¿Recordará la historia de la pandemia de COVID-19 como el
momento en que los ciudadanos renunciaron a sus derechos civiles por motivos de
salud?
Existen dos elementos que pueden ser usados a la vez para
ejercer presión sobre la población: el miedo (Big Brother), y el
entretenimiento (Big Mother). Dos ideas vinculadas al campo de la teoría
psicoanalítica en la que el padre –el gran hermano–
hace cumplir la ley, mientras que la madre nutre, en el
amplio sentido de la palabra, y también entretiene.
Hacia una vigilancia generalizada
La vigilancia de datos ya está, en cierto modo,
generalizada. ¿Aún creemos que nuestras conversaciones permanecen en el dominio
privado, independientemente del medio utilizado y las protecciones declaradas?
La policía de Marruecos arrestó
a una docena de personas por publicar en las redes sociales
informaciones relacionadas con la Covid-19 consideradas por las autoridades
como “noticias falsas”.
En Hungría, al
menos tres personas fueron detenidas por haber criticado en redes
sociales la gestión de la pandemia realizada por Viktor Orban. Esta acción
podría costarles cinco años de prisión gracias a una medida de emergencia
adoptada el 30 de marzo para enfrentar la pandemia.
En Turquía, una persona puede ser castigada con tres años
de cárcel por difundir lo que se describe como falsedades. Los Ministerios de
la Verdad tienen una gran cantidad de candidatos: cualquier cuestionamiento de
la versión oficial se considera una conspiración.
Durante el confinamiento se popularizó el uso de
aplicaciones de videoconferencia como Zoom o Houseparty, hasta ese momento un
nicho de mercado limitado al sector de la tecnología. Estas aplicaciones están
ya en todas partes, incluidas las clases de las universidades y las reuniones
de empresa.
A pesar de que Zoom contaba solo con 10 millones de
usuarios en 2019, actualmente es una de las aplicaciones más descargadas del
planeta, con 300
millones de usuarios en abril de 2020. Sin embargo, al mismo tiempo
nos enteramos de que Zoom
enviaba los datos de los usuarios a Facebook sin su consentimiento, incluso
sin estar registrados en esta red social.
En su
declaración de política de privacidad publicada el 25 de marzo, la
aplicación Houseparty declaró que era: “libre de usar el contenido de
cualquier comunicación enviada por usted a través de los Servicios, que incluye
cualquier idea, invento, concepto, técnica o conocimiento divulgado en ellos,
para cualquier propósito, incluido el desarrollo, la fabricación y/o la comercialización
de bienes o Servicios”.
Lo que es peor, Zoom
no cifra las llamadas gratuitas y tampoco
lo hace Houseparty con las conversaciones.
Finalmente, la geolocalización también es utilizada en
las aplicaciones que permiten a los usuarios saber quién puede estar infectado
en su círculo de conocidos. Es el caso de la
aplicación Radar COVID de España.
Aplicación de la subvigilancia
¿Cómo lograr que los ciudadanos acepten esas medidas o al
menos no las desafíen? El secreto es convencerlos para que se sometan
libremente.
En lugar de hablar de la vigilancia, se recurre al
principio de “subvigilancia”,
en el que el individuo no es vigilado de manera activa sino que es seguido por
huellas digitales, de manera discreta, inmaterial y omnipresente.
En la novela clásica de George Orwell, 1984,
publicada en 1949, no se explica cómo el Gran Hermano llegó al poder o cómo
surgió esa sociedad pero la describe minuciosamente. En muchos sentidos, ya
hemos superado algunas de las características de vigilancia referidas por
Orwell.
Por ejemplo, no predijo la pantalla portátil, o la
sumisión voluntaria. Sin embargo recurre a la idea de un dispositivo de
vigilancia por vídeo, “telepantalla”, que es muy similar a nuestras pantallas
conectadas actuales.
Un mundo distópico
Lo que Orwell no anticipó es que estaríamos de acuerdo en
someternos voluntariamente al equivalente actual de su telepantalla, el
teléfono inteligente y que, además, sería de pago. Su uso se ha generalizado
porque está diseñado para ser entretenidos. Los usuarios están contentos,
distraídos y bajan la guardia.
En otra famosa distopía, Un mundo feliz, de
Aldous Huxley, los ciudadanos toman la droga “soma”, que debilita su
resistencia. En la novela, se describe al soma como una medicina simple, pero
en realidad es una droga sintética que sumerge a los usuarios en un sueño
paradisíaco.
Los dispositivos digitales de hoy parecen combinar el
soma de Un mundo feliz y la telepantalla de 1984.
Un adolescente pasa
casi nueve horas todos los días frente a una pantalla, sin ningún beneficio
serio o educativo. El dispositivo digital se ha convertido en la extensión de
uno mismo, una extremidad artificial.
Para seguir usando sus funciones, que son prácticas y,
sobre todo, divertidas, renunciamos a un poco de libertad. Además, en el
balance coste/beneficio del uso de estas herramientas digitales, los beneficios
superan claramente a los riesgos de intrusión en la privacidad.
Los dispositivos digitales ofrecen entretenimiento al
mismo tiempo que restan tiempo al conocimiento. Un
estudio que realizamos entre estudiantes de escuelas de postgrado de
Francia indicó que pasan 61 de los 90 minutos de clase divirtiéndose con las
tabletas que les distribuyen sus universidades. Sólo el 20% del tiempo tenía
alguna relación con los estudios.
En las redes sociales, cada “me gusta” que reciben las
publicaciones de un usuario libera una
dosis inmediata de dopamina tal como se observa claramente con
usuarios conectados mientras se les realiza una resonancia magnética. Huxley lo
vio venir…
Big Brother: Miedo y obediencia
Las potencias mundiales han utilizado un lenguaje de
guerra para luchar contra la Covid-19. ¿Coincidencia? La guerra parece
autorizar comportamientos prohibidos en tiempos de paz, es el momento idóneo
para tomar decisiones sin consultar, el de las excepciones. Cada guerra es
también una guerra contra las libertades civiles.
Sin embargo, cuando se trata de vigilancia digital, la
excepción se convierte en la regla. Quedó claro tras el 11 de septiembre de
2001, cuando se le dio un “impulso oficial” en nombre de la “guerra contra el
terrorismo”, incluso antes de que se convirtiera en norma y se adoptara a nivel
mundial.
En un documento
técnico de 2011 sobre la seguridad pública difundido por el Ministerio
del Interior de Francia se mencionó específicamente la resistencia popular a las
nuevas tecnologías, que podrían considerarse intrusivas:
“El uso de nanotecnologías combinadas con geolocalización
puede generar temores en cuanto a la protección de las libertades
individuales”.
¿Cómo podría el Ministerio del Interior doblegar la resistencia
contra la vigilancia electrónica? La respuesta se puede encontrar en el mismo
documento técnico:
“No hay duda que una sensación significativa de ‘amenaza’
(ya sea terrorista o económica) contribuye a una percepción más favorable del
uso de nuevas tecnologías dentro de la sociedad”.
No se puede ignorar el hecho de que este método funciona,
como hemos visto desde 2001. Cuando los gobiernos usan la tecnología disfrazada
de guerra, los ciudadanos la aceptan con mayor facilidad.
Servidumbre voluntaria
Miedo al terrorismo y miedo a la enfermedad. Este
sentimiento se mantiene a través de incertidumbres cuidadosamente seleccionadas
y bombardeos de información continúa.
El entretenimiento, al igual que el miedo, conduce a una
forma de servidumbre voluntaria que también se sirve del placer
narcisista que ofrecen las redes sociales.
Benjamín Franklin dijo: “Aquellos capaces de renunciar a
libertades básicas para lograr un poco de seguridad temporal no merecen ni
libertad ni seguridad”. Aunque la frase se suele utilizar en debates sobre
cuestiones de tecnología y vigilancia, su contexto era en realidad una disputa
fiscal relativa a los gastos de defensa.
Sin embargo, en el contexto actual podríamos parafrasear
a Franklin así:
“Quien está dispuesto a sacrificar un poco de libertad a
cambio de un poco de diversión, no merece ni libertad ni diversión”.
Maître de Conférences HDR en Systèmes d'Information,
Université de Montpellier
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