NUESTRA SEÑORA DE LOS ELEMENTOS
La tierra es un ser viviente, consciente. Al igual que otras culturas de diferentes épocas y lugares, nombramos estas cosas como sagradas: aire, fuego, agua y tierra. —Starhawk, The Fifth Sacred Thing
Mi vida es una obra en proceso, una cascada de patrones que
fluyen. Mis hábitos, rutinas y rituales no son aquellos que me enseñaron de
pequeño. He tenido que encontrar mis propias respuestas a las grandes
cuestiones: ¿Quién soy? ¿Qué significa todo? Aún estoy trabajando en ello.
Cada mañana al amanecer medito en el exterior, en mi patio trasero o en un parque cerca de mi casa. Repito mis resoluciones vitales, para vivir cada día plenamente, pero sin expectación; para ser atrevido e impredecible al tiempo que conservo el sentido del humor; para amar a la humanidad y servir a la Tierra.
Finalizo siempre con las mismas palabras: «Con reverencia
hacia Gaia, los ancestros y los maestros, sin quienes yo no estaría aquí como
soy, recibo este día como un regalo. Que con mis acciones os pueda honrar.»
En el mediodía solar, cuando el sol alcanza su punto más
alto en el cielo, le canto un himno a Gaia. Y cada atardecer, en el momento del
ocaso, medito sobre el día trascurrido, reflexionando sobre mi gratitud pero
también sobre mis elecciones y acciones.
Y una vez por semana me reúno con otras pocas personas en un
parque de la ciudad, cerca de mi casa. Nos juntamos bajo los ancianos robles,
sentados en círculo, y nos tomamos un tiempo para la reflexión, la meditación y
la conversación.
Hemos convenido en celebrar a Gaia y apoyarnos mutuamente en
nuestros esfuerzos para irradiar un camino gaiano. Somos parte de una red
emergente, con guildas gaianas similares que ya se reúnen al menos en tres
lugares: Honolulu, Nueva Orleáns y Connecticut.
Cada semana le dedico algo de tiempo a intentar de una
manera activa reclutar nuevos miembros. No todo el mundo reconoce el nombre de
Gaia, así que a menudo me encuentro intentando explicarlo. Es tentador
establecer la igualdad de Gaia con la Tierra Viviente, o la Madre Tierra, y de
hecho a menudo es eso exactamente lo que digo. Tales construcciones ponen el
énfasis en el elemento tierra bajo nuestros pies, pero Gaia también está
constituida por el aire a nuestro alrededor y los ríos y los océanos, y toda la
vida, incluidos nosotros. Yo he aprendido a ver a Gaia en cada elemento de este
planeta.
Tierra
Todos estamos inextrincablemente entretejidos en la telaraña
de Gaia. Utilizamos la misma palabra para referirnos al suelo bajo nuestros
pies y al planeta que habitamos, y es algo muy adecuado. Es la vida lo que hace
a este lugar tan especial y si es la tierra la que da origen a la vida,
entonces ¿qué mejor nombre para este lugar que Tierra?
Nuestros antepasados de la Antigüedad, concibieran la Tierra
como redonda o plana, ciertamente entendían que la vida de las plantas surge
del suelo. Ya fueran cazadores, recolectores o agricultores, comprendían que la
vida humana depende de la vida vegetal, directa e indirectamente, de manera
completa y absoluta. Es totalmente correcto y natural que nuestros ancestros considerasen
la tierra que pisaban como algo vivo. Tiene sentido que tratasen al suelo y a
los cimientos rocosos bajo él, como algo santo y sagrado, y digno de
reverencia. Parece intuitivamente correcto adscribir al elemento tierra una
cualidad maternal y pensar en el cuerpo de la Tierra como el cuerpo de un
personaje divino.
Los antiguos griegos hablaban de Gaia como la fuente y la
sostenedora de toda vida, la madre última de todos los dioses y diosas, titanes
y monstruos, plantas y animales, prácticamente todo, por supuesto, excepto las
estrellas y el caos primordinal del cual ella se había originado.
No estaban equivocados. Algunas de sus ideas biofísicas
puede que fueran incorrectas, incluso peligrosas, pero no eran unos tontos por
considerar al suelo como algo vivo. Muchas culturas indígenas no han perdido
jamás esta comprensión. Más bien es la cultura industrializada occidental, y un
tipo particular de mentalidad científica europea, la que, por medio de la
reducción y la metáfora mecanicista, ha llegado a ver al suelo y al mundo en su
mayor parte, como inerte, desencantado y esencialmente muerto.
Sin embargo, esto no es el final de la historia. Ha venido
habiendo desde hace largo tiempo una tensión dentro de la ciencia entre esta
tendencia mecanicista-reduccionista y una perspectiva holística orientada a
sistemas. En las últimas décadas, la ciencia ha afirmado lo que los antiguos
sabían y algunos nunca han olvidado: la Tierra vive.
Advertencias y confesiones
Incluso el Departamento de Agricultura de los EE. UU.
entiende que el suelo está vivo. Aquí es donde entro yo, donde tengo que
reinsertarme de nuevo en esta narrativa. No puedo pretender ningún tipo de
objetividad autoritativa, por razones que pronto quedarán claras. Tengo
confesiones que hacer y también advertencias.
Lo primero de todo, aunque no soy científico, quiero tener
el cuidado de caracterizar correctamente a la ciencia. La gente de ciencia por
lo general no dice que las rocas estén vivas. Sin embargo, muchos científicos
han llegado a la conclusión de que la vida surge y existe en concierto con
el medio ambiente planetario que la rodea. Esto viene a decir que hay una
relación muy estrecha entre los organismos vivos y el planeta Tierra y sus
componentes inorgánicos. Las rocas son, así, una parte integral de las
intrincadas relaciones que conforman la red de la vida.
Segunda advertencia: esta ciencia aún es controvertida,
aunque cada vez más se acepta, en una u otra formulación. Este campo se conoce
como Ciencia
del Sistema Tierra, y ha sido recientemente descrito en la prestigiosa
revista Nature como un «esfuerzo trasdisciplinar rápidamente
emergente dirigido a comprender la estructura y funcionamiento de la Tierra
como un sistema complejo adaptativo.»
Otro nombre para esto mismo es la Teoría Gaia, bautizada así
por la antigua deidad griega, madre de la toda la vida. Hay que dejar claro que
a muchos comprometidos científicos gaianos les da reparo caracterizar a Gaia
como un sistema viviente. La vida es algo sorprendentemente difícil de definir
y Gaia claramente no se parece a ningún otro ser vivo que tengamos en nuestra
brújula.
Esto me lleva a mi tercera advertencia: no soy un observador
neutral. Soy un partidario. Soy gaiano. Pero es que ¿acaso tú no? ¿No lo somos
todos? La diferencia, si alguna hay, sería que yo soy un gaiano autoconsciente.
Es decir, soy consciente de que soy un producto y un participante de los
procesos gaianos. Comprendo que no existe escapatoria intelectual de esta
realidad como si fuera un observador imparcial o separado. Estoy atrapado en la
tela de araña de Gaia e implicado a través de numerosos hilos.
Puede que a los científicos les dé reparo decir que Gaia
vive, pero yo no soy tan reticente. Yo puedo ir un paso más allá y decir que me
relaciono con Gaia como si fuera una persona viviente, aunque está claro que
Gaia no es una persona como ninguna otra que haya podido encontrar. Y como mi
cuarta y última advertencia, dejadme aclarar que me doy cuenta de estar
empleando una metáfora. Esto no es ciencia, sino poesía, la cual activa la
dimensión afectiva y me coloca en la relación correcta para servir a la Tierra.
Somos seres sociales, al fin y al cabo, y sentimos nuestra gratitud y
obligaciones recíprocas más claramente en relación a otros seres vivos.
Relacionándome con Gaia como un ser vivo, puedo expresarle mi gratitud y
recordar mis compromisos con una mayor facilidad.
Con todo, Gaia es verdaderamente única, al menos hasta donde
conocemos. Yo no soy tanto un hijo de Gaia como parte de ella. ¿Cómo me
relaciono con una persona más grande de la cual yo soy parte? Todas nuestras
metáforas y símiles y comparaciones parecen deshacerse en frente de sus
realidades. Esta es una de las razones por las cuales sigo estando tan
interesado en el enfoque científico, porque continúa revelando patrones
intrincados que levantan respeto, la maravilla y la reverencia en mi corazón.
Un ejemplo de esto es el desgaste de las rocas, el proceso
por el cual el viento y la lluvia, con ayuda de los líquenes y las bacterias,
disuelven rocas y montañas completas. En este proceso, el dióxido de carbono se
retira de la atmósfera, combinado con elementos minerales, y es almacenado en
los océanos. Este es uno de los múltiples sistemas gaianos que efectivamente
regulan los llamados gases de efecto invernadero, ayudando a mantener el clima
planetario que conocemos y amamos. Esta es una de las muchas maneras en que la
vida y el medio ambiente interactúan y producen precisamente las condiciones
que favorecen la vida.
Irónicamente, vamos ganando reconocimiento científico de
estos procesos al mismo tiempo que reconocemos también que los estamos poniendo
en peligro de muchísimas maneras, especialmente mediante el volumen de carbono
que estamos extrayendo de la tierra y vomitándolo al aire. Es por eso que creo
que la conciencia gaiana tiene que extenderse, por amor a la humanidad y a toda
la vida, y por supuesto por amor a Gaia.
Aire y agua
He comenzado por la tierra, pero el ejemplo del desgaste
rocoso incorpora también al aire y al agua. Así tres de los cuatro elementos
clásicos reconocidos por los antiguos griegos pueden ser vistos como elementos
constitutivos de Gaia. Me surge la curiosidad. ¿Veían los antiguos a Gaia en la
atmósfera, en el océano? El himno homérico a Gaia, escrito en el s. VII
antes de nuestra era, referencia a la tierra y al mar y al cielo: Nutre sobre la tierra todos los seres que
existen: cuantos seres se mueven en la tierra divina o en el mar y cuantos
vuelan, todos se nutren de tus riquezas.
Eso indica que ellos entendían que toda la vida dependía
absolutamente de Gaia, lo cual haríamos bien en recordar. Pero ¿veían realmente
el cielo como parte de Gaia? ¿Veían las aguas como suyas? El nieto de Gaia,
Poseidón, gobernaba el mar, de acuerdo con los mitos, pero quizás fue una
adición posterior, un usurpador patriarcal. Existe evidencia de que el culto a
Gaia era mucho más antiguo. Pero me estoy adentrando en terreno especulativo;
porque del mismo modo que no soy científico, tampoco soy un académico de la
Antigüedad.
Lo que está claro, no obstante, es que la ciencia gaiana
coloca un énfasis significativo en la atmósfera y en los océanos como elementos
de Gaia. Gaia no está bajo nosotros sino a nuestro alrededor. Ahora sabemos que
las móleculas de aire que circulan por nuestros pulmones y por el resto del
cuerpo son de hecho las mismas moléculas que han estado circulando por el
planeta durante milenios. Ahora sabemos que todo el oxígeno, fuente de vida, se
generó por nuestros antiguos ancestros microbianos en la Gran Oxigenación hace
dos mil millones de años. Ahora sabemos que la atmósfera de nuestro planeta no
sólo sostiene la vida sino que en realidad es creada y mantenida por la vida.
En elocuente expresión que debemos a la escritora Starhawk, «Este aire que
respiramos es un regalo de nuestros primeros ancestros. Con cada inhalación,
tomamos los resultados de su gran creatividad. Con cada exhalación, los
devolvemos.»
Podemos observar la salinidad de los océanos a través de la
misma lente. El agua de mar por lo general tiene un contenido de sal alrededor
del 3,4%. Si fuera mucho más alto, la vida tal como la conocemos no podría
sobrevivir; ahí está el caso del Mar Muerto, por ejemplo. Los procesos
puramente inorgánicos deberían haber conducido a una salinidad mucho mayor en
los océanos hace millones de años. Los científicos gaianos especulan con que la
vida misma podría jugar un papel en el mantenimiento de niveles de sal
relativamente bajos. Stephan Harding y Lynn Margulis van más allá y
aseguran que los procesos gaianos mantienen el planeta húmedo, que sin vida
este mundo sería un reseco desierto.
Fuego
Y ¿qué hay del elemento fuego? Los incendios forestales
regulares se dice que tienen efectos beneficiosos y probablemente podrían
clasificarse como procesos gaianos. Los volcanes descargan energía ardiente
desde las entrañas profundas de la Tierra. Resulta tentador, al menos para mí,
pensar en la vida misma como fuego: un proceso dinámico que consume y
trasforma. Con todo, en el contexto de Gaia, el fuego definitivo es sin lugar a
dudas el horno solar, la energía dadora de vida que llega desde nuestra
estrella más cercana, el Sol.
Prácticamente todo el material que compone la sustancia de
la Tierra, incluidos nuestros propios cuerpos, fue despedido del disco solar
cuando este se formó inicialmente a partir de materia excretada de explosiones
como supernovas de otras estrellas aún más antiguas. Ahora una enorme
cantidad de radiación llueve sobre la Tierra continuamente desde el Sol, una
fuente de energía vital para la vida tal como la conocemos.
En mi comunidad gaiana, honramos esta conexión por medio de
la observancia de las festividades solares (los solsticios y equinoccios) y
mediante nuestra práctica de la meditación tres veces al día, a la salida del
sol, en el mediodía solar, y en la puesta de sol.
Del mismo modo que dependemos de Gaia, Gaia depende del Sol.
Esta es una distinción con respecto a las concepciones monoteístas
tradicionales, especialmente abrahámicas, de la divinidad. Típicamente, el dios
de Abraham se define como la causa última, el motor primario, un ser sin
dependencias. Claramente, Gaia no es así, al menos no en los términos
planetarios que he trazado aquí. Como resultado, la reverencia hacia Gaia está
disponible para los cristianos de manera tan libre como para los budistas o
aquellos que no tengan compromisos particulares en el terreno espiritual o
religioso, y así es que nuestros encuentros semanales en el parque configuran
una pandilla ecléctica.
Los hay que van más allá y ven a Gaia como una expresión local
de una creatividad cósmica general. No soy completamente indiferente a esa
noción, pero encuentro que mi amor y respeto reverencial se enfocan aquí mismo
en Gaia la inmediata y siempre cambiante, la visceral, la elemental.
En otras palabras, soy feliz manteniéndome con los pies en
la Tierra. La necesidad de humildad parece primordial en este momento, como
forma de contrarrestar la hibris a la que los seres humanos hemos probado ser
tan susceptibles. Con ese espíritu, cierro esta reflexión con un pasaje de Daya
Dissanayake, el celebrado escritor de Sri Lanka. Hace poco que me encontré con
esto y aún me produce escalofríos:
Nuestros antepasados
adoraban a la Naturaleza. Adoraban a la Madre Tierra, y trataban a la
Naturaleza y a los elementos y fuerzas naturales como sagrados. Ahora se ha
aceptado por parte de numerosos científicos que la Madre Tierra es una diosa
viviente, Gaia. Cuando miramos a Gaia como un organismo vivo, y como un
diminuto planeta en un multiverso, el hombre resulta probablemente como una
criatura unicelular en el poderoso océano. Así pues, podemos aprender a ser
humildes.
(Publicado previamente en Gaian Way.
Traducción de Manuel Casal Lodeiro.)
https://www.15-15-15.org/webzine/2024/09/19/nuestra-senora-de-los-elementos/
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