21/2/25

No hace falta estar a punto de morir para vislumbrar lo que hay al otro lado del velo

LA PRUEBA DEL CIELO                               

El viaje de un neurocirujano a la vida después de la vida

Doctor Eben Alexander

Nuestro cerebro modela la realidad exterior cogiendo la información que recibe a través de los sentidos y transformándola en un rico tapiz digital. Pero nuestras percepciones son sólo un modelo, no la propia realidad. Una ilusión.

Como es natural, ésta era también mi visión de las cosas. Cuando estaba en la Facultad de Medicina, recuerdo haber asistido a debates sobre la conciencia en los que se afirmaba que no es más que un programa informático de gran complejidad.

Según estas argumentaciones, los aproximadamente 10.000 millones de neuronas que están constantemente activándose en nuestro cerebro son capaces de producir una vida entera de conciencia y recuerdo.

Para comprender cómo podría nuestro cerebro bloquear nuestro acceso al conocimiento de los mundos superiores, antes tenemos que aceptar —al menos como hipótesis de partida— que no es el cerebro el que produce la conciencia. Que en realidad es algo así como una válvula de control o un filtro que transforma la capacidad de percepción superior, no física, que poseemos, en una capacidad más limitada mientras duran nuestras vidas mortales.

Desde el punto de vista terrenal, esto supone una gran ventaja. Al igual que nuestros cerebros trabajan constantemente para filtrar el bombardeo de información sensorial que llega hasta nosotros desde nuestro entorno físico, y seleccionan el material que necesitamos para sobrevivir, olvidar nuestras identidades ultraterrenas nos permite estar presentes «aquí y ahora» de manera mucho más eficaz.

Del mismo modo que la vida normal contiene demasiada información como para absorberla toda a la vez sin quedar paralizados, un exceso de conciencia sobre los mundos que hay más allá de éste sería aún más difícil de asimilar. Si supiésemos más de lo que sabemos sobre los reinos espirituales, la vida que tenemos que llevar en la Tierra se tornaría un reto aún más grande de lo que ya es (y con esto no pretendo decir que no debamos ser conscientes de los mundos que hay más allá, sólo que una percepción excesiva de su grandeza e inmensidad nos impediría actuar aquí en la Tierra).

Si hablamos sobre el propósito (y ahora creo que no hay nada en el universo que no lo tenga), el hecho de tomar las decisiones correctas frente al mal y la injusticia en la Tierra sería menos significativo si recordáramos toda la belleza y la luz de lo que nos espera cuando salgamos de aquí.

------------------------------------------

Vi la Tierra como una mota azul pálido en la inmensa negrura del espacio físico. Pude constatar que era un lugar en el que se entremezclaban el bien y el mal, lo que constituía una de sus características únicas. Incluso en la Tierra hay mucho más bien que mal, pero es un lugar en el que se permite que el mal adquiera influencia de un modo que sería completamente impensable en los niveles superiores de la existencia.

El hecho de que a veces triunfase era algo conocido y permitido por el Creador, como necesaria consecuencia del libre albedrío que había concedido a seres como nosotros.

Por todo el universo flotaban dispersas pequeñas partículas de mal, pero la suma total de él era como un grano de arena en una playa enorme, comparado con la bondad, la abundancia, la esperanza y el amor incondicional de los que, en esencia, está el universo impregnado.

El auténtico tejido que conforma esa dimensión alternativa está hecho de amor y aceptación y cualquier cosa que no posea estas cualidades parece en aquellos reinos completamente fuera de lugar.

Pero el libre albedrío conlleva el riesgo de alejarse de esta fuente de amor y aceptación. Somos seres libres; pero a nuestro alrededor, el entorno conspira para hacernos sentir lo contrario. El libre albedrío es fundamental para nuestra existencia en el reino terrenal: Una existencia que, descubriremos algún día, sirve a un fin mucho más importante, el de permitir nuestro ascenso en la dimensión alternativa, ajena al tiempo.

Nuestra vida aquí abajo puede parecer insignificante porque es minúscula en relación con las otras vidas y con los otros mundos que pueblan incontables los universos visibles e invisibles. Pero también es de una importancia mayúscula, porque nos permite crecer hacia lo divino y ese crecimiento es objeto de estrecha vigilancia por parte de los seres de los mundos superiores, las almas y los orbes esplendentes (aquellos seres que vi sobrevolarme en el Portal y que, según creo, constituyen el origen del concepto cultural de los ángeles).

Nosotros —los seres espirituales que habitamos en nuestros cuerpos y cerebros mortales y evolucionados, producto de la Tierra y de sus exigencias— somos los que tomamos las auténticas decisiones. El auténtico pensamiento no es obra del cerebro. Pero nos han acostumbrado de tal modo —en parte por el propio cerebro— a asociar nuestro cerebro a lo que pensamos y a nuestra identidad que hemos perdido la capacidad de comprender que, en todo momento, somos algo mucho más grande que nuestros cerebros y cuerpos físicos (que a fin de cuentas hacen —o deberían hacer— nuestra voluntad).

El verdadero pensamiento es algo anterior a lo físico. Es el «pensamiento-anterior-al-pensamiento» responsable de todas las decisiones que tomamos en el mundo. Un pensamiento que no es lineal, deductivo, sino que se mueve veloz como el rayo y puede realizar y combinar conexiones a distintos niveles.

Comparado con esta inteligencia libre e interior, nuestro raciocinio ordinario es irremisiblemente torpe y lento. El superior es el pensamiento que remata la jugada, el que crea la idea científica inspirada o la hermosa canción. El pensamiento subliminal que está siempre ahí, cuando realmente lo necesitamos, pero en el que, por desgracia, hemos perdido la capacidad de creer y acceder

----------------------------------------

Han tratado de convencernos de que la visión científica del mundo está acercándose rápidamente a una teoría del todo en la que apenas quedaría espacio para nuestra alma, para el Cielo ni para Dios.

Mi periplo por las profundas regiones del coma, más allá del tosco reino de lo físico, me llevó hasta la esplendorosa morada del Creador todopoderoso y me reveló el abismo indescriptiblemente dilatado que separa nuestro humano conocimiento del asombroso reino de Dios.

Cualquiera de nosotros está más familiarizado con la conciencia que con cualquier otra cosa y, sin embargo, sabemos más sobre el resto del universo que sobre los mecanismos que rigen su funcionamiento. Está tan cerca de nosotros que se encuentra casi fuera de nuestro alcance.

No hay nada en los fundamentos físicos del mundo material (quarks, electrones, fotones, átomos, etc.), y más concretamente, en la intrincada estructura del cerebro, que nos aporte la menor pista sobre el funcionamiento de la conciencia.

De hecho, el indicio más sólido que existe sobre la realidad del reino espiritual es el profundo misterio de nuestra existencia consciente. Es una revelación mucho más misteriosa que todas las que nos han mostrado los físicos o los expertos en neurociencias, cuyo fracaso ha dejado sumida en la oscuridad la íntima relación que existe entre la conciencia y la mecánica cuántica, y a través de ella, la realidad física.

Para estudiar de verdad el universo a un nivel profundo, debemos reconocer el papel fundamental que desempeña la conciencia a la hora de retratar la verdad.

Los descubrimientos de la mecánica cuántica asombraron a los brillantes pioneros de este campo, muchos de los cuales (Heisenberg, Pauli, Bohr, Schrödinger o Jeans, por nombrar sólo unos pocos) acabaron recurriendo a visiones místicas del mundo en busca de respuestas.

Comprendieron que era imposible separar a quien realiza el experimento del propio experimento y explicar la realidad prescindiendo de la conciencia. Lo que yo descubrí en el más allá es la indescriptible inmensidad y complejidad del universo, así como el hecho de que la conciencia es la base de todo cuanto existe. Estaba tan completamente conectado a ella que muchas veces no existía diferencia entre el «yo» y el mundo por el que me desplazaba.

Si tuviese que resumir todo esto, diría una serie de cosas. En primer lugar: que el universo es mucho más grande de lo que puede parecer si nos limitamos a examinar sus partes más visibles de manera inmediata (una afirmación nada revolucionaria, en realidad, dado que ya la ciencia convencional reconoce que el 96 por ciento del universo está compuesto de «materia y energía oscuras». ¿Qué son estas entidades? Nadie lo sabe.

Pero lo que transformó mi experiencia en algo inusual fue la pasmosa inmediatez con la que experimenté el papel esencial de la conciencia, del espíritu. Cuando lo descubrí allí arriba, no fue en forma de teoría, sino como un hecho, tan abrumador e inmediato como una bocanada de aire glacial en la cara.

En segundo lugar: que todos cada uno de nosotros estamos íntima e inextricablemente conectados a ese universo mayor. Ése es nuestro verdadero hogar y creer que lo único que importa es el mundo físico es como encerrarse en un pequeño armario e imaginar que no existe nada más allá.

Y en tercer lugar: que el poder de la fe tiene una importancia crucial para facilitar el triunfo de la mente sobre la materia. Cuando era estudiante de Medicina, solía divertirme el sorprendente poder del efecto placebo, el hecho de que en todos los estudios hubiese que superar el 30 por ciento de eficacia atribuible a la fe del paciente en la medicina que se le estaba administrando, aunque fuese una sustancia inocua.

Pero en lugar de aceptar el subyacente poder de la fe y su capacidad de influir en nuestro estado de salud, la ciencia médica prefería ver el vaso «medio vacío» y tomar el efecto placebo como un obstáculo para la demostración de la eficacia de un tratamiento.

En el corazón mismo del enigma de la mecánica cuántica reside la falsedad de nuestra idea de ubicación en el espacio y en el tiempo. En realidad, el resto del universo es decir, su inmensa mayoría no está separado de nosotros en el espacio. Sí, el espacio parece físico, pero ésta es una visión limitada. Toda la altura y la longitud del universo físico no significan nada en el reino espiritual del que ha brotado éste, el reino de la conciencia (que algunos podrían definir como «la fuerza vital»).

Este otro universo, mucho mayor, no está «lejos», en modo alguno. De hecho, está aquí, aquí mismo, donde yo escribo esta frase y allí mismo, donde tú la lees. No está lejos desde el punto de vista físico. Simplemente, existe en una frecuencia distinta. Está aquí mismo y ahora mismo, pero no somos conscientes de ello porque estamos casi cerrados a las frecuencias en las que se manifiesta.

Vivimos en las dimensiones familiares del espacio y el tiempo, constreñidos por las peculiares limitaciones de nuestros órganos sensoriales y por nuestro alineamiento perceptual con el espectro de los cuantos subatómicos que se extienden por todo el universo. Y estas dimensiones, aunque contienen muchas cosas, nos aíslan de otras, que contienen muchas más.

El universo no tiene principio ni fin y Dios está completamente presente en todas sus partículas. Buena parte la mayoría, de hecho de lo que la gente ha querido decir sobre Dios y los mundos espirituales superiores tiene que ver con traerlos a nuestro nivel, en lugar de elevar nuestras percepciones al suyo. Y con nuestras insuficientes descripciones contaminamos su naturaleza reveladora y asombrosa.

Pero aunque no comenzó en un momento y nunca terminará, el universo sí tiene «signos de puntuación», cuyo propósito es otorgar existencia a las criaturas y permitir que participen de la gloria de Dios. El Big Bang que creó nuestro universo es uno de estos «signos de puntuación» de la creación. Pero Om lo ve todo desde fuera, con una mirada que engloba toda su creación, más amplia incluso que aquella perspectiva de las dimensiones superiores que yo conocí. Allí, ver era saber. No había distinción entre experimentar algo y comprenderlo.

Las palabras «estaba ciego pero ahora veo» cobran un nuevo sentido al comprender lo ciegos que estamos en la Tierra a la naturaleza plena del universo espiritual, sobre todo aquellos que, como yo antes, creen que la materia es la esencia de la realidad y todo lo demás el pensamiento, la conciencia, las ideas, las emociones y el espíritu es fruto de ella.

Esta revelación me inspiró enormemente, porque me permitió percibir las deslumbrantes cimas de comunión y comprensión que nos esperan cuando dejamos atrás las limitaciones de nuestros cuerpos y cerebros físicos.

El sentido del humor. La ironía. Las emociones. Siempre había pensado que los humanos desarrollábamos estas cualidades para sobrevivir a un mundo doloroso y muchas veces injusto. Y así es. Pero además de consuelos, estas cualidades representan momentos de lucidez breves, fugaces como destellos, pero esenciales en los que reconocemos que, sean cuales sean nuestros trabajos y pesares en este mundo, no pueden llegar a tocar a los seres eternos, mucho más grandes, que somos en realidad.

La risa y la ironía son los medios que utiliza nuestro corazón para recordarnos que no somos prisioneros en este mundo, sino viajeros de paso.

Otro aspecto de la buena nueva es que no hace falta estar a punto de morir para vislumbrar lo que hay al otro lado del velo aunque sí es necesario trabajar para conseguirlo.

------------------------------------

Eternea es una organización sin ánimo de lucro que he fundado en colaboración con mi amigo y colega John Audette. Representa un esfuerzo apasionado por servir al bien común y tratar de construir el mejor de los futuros posibles para la Tierra y sus habitantes.

La misión de Eternea es impulsar programas científicos, educativos y de aplicación práctica sobre experiencias espiritualmente transformadoras y fomentar el estudio de la física de la conciencia y la relación entre ésta y la realidad (es decir, entre la materia y la energía).

Es un esfuerzo concertado, no sólo para aplicar los conocimientos obtenidos a través de las experiencias cercanas a la muerte, sino también para ejercer como biblioteca de experiencias espirituales.

Si quieres avanzar en tu despertar espiritual o compartir tu historia sobre alguna experiencia que te haya transformado desde el punto de vista espiritual (o si lloras la pérdida de un ser querido o tú o algún familiar afrontáis una enfermedad terminal), visita www.eternea.org .

Además, Eternea quiere servir como fuente de información útil para aquellos científicos, académicos, teólogos y sacerdotes que tengan interés por este campo de estudio.

EBEN ALEXANDER, doctor en Medicina

Lynchburg, Virginia - 10 de julio de 2012

(Extractos del libro La Prueba del Cielo)

 

No hay comentarios: