LA FANTASÍA APOCALÍPTICA ES UN OBSTÁCULO
NECESITAMOS NUEVOS FUTUROS
En una de las historias más viejas jamás narradas: la
humanidad salvada gracias a una tecnología y un aviso divino por el que un ser
celestial elige a una familia de privilegiados para continuar la especie ante
la degradación del mundo. Ese futuro en el que se abandona la tierra conocida y
al 99,9% de sus habitantes para, en una elitista arca —que entonces fue de
madera y hoy tiene forma de nave espacial o colonia privada—, volver a empezar
a costa de la inmensa mayoría de la humanidad y del resto de seres que habitan
el planeta es contra lo que se rebela Marta Peirano (Madrid, 1975) en su
libro Contra
el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático (Debate, 2022)
En El enemigo conoce el sistema (Debate, 2019), la periodista especializada en privacidad y seguridad en internet ahondaba sobre cómo la red de redes se ha convertido en un espacio de vigilancia y control social. Ahora, Peirano entra en el universo de la crisis climática y las soluciones tecnológicas que dicen pretender frenarla con una dura advertencia: la élite ya tiene pensado cómo va a ser su futuro.
Un último spoiler antes de comenzar: frente
a lo que podría parecer por el título, el mensaje del libro no solo es de
esperanza, sino que contiene un esbozo de plan y un paquete de soluciones en el
que, inevitablemente, tú, yo y todos los habitantes de este planeta estamos
integrados. No todo va a ser pasividad, apocalipsis climático y cohetes
espaciales llenos de superricos.
De Noé y su arca salvadora a la crisis climática y la
captura y extracción de carbono. ¿La tecnología no nos salvará esta vez?
La tecnología no nos ha salvado nunca. Puede ayudar a
salvarnos, pero no nos ha salvado jamás. Nos salvamos nosotros, y nos tenemos
que salvar nosotros mismos.
Los relatos sobre la colonización de planetas, colonias
privadas orbitando la Tierra o incluso de terraformación pueden sonar
infantiles. Pero ahí tenemos a Elon Musk y a Jeff Bezos, los dos hombres más
ricos del planeta, de los que depende hasta la NASA, planteándolo seriamente.
¿La humanidad está en manos de críos?
Sí. Bueno… yo diría que estos grandes CEO, en un mundo
mediado por Twitter, Instagram y TikTok, han coincidido con un entorno político
que favorece las soluciones rápidas, totémicas, monolíticas y monopolistas. Son
soluciones en las que se puede invertir un montón de dinero público, que es
algo que ahora mismo a la clase política parece que le gusta porque lo reparte
entre sus amigos. Al mismo tiempo, le dicen a la población: “No te preocupes,
ya nos ocupamos nosotros”. Son populistas porque dicen: “No hombre, tú puedes
seguir conduciendo tu coche de gasolina, comiendo salchichas todos los días y
haciendo las cosas que te gustan. Todo como hasta ahora, lo estás haciendo todo
bien, ya nos ocupamos nosotros… con tu dinero”.
Tenemos una sociedad profundamente frustrada que se ha
vuelto nihilista porque ha dejado de creer en la política. A la vez, está
fuertemente polarizada porque las tecnologías a las que hemos sido adictos en
los últimos 15 años son tecnologías que nos sacan del lugar en el que estamos y
nos ponen en uno imaginario donde todo el mundo piensa como nosotros. Nos
desvinculan de la sociedad en la que vivimos. En ese entorno, de repente, Elon
Musk, que es como una especie de superhéroe —él mismo se caracteriza como un
Iron Man real—, un gran ingeniero que además es sobrenaturalmente listo, y se
casa con cantantes y supermodelos, y es como una especie de dios del Olimpo,
aparece con una solución que parece sensata. Porque, al fin y al cabo, él ha
ido ocupando todos los espacios que pertenecen al futuro: los coches eléctricos,
la inteligencia artificial, la conquista de nuevos planetas, la minería de
nuevos elementos, etcétera. Y, de repente, parecen las soluciones
lógicas.
La pregunta era si estamos en manos de críos o no. Has
empezado con un sí, luego has pasado a un “bueno”...
Es que es una pregunta difícil, porque yo no creo que
estemos en manos de críos. Creo que estamos en manos de incompetentes. O sea,
el crío es Elon Musk, pero Elon Musk es un empresario, no un funcionario
elegido de forma democrática para que tome decisiones que beneficien a la
sociedad.
Pero sus decisiones y sus actos tienen un impacto más que significativo sobre ella. Esto empieza por la pregunta: ¿cómo es posible que en sociedades democráticas como teóricamente son los Estados Unidos o Europa pueda existir un Elon Musk? La existencia misma de un megamultimillonario, de un hombre que no solamente es el más rico del mundo, sino que es el más rico de la historia; de un tipo que con su propio dinero se puede ir al espacio —aunque no lo hace, lo hace con dinero público, ojo ahí— indica que las sociedades a las que pertenecen no están bien administradas. ¿Estamos regidos por niños pequeños? No, pero los niños pequeños dominan a la sociedad porque los padres no están mirando.
En tu libro señalas que gente como Bezos o Musk no
compiten por salvar a la humanidad, sino por desembarazarse de ella. ¿La élite
solo se salvará a sí misma?
Obviamente, ese es el futuro en el que este libro está en
contra. Pero es su futuro. Están planeando su huida hacia adelante y piensan
que se lo pueden permitir, pero para que su futuro exista el nuestro tiene que
desaparecer. No hay recursos para tanto. O sea, su futuro es un futuro de
consumo extremo y súper rápido de recursos, y el nuestro es un futuro más
compartido, comunitario y masivo, un consumo que necesariamente tiene que ser
mucho más comedido.
En El enemigo conoce el sistema advertías
del peligro de que un poder global, concentrado en muy pocas manos, tenga el
control sobre una herramienta que utilizamos para casi todo hoy en día como es
internet. En la crisis climática ocurre algo similar, con gran parte de las
emisiones concentradas en un puñado de grupos globales y unos gobiernos atados
por esas mismas multinacionales. ¿El poder es siempre el problema?
No, el poder es el poder. El problema es que lo tengan cinco
y que afecte a 6.000 millones de personas. Si el poder estuviera repartido
entre, por lo menos, 600 millones de personas no sería un problema.
¿Por qué nos es más fácil imaginar el fin del mundo antes
que el fin del capitalismo?
Porque parece que es así. Vivimos en una cultura mediática
donde manifestamos el fin del mundo constantemente en películas, series,
literatura, etcétera. Nosotros mismos parece que estamos más predispuestos
hacia un final grandioso y apocalíptico, que también es totémico, monolítico y
ocurre todo en un día. O sea, la gente habla de “el acontecimiento”, de “el
evento”, de “cuando la crisis climática ocurra”, como si fuera un Godzilla que
viene a devorarnos. Ya estamos en medio de la crisis climática. Es algo que
está ocurriendo de forma más o menos intensa en distintas partes del mundo y lo
que se predice es un final agónico que va a durar mucho tiempo y que va a ser
muy miserable. Entonces, nos resulta más cómodo para poder seguir con nuestras
vidas tal cual son que pensar que un día todo se acabará de golpe.
Y luego, pensar otro fin claramente implica nuestra participación, y la participación del capitalismo es pasiva. Lo único que tenemos que hacer es consumir.
En relación a esta forma de ver la crisis climática,
recoges cómo el nobel de Economía Daniel Kahneman dice que no podemos pensar en
el cambio climático debido a una serie de cuestiones: es amorfo y no tiene
características que nos permitan fijarnos en él; luchar contra él requiere
sacrificios ahora para obtener réditos en el futuro; y sus detalles nos parecen
inciertos y rebatibles. Y todo eso porque hemos evolucionado para tratar con
otro tipo de problemas, más concretos y urgentes. ¿Podemos luchar contra
nuestra propia forma de ser?
Sí, de hecho, llevamos haciéndolo desde el principio del
mundo. Todos los grandes saltos evolutivos que hemos dado a lo largo de la
historia, desde que éramos un moco pegado al fondo del mar, han estado
motivados por un proceso que nos ha causado mucho sufrimiento, incluyendo el
desarrollar extremidades y reptar fuera del agua y convertirnos en mamíferos.
Todos esos procesos han sido dolorosos, difíciles y largos en el tiempo.
No tenemos mucho tiempo para tomar las decisiones que
tenemos que tomar. Pero si las tomamos, tenemos tiempo para cambiar, para
adaptarnos. El cambio climático ya está ocurriendo, ocurre todo el rato. Lo que
pasa es que en este caso son cambios climáticos que desafían nuestro modelo de
vida: nuestras viviendas, nuestros transportes, nuestras comunicaciones,
nuestro alimento... Vamos a tener que aprender a adaptarnos a los cambios que
vienen, pero vamos a tener que aprender también a convivir.
Creo que el cambio significativo que tenemos que asumir es
que vamos a tener que aprender a convivir con la naturaleza en lugar de luchar
contra ella. Nos hemos definido como especie separada del resto de las especies
y de la naturaleza. Tenemos que dejar de construir contra la naturaleza y
empezar a construir a su favor. Es algo que ya está pasando. Por ejemplo, hemos
pasado de ser la sociedad de los antibióticos a ser la sociedad de la
microbiota. Ahora estamos desarrollando soluciones que no asesinan a las
bacterias y microbios que forman parte de nuestro organismo.
Hay gente que dice que solo somos un saco de microbios y
hemos empezado a trabajar con ellos, descubriendo que es mucho más productivo y
mucho menos tóxico para nosotros y para todo lo demás. Ese tipo de soluciones
son la clase de soluciones que creo que tendrán que entrar en nuestra sociedad
de forma más radical y lo más rápidamente posible. Por ejemplo, se habla de
reforestar las ciudades cuando las ciudades son precisamente un producto que se
construye en contra de la naturaleza. Hablar de esa convivencia con la fauna
local, con la flora local, con las bacterias locales, con los microbios
locales, es el cambio necesario que tenemos que asumir.
¿Y lo ves posible?
Veo imposible sobrevivir como especie sin hacerlo. No sé
cómo de posible es, lo que sí que sé es que es imposible lo otro porque nuestra
propia política antinaturaleza nos está matando. Los antibióticos que le
ponemos a los animales que nos comemos están generando lo que hasta que hubo
una pandemia era el principal motivo de preocupación de la ONU todos los años,
año tras año, en sus análisis de crisis: las súperbacterias. Veo imposible la
supervivencia de la mayor parte de la población sin convivir. A lo mejor pueden
sobrevivir cinco en un cohete de Elon Musk, pero como colectivo veo imposible
sobrevivir sin aprender a convivir con el resto de las especies.
Como especie, la cooperación entre humanos es clave. A
pesar de cierta mofa sobre los tecnoadictos que pretenden salvar el clima con
una tecnología que ni está ni se la espera, en el libro hay una buena dosis de
optimismo. ¿Tienes fe en que la humanidad consiga cooperar para resolver el
problema?
Soy muy optimista. Tengo fe en que puede, en que se puede
hacer. Mi gran conclusión después de escribir este libro es que esto no es un
problema técnico. No es que haya un misterio por resolver o un problema técnico
irresoluble que requiera una nueva tecnología que todavía no está inventada o
un nuevo material que encontraremos en Júpiter pero que todavía no hemos
encontrado. Sé que podemos. Es más, hay comunidades que lo llevan haciendo toda
la vida. Tengo la esperanza de que lo consigamos, también porque la otra opción
me parece suicida.
Del optimismo vuelvo al mundo cenizo. Rescatar en el
libro la idea de Douglas Rushkoff por la que el 1% no está interesado realmente
en salvar el planeta, sino en cómo seguir disfrutando de una cantidad
desproporcionada de recursos sin pagar las consecuencias. Me ha parecido muy
descorazonadora.
Ese es su futuro.
Pero parece que da en el clavo y a día de hoy vamos
directamente hacia eso.
No, ellos van directamente hacia eso. Nosotros podemos
ayudarles, como Jeff Bezos cuando dice: “Gracias a todos los trabajadores de
Amazon por haberme ayudado a llegar hasta allí”. Podemos ayudarles o podemos
rebelarnos. Ese es el futuro contra el que se rebela el libro. Ese es su
futuro. ¿Es posible su futuro? Sí. Es más, es muy posible. ¿Es incompatible con
que nosotros tengamos el nuestro? También, porque su futuro consume muchos más
recursos de la misma manera que ahora mismo ese 1%, o ese 0,01%, consume los
mismos recursos que la mitad entera de la población.
Para que ellos puedan hacer eso, nosotros tenemos que hacer
lo otro. Para que el suyo exista, nuestro futuro tiene que desaparecer.
Entonces, ¿qué es lo que hace posible que los superricos estén planeando irse?
El futuro que propone Jeff Bezos se asemeja a lo que hablaba Rushkoff con estos
tipos que se van a Nueva Zelanda a montar sus búnkers y su gran preocupación es
ponerle unos cuellos que exploten a sus trabajadores para que no les maten
cuando pasen hambre. La solución de ellos es: “No, vámonos a la estratosfera.
Hasta allí no pueden llegar”.
Es un poco el lema de Extinction Rebelión: rebelión o
extinción, no hay otra.
Sí, no lo había pensado. Pero fíjate que la rebelión que yo
propongo no es ir a matar a nadie. A veces basta con dejar de establecer
subsidios. ¿Cómo acabamos con los toros? ¿Matamos a los toreros? No, basta con
dejar de darles dinero para que sigan toreando. Esto es un poco lo mismo. Esta
gente vive de nuestro trabajo.
Aunque hay un relato apocalíptico construido en base a
hechos por científicos y medios de comunicación, apenas se mueve un dedo, ni
siquiera en las cumbres del clima. Van 26 y es sangrante lo que sale de allí.
Hay un debate en el periodismo respecto a cómo comunicar la crisis climática.
¿Un relato anti apocalíptico podría ayudar?
Es crucial. El relato apocalíptico es análogo al relato con
el que empieza el libro del gran desastre medioambiental y la one tecnología
que nos salva. Bueno, que salva a una familia elegida por Dios: la tecnología
construida por un visionario que habla con Dios y que salva a su familia. Esa
fantasía es la primera historia que tenemos registrada y que nos llevamos
repitiendo toda la vida. Nos ha servido en el pasado, pero ahora se ha convertido
en un problema. Es casi como una herramienta traumática y creo que se ha
convertido en un obstáculo.
La fantasía apocalíptica también es un obstáculo. Es decir,
necesitamos nuevos futuros. Por eso también mi libro tiene esta portada. Llamé
a Miguel Brieva para que hiciera una portada que ofreciera una alternativa al
título. Es una portada que está basada también en trabajos de Superflux, una
agencia londinense que proyecta futuros para grandes administraciones como
Dubai y cosas así. Y este es el futuro que se imaginan ellos que podría pasar,
que está basado en tecnologías que ya existen, que está centrado en procesos
que sabemos que funcionan y que ni siquiera requieren una gran infraestructura,
sino simplemente cambiar las pequeñas que hay.
Ese es el futuro que yo propongo y que me parece que es un
futuro que convierte la sociedad en una sociedad civil, en una comunidad de
vecinos y no en la sociedad de consumidores que pagan por servicios que somos
ahora. Ahora todo se resuelve pagando por servicios. ¿Que llevo un coche? Ya,
pero pagó a una empresa en Ecuador para que plante tres árboles. ¿Gano
demasiado dinero? Pero lo lavo pagando a Oxfam para que hagan nosecuantitos.
Ese no es el futuro que nos responsabiliza de nuestro propio destino.
De hecho, planteas que la ciudadanía se convierta en una
sociedad civil contra la crisis climática.
Tengo un ejemplo muy concreto que para mí es crucial y del
que llevo hablando desde que lo descubrí hace diez años: el simulacro
antihuracanes de Cuba. En Cuba tienen una cosa que se llama el Ejercicio
Meteoro, que es un simulacro que hacen durante tres días, en los cuales se
tiran los dos primeros dos días preparando el entorno para recibir al huracán y
el último haciendo como que ya ha llegado el huracán. Es un simulacro por el
que me interesé porque Cuba está en la autopista de los huracanes y, sin
embargo, casi nunca muere gente de los huracanes por culpa de los volcanes. Eso
es así precisamente porque después de un huracán que mató a 700 personas en un
día, Fidel Castro —y esto me lo contó mi amigo Iván de la Nuez tal que así— le
declaró la guerra al huracán igual que se la había declarado al capitalismo.
“La tecnología no nos ha salvado nunca. Puede ayudar a
salvarnos, pero no nos ha salvado jamás”
Casi te diría que este libro sale de ahí. Este libro es:
vamos a declararle la guerra al cambio climático como un proxy para
declararle la guerra al capitalismo. En ese sentido, el proyecto lo que hace es
convertir a los vecinos cubanos en vecinos de verdad donde todo el mundo sabe
quién vive en cada piso y qué capacidades tiene cada uno. Uno se ocupa de
establecer las conexiones por radio, que es lo único que no se rompe durante un
huracán. Otro de reforzar todas las ventanas de todos los vecinos porque es
albañil y sabe hacerlo. Otro de que la alcantarilla que tienen debajo del
edificio no esté atascada, porque cuando pase agua por ahí es mejor que no se
inunde. Los niños se ocupan de ir a ver dónde están los viejitos para ponerlos
en el sitio donde los van a recoger. Y los viejitos luego cuidan de los niños.
Todo el mundo tiene un trabajo, desde los niños de seis años hasta los viejos
de 80. Nadie se queda solo. Nadie porque sea un viejo cascarrabias que tiene a
sus hijos en Miami se muere durante un huracán porque se han coordinado como un
ejército civil contra los huracanes, y yo siento que nosotros tenemos que hacer
lo mismo.
Una de las cosas que propongo es una propuesta de William
James que él llamaba “la alternativa moral a la guerra”. Él lo que proponía
era: cuando llevamos mucho tiempo de paz hay gente que se pone nerviosa, que
necesita acción. En el ejército y en la guerra se dan valores también de
compañerismo, de comunidad, de coordinación, de disciplina, que hay ciertas
personalidades a las que favorece mucho. Necesitamos una alternativa que
favorezca esas actividades o esos principios y bases sin necesidad de que sea
la guerra. Él proponía un ejército social donde la gente pasara un año de su
vida e hiciera una mili en la que aprendiera pues a construir puentes, a poner
vacunas… Esto es lo mismo.
Creo que tenemos que empezar a pensar en eso, en prepararnos
como se prepara a Cuba para los huracanes pero para lo que nos concierne a
nosotros en el lugar en el que estamos. En Barcelona, a lo mejor les concierne
que todas las proyecciones dicen que va a subir mucho el nivel del mar. Todo
esto debería estudiarse en los institutos. Deberían ser los institutos los que
hicieran las investigaciones sobre cuáles son los problemas y las crisis más
probables que van a afectar a su comunidad. Que trabajaran con las
instituciones, bomberos, policías, universidades, etcétera, para crear
protocolos de emergencia apropiados a esas condiciones y que todos juntos las
demuestren y las prueben una vez al año. Esto es lo que yo creo que todos
deberíamos hacer, y en el proceso saber quiénes son nuestros vecinos, quién
tiene una silla de ruedas, quién se ha quedado embarazada y quién sabe usar una
radio. Todo eso pienso que es el futuro que nos podría esperar.
Mucho Falcon X pero lo que puede realmente cambiar las
cosas no se toca. No parece que haya mucho interés ni que se fomenten
propuestas como la Dieta para la Salud Planetaria, planteada por científicos.
Las últimas estadísticas de consumo de carne y crecimiento de macrogranjas
parece que lo dejan claro. ¿No interesa el tema de la dieta en relación al
clima?
Parece algo que está por encima de todas las cosas y la
prueba está en que es la industria más contaminante que existe, a la par con la
industria energética, porque es uno de los grandes consumidores energéticos de
todo el planeta y además es la principal causa de deforestación. Es la única
industria del mundo que no ha declarado intenciones de reverdecer sus procesos
o protocolos, que no tiene una moratoria de reducir su producción de CO2. Han
dicho: “Ah, no, nosotros estamos dando de comer al mundo”. Sin embargo, no
están dando de comer al mundo.
Comer carne es la forma menos eficiente de alimentarse. Y no
solo es la menos eficiente, sino que además es la principal causa de mortalidad
en el mundo. Se muere más gente de enfermedades cardiovasculares vinculadas a
la dieta que de cualquier otra cosa en todo el planeta. Teniendo en cuenta que
todas las simulaciones dicen que si dejáramos de comer carne, ya no digo todos
los días, sino que reservásemos por ejemplo el domingo para comer carne,
podríamos liberar tantos terrenos que el problema climático se reduciría
drásticamente sin necesidad de hacer ninguna inversión ni de plantear grandes
infraestructuras. Sería mucho menos invasivo para la población, aunque parece
más íntimo, que obligarles a comprarse un coche nuevo o a no usar gasolina.
Lo hemos visto con los chalecos amarillos: de repente pones
un impuesto a la gasolina e incendias la ciudad. ¿Por qué? Pues porque no has
solucionado el problema de qué pasa si soy un ferretero que trabaja en las
afueras y tengo que ir en coche a los trabajos. Es mucho menos invasivo porque
te permite seguir haciendo la vida que quieres. Aparentemente, además,
mejoraría mucho tu vida porque mejoraría la salud, lo cual redundaría en
beneficio de la seguridad social, que podría ocupar ese dinero en otro tipo de
cosas que salvar a la gente que necesita un bypass. Y no costaría
dinero. Bueno, le costaría dinero a la industria ganadera, que tendría que
transformarse en otra clase de industria.
“Como colectivo veo imposible sobrevivir sin aprender a
convivir con el resto de las especies”
La mayor parte de la agricultura que existe en el planeta
ahora mismo está dedicada a alimentar ganado y la mayor parte del ganado está
dedicado a alimentar el primer mundo. Ni siquiera hace falta que todo el
planeta deje de comer carne, basta con que lo hagamos en el primer mundo. ¿Por
qué no lo hacemos? Porque nos ofrecen soluciones que no nos implican. No, Elon
Musk ya la tiene, ya está.
¿Crees que la gente realmente lo piensa así? ¿Que nos
ofrecen esa solución y la cogemos? ¿O directamente ni lo pensamos?
La inercia de la rutina es una de las cosas más fuertes y
más difíciles de romper. Pedirle a la gente que cambie una rutina tan fuerte
como la comida es muy difícil. Es más, la gente se muere en todo el mundo por
obesidad. No pueden parar de comer. ¿Quieren morirse? No. ¿Hay un incentivo
mejor que no morirse? Realmente no. Y, sin embargo, no pueden parar. Es decir,
no es una cuestión de moral. Si pudieran, lo harían. Pero también es verdad
que, por ejemplo, en Europa hemos decidido que fumar ya no es apropiado y que
hay un montón de lugares donde no se fuma. Con la carne bastaría con dos cosas:
que dejaras de financiarla con dinero público y que empezaras a castigar a la
industria por su impacto climático.
Con que cumplieran la legislación, pagaran las multas y
dejaran de recibir dinero público —que en España sabemos que la mayor parte se
va a la casa de Alba, porque son los grandes terratenientes de este país— ya
bastaría. La carne empezaría a valer lo que realmente vale. Ya no digo en
sufrimiento, porque hay mucha gente a la que no le importa el sufrimiento de
otras especies. Respeto eso. Pero es que lo que vale en deforestación, en
contaminación, en seguridad social… Todo eso empezaría a costar la carne y
sería mucho más barato comer legumbres que carne.
El dinero público y su destino ha salido en unas cuantas
respuestas de esta entrevista.
El dinero público y los impuestos. Deja de financiar cosas
que destruyen el planeta y destrozan nuestras vidas y empieza a cobrar por
cosas que destruyen el planeta y destruyen nuestras vidas. Cuando has empezado
preguntando si estamos en manos de niños: no, no estamos en manos de niños, estamos
en manos de administradoras cuyo trabajo es financiar cosas que nos salvan y
castigar cosas que nos matan, pero lo están haciendo al revés.
La última. ¿Nos merecemos todo eso?
No, claro que no. No vivimos en la sociedad más desigual de
la historia porque la sociedad ha sido siempre muy desigual, pero tenemos los
recursos y la sensibilidad necesarios para que no sea así. Todo esto es
producto de la desigualdad y está todo vinculado: la pobreza, la obesidad, la
crisis climática... Las grandes empresas no van a hacer minería a Nueva York.
Nueva York le dijo que no a Amazon cuando Amazon dijo: “Voy a subastar mi
próxima sede, a ver dónde la pongo”. Y todas las ciudades de Midwest decían:
¡Yo, yo, yo! ¡Te pago, te regalo, te pongo, te doy… te doy el ayuntamiento!
¿Qué quieres?”. Amazon dijo: “Queremos Nueva York”. Y Nueva York dijo que ni de
coña.
Igual porque eran los más ricos y podían permitírselo
Claro, esa es la desigualdad. La desigualdad es lo que
permite a Nueva York decir: “No queremos tu apestosa sede”. Pero también es lo
que hace que Minnesota sí que la necesite, o que piense que la necesite. ¿Qué
ha pasado en Asturias? ¿Asturias piensa que necesitaba Amazon? Todos los
lugares donde llega Amazon se degradan. Se degrada la vida del lugar, la vida de
los trabajadores y la tierra a su alrededor. ¿A quién beneficia que llegue la
sede de Amazon a España? Probablemente a los cinco señores que lo han negociado
en secreto.
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