DEBERÍAMOS DESHACERNOS DEL CAPITALISMO
En mi libro Capitalism: Why We Should Scrap It (Capitalismo: por qué deberíamos desecharlo) se ofrece una discusión crítica bastante breve pero detallada de la naturaleza de nuestro sistema económico, que podríamos denominar como básicamente capitalista, de sus fallos, de las razones por las que no sólo no resulta satisfactorio sino que está llevando a un desmoronamiento global, así como de la alternativa por la que debemos trabajar y del modo de lograrla.
El libro está escrito para la gente común y especialmente para los estudiantes. En él no me dedico a despotricar contra el capitalismo, sino que es un intento tranquilo y razonado de ayudar a la gente que se preocupa seriamente a ver las razones por las cuales este sistema económico es profundamente defectuoso y necesitamos reemplazarlo.
Los niveles de producción y consumo per cápita del
mundo rico puede que sean en la actualidad unas 10 veces los que serían
compatibles con un mundo sostenible y justo. Y aun así, la economía capitalista
es un sistema dirigido al crecimiento: debe generar un continuo incremento en
el volumen de producción, consumo y PIB. Actualmente existe un movimiento
internacional por el Decrecimiento que reconoce que esto no sólo es absurdo,
sino también suicida. Está causando todos nuestros principales problemas a
escala planetaria, incluyendo el agotamiento de recursos, el daño al
medioambiente, las guerras por los recursos, la desigualdad, la privación de
miles de millones de personas del llamado Tercer Mundo, así como el estrés, la
depresión y la pérdida de cohesión social en los países enriquecidos.
El Capitalismo es, así mismo, un sistema que permite que
las fuerzas del mercado sean las que determinen todo lo que
sucede. Les proporciona a los pocos que poseen la mayoría del capital la
libertad de perseguir los máximos beneficios en el mercado. Lo que las
industrias desarrollan y los bienes que se producen va a ser siempre aquello
que más les enriquezca. Pero las fuerzas de mercado siempre atienden
de manera prioritaria la demanda de los más ricos e ignoran las necesidades del
resto de nosotros. Las industrias que se crean son las que van a dar un mayor
beneficio, no las que más necesitamos, y los productos irán a la gente más rica
simplemente porque pueden pagar más por ellos. Esto explica la mayor parte de
lo que anda mal en el mundo.
Un resultado inevitable de esto es una desigualdad que no
para de aumentar. Otro es el aumento del poder de la clase que posee el capital
para conseguir que los gobiernos hagan lo que sea mejor para el capital. La
prioridad número uno de los gobiernos es «hacer que la economía siga
funcionando», lo que significa ayudar a que el capital haga más negocios
suculentos.
Los primeros capítulos del libro detallan estos y otros muchos
asuntos, ilustrando los efectos principalmente referidos a la evidencia de la
economía australiana, pero con implicaciones aplicables a la situación mundial.
El capítulo 4 trata sobre los impactos en la calidad de
vida. Trabajamos demasiado, tenemos que luchar por aguantar, sufrimos
inseguridad y nos vemos obligados a competir como individuos aislados. Los
valores positivos como la cooperación o el cuidado son expulsados, y los lazos
sociales se debilitan. No es ninguna sorpresa, así, que la depresión sea
probablemente nuestro mayor problema de salud en la actualidad.
El capítulo 6 traza las líneas generales de la situación en
la que el Capitalismo ha metido al Tercer Mundo, al haber enganchado sus
economías al servicio del beneficio del mundo rico. Unos niveles imposibles de
deuda permiten que el FMI fuerce a los países empobrecidos a incrementar la
libertad de acceso por parte de las empresas y bancos del mundo enriquecido,
con el pretexto de que esto «hará funcionar la economía» y que entonces «se filtrará
la riqueza hacia abajo». La mano de obra y los recursos del país se ponen al
servicio de la exportación, los pagos de la deuda dejan a los gobiernos
incapacitados para asistir a los pobres, los países deben competir entre sí
para exportar mercancías manteniendo así precios bajos para los países
enriquecidos, etc. Billones de dólares en riqueza se trasfieren de los países
pobres a los ricos cada años, principalmente a través de unos salarios
bajísimos en la producción de nuestras importaciones. Esto es el resultado
cuando la forma de desarrollo que se concibe es solamente el
desarrollo capitalista, no el desarrollo de lo que la gente necesita. Están
atrapados en un sistema capitalista en el que el desarrollo consiste en un
proceso de pillaje legalizado.
El capítulo 7 documenta la desastrosa situación en los EE.UU.,
casi al fondo de la lista de los países ricos en prácticamente todos los
índices de bienestar social y calidad de vida. Y esto es debido a que la clase
capitalista se ha apoderado del país. Como sentenciara Warren Buffet, «Esto es
una guerra de clases, y mi clase ha ganado».
El capítulo 8 explica que el capitalismo nos está llevando
de manera inevitable hacia el colapso catastrófico de la economía mundial, de
los sistemas biofísicos y sociales. Muchos analistas ya lo están diciendo.
Solamente la montaña de deuda por sí sola, debida al reciente advenimiento de
la financiarización, indica que ese será el resultado, aunque hay
otros varios factores causales, incluyendo la progresiva escasez de recursos,
los conflictos por dichos recursos, el aumento de los costes de la vida y de
los insumos industriales, por no hablar del daño ecológico. Y sobre todo esto
sobrevuela una creciente rabia y confusión de las masas desposeídas que
alimentan la disidencia, la rebelión y el apoyo a gobiernos autoritarios y al
fascismo.
No podemos ni evitar ni remediar estas consecuencias y
trayectorias. El Capitalismo no se puede reformar para que no las produzca. Son
efectos directos de un sistema socioeconómico que permite que su rumbo sea
marcado por la minoría que posee la mayor parte del capital, con el objetivo de
hacer todo el dinero que puedan. ¿Por qué motivo deberíamos esperar que
semejante arreglo resultase beneficioso para toda la gente? Sin embargo, la
ideología capitalista es tan poderosa que impide tomar conciencia crítica de la
situación.
En el capítulo 8 defiendo que esta sociedad es incapaz de
resolver los grandes problemas y que no podemos evitar que llegue una época de
enormes dificultades. Estos problemas son de una magnitud y un horror demasiado
grandes, el tiempo que queda es demasiado escaso, la clase capitalista está
demasiado atrincherada, las élites y los gobiernos están convencidos de que la
solución consiste en más crecimiento, y pocas personas comprenden que la causa
fundamental de este callejón sin salida tiene que ver con el sobreconsumo y la
producción de miseria que genera la economía capitalista. Entonces ¿cómo
podríamos reemplazar el Capitalismo? El último capítulo ofrece una respuesta.
El capítulo 9 ofrece una crítica de la teoría económica
convencional y de los economistas que la practican y la enseñan.
Este análisis de la naturaleza del Capitalismo nos deja sólo
con una forma general que podría tomar una sociedad sostenible y justa. Puede
que les encante oír que no es el Socialismo pero será una sorpresa,
seguramente, cuando sepan que es (una forma de) el Anarquismo.
En el capítulo 10 sostengo que los mencionados niveles de
consumo de recursos y el daño ecológico sólo se pueden reducir en un grado
suficiente, y sólo se pueden eliminar los problemas sociales, mediante una
transición a la denominada Vía
de la Simplicidad. Lo que dicha vía implica es básicamente comunidades
cooperativas autogobernadas, pequeñas y muy autosuficientes, que controlen sus
economías locales y abracen estilos de vida y sistemas mucho más simples.
Los pueblos y suburbios estarían enfocados a dirigir sus
suministros locales, su producción local y los sistemas de mantenimiento por
medio de comités, asambleas municipales y hacenderas, en el seno de economías
bajo su control, sin crecimiento y dirigidas por las necesidades, no por las
fuerzas del mercado ni el beneficio. Pueden seguir existiendo (pequeñas)
ciudades, y la propiedad privada de pequeños negocios y granjas familiares
(bajo unas estrictas directrices sociales). Podría haber un incremento en cosas
como las universidades, la medicina de alta tecnología o un I+D socialmente
útil.
Esta visión difiere la imagen típica socialista de una
sociedad poscapitalista, principalmente en que no implica una centralización
fuerte ni un rol importante para un Estado potente. De lo que trata es de
comunidades que toman el control de sus asuntos locales por medio de un
autogobierno muy participativo que implique a la ciudadanía consciente en las
asambleas municipales, en los comités y en las hacenderas. Consiste en una
visión anarquista, centrada en la cooperación, la participación, la
inclusividad, la eliminación de la dominación y la priorización del bienestar
de todos. Habría aún algunas funciones que estarían mejor coordinadas de un
modo centralizado pero todas las decisiones políticas deberían ser determinadas
al nivel de los gobiernos locales.
Esta manera de organizarnos sería fácil de lograr… si
deseásemos hacerlo, y nos permitiría tener una calidad de vida mucho mejor que
la que tienen la mayoría de las personas hoy día en los países ricos. Puede que
tuviéramos que trabajar a cambio de dinero apenas un par de días a la semana.
Tendríamos la seguridad que nos daría una comunidad basada en el apoyo mutuo,
la cooperación y los cuidados, muy consciente de que el bienestar de cada
persona depende de lo bien que cuide el pueblo de sus ciudadanos y de sus
sistemas.
Hoy en día ya hay mucha gente que vive de este modo, en las
ecoaldeas y en las localidades en Transición, y que disfrutan de vidas seguras
y de gran calidad. Está creciendo rápidamente la conciencia social de que este
es el camino más razonable que debería seguir la Humanidad, y mucha gente por
todo el mundo ha estado ya construyendo sistemas de este tipo: p.ej. los curdos
de Rojava, la Cooperativa Integral Catalana, los zapatistas o los movimientos
Ubuntu, Satyagraha y de la Vía Campesina.
El último capítulo incluye consideraciones acerca de la
manera en que se puede hacer la transición. Las reformas como las propuestas
por los defensores del Green New Deal no pueden resolver los
problemas. Los cambios necesarios van más allá de la sustitución de la economía
capitalista: deben incluir cambios enormes en la ordenación del territorio, el
urbanismo, los sistemas políticos y, sobre todo, en la cultura, es decir, en
las ideas, valores y en las disposiciones de la gente. El factor principal debe
ser la aceptación voluntaria de estilos de vida y sistemas más simples desde el
punto de vista material.
Las estrategias socialistas no pueden lograr la alternativa
necesaria, porque esta no pasa por un control centralizado ni puede ser
desarrollada haciéndose con el Estado. Esta revolución debe ser, en esencia,
una revolución cultural, guiada por la aceptación de buena gana de unas ideas
radicalmente nuevas y de unos valores que contradicen los que mueven la
sociedad capitalista.
Nuestra sociedad actual es incapaz de realizar la transición
de manera deliberada y racional por medio de sus instituciones parlamentarias o
de otro tipo. El Capitalismo y la obsesión con la riqueza y el crecimiento
están tan profundamente incrustadas que estamos atrapados en un descenso hacia
una época, posiblemente terminal, de gran zozobra. En ella veremos las
contradicciones del Capitalismo llevarlo a su autodestrucción, lo que podría
llevarse a la civilización por delante, junto con las vidas de
miles de millones de personas. Pero también hará posible el surgimiento de vías
más sostenibles y justas, y empujará a la gente en esta dirección a medida que
sus circunstancias se vayan deteriorando.
Dedico la sección final del libro a argumentar que la mejor
manera de contribuir a la transición es, como se dice en el Anarquismo, prefigurar las
nuevas vías que van a sustituir al Capitalismo. Es decir, crear aquí y ahora
algunos de los sistemas y procesos alternativos que queremos que sean la norma
en la nueva sociedad. Esto es muy diferente de la estrategia socialista de trabajar
para alcanzar el poder en el Estado. Pero el Estado no puede poner en práctica
La Vía de la Simplicidad, esto es, establecer y dirigir un número enorme de
comunidades pequeñas, autosuficientes y autogobernadas. Y, lo que es más
importante, no puede existir un movimiento hacia su construcción a menos que
primero haya habido una adopción de las ideas y valores asociados.
El cambio cultural es el factor crucial, y la prefiguración
es el mejor modo de presentar y extender la comprensión de que (a) nos debemos
deshacer del Capitalismo y (b) la alternativa debe basarse en comunidades
locales, autosuficientes, autogobernadas, cooperativas y frugales. Pero el mero
hecho de poner en marcha más huertas, cooperativas o incluso comunidades
enteras no servirá de mucho a menos que las utilicemos como mecanismos para
aumentar la concienciación sobre estos dos grandes temas.
Abordarlo de esta manera abre la posibilidad de que la
transición sea pacífica y de que podamos disfrutar aquí y ahora aspectos de la
nueva sociedad a medida que vamos contribuyendo a su surgimiento. Sólo si esta
primera etapa del cambio cultural se logra, podremos proseguir para hacer los
cambios estructurales que también requiere una sociedad poscapitalista
sostenible y justa. Si las nuevas ideas se popularizasen, entonces los grandes
cambios estructurales serían fáciles y, llegados a ese punto, el cambio
cultural producido se percibiría como el triunfo de la revolución.
(Este artículo resume las tesis del nuevo libro del
autor, Capitalism: Why We Should Scrap It,- Capitalismo: por
qué deberíamos desecharlo- disponible en descarga gratuita
desde su web. Traducción: Manuel Casal Lodeiro.)
https://www.15-15-15.org/webzine/2022/12/10/por-que-deberiamos-deshacernos-del-capitalismo/
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