— incluye el uso de tranquilizantes cada vez más generalizado. “A más bienestar —dice Ubieto—, más necesidad de tranquilizantes: es el parche que nos ponemos. Y la catástrofe se hace más evidente”. ¿Radica tal vez la lección en que la sorpresa y el trauma forman parte de la naturaleza humana? “Probablemente, pero no se vive como lección, sino como un error, porque se parte de la omnipotencia, de que todo es controlable”, insiste Ubieto.

Cuando Freud se refería en El malestar de la cultura a la civilización como respuesta de los hombres al malestar del mundo, concluía que, a su vez, la cultura provoca malestar. Hacía referencia a la Primera Guerra Mundial, el trauma por excelencia del siglo pasado, que acababa con una civilización basada en la confianza.
Un siglo después, la sociedad del bienestar se tiñe de profundas contradicciones. Los sociólogos vaticinan en las próximas décadas desconcertantes paradojas, “esperanzas envueltas de desesperación”, escribe el teórico Ulrich Beck. “Una base de indiferencia y nihilismo reñida con cualquier épica”, dice Richard Sennet. La rotura del núcleo familiar como célula social, combinada con el auge de la individualización, ha logrado un cóctel de mayor incertidumbre frente a la inestabilidad de la unión sentimental, el trabajo precario, la crisis personal, el escepticismo, la marginación, el desarraigo…
“Hablar del riesgo -apunta el psicoanalista Francese Vilá- supone hablar antes del orden, y en la sociedad posmoderna, el orden natural según el cual nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos ha sido sustituido por un orden científico. El ciclo de vida ya no se basa en la reproducción, sino en la invención. Y no nos protege Dios o el padre, sino la ciencia, de la que se espera que funcione como un condón que nos preserve de todos los males”. Vilá ilustra este argumento con la manera en que se ha encajado el tsunami en Oriente y Occidente: “En India se acepta como un fenómeno que tenía que pasar y ha pasado, mientras que aquí se sufre como resultado, del fracaso de la ciencia o de su mala aplicación”,
Del mismo modo, eI ingeniero industrial Narcís Mir; del Observatori del Risc, imagina cómo se habría vivido hace medio siglo el episodio de infección alimentaria en Torroella de Montgrí, donde a causa del mal estado de las cocas de Sant Joan, se vieron afectadas 1000 personas, de las cuales 400 llegaron a querellarse: “Se habría considerado como un desafortunado accidente que entra dentro de lo normal y a nadie se le habría ocurrido pedir responsabilidades”, supone Mir.
Pero la angustia moderna radica, según Vilá, en que la persona se pregunta cómo debe ser para ser eficaz. “En la época de las razones divinas y paternas -explica-, había creencias y se cumplían por la ley del amor: si eras amable a ojos de Dios o del padre, tu vida tenía un sentido. En la lógica científica, en cambio se trata de eficacia. De la eficacia en cumplir el ciclo económico de reproducción financiera del capital, cuya recompensa ya no es el amor. sino el dinero, y en donde la persona no se vincula a la sociedad, sino al dinero”.
La gente -prosigue- ya no cree en las leyes humanas. En el Carmel no se contentan con que Maragall diga que les quiere y que se hace cargo, quieren eficacia. Antes creían en la providencia y hoy en la técnica. Y la providencia no les fallaba porque, pasara lo que pasara, uno era querido si se comportaba de forma razonable para la providencia. El amor no fallaba. Ahora, si falla el condón de la técnica, uno se va al carajo”.


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