LA TEORÍA GAIA ORGÁNICA
Presentamos un resumen
sobre el Trabajo de Fin de Máster (TFM) dedicado a explorar la Teoría Gaia
Orgánica de Carlos de Castro Carranza.
La Teoría Gaia Orgánica (TGO) es una teoría de la evolución
que desarrolla la primera hipótesis Gaia propuesta por Lovelock en colaboración
con Margulis en los años setenta. Ambos se alejarían de la posición inicial que
concebía la biosfera como un superorganismo con su propio télos o
fines de automantenimiento, regulación y evolución, siendo esta la que
proporciona las condiciones adecuadas para la vida.
De Castro recupera y amplía aquella hipótesis alrededor de la que denomina Teoría Gaia Orgánica. En ella los seres vivos somos a Gaia (la biosfera), lo que las células a nuestro cuerpo. Los seres vivos son, pues, partes con funciones propias, aunque su fin último responde a los fines gaianos. De manera análoga, las células realizan sus funciones, pero quedan subsumidas al mantenimiento del cuerpo —el sistema inmediatamente mayor al que pertenecen—.
Pero, ¿cómo llegamos a interesarnos por la TGO? Dos
inexcusables retos ético-políticos nos invitaron a aproximarnos. El primero, la
crisis ecosocial que transitamos, derivada de nuestros modos de vida en el
planeta. Tres hitos científicos la señalan: La publicación de Los
límites del crecimiento (de 1972). Por su
parte, las advertencias de la Comunidad científica mundial a la Humanidad (de
1992 y de 2017), y la superación de 6 de los 9 límites
planetarios, investigados por el Centro de Resiliencia de Estocolmo (de 2023). Los tres dan un diagnóstico estimado de la difícil
situación para buena parte de la vida en la Tierra.
El segundo reto ético-político lo encontramos en el ámbito
de la ética animal; y es que en La Declaración sobre la conciencia de
Cambridge (2012) y en la más reciente de Nueva York (2024),
la comunidad científica reconoce la capacidad de sintiencia —ser consciente del
propio sufrimiento, dolor y disfrute— en mamíferos, aves, peces, reptiles,
cefalópodos e incluso artrópodos. Ambos retos —el primero de corte ecológico y
el segundo más vinculado a la ética animal— requieren de una ética más allá del
antropocentrismo y tienen un mismo telón de fondo: el cuidado de la vida y el
planeta, pero parece difícil reconciliar sus criterios éticos; o bien
ecosistemas y especies, o bien seres vivos sintientes, individuos concretos
capaces de sufrir y disfrutar —esta cuestión es reseñada en el trabajo con el
diálogo entre el sensocentrismo de Óscar Horta y Catia Faria, y el ecologismo
de Jorge Riechmann—.
Ambos retos, la crisis ecosocial y asumir la sintiencia
animal en nuestras vidas, apuntan a la necesidad de revisar y transformar por
completo nuestra cultura. En esta problemática se nos presentó el interés por
conocer la TGO de Carlos de Castro y pensar las posibilidades que se podrían
extraer de ella para abordar sendos retos. Con ello iniciamos el TFM.
Entre los rasgos más característicos de la filosofía de la
ciencia que rodean la TGO destacan su predisposición como teoría abierta al
debate y a su falsabilidad, está en discusión. Igualmente, es presentada como
la base para un nuevo paradigma organicista, holístico y emergentista sobre la
evolución de la vida, distanciado de las explicaciones causalistas del
mecanicismo moderno y del neodarwinismo, marcado por aquella cosmovisión. En
otras palabras, más que la visión heredada de la Modernidad que describe el
Universo o la naturaleza como una máquina gigantesca con piezas correctamente
encajadas para su funcionamiento, la TGO renueva la idea de describir
a la naturaleza más bien como un superorganismo.
La TGO rechaza el antropocentrismo, señalando las
dinámicas e interrelaciones dependientes entre todos los seres vivos y sus
condiciones abióticas, y subraya la actividad de la vida para generar sus
propias condiciones favorables, esto es, pone el acento más que en la
adaptación de los individuos; en su capacidad de modificar el medio, en su
tecnología para hacerlo habitable. Como ejemplo de tecnología destaca la
intervención de las plantas en el ciclado del dióxido de carbono y el oxígeno,
como condición para los organismos aeróbicos.
Un aspecto polémico se encuentra en las explicaciones y
predicciones de la TGO de carácter teleológico. El mecanicismo
moderno impuso la causalidad frente a la teleología en la concepción de las
explicaciones científicas, sin embargo, las respuestas al ¿para qué?
proporcionan una información que completa la comprensión de los fenómenos. Si
vemos una cigüeña con un palo en el pico y no consideramos que lo lleva para construir
el nido, desconsideramos un conocimiento valioso. De la misma manera, entre
seres humanos preguntarnos por la finalidad de nuestras acciones es importante,
hacia ahí se inclinan nuestras intenciones y la consciencia. De hecho, algunas
críticas a la teleología proceden de argumentos que proponen la necesidad de
consciencia para realizar fines y objetivos. Si bien, se puede argumentar en
contra que, por ejemplo, las células realizan sus funciones y fines sin
consciencia, deliberación, ni diseño previo de un plan.
Pero ¿qué es Gaia? Pasemos a caracterizarla. De Castro
concibe la biosfera como un organismo autótrofo. Un ser altamente complejo con
funciones de autorreparación, metabolismo, ciclado de materia, evolutivo,
reproducido y con potencial reproductivo, en el que emerge su télos o
propósito como ser vivo que quiere mantenerse en su ser —el concepto de organismo
resulta problemático, en el trabajo se apunta la discusión—. Esta definición es
flexible y abarca desde una bacteria, a una termita, su termitero, un ecosistema
y finalmente a Gaia como organismo mayor. Desde esta concepción de Gaia,
la TGO trata de responder a dos problemas fundamentales en la
evolución en los que, a juicio de su autor, el neodarwinismo adolece de
dificultades: a) la aceleración evolutiva en determinados momentos —el paso de
células procariotas a eucariotas, y de estas a pluricelulares— y b) el
incremento de complejidad de organismos y ecosistemas.
La respuesta se sustenta en el segundo principio de la
termodinámica o entropía —toda energía tiende a disiparse, o, repartirse, como
se describe en el enfoque de la TGO— y la cuarta ley o Máxima Producción de
Entropía —en desarrollo y debate— que postula que la energía tiende a
distribuirse por los caminos más eficientes; tal es así que en los seres vivos
se encuentran ambos principios: la tendencia a mantener la estructura viva y a
su vez disipar con mayor eficiencia la materia y energía que, previamente, han
aprovechado bajo la forma de recursos. De este modo, un ser vivo, aunque
retrase en cierto grado la entropía, con su actividad contribuye a una mayor y
eficiente dispersión de materia y energía en el cómputo global del sistema
Gaia.
Asimismo, la TGO propone que los saltos en complejidad de
los seres vivos suceden cuando se encuentran con limitaciones biofísicas que
solo son capaces de superar mediante la simbiogénesis —que ya explicara
Margulis—. Estos saltos cualitativos dan lugar a nuevos organismos con
propiedades emergentes; es decir, propiedades no predictibles ni reducibles a
las partes y/o funciones que los componen —este argumento se construye al
concebir a los seres vivos como sistemas abiertos disipativos desde Prigogine—.
Las nuevas propiedades surgen por la influencia recíproca entre: el nuevo
organismo (o sistema), sus funciones (órganos y partes) y sus fluctuaciones
internas y externas —las relaciones entre el interior del organismo y el
exterior—.
Ahora bien, la TGO, como teoría de la evolución,
reinterpreta la selección natural. Mantiene que Gaia establece las condiciones
y límites para la evolución en la que tienen lugar las mutaciones, frente al
mero azar. Gaia es, en último término, el agente de selección. Tendrán éxito
aquellas especies capaces de mantener los parámetros apropiados para Gaia y
para ellos mismos. Esto es, los individuos capaces de integrarse y cooperar en
el equilibrio gaiano, transformando los recursos y materiales en armonía con la
vida de Gaia. A modo de ejemplo recogemos dos hipótesis ilustrativas de la
intervención gaiana sobre las especies:
Primera, desde la perspectiva neodarwinista, la apoptosis o
muerte programada de algunos organismos no tiene sentido, sin embargo, desde la
TGO se puede considerar que con este límite Gaia evita la proliferación de
individuos altamente adaptados que podrían poner en riesgo su equilibrio.
Segunda, la teoría sintética o neodarwinismo sostiene que la falta de presión
ambiental es la que produce la pérdida de órganos o funciones en algunos
organismos; mientras que la TGO aduce que otros organismos o la misma Gaia
realizan las funciones de aquellos órganos en deterioro.
En este punto es interesante pensar la siguiente cuestión.
Hay diversas teorías Gaia. Aquellas que buscan su reconciliación con el
neodarwinismo son consideradas débiles, en la medida en que su importancia es
relativa y no rompen con el paradigma presente. Mantendrán, por ejemplo, que el
equilibrio gaiano —en la temperatura, por poner un caso— es fruto del azar.
La TGO se considera fuerte al proponer que Gaia es un organismo con
entidad, funciones y fines propios, es, en este sentido, radical. Las críticas
del autor se centran en que las teorías gaia quedan subsumidas al
neodarwinismo. Pero, ¿si le damos la vuelta? Se nos ocurre una vía de
exploración: ¿podemos gaianizar el neodarwinismo? En lugar de
buscar la compatibilidad como hacen aquellas teorías Gaia con el neodarwinismo,
¿se puede reelaborar la perspectiva neodarwinista de tal manera que sus
explicaciones y predicciones se entiendan desde el marco conceptual mayor que
supone la Gaia Orgánica? O, ¿acaso son inconmensurables?
En la TGO el lenguaje y los conceptos con los que
se aborda el fenómeno de la vida se diferencian de la tradición darwinista
—adaptación, competencia, supervivencia, etc. — y reconfigura el enfoque de la
selección natural. En vez de iniciar sus explicaciones en los individuos, el
enfoque holístico y emergentista gaiano concibe la evolución de la vida con una
visión global y dinámica de las interrelaciones de los seres vivos y la Tierra.
Sus conceptos centrales son la cooperación, la simbiosis, la interrelación, el
equilibrio, las cadenas tróficas, etc., que buscan abrir un nuevo paradigma
para las ciencias de la vida más interdisciplinar, relacional y basado en las
interacciones y realimentaciones, antes que en las individualidades.
Por último, De Castro explora la problemática ecosocial,
teniendo como fondo la TGO. En una investigación de 2011 que relacionaba
los límites biofísicos de la Tierra con nuestros modos de vida, estimó que nos
encontraríamos en una crisis que, tal vez, se remontaría hacia nuevos límites o
bien, nos dirigiríamos hacia el colapso; por lo que alcanzaríamos en los años
venideros los límites en la producción de energía y recursos. En otras
palabras, en un planeta finito es imposible un crecimiento, producción y consumo
infinitos —desigual, por cierto, entre norte y sur global—. Ni siquiera el
desarrollo tecnológico de las energías renovables conseguirán por sí solas
mantener el crecimiento, pues también tienen sus inconvenientes. En su caso, la
energía solar requeriría de más de 300 millones de hectáreas para su
instalación.
Siguiendo a su autor, la cosmovisión gaiana dibuja, frente a
los modelos de vida consumistas y competitivos, una forma de vida humana que
asume un principio de humildad antropológico, por el que se hace empática y
capaz de disfrutar de la contemplación estética de la armonía planetaria. Una
civilización gaianizada se orientaría hacia la reducción del
uso energético, la adaptación a los ecosistemas y flujos con la mínima
intervención, reparto, reducción y reciclado de recursos y materia, y
cooperación y redistribución entre las culturas para transitar de manera
solidaria y fraternal.
Como conclusiones generales, hemos encontrado que la
perspectiva holista y relacional de la TGO nos permite tener una
mirada más completa sobre los retos ecosociales con los que iniciábamos el
trabajo. Nos ayuda a hacernos conscientes de dos planos que, a veces, se
separan de forma tajante, y, sin embargo, en ambos se juegan las dinámicas de
la vida: como individualidades aisladas y como nudos inmersos en sistemas de
redes y relaciones de distinta amplitud e índole. Así, de la TGO se
desprende la idea de que tenemos que ver tanto los árboles concretos,
como el bosque, para valorar con mejor criterio moral el impacto
humano sobre el planeta y en sus especies no humanas como nuestros compañeros
de viaje. Nos hace conscientes de los recursos limitados —por ejemplo, de
minerales escasos y necesarios para la alta tecnología o los combustibles
fósiles— y de la necesidad de asumir un lugar más acorde con los ciclos
naturales y con mayor respeto por los seres vivos, donde cabe la sugerencia del
autor de adoptar un “principio de humildad antropológica”.
Asimismo, pone en valor las aportaciones de Margulis,
subrayando los vínculos vitales acaecidos a través de la simbiosis y la
colaboración entre especies, aspecto que, a nivel general, es poco
visibilizado. Esto es, pone sobre la balanza una perspectiva sobre la vida en
la que los vínculos de competitividad y predación —por ejemplo— son
equilibrados con las relacionas asociativas y simbióticas.
No obstante, la TGO nos deja con elementos
pendientes de elucidación y desarrollo, Mantiene verosimilitud explicando los
saltos cualitativos de células procariotas a eucariotas y pluricelulares —desde
la termodinámica de Prigogine y la endosimbiosis de Margulis—. Aunque sería
interesante precisar y ampliar su mirada sobre los procesos de especiación
graduales. ¿La respuesta se limita a considerar que las especies nuevas son
seleccionadas por Gaia para la contribución a su equilibrio?; ¿podemos
investigar/concretar las conexiones entre el azar de las mutaciones y el
control gaiano?; ¿cómo interviene el superorganismo en ese factor micro como
son las mutaciones?
Por otra parte, si estamos de acuerdo en que las especies
seleccionadas favorecen a los ciclos, la estabilidad y la evolución de Gaia
—aspecto que ejemplificado con las cadenas tróficas de los ecosistemas y la
diversidad de nichos ecológicos— queda pensar nuestro lugar en el escenario.
¿Favorece Homo sapiens a Gaia? Asumiendo la teleología y sus
explicaciones finalistas, hay que hacerse la cruda pregunta: ¿para qué quiere
Gaia al ser humano? Ciertamente, presuponer que Gaia fuese un ser consciente se
ha rechazado antes, pero, podemos reformular la pregunta: ¿contribuyó Homo
sapiens, con su selección, como otras especies a Gaia?
O, tratando de ser más certeros, digamos, ¿qué grado de
flexibilidad e incoherencia permite Gaia entre los fines individuales de sus
partes —en concreto, los seres humanos— y los fines gaianos? Parece claro que
la mayoría de los fines humanos actuales no encajan con Gaia —como apuntan las
advertencias de la comunidad científica—. ¿Significa esto que, igual que los
glóbulos blancos atacan a los agentes patógenos de nuestro cuerpo, Gaia
encontrará maneras de atacar los excesos de nuestros modos de vida? ¿cabe
conjeturar que el cambio climático, como la fiebre, es uno de ellos, ambos
basados en el incremento de temperatura?
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