24/1/11
LES BOMBOLLES MENTALS
TAMBORES DE GUERRA,
SENDEROS DE PAZ
Política y espiritualidad
frente a las burbujas que vivimos
Aquel que puede amar puede ser,
aquel que puede ser puede hacer,
aquel que puede hacer Es.
Gurdjieff
¿Tambores de guerra?, ¿qué tambores?, ¿qué guerra? –se preguntarán muchas personas, no porque sean sordas, sino porque sus guerras internas y el retumbar de sus propios pensamientos e inquietudes las han vuelto autistas a todo lo que les rodea: conflictos armados, ocupaciones militares, hostilidades de países vecinos, huelgas generales, crisis financieras y laborales, hambre para muchos y beneficios para unos pocos…
Sordas y ciegas a la guerra general declarada contra la naturaleza y los recursos naturales, a pesar del clamor y los esfuerzos de algunas minorías sensibilizadas ante la pérdida diaria de especies animales y vegetales, el avance de los desiertos, la deforestación salvaje, la contaminación de ríos y mares, la escasez de agua potable…
Así que las burbujas no son solo inmobiliarias o financieras. Las burbujas empiezan en la mente y en el
corazón, encierran el alma y acaban convirtiendo la vida en un soplo vivido en jaulas y peceras, en el mejor de los casos. En el peor, la convierten en alientos entrecortados emitidos en pequeños hormigueros o minúsculas toperas. Oscuridad de las ratoneras….
Miro a mi alrededor y veo muchas personas apresuradas con la mirada perdida en sus cavilaciones. Escucho las conversaciones y oigo hablar de problemas de salud de un familiar, del último partido de fútbol o del próximo plan de fin de semana. Como si estuvieran en un camarote de primera en un Titanic con vías de agua en las bodegas, ajenos a esta gran bola azul, llamada Tierra, que se desplaza por el cosmos a una velocidad de 20 kilómetros por segundo.
Claro, que es una cuestión relativa de perspectiva, pues depende del punto de observación.
Desde otra perspectiva, las personas que en otros tiempos llamábamos “sensibilizadas” o “politizadas”,
sólo oyen tambores de guerra por todos lados. Con los oídos atentos siempre al exterior y los ojos avizor a las señales de humo de nuevas declaraciones de guerra o de incendios amenazantes, no tienen la costumbre de atender al ruido que ellas mismas generan ni a las pasiones que desatan a su alrededor, cuando proyectan su justa indignación y su propia cólera.
Pero al menos están vivas, porque les funciona el motor de la empatía o de la solidaridad, tal vez de su propia amargura. Sin embargo, no basta. Son pocas las que, entre tanto estruendo, escuchan el bullicio interior y la furia exterior, miran hacia adentro y hacia fuera, e intentan encontrar los múltiples senderos de paz que la maleza todavía no ha devorado. Mostrar algunos de ellos, con sus dificultades e incertidumbres y sus señalizaciones borradas por el paso del tiempo, será este intento optimista de no caer en la desesperanza de futuros negros y de crisis que se agravan.
Sin sermones, programas ni recetas. Conectar realidades aparentemente lejanas, internas y externas, exigirá al lector a lo largo de esta serie de artículos, que iniciamos con el año, abrirse a un pensamiento no lineal, salirse de la lógica habitual. Y saltar de un tema a otro, abriendo nuevos interrogantes, poniendo en cuestión lo aprendido, sintiendo una cierta quemazón en las entrañas ante la incertidumbre, pues como dijo con mucho sentido Cioran, “un libro debe ser como una herida abierta”, que no deje indiferente al lector, que de alguna forma le impida seguir siendo el mismo después de haberlo leído.
Y, mientras lo lee, que le suscite emoción, felicidad, tristeza, solidaridad, agradecimiento a la vida, ganas de hacer cambios. Ojalá suceda con cada artículo, con cada párrafo y con cada línea. Entre la vida cotidiana, la política y la espiritualidad cabe cualquier asunto, acontecimiento, disciplina, temor, sueño, aspiración y propuesta.
Y esto, a pesar de la mala prensa que tienen las palabras “política” y “espiritualidad” Sin embargo, siempre podremos apostar por posibles horizontes de más libertad, más igualdad y más fraternidad. Lo que traducido a un lenguaje más espiritual podría expresarse como más luminosidad, compasión y unidad.
Como una vuelta al origen y un acabar con el espejismo de que somos seres separados, individuos delimitados por una piel que constituye nuestra burbuja más limitada. En definitiva, invito a más paz y armonía con uno mismo, el mundo y el cosmos, en esa búsqueda incesante expresada por un Pablo Neruda, ateo esperanzado en los siguientes versos:
Y fruto a fruto llegará la paz:
el árbol de la dicha se prepara
desde la encarnizada raíz que sobrevive
buscando el agua, la verdad, la vida…
¿Y qué diferencia existe entre un místico y un poeta aunque sea ateo? Quien puede ver la belleza en una prisión, en una cebolla o en un charco está más cerca de la esencia de todas las cosas, como los niños. La espiritualidad no tiene porqué ir forzosamente ligada a una religión concreta, a creencias, dogmas ni ritos, sino fundamentalmente al misterio, a todo aquello que trasciende el tiempo y el espacio, la historia y el cosmos, todo lo que pudiera considerarse como sagrado, la sabiduría perenne común a todas las tradiciones sagradas de todos los tiempos y de todas las civilizaciones.
Y sobre todo y muy especialmente, espiritualidad tiene que ver más con la experiencia interior que con los símbolos y los ritos. Y en esa trascendencia del yo, que otros llaman ego, no se trata de luchar contra él, ni de anularlo, pues en esa lucha, lo que hacen muchos “buscadores espirituales” es agrandarlo y crear un yo más sutil, que se cree superior al resto, sin darse cuenta que es imposible que el yo quiera su propia muerte, su disolución en la Nada.
Confunden así realización e iluminación con un estado estático de no implicación, de no sufrimiento;
un estado de indiferencia emocional, que se haya por encima del bien y del mal y de las miserias humanas, que ya no le afectarían.
La política, por su parte, no se acota en el hecho de votar o abstenerse de votar cada cuatro años, ni se circunscribe a los partidos políticos y a sus respectivos programas. No tiene nada que ver con los grandes discursos y las promesas vacías que llevan al desencanto y la desesperanza. El filósofo francés André Comte-Spomville define la política como “la gestión no bélica de los antagonismos”.
Es ya una elaboración sofisticada de la etimología de esta palabra, que en su origen se aplicaba a todo lo relacionado con el gobierno de la ciudad. Es decir, cómo regulamos la convivencia y gestionamos creativa y amorosamente los intereses contrapuestos, la diversidad y las diferencias.
En cierto sentido es una actividad transpersonal, que incluye el tú-yo y el nosotros. Todo lo opuesto al yo-yo predominante hoy día, al que sólo le interesan los asuntos personales y de la vida privada. Y esto, llevado al extremo, conduce al individualismo feroz que desarticula las redes sociales. Algo que le viene al dedo a un sistema basado en el consumo, que necesita aumentar incesantemente el número de consumidores anónimos.
Los Estados actuales también lo fomentan para llevar a cabo sus políticas desencarnadas, en donde “la
razón de Estado” abstracta predomina sobre el bienestar y las aspiraciones de sus ciudadanos. Y vida cotidiana, política y espiritualidad sólo pueden unirse en otro estado de conciencia-energía para el que sólo tenemos una palabra muy devaluada: Amor.
Sin embargo, el amor se halla estrechamente vinculado al concepto platónico de la esencia eterna del Bien, que poco antes de morir, Platón redefinió como “Uno” o Totalidad como Unidad. En este sentido, el Amor no es un sentimiento, ni un impulso, ni un concepto producidos por el yo, sino un estado de Unidad y Plenitud.
Y en los raros y preciosos instantes en que se viven, solo queda la posibilidad del silencio, porque como dice el Tao Te Ching, “ningún nombre puede definir lo eterno… y solo desde un estado de vacío interior podemos contemplar lo invisible más allá de lo visible, la puerta del misterio, la puerta de la esencia y de la existencia”.
Alfonso Colodrón
ESPACIO HUMANO
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