La tercera parte de
un ensayo que explora el materialismo nihilista y su relación con la profunda
crisis ecológica y espiritual que enfrenta la humanidad actualmente. En esta
entrega se explora la posibilidad de trascender la separación entre la
naturaleza y la conciencia a través de la anulación de un yo sustancial
La obstinada investigación de Nietzsche no admite dudas
respecto a este punto: cualquier forma de representación es una necesaria falsificación,
que reduce enormemente lo real pero se presenta ante nosotros como
si lo entendiera en su totalidad. Esta falsedad intrínseca de la
representación es, por otra parte, nuestra mayor defensa orgánica: sin ella
seríamos sólo el movimiento caótico de la voluntad de verdad, que, en el fondo,
es voluntad suicida. El dilema del conocimiento se plantea en estos términos: o
el pensamiento quiere todo, y entonces mata al sujeto que lo piensa; o el pensamiento renuncia
al todo, y mata entonces la vida; este último sería para Nietzsche el caso de
toda la filosofía occidental desde Sócrates.
Roberto Calasso, "Monólogo fatal" (Cuarenta y nueve escalones)
Roberto Calasso, "Monólogo fatal" (Cuarenta y nueve escalones)
Porque cada cosa está tan ligada con todo, que querer
excluir una cualquiera significa excluir el todo. Nietzsche, Fragmentos póstumos
En la segunda parte de este ensayo indagamos sobre el
problema crucial de nuestra época, el nihilismo, y lo definimos como una
enfermedad o un malestar global que produce una crisis de sentido. Esta
ausencia de sentido se manifiesta en una combinación de tedio, hedonismo y una
especie de voluntad suicida. Sugerimos que el ser humano no es capaz de vivir
sin lo divino, si bien no le es demasiado difícil vivir sin dioses. Por ello,
todo lo que le otorga sentido es de alguna u otra forma divinizado. Más aún, es
posible que el sentido o el significado sean la potencia divina en sí
misma. Como expresó el poeta Wallace Stevens, "Dios y la imaginación son
uno".
Antes, investigamos las causas del nihilismo y
sugerimos que están estrechamente ligadas a la visión materialista de la
realidad, la cual puede ser equiparada con una ignorancia primordial, que es la
causa del mundo que experimentamos individualmente como sufrimiento y
alienación y, en un sentido global, como la gran crisis climática que
amenaza a la humanidad como proyecto.
En esta tercera parte seguiremos discutiendo los
fundamentos para hacer esta afirmación, presentando el argumento que el
pensamiento conceptual o representacional es en sí mismo una forma de
ignorancia o una forma con la que la conciencia se separa de la realidad
prístina e inefable. La primera manifestación del pensamiento conceptual es la
noción del sujeto, el yo que aparece separado de un universo de objetos
inertes, confinado en un cuerpo, como el homúnculo de Descartes. En el mismo
surgir de la sensación de un yo sustancial emerge un mundo sustancial, el
contenedor de la experiencia del sujeto. Al concebirse como una entidad
sustancial, es decir, independiente o autosubsistente, el sujeto proyecta un
mundo también de objetos que existen de manera independiente. El mundo se
experimenta como una serie de objetos sólidos e independientes en la medida en
la que el sujeto se concibe en sí mismo como sólido y separado del mundo.
Si queremos entender qué es la sabiduría, primero debemos
ocuparnos de la ignorancia. El principio de la sabiduría es el
reconocimiento de la ignorancia. ¿No fue considerado Sócrates el hombre más sabio de Atenas por el oráculo justamente
porque era consciente de que no sabía? E, igualmente, ¿no es la primera
verdad del budismo que el mundo como lo conocemos –el saṃsāra–es
sufrimiento, y que la causa del sufrimiento es la ignorancia? Por lo tanto, la
ignorancia es la causa del mundo y es el estado desde el que todos partimos.
Todos estamos
confundidos, todos estamos enfermos. Nuestra enfermedad es una enfermedad
cognitiva. ¿Y acaso el doctor no es fundamentalmente el que
sabe? Igualmente, "salvar" es cognado de "salud".
La salud es estar a salvo, estar intactos; salud parece tener
que ver con una raíz indoeuropea que significa "total" o
"entero", rastros que se pueden observar en el sánscrito sarva,
"todo". Nuestra salud está ligada a nuestra salvación, a nuestra
plenitud o a la totalidad de lo que somos. La soteriología consiste
fundamentalmente en el conocimiento.
Nuestra confusión consiste precisamente en que no vemos
la realidad, vemos una representación de la misma. Pero lo que se nos
presenta como algo irrefutable, desde la solidez de la mesa hasta la sustancialidad
del sujeto, es sólo un concepto. No accedemos a la "cosa en
sí", permanentemente estamos haciendo una simulación o una predicción de
lo que encontramos en el mundo, misma que tomamos como absolutamente
real. En esto, a grandes rasgos, están de acuerdo la ciencia, la religión
y parte importante de la filosofía, desde el idealismo de Platón hasta la
revolución copernicana de Kant y allende.
Cosas que nos parecen completamente intuitivas e
incuestionables, como el color, la textura, la duración y la extensión, etc.,
no existen en los objetos como tal, sino solamente en relación a nuestra
mente. El fulgor iridiscente de las plumas de un pavo real, el olor del jazmín,
el rugido de un león, la inmensidad de una montaña, la suavidad de la carne de
un mango, etc., no existirían si no hubiera una conciencia capaz de
percibir y crear representaciones mentales. La existencia de una cosa no puede
ser determinada si no es como un objeto de conocimiento.
Es evidente, entonces, que existe un abismo entre la
manera en que creemos que el mundo es y la realidad de este. Independientemente
de si creemos que existe algo que podemos llamar "la realidad" o
no, es obvio que nuestra percepción ordinaria no aprehende un mundo
objetivamente real. Pero es a través de esta percepción confundida, que
asume precisa correspondencia entre sus percepciones y la realidad, que
definimos las normas de nuestra conducta y aquello que es posible y deseable
para el individuo y la sociedad. Influenciados por la visión del progreso
material de la civilización, la cual ligamos a la evolución biológica,
creemos que la evolución humana es también una especie de conquista de lo real
y creemos que existe una correlación entre la evolución de un organismo y su
capacidad de conocer la realidad.
Esto es, por supuesto, sólo una creencia y, de
hecho, lo contrario parece ser cierto (véanse por ejemplo las simulaciones
informáticas que ha hecho Donald Hoffman en este sentido, las cuales son
discutidas en la cuarta parte de este ensayo). La evolución selecciona
organismos capaces de sobrevivir, los cuales desarrollan aptitud (fitness)
pero no un coeficiente de verdad o realidad. Sobrevivir en muchos sentidos es
igual a eliminar aspectos de la realidad, e incluso a crear ilusiones
útiles. Quizá la misma noción de creer que conocemos la realidad sea una
de esas ilusiones útiles.
En la filosofía india existe una conocida metáfora para
ilustrar este proceso de confusión, la cual sugiere que la ignorancia no es
meramente una ausencia de conocimiento, no es un estado negativo, sino más bien
positivo, en tanto que es una actividad permanente. El ejemplo que se usa es
el de una cuerda multicolor que se confunde con una serpiente. En la India
abundan las serpientes venenosas y no es del todo improbable que en ocasiones,
particularmente en el crepúsculo, alguien pueda llegar a confundir la forma
alargada y sinuosa de una cuerda con una serpiente. Al mirar la cuerda se
proyecta la forma de la serpiente que yace en la mente inconsciente y se
percibe como una serpiente.
Incluso esta superposición tiene eficacia causal pues
seguramente produce un estado de pánico. La persona puede luego mirar
con más cuidado y observar que no existe la serpiente y entonces
instantáneamente desaparece el miedo, de la misma manera que ocurre cuando
despertamos de un sueño. Lo que ciertas escuelas del budismo y del vedanta
pretenden ilustrar con esta metáfora es que constantemente estamos
proyectando sobre la realidad (la cuerda) una serie de errores
conceptuales (la serpiente). Y el primer error conceptual, del cual surgen
todos los demás, es la existencia de un sujeto sustancial, independiente de la
multiplicidad de objetos.
Para el advaita vedanta, tanto el sujeto como
el objeto no son más que el Brahman no dual, sin atributos, la
pura conciencia que se despliega como el mundo debido a la ignorancia
primordial. El budismo tiene diversas maneras de explicar qué es lo realmente
existente o aquello que subsiste cuando se ha eliminado el error conceptual que
da origen a la experiencia del mundo. Una de las más interesantes la
encontramos en la escuela del Madhyamaka, que toma
una vía totalmente apofática y señala que simplemente no se puede
decir qué es la realidad (la cuerda), pues si lo hiciéramos, eso
sería otra proyección más y nunca la cosa en sí. Por lo tanto se dice que la
realidad está vacía, no es una "serpiente" y se iguala a la
vacuidad con la sabiduría. La sabiduría es definida negativamente pero con una
cualidad ética positiva, pues reconocer la ilusión de nuestra proyección, como
en el ejemplo de la serpiente, nos libera del sufrimiento asociado a tomar
cosas ilusorias por sustanciales.
Otra escuela budista, el Yogācāra, se inclina por una
postura un poco menos apofática, y sostiene que, si bien no podemos realmente
establecer qué es la realidad a través de conceptos, sí podemos decir que hay
algo que persiste una vez que se elimina la proyección conceptual. Más aún,
aquello que persiste puede ser experimentado por un yogui. La experiencia de la
ausencia de conceptos es equiparada con el entendimiento de la ausencia del yo
y la vacuidad, pero esta vacuidad tiene una cualidad luminosa que es
entendida como la naturaleza misma de la mente, que tiene el potencial de
aparecer o manifestarse como cualquier fenómeno.
¡Aprende gradualmente a descartar al supuesto individuo!
¡Reconoce el egoísmo como una falacia! ¡Lo opuesto no debe entenderse como
altruismo! ¡Esto sería amor a los otros supuestos individuos! ¡No!
¡Trasciende "yo" y "tú"! ¡Experimenta
cósmicamente!
Nietzsche KSA, vol. 9, p. 11
Hay otra coincidencia interesante entre ciertas
escuelas de pensamiento dentro de la ciencia, la religión y la
filosofía, específicamente entre teorías neurocientíficas recientes, el budismo
y la filosofía de Nietzsche, Schopenhauer o Hume: la noción de que el yo o el
sujeto es una ilusión, la ilusión que genera la representación del mundo o
el ensamblaje de lo que son solamente puras impresiones sin un centro
sustancial. El caso de Nietzsche es un tanto contradictorio, ya
que el filósofo alemán no acepta de ninguna manera una verdad absoluta y
defiende una especie de individualismo radical, al tiempo que denuncia como
nihilistas las ideas ascéticas que buscan negar el yo. Pero, al mismo
tiempo, existe en su pensamiento algo así como una ignorancia
primordial, ligada a la representación mental.
Y pese a que Nietzsche critica el ascetismo, en su
pensamiento la negación del sujeto tiene un papel preponderante, pues está
ligada a experiencias místicas o extáticas en las que el yo se disuelve en
el todo de la naturaleza. La realidad del sujeto no es primordial, es una
metáfora que se construye a partir de una especie de negación o represión de la
pura fuerza cósmica -que en el ser humano es el instinto-, que no
es inferencia, sino que es la energía misma de la existencia.
La ignorancia primordial para Nietzsche es el pensamiento
representacional, el cual impide el acceso a la pura vorágine de energía
que suele llamar "la voluntad de poder" o la vida misma. La
metafísica (es decir, la filosofía desde Sócrates) es para Nietzsche la forma
en la que el ser humano se protege del vértigo del todo, de la pura danza metamórfica
de la existencia. La creencia falsa de que la cosa y el intelecto,
o la representación mental que se hace, se corresponden. Y la primera
representación o falsificación es la del sujeto, la noción de que el yo a
través del cual percibo o, más bien, filtro y reduzco la realidad, coincide con
algo realmente existente.
El yo que solemos imaginar como un ente sustancial,
racional, permanente e independiente de los procesos cambiantes del mundo
es la primera ficción. Como glosa Calasso, para que se pueda sostener la
ilusión del sujeto se debe renunciar al todo y matar la vida o
ese contacto directo, no-representacional, que sería la vida sin el sujeto
separado, analítico. Para que el yo nazca, necesariamente debe suprimirse la
totalidad, la experiencia pura del ser sin los polos de sujeto y objeto.
Este es de alguna manera el mito más importante del
pensamiento védico. El universo se forma a través del sacrificio del dios
Prājāpati, el progenitor, quien, como Dioniso, se desmiembra. Lo que el
sacrificio hace, el acto sagrado por excelencia, es restituir los miembros del
dios que se ha sacrificado para que pueda existir el mundo diferenciado.
Llega a suceder, como en el caso del héroe nietzscheano, que ansía el
estado dionisíaco y celebra una orgía universal (el "eterno
retorno") y, por supuesto, en el caso del sacrificante védico, que
"el pensamiento quiere todo". Ese "todo" es la deificación
y requiere de la muerte del sujeto, de la renuncia del falso "todo",
del "todo" que ha sido simulado y sustituido por el
sujeto.
"Lo que el sacrificante imita es el mismo hacerse
dios del dios; algo más seguro que cualquier otro acto que pueda atribuirse al
dios una vez se ha convertido en dios", escribe Calasso. Los dioses se
hicieron dioses descubriendo el altar del fuego, con todas sus
correspondencias rituales y sacrificando dentro de su perímetro litúrgico. Pero
desde antes ya estaba la directriz, la imagen raíz, del progenitor que se
había sacrificado él mismo en el origen del mundo, al igual que el
Cordero, que fue inmolado "antes de la fundación del mundo", según el
Apocalipsis. Esto era lo que había que imitar, lo que hace divino.
El punto donde se dividen las aguas es, por supuesto, en
qué es lo que persiste cuando se anula el sujeto o el yo que conceptualiza. O,
lo que es lo mismo, qué es lo real, aquello que está más allá de la
representación. Para la ciencia materialista, lo que queda es el puro
mecanismo, el ciego proceso de la naturaleza, del cual sólo podemos formar
descripciones pero nunca podemos entender propiamente.
El caso de la mecánica cuántica es más interesante, pues
la realidad y la materia mismas son puestas en duda. Aunque hay diversas
interpretaciones y una continua polémica, es evidente que una de las
interpretaciones más plausibles al problema de la medición o al extraño
comportamiento dual de la luz como onda y como partícula es que de alguna
manera los objetos materiales no existen de manera separada del acto de
observación, es decir, de la conciencia que interroga. Sin embargo, este
inquietante enigma de la física, que implica un estremecimiento en las bases
del edificio de la realidad convencional –del mito dominante de nuestra época–
es dejado de lado por los científicos, que siguen la máxima de "callarse y
seguir calculando".
En parte porque la realidad, en este caso, se parece
demasiado a la ficción, pero en parte seguramente también porque eso que
observan atenta directamente contra el dogma central de la ciencia
moderna: la realidad fundamental de la materia. Hay una profunda
disociación que todos experimentamos, pues la materia subatómica, aquella con
la que se hace física cuántica, se comporta de manera sumamente distinta a
la materia con la que interactuamos cotidianamente, una materia que
anacrónicamente parece seguir funcionando a partir de las leyes de la física de
Newton.
De cualquier manera, el trabajo de algunos científicos de
mentalidad más abierta –como David Bohm, John Archibald Wheeler o Donald
Hoffman, entre otros– ofrece interesantes avenidas de investigación hacia la
posibilidad de no simplemente abandonar la pregunta sino ofrecer una
teoría integral que pueda dar cuenta de estos misteriosos aspectos de la
materia, que parecen indicar que no existe una verdadera separación entre el
sujeto y el objeto. No sólo reconciliar la mecánica cuántica con la gravedad
sino también incluir en la ecuación al llamado "problema duro de la
ciencia", la conciencia. Este será el tema de la siguiente parte de este
ensayo, en la que exploraremos el concepto de materia y cómo ha sido
problematizado por la física cuántica.
En el caso de Nietzsche, quien es también el filósofo de
las contradicciones y las máscaras, es difícil definir con toda certeza en
qué consiste esa "voluntad de poder" que yace en el fondo de la
existencia. Nietzsche es leído generalmente, y no sin razón, como un
materialista o un vitalista. Lo que existe sin el sujeto es el puro proceso del
universo, que no requiere de un espíritu que lo anime. Y, sin embargo, hay un
"sí" existencial, una decisión individual, de anular el pensamiento
representacional y dejarse revolcar por la gran ola del
"monstruo de energía". Esta es la conciencia trágica, el amor fati, el dejarse poseer por los
poderes.
Nietzsche también puede leerse desde un
panpsiquismo (una teoría que ha ganado tracción recientemente entre científicos
materialistas), pues en la idea del "eterno retorno", si la
leemos no sólo como directriz ética sino como una teoría cosmológica, puede
encontrarse un aspecto cualitativo de experiencia, la "ciencia de la
alegría". Revivir, sin resentimiento, la totalidad, ya no como sujeto sino
como todo, en la inmanencia. El éxtasis de Dioniso en su desmembramiento.
Por último queda el caso del budismo, en el que la
anulación del sujeto que conceptualiza, como ya mencionamos, es equiparada
con la sabiduría, la experiencia inefable de la vacuidad. Es una idea común a
muchas religiones, particularmente en sus aspectos místicos, que la verdad
o el conocimiento se obtiene a través de la negación del sujeto. Y que, como
diría Hegel, "la verdad es el todo", aunque en el caso del budismo el
todo no es visto como una conciencia absoluta y mucho menos como un sujeto
absoluto, sino como la total interdependencia e interpenetración de la
existencia. Una vez que se elimina el apego conceptual al yo sustancial, se
deshace también la limitación y el confinamiento de la existencia individual
separada que se aferra a solamente una parcela dentro de un infinito tejido
cósmico.
La escuela china del huayan utiliza la
metáfora del collar de perlas del dios Indra, en el que cada perla
refleja a todas las demás, creando una especie de guirnalda de luces
interconectadas. Esta guirnalda o collar de perlas es el universo cuando es
visto con una visión pura, una especie de cuerpo búdico fractal en el que en
cada partícula hay innumerables budas.
Esta perspectiva que seguramente resulta totalmente
escandalosa e implausible para cualquier postura "realista" debe
entenderse desde la posición particular del budismo mahāyāna, para
el cual el universo no tiene realidad sustancial, es como un sueño o una
ilusión mágica, y esto incluye al mismo Buda y los bodhisattvas.
Cuando se relaja el aferramiento del ego, las cosas se vuelven mucho más
ligeras y etéreas. La "muerte del yo", el cese de la identificación
con un sí mismo sustancial, es lo que hace posible que el ser vuelva a emerger
como la totalidad de la existencia. Nāgārjuna señala que "para quien la vacuidad es
posible, todo es posible". Es sobre la base de la vacuidad que el budismo
puede proponer una teoría mágica de la realidad.
Sin embargo, para darse cuenta auténticamente de la
vacuidad, lo cual es indispensable para que la magia "funcione",
primero se debe cursar un sendero de purificación basado en el empleo del
karma, es decir, una vida ética y virtuosa conforme a la ley más
básica de la realidad convencional: la causalidad. Asimismo, la experiencia
de la total interdependencia y la total comprensión de todos los fenómenos
supone un componente ético, ya que es entendida como la articulación de la gran
compasión y la ecuanimidad que carece de objeto, es decir, que no
hace diferencia entre distintos objetos o que es capaz de tomar al universo
entero como objeto, y de esta manera iluminar mágicamente la totalidad con la
energía resonante de la compasión.
Enlaces a la primera y segunda parte de este ensayo:
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