COMODITIS
La agenda 2030 tiene un lema interesantísimo: No
tendrás nada y serás feliz. Algunos personajes, cuyos nombres me parecen
nauseabundos, proponen el pago de 1400 euros para los mayores de 18 años para
que puedan subsistir sin dar un palo al agua. ¿Tan mal ven la situación que ya
nos dicen que ellos tendrán que soltarnos la pasta para la mamandurria?
Esto es el paso final para convencernos de que todo esfuerzo es inútil porque ellos desarrollarán su agendita 2045, lo queramos o no, todo por nuestro bien, como siempre, y que debemos aceptar el mundo siguiendo la máxima preferida de sus discursos: La vida es la vida. No pienses porque si lo haces tendrás problemas y nosotros trataremos de que no lo hagas, no te preocupes por eso pues será como la anestesia, indolora, pero permanente.
Este sentido acomodado de la vida, que recuerda a la
existencia de los nobles que, sin trabajar, vivían de la renta y el trabajo
fácil, casi sin esfuerzo y recibieron su gratificación porque “yo lo valgo”,
se ha asentado en la mente de los ciudadanos mesmerizados por los cantos de
sirenas. Todo es fácil: Si alguien viola algunos derechos no hay más que marcar
un número de tres dígitos, en cuyo caso unos gentiles caballeros o señoras me
escucharán con amor y empatía, activándose de este modo la justicia de los más
desgraciados de la sociedad. Ya ellos se encargan de todo porque tus derechos
son lo más importante para el gobierno, las 24 horas del día y los siete días
de la semana. Sólo quéjate y nada más, es decir, pide por esa boca. El estado
se encarga de tus derechos y ellos te lo regulan. En fin, todo un peligro…
Cualquier noción sobre el modus operandi a partir de entonces queda al socaire de los protectores porque comprenden todo tu dolor. Es la implementación de uno de los planes establecidos por Henry Kissinger, afortunadamente muerto, consistente en crear nuevos derechos para imponer su agenda de reducción de la población del mundo y, de paso impedir que nazcan más hijos, sobre todo si piensan y son muy peligrosos para el nuevo orden mundial.
Llevan así generaciones y se ha caído en su trampa de
algodón, al tiempo que nos acostumbran, poco a poco a todo tipo de miseria:
económica (hundiendo nuestros salarios, si es que lo tienes), moral (con la
imposición del relativismo moral nietscheriano), espiritual (con la
introducción de ideología satánica en nuestras mentes inocentes) y de
conciencia (con una visión tan reducida que no podremos ver qué pasa más allá
de nuestras narices).
Si deseamos algo, el esfuerzo no merece la pena, pues el
estado nos pone la solución a mano. Ante la ansiedad líquida que genera un
sistema capitalista que se cae a pedazos y amenaza con dejarnos sin liquidez
alguna, lo mejor es el ocio de la droga de los sueños de éxitos, el formar
parte de una sociedad triunfalista y muy exitosa que, a pesar de todos sus
problemas, ha logrado llegar a un punto de decisión en el que sólo queda dar el
último paso que es el orden perfecto y la paz perpetua, con creencias tan
falsas y absurdas que parecen sacadas de una secta, la creencia en el buenismo
más perverso pues la colaboración es esencial en momentos de crisis y de
decisiones más que necesarias en estos tiempos tomarán otros por nosotros, pues
estamos demasiado ocupados con soportar el chaparrón día tras día o creyendo
que merecemos ser felices por gracia divina, hagamos lo que hagamos (el pecado
capital ya no existe, sólo falta que lo diga el papa).
Cada cual se cree un general con derecho a ser respetado
porque sí: Algunas mujeres reclaman con fuerza el control cuando su autoridad
se ve cuestionada, los políticos se sienten heridos a la menor crítica, dado
que sus buenísimas intenciones no se ven valoradas y sufren de gran
incomprensión y dolor cuando les cantan las cuarenta, los ciudadanos de a pie
se creen con derechos por vivir en una democracia donde se respeta la libertad
y se vuelven demasiado exigentes a cambio de nada y en los colegios se les
enseña a los niños que aquéllos que obedezcan son buenos ciudadanos, mientras
los díscolos son indeseables y vomitivos.
En resumen, todos tenemos derechos, derechos a cambio de
casi nada, siendo sólo necesario o bien asentir de manera expresa a las
materias del parvulario 2045 o tácita, guardando silencio mientras ves como a
nuestro vecino le cortan la barba, momento en el que debemos de prestar una
cuchilla un poco más afilada a las autoridades, en vez de percatarnos de que
después cortarán las nuestras.
Ha muerto la cultura del esfuerzo. La cultura social se ha
convertido en un libreto absurdo que sirve para aislarnos, para impedir que nos
relacionemos, para hacernos creer que cada cual es el soberano de su existencia
cuando, en realidad, hemos dejado todo en manos de autoridades externas que ni
conocen nuestros deseos más íntimos o, si los intuyen, los utilizan para que
nos auto esclavicemos y no seamos un problema para sus sucios planes.
¿Para qué voy a ayudar a otros si resulta que o bien se lo
buscó solito, o si ya otro lo hará por mí? ¿Para qué voy a pensar en lo que
ocurre en el mundo si, total el mundo sigue igual y nada ha cambiado, yo sigo
en mi zona de confort feliz y contento? ¿Para qué voy a luchar por una vida con
dignidad si así ya tengo dicha y tengo mi dosis de placer todos los días? ¿Por
qué tengo que sacrificarme si ya lo hice todo y estoy disfrutando de mis
éxitos? ¿Qué sentido tiene que piense si otros, que son muy sabios y expertos,
ya lo hacen por mí y tienen todos los argumentos, incluso científicos sin
necesidad de que los comprenda? ¿Qué sentido tiene que investigue lo que está
detrás de la barrera de seguridad? ¡Ninguno, pues los medios de desinformación
me lo repiten las 24 horas los siete días de la semana, incluso mientras
duermo, con todo lujo de detalles, sin que tenga que preocuparme absolutamente
por nada!
Y así va el mundo, con un régimen político idiocrático y con
todo tipo de disparates volando por encima de nosotros como los chemtrails que
tapan el sol y que nos dicen que son aviones que van a aterrizar en el
aeropuerto en la acera de al lado de nuestra casa. Es como si la idiotez de los
malvados se hubiese introducido en el inconsciente colectivo a través de arquetipos
absurdos y contradictorios que no soportan el más mínimo cuestionamiento.
¿Será por eso que en la calle la gente no soporta que le den
la contra y espera la confirmación de la visión sesgada que tienen del mundo y
el debate no existe? Porque esforzarse para abrir los ojos cuesta tanto trabajo
como dejar de tomar el alprazolam que recetan los psiquiatras cuando la
ansiedad se vuelve insoportable, insufrible porque otros nos la provocan de
manera intencionada.
Ángel Núñez
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