ESPIRITUALIDAD ANTE EL COLAPSO
“Sabiduría inmemorial que regresa. La de la aceptación de
los instintos que deconstruyen las construcciones intelectuales (el Espíritu,
la Conciencia, la Razón, la Sociedad...) de una humanidad universal, para
valorar las costumbres específicas de grupos de hombres arraigados. Es así como
debe comprenderse la desenvoltura, cada vez más generalizada, respecto de lo
político, así como el retorno de formas tradicionales de existencia, la
explosión de la religiosidad, las reivindicaciones por el ‘decrecimiento’, y
otras perspectivas ‘arcaicas’ que desconciertan a los observadores sociales”. Michel
Maffesoli, El reencantamiento del
mundo, 2009
Colapso, desencantamiento y espiritualidad
Resulta altamente sintomático que, a medida en que el proceso de colapso civilizatorio ha ido avanzando, especialmente desde los años 70 del siglo pasado, mediante la progresiva concatenación e intensificación de crisis económicas, energéticas, sociales y ecológicas, el ámbito de la espiritualidad haya experimentado una transformación substancial y radical.
Por ello, este artículo postula que dicha transformación es, en gran medida, una consecuencia cultural de la consciencia reflexiva de un derrumbe civilizacional no por sigiloso menos evidente, al menos para los que quisieran oír, ver y sentir.Las pruebas se han ido acumulando, y mientras la sociedad
aparentemente racional basada en los combustibles fósiles se libraba a un
paroxismo de irracionalidad nihilista supeditada a la tasa de reproducción del
capital, paralelamente ha ido construyéndose, aquí y allá, de manera diversa y
cambiante, pero continuada, una auténtica anamnesis de lo numinoso. Dicha
anamnesis implica, a un tiempo, recuerdo, rememoración, rescate y actualización
de los valores, actitudes y prácticas que testimonian la vigencia de lo
espiritual y lo sagrado, entendida como la producción de significado y sentido,
como algo especialmente valioso que remite a lo transcendente y lo misterioso.
Algo que la Modernidad, de la mano de la Ilustración y sus
ideas de culto literalizador a la Razón, el Progreso, la Ciencia y la
Tecnología, fue progresivamente apartando del centro de la vida normativa y la
cosmovisión dominante, mientras el materialismo capitalista destruía
implacablemente la naturaleza, barría ecosistemas, degradaba paisajes e
intentaba someter el planeta a sus insaciables apetitos de más beneficios. Un
abandono u olvido que no solo está ligado a las transformaciones propias de la
secularización moderna sino a la mutación y relevo de unos saberes procedentes
del universo tradicional, conformado mitológicamente, por otros vinculados a
las preferencias hegemónicas del proyecto moderno ilustrado, radicalmente
fáustico y prometeico.
Las dos grandes formas tradicionales de conocimiento, como
eran la filosofía y la religión, fueron centrifugadas por la modernidad hasta
el punto de “soltar el lastre” de sus aspectos transcendentes, sustituyendo las
viejas sacralidades por otras “débiles” de nuevo cuño, plenamente seculares y
civiles (Nación, Revolución, Consumo, Ciencia, Deporte). Tal y como en su
momento diagnosticara Max Weber, el mundo fue progresivamente desencantado,
encerrado en una jaula de hierro racional, técnica y burocrática, y cabría
añadir que era además una jaula profundamente indiferente, cuando no hostil,
respecto al mundo natural, tan ligado a las primordiales sacralidades
animistas.
El desencantamiento (materialismo, antropocentrismo) se
aceleró con la secularización de las sociedades, y aunque paradójicamente la
modernización aportó intentos compensadores de reencantamiento ligados al mundo
del consumo capitalista, con su hybris delirante, la promoción del ego y sus
buenas nuevas del “crecimiento” y el “desarrollo”, la necesidad de
reencantamiento profundo subsistió, aflorando continuamente en forma de
religiones civiles, de ocio juvenil, de efusiones dionisíacas, de nostalgia
patrimonial del pasado o del retorno de los antiguos conocimientos y saberes
sobre lo transcendente.
De esta forma se fue produciendo, mientras el planeta se
degradaba y las elites globales invertían fortunas para hacer ver que no pasaba
nada, la emergencia y despliegue de una nueva espiritualidad o transcendencia
global, dentro de la cual destacarían los llamados movimientos
psico-espirituales y ecoespirituales, que intentan conjugar la herencia
experiencial y sapiencial de no pocas sabidurías tradicionales de origen
religioso con los desarrollos de la psicología analítica y transpersonal, el
cuestionamiento de una ciencia deshumanizada, los estudios sobre la
consciencia, la ecología profunda y una original espiritualidad transversal,
pluralista y necesariamente híbrida. En general, dichos movimientos se han
mostrado muy sensibles al deterioro medioambiental, al demencial modo de vida
productivista de la civilización industrial y consumista, a las incesantes
crisis sociales y a los negativos impactos de estas en la salud integral de las
personas.
La anamnesis de lo sagrado que implica el conjunto de estas
espiritualidades mutantes ha supuesto la recuperación, revitalización y
reconfiguración de las viejas formas de conocimiento transcendente vinculado a
las antiguas filosofías, religiones y cosmovisiones, para ser transformadas en
las nuevas creatividades culturales. Éstas pretenden, como rasgo distintivo,
superar los déficits de sentido modernos y postmodernos para construir una
novedosa visión de lo sagrado, no necesariamente nostálgica y conservadora,
aunque siempre aceche el riesgo del sectarismo y el repliegue fundamentalista,
sino ligada a innovadoras formas transnacionales de ecoespiritualidad,
economía, política y relaciones sociales, que certifican el avance de una
conectividad global multidimensional. Lo cual es sinónimo de una auténtica
refundación del vínculo social en torno a una nueva sacralidad difusa, porosa y
fluida, donde la imaginación y la intuición de un vínculo cósmico tienen un
gran protagonismo.
Una sacralidad renovada y fluida, con amplias resonancias
gaianas, que también se evidencia en todo un conjunto de espiritualidades
laicas, capaces de conjugar a un tiempo lo inmanente y lo transcendente para
dotar al individuo de un consciencia plena de la existencia. Especialmente
cuando esta se halla cada vez más en entredicho por el inquietante e incierto
horizonte de colapso ecosocial en marcha. Se trataría, en suma, de recuperar un
mundo “con alma” frente a una sociedad vacía de sentido y conducida
irresponsablemente por desalmados.
El reencantamiento del mundo y las espiritualidades
La dimensión espiritual o la búsqueda del hecho sagrado entendido
como una cosa luminosa, numinosa, misteriosa, substancialmente simbólica, forma
parte de la condición humana, tanto en su subjetividad más íntima como en la
vida cotidiana, enraizada en el ámbito social y convencionalmente definida
dentro del campo de la religión. De hecho, en la actualidad somos testigos de
cómo la esfera religiosa de horizontes ultraterrenales se encuentra polarizada
en dos tendencias opuestas.
La primera, cristalizada en diversos integrismos, se
caracteriza por un rechazo de la modernidad, que se basa en la reafirmación
estricta y literal de la tradición específica de cada religión. El
fundamentalismo ciertamente se propone cambiar el mundo y no se limita a
guarecerse de él, pero lo hace sin cuestionar el capitalismo, más bien ayudando
a su reproducción.
La segunda tendencia se sitúa más bien en una posición de
búsqueda de alternativas espirituales a las confesiones institucionalizadas más
que en un rechazo explícito a la modernidad. La entendemos por lo tanto, como
parte del proceso en los desarrollos contemporáneos ubicados en el mundo
occidental, pero no solo en este, y se caracteriza por la tolerancia en
relación con la pluralidad de las visiones del mundo y de los estilos de vida,
generando composiciones religiosas “a la carta”.
El pronóstico de la Ilustración, según el cual el proceso de
la modernidad configuraría unas sociedades en las que las religiones serían, a
lo sumo, residuos de un mundo pre-científico y pre-moderno, no se ha cumplido.
Estamos, más bien, como apunta Maffesoli, en pleno proceso de
“re-encantamiento” de la realidad, de un hallazgo inesperado del sentido de lo
espiritual, un reencantamiento que tiene lugar en medio de un mundo
completamente tecnificado que se cae a pedazos al chocar contra sus límites biofísicos.
Se ha escrito bastante sobre la metamorfosis de lo sagrado
en el mundo moderno, sobre las formas modernas de lo espiritual, sobre la
consagración de lo profano y el retorno de lo numinoso. En conjunto se ha
hablado de un “nuevo fermento religioso”, de “despertar”, de “nueva conciencia
religiosa”. Numerosos autores se refieren a los nuevos movimientos religiosos
pero hay que ser conscientes de que la etiqueta “nuevos” remite al
eurocentrismo, pues desde una perspectiva no occidental, especialmente desde la
de tradiciones panteístas asiáticas, esta religiosidad “postmoderna” se revela
algo bastante viejo. El misticismo y su puesta en cuestión del protagonismo del
ego es una opción conocida en todas las grandes tradiciones religiosas, como
ocurre en el seno de las tradiciones hinduistas, budistas y taoístas, pero
también en las cristianas, musulmanas y animistas, o en las propias de pueblos
en América u Oceanía.
Lo bien cierto es que el vigente proceso de reencantamiento
forma parte de una tendencia más profunda hacia la reavivación de la fe en una
sociedad en la que las zonas de influencia de las espiritualidades
tradicionales y laicas se cruzan, fertilizan y cuyas condiciones fundacionales
son la incertidumbre fabricada de una modernidad que transforma sus propias
premisas y va directa al colapso por su misma dependencia de un modelo ecocida
y autodestructivo. Pero, además, cada vez se hace más patente la emergencia y
reivindicación de una forma de “re-ligación” o anamnesis que remonta a lo que
podríamos denominar la conectividad mística.
Este tipo de conectividad es el más antiguamente expresado,
pues aparece explicitado en los mensajes de las tradiciones místicas
espirituales (hinduismo, budismo, taoísmo, sufismo, cábala judía, gnosticismo
cristiano, alquimia, neoplatonismo, chamanismo), que Aldous Huxley agrupó bajo
el rótulo de “filosofía perenne”, para definir el pensamiento sapiencial
derivado de la experiencia mística del ser como camino de liberación interior.
Estas tradiciones místicas, ahora reconfiguradas, reelaboradas, mezcladas y
actualizadas por la espiritualidad emergente, subrayan un fenómeno: que la
trama unificada de la vida se constituye en la red subyacente que define la
unidad de la realidad última, que la cultura sólo puede captar mediante su
propia transcendencia crítica reflexiva.
Estaría en marcha, pues, una gran mutación: la que va de la
religión convencional literalista a una espiritualidad plural, global,
abstracta y abierta, como expresión máxima de la vigencia de lo sagrado, que
bien puede encontrar en la naturaleza una de sus máximas expresiones, si no la
mayor. Y es en la experiencia individual donde hallamos al sujeto religioso
moderno que se define por su autonomía, su vinculación a la conciencia y a la
libertad personal. El sujeto espiritual de la época del colapso civilizatorio
es un individuo que reivindica su autonomía pero sintiéndose o queriéndose
integrado en una dimensión vertical y plural de la realidad, en la creencia en
diferentes niveles de la realidad que definen lo religioso como vivencia
espiritual de lo sagrado.
Capitalismo espiritual y espiritualidades no capitalistas
Sin embargo el capitalismo, en su continua busca de nuevos
mercados, no ha tardado en detectar inéditas oportunidades de negocio. Prueba
de esto sería la emergencia de un capitalismo espiritual, es
decir, de toda una creciente mercantilización de la nueva esfera
psicoespiritual. Cómo en otras esferas de la producción y el consumo, también
en el ámbito trascendente ha ido emergiendo el que el Sam Keen ha denominado
como “basura espiritual”, una especie de acrítico totum revolutum de
creencias, pseudoterapias, “canalizaciones” y gurús de diversa procedencia,
convertido en basta mercancía para alimentar turbios negocios surgidos de la
desesperación existencial de tantos individuos.
Pero es que, más allá de esta “basura”, de esta banalización
de las renovadas visiones de lo numinoso, una buena parte de la nueva
espiritualidad holística también ha ido adaptándose a las reglas mercantiles y
entrando en el juego del campo económico capitalista. Dicho de otro modo, el
hambre de espiritualidad y trascendencia provocada por la misma condición
destructiva del capitalismo contemporáneo ha acabado produciendo,
paradójicamente, la aparición de un nuevo “nicho de mercado”, el del
capitalismo espiritual. Lo espiritual absorbido y procesado por el mundo de los
negocios como pura mercancía. Con una consecuencia paradójica: que la
espiritualidad no mercantilizada, crítica con esa mercantilización y las
religiones dogmáticas, también ha salido reforzada, en forma de
espiritualidades no capitalistas, lo cual quizás nos hace pensar que, pese al
avance del colapso, continúa habiendo esperanza más allá de las fronteras del
capitalismo en descomposición.
El individualismo utilitario y sus valores (dinero, poder,
tecnociencia) desarrollados de la mano del sistema capitalista y el
neoliberalismo, no solamente muestran síntomas de claro agotamiento sino que
además, el colapso ecosocial en la que nos vamos internando va dejando al
sistema seriamente afectado debido a su creciente incapacidad para
reproducirse, regenerarse y perpetuarse. Los gravísimos problemas ecológicos,
el creciente cambio climático, el descenso energético, el alarmante agotamiento
de los recursos, la falta crónica de empleo, la deslegitimación política, el
creciente descontento social, las amenazas ecofascistas y exterministas, las
dificultades estructurales para el buen vivir, entre otros problemas, hacen
ineludible la necesidad de avanzar desde una sociedad basada en la competencia
a ultranza, el crecimiento material y los combustibles fósiles, hacia una
sociedad basada en la ayuda mutua, las energías y prácticas realmente
renovables, el decrecimiento, la autonomía y los valores más democráticos y
solidarios.
Cada vez parece más evidente que liberarnos de la idolatría
del consumo y del crecimiento requiere transformar el imaginario personal y
colectivo, modificar nuestra manera de entender el mundo y de entendernos a
nosotros mismos. Y es en esa encrucijada donde las espiritualidades no
capitalistas parecen tener bastante que decir y hacer.
La pregunta, ¿cuál es la naturaleza del universo y cuál es
el lugar que ocupan las personas en él? sintetiza lo que conocemos como la
“gran pregunta” o “gran misterio” que desde el origen de los tiempos la
humanidad no solo se ha formulado sino que ha intentado contestar, ensayando
distintas respuestas en función del momento histórico y del contexto cultural.
Por ello, algunos de los desarrollos acaecidos durante las últimas décadas en
las diversas esferas del conocimiento persiguen una tarea de anamnesis personal
y colectiva, capaz de reconectar con lo sagrado, entendido este con el contacto
con fuentes de transcendencia capaces de resignificar la vida en su sentido más
amplio. Dicha anamnesis sucede, a la vez, en un contexto complejo de
globalización y colapso, que trae consigo una conexión transcendente capaz de
dotar de un sentido profundo a los modernos lazos de interdependencia que se
establecen entre los individuos entre sí y entre estos y el mundo físico,
psíquico y espiritual.
En este proceso, que rescata extensas áreas de las viejas
formas de sabiduría tradicional y las recombina con aspectos de los saberes
modernos, como la psicología profunda, la ecología o las nuevas fronteras de la
ciencia de vanguardia, se configura una nueva cultura creativa, al tiempo que
se impone la necesidad de la experiencia directa y la comprensión personal y
colectiva de esta. Y no tanto a través de sistemas codificados de ideas o formulaciones
dogmáticas, como a través de la propia vivencia que alumbra este cambio
trascendente y revolucionario en la visión del mundo. En suma: espiritualidades
vivificantes que confluyen con alternativas epistemológicas, místicas
contrahegemónicas y cosmovisiones emancipadoras.
Un cambio de rumbo, una respuesta adaptativa al colapso
inevitable desde la esperanza activa y la resiliencia comprometida.
https://www.elsaltodiario.com/laplaza/espiritualidades-colapso
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