INTERNET: Tercera y última degradación de la cultura
Parecería difícil hace unas décadas superar la vulgarización de la cultura promovida por una prensa de calidad menguante. Sin embargo, como pozo sin fondo, la caída ha continuado y se ha dado lugar al nacimiento de una nueva forma de comunicación para la cual no es necesario ni ser académico, ni ser periodista profesional.
Bástale a un ciudadano de a pie con pagar una conexión a Internet, hoy por hoy accesible incluso a quien no tiene para comer, y ya se abre un campo para que pueda participar en la creación cultural y ser comentarista de todo el saber de la humanidad en los múltiples modos que la tecnología le permite hacer valer su voz: páginas web, blogs, redes sociales, vídeos subidos a plataformas como Youtube o similares, etc. En pocos años, hemos visto cómo la plebe opina sobre ciencias y sobre artes, aclama o castiga con sus votos las creaciones culturales, organiza eventos, promueve pensamientos para calabazas huecas.
Si bien en la segunda degradación de la cultura los
contenidos se vulgarizaron, al menos estaban en manos de un gremio cerrado de
periodistas profesionales, más numeroso que el de los académicos y mucho más
numeroso que el de los pocos creadores de la alta cultura, pero restringido a un
pequeño porcentaje de la población. Con Internet, todos somos creadores,
académicos, columnistas, etc. en cualquier rama. Surgen como setas los
individuos que cuelgan en Internet sus teorías científicas sin tener apenas
conocimiento sobre el tema, lo que supone un ruido de fondo para los
investigadores profesionales, y lleva a que confundan a cualquier científico de
alta cualificación proponiendo nuevas ideas desafiantes con aquellos. Surgen
foros de cualquier tema cultural llenos de majaderos, groseros y maleducados,
zafios y patanes. Y estos son luego los que crean corrientes culturales.
“Las redes, entre otras cosas, son el refugio de los
mediocres, los resentidos, los fracasados, los ‘ignorantes ilustrados’ que
alimentan su intelecto a base de ira súbita, los tiesos que veranean en casa
del ‘cuñao’ y echan la culpa de su mugre al gobierno; las redes son el lugar
perfecto para desahogarse los tarados, los vagos, los inútiles sin referencias,
los tontos de baba con derecho a rebuznar sobre cualquier asunto a 19,90 €
mensuales, que es lo que vale una tarifa plana. Evidentemente, el número de
usuarios de este servicio (gratuito) es inconmensurable. Si los mentecatos
diesen calor no habría invierno” (José Vicente Pascual, “De
putas y de idiotas”).
José Vicente se refiere en esta cita a las redes sociales,
no a Internet globalmente. No es lo mismo. Internet incluye muchas páginas web
de valiosa utilidad, muchos documentos que son fácilmente accesibles, el uso
del e-mail, etc. lo que facilita el acceso a la información, y la rapidez para
conseguir tal. Las redes sociales, así como los lugares abiertos para que los
lectores dejen sus comentarios, parecen creados para que, quien no tiene ni
tiempo ni ganas ni talento para escribir algo con cierto desarrollo
intelectual, pueda dejar su impronta.
A la opinión pública le han dado un megáfono para chillar e
incluso organizarse. Antes, en cada pueblo, había sus “tontos del pueblo” que
decían sus tonterías, pero éstas no salían de sus calles. Hoy, los tontos del
pueblo han tomado el mundo, y, como son tantos, hacen fuerza los unos con los
otros, escuchándose los unos a los otros.
Por otra parte, vemos claramente que muchas redes sociales
no son lugares de libre expresión de ideas. Se prefiere que haya mil burros
rebuznando antes que alguien que escriba con firmeza y al que no le tiemble el
pulso para poner el dedo en la llaga. Por lo general, hay que desconfiar de
esos lugares que se declaran panaceas del libre pensamiento si son de alcance a
millones de personas. Son lugares de manipulación de masas, con instigadores o
agitadores profesionales pinchando a los burros para que rebuznen en una
dirección dada.
Los líderes o influencers, youtubers, etc. de
estas movidas culturales que arrastran millones de individuos son con
frecuencia chavales o jóvenes inexpertos y sin apenas bagaje cultural, aunque
hábiles en el uso de las nuevas tecnologías, o promovidos por sistemas de
propaganda digital que hacen de sus plataformas meros negocios en los que los
inversores hacen sus apuestas.
A menor escala de influencia, los que más participan dejando
comentarios por doquier en Internet son en muchos casos desempleados o gente
que se aburre en casa sin tener nada interesante que hacer y gasta su inútil
tiempo en difundir los prolegómenos de su aburrimiento. Quien tiene un trabajo
como académico o periodista, aunque también vuelca contenidos a Internet, lo
tiene cada vez más difícil para competir con la gran turba de ociosos volcando
basura a Internet, pues son muchos. Bien es cierto que la nueva tecnología ha
aportado cosas positivas: desde que la plebe se entretiene volcando en la red
sus tonterías, hay muchas menos pintadas en las puertas de los baños públicos.
Los más optimistas piensan que se pueden salvaguardar las naves de la mar embravecida que todo lo traga, y se trata de preservar algunas instituciones de la dictadura de la opinión pública. Sin embargo, las fuerzas degradantes y destructoras dominan sobre las fuerzas regeneradoras o aristocráticas de la cultura. Como en todo proceso homogeneizador de un terreno, terminan las cúspides recortando su nivel antes que las llanuras subiendo su altura. Así, es común hoy en día ver a presidentes de grandes naciones enviar sus mensajes al pueblo a través de Twitter, y a los censores de Twitter eliminar cuentas cuando el mensaje no se adapta a las ideologías dominantes.
También científicos o académicos de la mediana
cultura —los de la alta cultura ya no se sabe dónde están, como no se hayan
metido en una cueva o abandonado el mundo— se habitúan a las nuevas tendencias,
y vemos hoy en día a aquellos que mueven el cotarro publicitar sus trabajos
enviando mensajes a través de redes sociales, chats y otras
herramientas propias de adolescentes adictos a móviles. Además, los líderes
académicos, absorben indirectamente los dictados populistas a través de la
financiación que obtienen de organismos públicos. La interacción
política-economía-plebe salpica a todos los órganos del cuerpo social.
No menos afectados han estado los chicos de la prensa con esta nueva involución cultural. Por una parte, el negocio se ha mermado con la substitución de la prensa en papel por una prensa digital cuyos beneficios vienen casi exclusivamente de la publicidad. Por otro lado, hoy cualquiera escribe artículos de opinión y tiene que competir el periodista profesional con toda la turba de columnistas amateur que llenan el espacio virtual. Todavía detentan los profesionales de la información un estatus mayor que les permite participar de los grandes medios tradicionales, pero cada vez se están viendo más arrinconados por la multitud de medios digitales que cuentan con la colaboración gratuita de escritores.
Cierto que en el campo de la información
las agencias cuentan con más recursos que los ciudadanos de a pie para buscar
la noticia. Pero en el campo de la cultura, o más bien de los comentaristas de
la cultura, poco puede hacer el experto frente a los enterados. Y
en vez de hacerse más aristocráticos para alejarse de las turbas, se unen a
ellas, de modo que poca diferencia se aprecia entre los artículos de
periodistas profesionales y de otros. En estos tiempos en que ni siquiera hace
falta salir de la oficina para buscar la noticia y basta con navegar por la red
para ello, el periodismo-basura está en auge, compitiendo en chabacanería con
las propias redes sociales.
Si malos son los productores, ¿qué decir acerca de los
consumidores? Insisto nuevamente en que Internet de por sí es una herramienta
maravillosa, y con un gran potencial para tener acceso a informaciones muy
valiosas de un modo muy rápido. La herramienta no tiene nada malo en sí, son
los productores y consumidores los que la alejan de ser un gran lugar virtual
de cultura. Grandes eran las perspectivas de Internet a principios de los 90,
cuando la red era ajena a la turba y de uso exclusivo de profesionales
científicos o académicos, pero entonces empezaron a abaratarse las líneas, se
popularizó la herramienta de comunicación para llegar hasta al último rincón
del planeta, a llenarse de propaganda y ahí se acabó el sueño.
El usuario medio actual cada vez lee menos libros —menos incluso que en la era preinternet— y cada vez dedica más tiempo a lecturas en diagonal en su cacharrito móvil o en su ordenador. Las visitas a los medios digitales suelen durar pocos minutos por término medio. ¿Qué clase de movimiento cultural es éste? Nada… lo de siempre, un poco de ruido, algunos pequeños movimientos de capital con sus banners de propaganda y su inversión en tecnología informática, y a seguir girando la rueda del consumo. Es la cultura del zapping, del saltimbanqui, del enterado que quiere estar en todos los sitios y no está en ningún lado.
¿Qué diríamos de una
biblioteca donde vemos entrar usuarios que salen al cabo de unos minutos con
las manos vacías? En verdad, como siempre, la cultura está en los libros, y no
es de considerar ejercicio intelectual alguno entre quien no tenga tiempo para
leerlos y se pase varias horas diarias mirando a la pantalla de su cacharrito
saltando de página en página. La cultura que podemos considerar seria y no de
chirigota requiere tiempo y concentración en lo que se lee, y no está hecha
para los que tienen pereza mental.
Internet es un caballo desbocado. ¡A ver quién se atreve a ponerle de nuevo el bozal a la bestia! Por lo que se ve, nadie, y lo único que se ven venir son algunos grupos oportunistas que ensalzan los valores populistas para poder sacar un puñado de votos o vender sus mercancías. Y le llaman a la plebe “ciudadanía”, con un trato deferente… Nadie se atreve a cerrarle el pico al populacho.
Las nuevas generaciones de descerebrados van ganando terreno. Proliferan como setas el new age, la sabiduría de herboristería o de sectas varias. Las tribus y subtribus urbanas hacen alarde de su modo de hacer civilización. El descerebrado tipo friki pretende que se respeten sus infantiles héroes como a los grandes de la cultura actual; aspira incluso a crear escuela y oficio en torno a películas de ciencia-ficción cuasi-infantiles tipo la saga de Star Wars.
Ya no es raro tampoco
oírle a algún mozalbete sus desprecios por los clásicos, por los libros, etc.,
diciendo que todo lo que produjo la humanidad antes de él haber nacido está
obsoleto, y enorgullecerse de su barbarie y embrutecimiento, usuales en los
adictos a la informática, Internet y las nuevas tecnologías. ¿Y el futuro a
corto o medio plazo? El panorama para las próximas décadas pinta aún más
sombrío. Todavía no ha tocado fondo la cultura de masas.
“Se avecina un mundo en el que todo el que sea bello será
sospechoso. Y todo el que tenga talento. Y el que tenga carácter —afirmó con
voz ronca—. ¿No lo comprende? La belleza será un insulto y el talento una
provocación. ¡Y el carácter un atentado! Porque ahora llegan ellos, saldrán de
todas partes cientos de millones de ellos. Y estarán por todas partes. Los
deformes. Los faltos de talento. Lo débiles de carácter” (Sándor Márai, La
mujer justa).
LA MUERTE ANUNCIADA DE LA CULTURA
Podría haberse previsto el actual estado de las cosas con
esta última degradación, no tanto sobre la tecnología como sobre la aplicación
de la misma. Al igual que en física se predice una muerte térmica del Universo
según el segundo principio de la termodinámica, también en el ente social cabe
sacar una ley similar en un sistema donde las partículas son los individuos y
el sistema es la sociedad. Para que en el Universo haya movimiento, debe haber
diferencias de energía entre sus distintos componentes. Por ejemplo: cuando hay
un cuerpo caliente y otro frío, hay transferencia de energía entre ambos.
Cuando el Universo llegue a un equilibrio térmico total en todas las
componentes, ocurrirá lo que se conoce como muerte térmica del Universo.
En ese instante nada estará por encima de nada, todas las componentes
permanecerán al mismo nivel, nada destacará porque será monótonamente igual. No
habrá transferencias de energía porque todo estará al mismo nivel energético.
Será un Universo oscuro, sin movimiento; una representación bastante perfecta
de la nada, del no ser.
¿No cabe pensar lo mismo de la sociedad, y en particular de
la cultura? Cuando alcancemos ese estado de equilibrio en el que todos
participan, todos dicen pensar, todos parlotean, todos tienen derecho a
explicar sus memeces a sus congéneres, cuando se termine de crear esa aldea
global donde todo y lo de todos es cultura y nada es no-cultura, ya no habrá
movimientos ni transferencias de energía, ya no habrá fuentes ni sumideros del
flujo intelectual, todo será una sopa social homogénea donde toda genialidad
estará diluida en el maremágnum de lo plebeyo.
Se intuye el agotamiento de nuestros tiempos: todo lo
importante intelectualmente —no incluyo aquí la tecnología, que es labor de
artesanos del microchip y no de pensadores o artistas— ya está hecho, y lo que
queda es básicamente parlotear y dar mil vueltas alrededor de los mismos temas.
Queda el pensamiento en manos de unos oficinistas a sueldo del Estado
produciendo una cultura oficial, y que contra nada luchan y nada tienen que
expresar más que su deseo de vivir una vida acomodada y ser consumidor de lo
que la industria le ofrece. Y ocurre que cuando las vanguardias encierran una
rabieta contra movimientos anteriores y no contienen en sí ningún valor
afortunado, éstas terminan cayendo en el olvido total.
En la cultura actual se respira un ambiente anodino y
desgastado, y la plebe se le une y se mezcla con tal. Todos hablan y hablan, o
hacen que hacen o imitan o convierten el hacer cultura en meras repeticiones
para las cuales usan siempre los mismos moldes. Falta la chispa que se vio en
la Europa del Renacimiento, o el esplendor de los siglos dorados de la
literatura, la pintura, la música. El último arte, llamado el séptimo, ha
tenido sus momentos de fulgor a mediados del s. XX, pero languidece también
junto a sus hermanos como industria del entretenimiento. Y, mientras, la
vorágine de unas masas que todo lo devoran o vulgarizan avanza a pasos
agigantados, convirtiendo lo que hay de especial en nuestra civilización en
producto de mercadillo, envolviendo con el manto de la oscuridad y la
ignorancia toda luz pasada o presente. Sólo nos quedan los clásicos,
disfrutémoslos antes de que las hordas de descerebrados decidan destruirlos en
un arranque de histeria colectiva.
A lo largo de la historia, hemos visto morir y renacer los
distintos movimientos intelectuales, y no responde la situación actual más que
a una nueva fase del ciclo. Es un claro síntoma de la desaparición de la
cultura llamar cultura a lo que no lo es, como señalaba Hanna
Arendt. El Mercado manda. La Televisión manda. Internet manda. Las mayorías
manipuladas por los intereses de unos pocos avispados eligen los símbolos de la
cultura de la época vulgocrática. Masas que hacen turismo y definen ellas
mismas lo que es arte o no según el número de visitas que recibe la obra o con
los “me gusta” en alguna página web. La gran desgracia de nuestra sociedad es
la de no saber preservar lo que es para las minorías y rendirse a las
exigencias de la plebe.
Las culturas muertas podrían redescubrirse en un futuro y asombrar a generaciones venideras dentro de muchos siglos. No obstante, la transmisión de la historia de nuestra cultura dependerá también de la durabilidad de los soportes para la escritura. Las civilizaciones más antiguas dentro de la historia —prehistoria aparte— han dejado sus mensajes escritos en piedra, y estos pueden durar unos cinco mil años. La historia de los últimos dos o tres mil años está plasmada en papel o pergamino, con una durabilidad en torno a unos 500 años, aunque sabemos mucho de los antiguos no por tener acceso a sus escritos originales, sino por las copias producidas por amanuenses, que han circulado durante la Edad Media o más prolijamente desde la invención de la imprenta.
Con las nuevas tecnologías digitales, podemos estimar que los
soportes durarán unos 50 años siendo algo optimistas, y todo lo que no haya
sido copiado y recopiado y adaptado a venideros formatos digitales de forma
continua múltiples veces en ese lapso de tiempo terminará por perderse; todo
esto suponiendo que en el futuro seguiremos contando con esas tecnologías y que
no habrá una vuelta atrás en el uso de ordenadores debida quizá a una
destrucción de la civilización.
Cincuenta años es un breve lapso de tiempo, apenas da tiempo a invertir tendencias culturales, con lo cual es de esperar que sobrevivirá por algún tiempo la bazofia de nuestra era, que es lo que está constantemente circulando por las redes, para terminar muriendo a largo plazo por no tener punto de comparación con las grandes creaciones de los clásicos; mientras, quedarán enterradas para el olvido eterno las obras de autores más allá de la chusma cultural porque los incomprendidos de una época no tendrán la oportunidad de ser rescatados en un futuro lejano.
Quedarán, sí, los restos arqueológicos,
tal cual sucede a una cultura prehistórica, y puede que alguien deduzca de
tales restos —material de experimentos científicos, restos de circuitos
integrados, máquinas,…— que había algo grande en nuestra civilización
occidental antes de terminar sus días, si es que queda vida inteligente en el
planeta para contemplarlo.
Ésta es la parte IV y última de la serie “Las tres
degradaciones de la cultura”. Partes I, II, III en
anteriores publicaciones de disidentia.com. Exposiciones más
extensas sobre el tema en los capítulos “Vulgocracia” y “La industria
cultural” (vol.
II]) de Voluntad. La fuerza heroica que arrastra la vida.
https://disidentia.com/internet-tercera-y-ultima-degradacion-de-la-cultura/
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