¿Por qué puede ser la única solución a la crisis
pandémica y climática?
Ante la situación actual, sólo el decrecimiento parece ofrecer una
alternativa viable para la sustentabilidad de la civilización
Entre sus múltiples efectos, la pandemia del coronavirus
ha situado a muchas personas –finalmente– en una conciencia de crisis.
Obviamente, existe una necesidad de encontrar sentido y el ser humano tiene una
extraordinaria facultad de conectar hilos narrativos para tejer una versión
de los hechos que permita encontrar una suerte de orden y propósito, aunque
este sea trágico o letal. Recientemente ha surgido una idea ampliamente
difundida que afirma que la pandemia es solamente una manifestación más de la crisis climática e incluso de una
crisis de la civilización humana como tal.
En este caso, las intuiciones básicas de las personas,
que suelen ser desestimadas por algunos científicos, políticos o economistas, y
que son expresadas coloquialmente bajo la idea de que "todo está
conectado", tienen cierto fundamento.
Podemos afirmar que sí, en realidad
la epidemia que vivimos está conectada al cambio climático, al menos en tanto
que tienen una misma causa y son manifestaciones de una misma problemática,
siendo en este caso el cambio climático la condición más profunda, expresión de
esta "crisis de la humanidad", crisis planetaria, de la cual en
cierta forma el coronavirus es un síntoma más. El investigador Vijay Kolinjivadi describe
esto con una ominosa metáfora:
La pandemia del coronavirus es como un bloque de hielo
desplomándose de un glaciar. Puedes ver el hielo caer, pero no puedes
ver que todo el glaciar se derrite. Igualmente, el cambio climático continuará
dejando caer bloques de hielo sobre la humanidad después de que la pandemia de
la covid-19 se interrumpa.
La pandemia nos ha mostrado que hay algo serio que está
pasando, pero aunque en sí misma genera alarma y quizá nos motive a hacer
algunos cambios, no nos deja ver el problema de fondo. El inminente
colapso del glaciar sobre el que está montada la civilización.
Desde hace años, diversos científicos han advertido que
podíamos estar entrando a una era de pandemias, particularmente de enfermedades
zoonóticas, transmitidas por animales cuyos ecosistemas se ven amenazados o que
entran en contacto con humanos u otros animales con los que rara vez se
encuentran. Este es el tema del libro Spillover, publicado en
2012, en el que David Quammen advierte sobre este creciente riesgo.
Entrevistado por la Universidad de Yale, Quammen narra cómo
en 2017 un equipo de científicos de Wuhan, en una expedición en cuevas pobladas
por murciélagos de la provincia de Yunnan, encontraron un nuevo coronavirus e
identificaron su genoma. Ya se sabía entonces del peligro de este tipo de
virus, pues el virus que provoca el síndrome respiratorio agudo grave (mejor
conocido como SARS, por sus siglas en inglés) es un coronavirus. En
ese sentido, la atención de la comunidad científica estaba puesta en los
murciélagos por ser una especie especialmente propensa a hospedar virus. Todos
sabemos lo que pasó después.
Se cree que en China existe una extraña tradición de
comer animales salvajes de todo tipo, que esta tradición está sumamente
arraigada y que es de alguna manera la causa de la pandemia. Pero como Quammen
observa, en realidad esto es algo relativamente nuevo. Los textos antiguos
advierten sobre los efectos negativos de comer animales. La auténtica causa del
incremento de exposición a virus zoonóticos, según Quammen, tiene que ver con
nuestra relación con la naturaleza, basada en el "consumo, la intrusión y
la perturbación" de los hábitats, señala. Algo similar pudo ocurrir para
que otros virus como el VIH y el ébola infectaran a poblaciones humanas.
Dice Quammen:
Cuando vamos a un bosque tropical de gran diversidad y
empezamos a cortar árboles, capturar animales o a matar animales por comida, le
ofrecemos a los virus la oportunidad de volverse nuestros virus, de saltar y
encontrar un nuevo huésped, un huésped más abundante.
Quammen ofrece otro escenario de cómo sucede
esto. El ejemplo es el de metales raros como el coltán, utilizados desde
hace unas décadas en la fabricación y funcionamiento de aparatos
tecnológicos. En su mayor parte, el coltán es extraído en minas ubicadas en
el Congo, cerca de bosques tropicales donde hay gorilas, murciélagos y todo
tipo de criaturas. Por otro lado, los trabajadores en esos campamentos
mineros laboran en condiciones precarias, cuando no francamente inhumanas,
lo cual los lleva, entre otras prácticas, a recurrir a lo que se conoce
como "carne de arbusto" para sobrevivir, es decir, a alimentarse de
animales salvajes con los que quizá, en otras condiciones, ni siquiera tendrían
mayor contacto. "Cuando compramos un teléfono móvil –dice Quammen– estamos
haciendo más grande esta red de perturbación. Estamos acercando los virus hacia
nosotros, tal vez no tan directamente como los consumidores de murciélagos en
China, pero de todas maneras somos parte de ella".
Quammen entiende que ahora los recursos y la atención
estén dirigidos a detener el nuevo coronavirus, pero sugiere que una vez que lo
hagamos, celebrémoslo sólo cinco minutos y nos pongamos a pensar
inmediatamente en el siguiente virus, pues está por venir. Y quizá, además
de estudiar y anticipar posibles brotes y dirigir recursos, aún más importante
sería pensar en la causa que ha producido esta situación en primer lugar, pues
esta tiene que ver también con la crisis climática.
Como menciona Quammen, la causa fundamental de esta
situación tiene que ver con el modelo de expansión económica de la civilización
occidental capitalista. Este modelo está basado en el eje rector del
"crecimiento económico": crecer a toda costa. Se da como un hecho, y
esto es el dogma sagrado de la economía, que el crecimiento económico es un
factor que siempre, de una u otra forma, se traduce en prosperidad
(y, por ende, en una reducción de la pobreza). Incluso desde la perspectiva
puramente teórica, estos postulados son cuestionables, pues es posible que en
realidad el crecimiento económico en bruto, debido a la desigualdad o a las
condiciones que se crean para aumentar la producción, no tenga como efecto
eliminar realmente la pobreza.
Pero no discutiremos este tema. Lo que sí resulta más
fácil de ver es que el crecimiento económico, basado en el extractivismo de
recursos y en, necesariamente, la expansión de los mercados hasta el punto de
convertir el mundo mismo en recurso y mercado "global", tiene una
consecuencia muy obvia: perturba los ecosistemas, destruye incontables especies
animales y altera radicalmente el clima. Es posible argumentar que el
crecimiento económico produce riqueza, pero no es posible defender que el
crecimiento económico, que no soporta una pausa, ocurriendo en un mundo finito,
no amenaza con destruir diversas formas de vida, incluyendo la civilización
humana.
Hace un par de meses, un grupo de científicos de la
Universidad de Nueva Gales del Sur emitió un comunicado en el que se hace énfasis en
que la ciencia de nuestra época ha descrito los diversos peligros que enfrenta
el mundo natural debido a la crisis climática pero, lamentablemente,
[...] ninguna de estas advertencias ha considerado
explícitamente el rol que tienen nuestras economías basadas en el
crecimiento y la consecución de la afluencia. En nuestra propia
advertencia científica identificamos las fuerzas subyacentes del sobreconsumo y
deletreamos las medidas que necesitamos tomar para lidiar con el poder
abrumador del consumo y el paradigma económico del crecimiento.
Los científicos añaden:
La conclusión clave a la que hemos llegado en nuestros
estudios es que no podemos depender solamente de la tecnología para solucionar
nuestros problemas ambientales actuales [...], debemos también cambiar nuestros
estilos de vida afluentes y reducir el sobreconsumo con un cambio estructural.
Una de las ideas que han estado en boga en los últimos
años tiene que ver con lo que se ha llamado "desarrollo sustentable"
y la confianza en una "revolución verde", lo cual traería energía
limpia y también crecimiento económico. Pero a la luz de la información
científica y eventos como la pandemia reciente, resulta cada vez más claro que
estas son solamente nuevas formas de mantener el mismo paradigma y dejar de
lado la urgente situación en la que vivimos. Por decirlo de otra forma,
queremos poder seguir haciendo lo que hacemos, con la misma comodidad y
libertad y sin tener que asumir demasiada responsabilidad, sólo que ahora de una
manera más inteligente o menos destructiva, la cual es provista por el
milagroso desarrollo tecnológico. Sin embargo, como sugiere el movimiento del
"decrecimiento" (originalmente décroissance), en realidad
el desarrollo sustentable es un mito. Actualmente, el mundo necesita dejar de
crecer. Como ha dicho el teórico de medios Douglas Rushkoff: en la
naturaleza no existe nada que crezca infinitamente, si acaso sólo un tumor, y
ese crecimiento acaba en la muerte.
Aunque este movimiento está asociado negativamente con
una recesión y depresión económica, el decrecimiento se ha vuelto una necesidad
ecológica y ética para el ser humano. Algunos críticos señalan que el
decrecimiento significaría pérdidas de trabajos, mayor pobreza y todo tipo de
malestares.
Los proponentes del decrecimiento señalan que, por una
parte, esta transición es inevitable y, mientras más la posterguemos, más
traumática será. Incluso la pandemia misma podría verse como un mecanismo de
"decrecimiento", quizá forzado pero natural. Por otro lado,
señalan que la auténtica prosperidad no depende exclusivamente del crecimiento
económico y que concebirlo así es la base del problema. Asimismo, el
decrecimiento daría paso una economía basada no el desarrollo sustentable pero
sí en la autosustentabilidad, permitiendo al llamado "Sur
Global" (los países del hemisferio sur que, en oposición a los del norte,
comparten en su mayoría la característica común del subdesarrollo) liberarse de
alguna manera del neocolonialismo que significa el capitalismo global.
El movimiento del decrecimiento enfatiza la importancia
de un cambio de paradigma en el que se deja de depender tanto de la tecnología,
abandonando la creencia de que sólo la tecnología puede solucionar nuestros problemas, así
como también promoviendo un menor consumo en general de energías y
recursos, cuyo mayor impulso es el mismo desarrollo tecnológico. Cabe
notar que, en Estados Unidos, el 80% del crecimiento económico en las últimas
décadas está basado en la innovación tecnológica. Y en general, la
economía está basada actualmente en un 60% en productos que no existían antes
de 1860. ¿Acaso antes de 1860 sólo existía pobreza y malestar en el mundo?
¿Acaso no estamos más bien destruyendo el mundo por algo que es totalmente
superfluo?
No obstante, los proponentes de este movimiento
sostienen que la tecnología, en una forma limitada, será útil,
en una convergencia de digital commons, para diseñar y manufacturar
productos y escenarios con los cuales se podría construir este nuevo mundo
de decrecimiento.
Algunas de las medidas que se plantean son límites de
consumo por persona, límites de riqueza o impuestos a la riqueza, "innovación
frugal", reciclaje masivo, "mutualización" (es decir,
compartir espacios y productos, más por solidaridad que por afán de
ganancia económica), limitar la publicidad, los transportes privados,
etcétera.
El decrecimiento tiende claramente a una vida más frugal
e incluso más cercana a las raíces.
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