EL ENGRANAJE DE LA ARQUITECTURA SOCIAL
En septiembre de 2009, 21 estudiantes
de Arquitectura comenzaron a juntarse en Barcelona y empezaron a hablar de sus
inquietudes, aficiones y a discurrir una visión compartida de cómo concebían la
profesión para la que se estaban preparando. Todos estaban en el último año de
carrera, la crisis ya había comenzado y su ámbito de trabajo era de los más
castigados. Ante las negras perspectivas, varios decidieron marcharse al
extranjero a trabajar pero 14 se rebelaron contra esta situación. Decidieron
permanecer en España y comenzar el germen de lo que poco después se convertiría
en Lacol , una
cooperativa de arquitectos que impulsa la transformación del entorno urbano a través de la participación de la
ciudadanía.
Algunos de los proyectos de fin de
carrera de los futuros cooperativistas tenían que ver con Can Batlló, un
conjunto de edificios industriales en el distrito barcelonés de Sants, donde
hace tres años los vecinos, cansados de ver el abandono de buena parte del
espacio desde hacía más de 30 años, decidieron ocupar una de las naves para
dedicarla a diversas actividades participativas. “Lo que empezó como un trabajo
académico acabó convirtiéndose en un trabajo social”, señala uno de los socios,
Eliseu Arrufat.
Localizaron un local a pie de una calle
peatonal del distrito, un antiguo
colmado que reformaron. “Si queríamos tener esa relación cercana con
la gente no podíamos estar en una tercera planta”, señala el cooperativista.
Cuando comenzaron, ninguno vivía en Sants y ahora la mayoría son residentes de
la zona. “Nos ha influido muchísimo todo el movimiento vecinal y de
participación con el barrio y nos hemos dejado llevar por él”, indica Arrufat.
Trabajo en horizontal
Empezaron a trabajar como autónomos
pero pronto se dieron cuenta que preferían tener nóminas en previsión de lo que
pudiera venir. “Ahora todos tenemos 30 años y no tenemos hijos pero queríamos
estar preparados para cuando esto llegue y que las familias tengan cubiertas
todas las bajas”, subraya el arquitecto. Pronto
se constituyeron como cooperativa, sin ánimo de lucro -por
lo que el excedente que queda al pagar los gastos queda reinvertido en el propio
proyecto, ya sea en forma de talleres de formación o para lo que decida la
asamblea-. “Ya veníamos trabajando de manera asamblearia y cuando vimos que
había unas figuras legales que contemplaban esa forma de trabajar no nos
resultó difícil adaptarnos”, señala.
Al mismo tiempo que empezaron a sacar
adelante proyectos, se iban estudiando a ellos mismos para ir descubriendo qué
tipo de cooperativa querían ser. Localizaron las cuatro áreas en las que
centrarse- participación, autoconstrucción, reformas y obra nueva y servicios
técnicos- y tocaba definirse a cada cooperativista. “Aunque todos somos
arquitectos, luego nos hemos desarrollado más en unas áreas que en otras: unos
se han centrado en la docencia, yo también soy soldador y otra compañera es carpintera”,
subraya el cooperativista.
Y con los años han ido perfeccionando
el engranaje que les hace funcionar como un todo. “Cada uno de nosotros tiene
30 horas a la semana, si empleas 10 en el proyecto A y otras 15 en el B pues
quedan otras cinco para dedicar ya sea a tareas administrativas de la
cooperativa, de logística, o para un trabajo que esté haciendo otro y que
necesita apoyo”, explica Arrufat. Dos socios, que van rotando -para que todos
hagan de todo- son los que gestionan las horas del estudio. Cada
año tienen un plan estratégico que van revisando al trimestre y en las asambleas semanales llegan a
tratar hasta 30 temas.
Creen que la ciudadanía debe participar
de la transformación de su entorno urbano y de ahí que Lacol -“local” dicho al
revés- trabaje muy de cerca con las personas que les encargan los trabajos. “ Nos gusta saber quiénes son, lo que les gusta, sus aficiones porque es información que va a mejorar
los proyectos”, explica el arquitecto. Tienen trabajos más técnicos pero otros
a los que se vinculan a otro nivel, como la rehabilitación de una escuela de
teatro que también es una cooperativa. O el diseño desde cero de un edificio
que construirá una cooperativa de viviendas, donde la propietaria es la propia
entidad y no los socios. “Hemos trabajado desde el principio hablando con
ellos, en cómo es su casa ideal, pensando espacios de coworking,
lugares comunes de lavandería y donde hay tres tipos de viviendas para que
vayan rotando entre sus habitantes: no es lo mismo cuando no tienes hijos que
cuando los tienes o cuando eres mayor”.
Lacol es también la cooperativa
impulsora junto a La Ciutat
Invisible y la
plataforma ciudadana Can Batlló de Coópolis, un proyecto que pretende poner en marcha un vivero de cooperativas en una de las naves abandonadas
del recinto industrial.
Mientras acaba por desarrollarse la iniciativa,
la cooperativa trabaja en su local a pie de calle en el resto de sus proyectos.
“Un día un vecino entra y te pregunta una cosa, otro te cuenta otra que
desconocías y ello va marcando nuestra relación con el barrio y el entorno”,
señala y explica cómo cada día -mientras el tiempo lo permite- aprovechan que
la calle es peatonal para sacar unas mesas y comer allí todos los días. “La
calle es de todos y no solo para caminar, y a los vecinos algo les gustará
cuando todos los días siempre hay alguno que nos desea bon profit”.
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