JUGANDO AL APOCALIPSIS
Conquistamos nuestro
modo de vida en el mismo sentido en que se conquistó el Oeste. Genocidio sería una palabra más adecuada, y sólo después de asimilarlo estaremos en
condiciones de asumir las responsabilidades correspondientes. Caben vidas
saludables y gratificantes fuera de los modos de vida imperiales, pero
resulta imposible ver sus contornos desde la profundidad a la que nos hallamos
sumergidos en la ideología del capital. — Asier Arias, «De conquistas,
privilegios y responsabilidades»
Uno no cría así o asá para conseguir algo, cría como le sale del corazón, de sus creencias (las divinas y las humanas) o cómo las circunstancias le van haciendo improvisar.
Nosotros hemos criado de manera poco (o más bien nada)
convencional, lo que nos ha hecho sufrir persecuciones y rechazo, porque
salirse del camino trillado se castiga duramente, pero eso ya es otra historia.
Lo que vengo a contar es nuestra experiencia vital cuando el mundo quedó
encerrado entre cuatro paredes, la gente se aburría, se aborrecía y gritaba de
todo, porque en aquellos días nuestro mundo en realidad no cambió y mirábamos
para los otros asombrados.
Pero empecemos por el principio, que para esta historia es
cuando empiezan a nacer los hijos. Desde el primer embarazo quedó claro que
éramos diferentes y poco a poco fuimos saliendo del camino trazado por otros,
por los convencionalismos sociales, las expectativas familiares… Yo había
dejado el trabajo los últimos meses del embarazo y decidí no buscar hasta
después, un después que se alargó muuuuchos años.
Mis hijos no han ido a guardería, ni a escuelas infantiles
y, bueno, en realidad han vivido gran parte de su vida fuera de las
instituciones escolares habituales, por lo que el grueso de su educación fue en
casa.
Desde pequeñitos y jugando, hablábamos de cómo actuar en “un
apocalipsis”, qué hacer si el mundo colapsa, si hay un apagón mundial o si
vienen los zombies, pues es una manera de introducir conceptos
científicos o de supervivencia, muy divertida, no solo a través de la
conversación, sino también con películas, series, libros… Incluso ha habido
momentos de hiperfoco en este tema de alguno de los peques, lo que le llevó a
elaborar un pequeño proyecto con 8-9 años; además han vivido pequeños
momentos extraños que sirvieron como entrenamiento y para aplicar lo
aprendido.
Hemos vivido grandes apagones eléctricos que nos hablaron de
por qué la casa estaba llena de velas y candelabros, que dieron pie a construir
lámparas a pilas, o cuando el suministro de agua falló y tuvimos que traer agua
a casa de un manantial haciendo una cadena para transportarla o como aquella
vez que una huelga de transporte dejó las gasolineras sin combustible y tuvimos
que planear escalas con amigos rescatistas para salir de Portugal.
En cualquier caso, siempre que hablábamos del “apocalipsis”,
la consigna era siempre llegar a nuestra casa en la montaña desde donde
estuviéramos, así que planeábamos cómo llegar, los caminos que seguir, cómo
hacer si no hubiera coche…
Y es que los primeros años de su infancia los pasamos de
forma nómada, viviendo en diferentes lugares, conociendo otras realidades.
En 2020 vivíamos en Portugal y mirábamos las noticias
siguiendo la evolución del virus y, como no podía ser de otra forma, nos fuimos
preparando, haciendo nuestra despensa con muchos meses de
antelación.
En cuanto el Primer Ministro dijo que se cerraba el país,
cogimos las maletas y tiramos hacia nuestra casa en la montaña. Durante el
camino hacia la frontera no teníamos la certidumbre de poder cruzarla sin problemas.
Si hubiéramos esperado unos días más la habríamos encontrado cerrada, pues
Portugal reaccionó antes que España. Recuerdo que paramos en Pontevedra para
saludar a la familia y ya hablaban de cerrar las provincias. Subiendo a nuestra
casa la sensación era de ir cerrando fronteras a nuestro paso.
Pocos días después se confinaba al país y se establecían una
serie de normas que para la mayoría de la población eran nuevas. Y nosotros,
que habíamos salido del camino trazado mucho tiempo antes y con mucho esfuerzo,
veíamos ahora cómo se recompensaba tanta trabajera pues, mientras el mundo se
derrumbaba, nosotros continuábamos como siempre, libres, viviendo nuestra misma
libertad sin apenas cambios.
Ya teníamos un hogar, la nave nodriza, en un lugar privilegiado:
la aldea. Estábamos acostumbrados a compartir la mayor parte de nuestro tiempo
en familia. Ya hacía mucho que trabajaba como freelance, sin
oficina física, y nuestro pan venía de sitios diversos. También teníamos
experiencia en la educación a distancia, autónoma… Nuestro estilo de vida ahora
era impuesto por el gobierno y tengo que confesar que sentíamos un poco de
rabia por tanta injusticia pasada, porque todo aquello por lo que habíamos sido
señalados, criticados e incluso perseguidos, era ahora puesto en valor, los
otros abrían los ojos y descubrían que hay otras formas de vivir, de
hacer y —para qué negarlo— también sentíamos mucha felicidad pensando que esta
especie de apocalipsis sirviera para cambiar el mundo, para
que otros muchos se unieran a nosotros.
Cuando se habla de aquellos tiempos, cuando otras personas
comparten sus vivencias en el encierro, yo miro atrás y nuestros recuerdos no
tienen nada que ver con los suyos. Ni siquiera hubo mascarillas pues no
usábamos en nuestra montaña, entendíamos que no eran necesarias porque
éramos grupo burbuja con nuestros pocos vecinos.
Nuestros recuerdos de esos días van desde compartir risas al
aire libre con los vecinos, pasear por los caminos abiertos por las vacas
salvajes, atender la huerta, desbrozar las fincas… Incluso hicimos un
invernadero con restos de materiales que teníamos. Eso sí, con un ojo puesto
en los de verde pues, según contaban, andaban multando a
los libres.
No sé si los peques de la casa son conscientes de lo que
vivieron, o más bien de lo que no vivieron, pero yo tengo una sensación de victoria muy grande:
nuestro trabajo construyendo una vida paralela al sistema había sido un éxito.
Cinco años después continuamos construyendo nuestro mundo
fuera del mundo, en presente pero siempre mirando al futuro, haciendo para los
que vienen detrás, construyendo para los descendientes un refugio vital porque
vendrán —no me cabe la menor duda— otras situaciones extremas, apocalípticas;
y trabajamos construyéndoles ese futurible en la medida de nuestras
posibilidades, sin grandes aspavientos pues a veces es tan sencillo cómo
preparar un bosque comestible.
No es fácil salirse del sistema normativo, pero el camino se
hace al empezar a caminar. Dar el primer paso es empezar a construirlo.
Y tú, ¿por fin te has preparado para el apocalipsis?
https://www.15-15-15.org/webzine/2025/03/04/jugando-al-apocalipsis/
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