De hecho, asumir que la “naturaleza” no produce riquezas y que, incluso en la sociedad humana, la única fuente de riqueza es el trabajo humano (definido como trabajo volcado para la producción de mercancías, es decir algo destinado al mercado), es la fuente básica del prejuicio moderno que ve el desarrollo económico (en la práctica visto como incremento de la actividad mercantil, del PIB) como la única fuente de riqueza creciente. Y es este prejuicio el que permite considerar como sociedades “pobres” aquellas en las que la mayor parte de la (re)producción de la riqueza social no pasa por el mercado. Como señala Goldsmith:
“Es central en la visión del mundo moderno la idea de que todas las riquezas son producidas por el ser humano como fruto del progreso científico, industrial y tecnológico. Así, la salud es vista como algo que es proporcionado por los hospitales, o al menos por la profesión médica... la educación es vista como una mercancía que se puede adquirir en escuelas y universidades...
Para los economistas formados en este paradigma, los beneficios naturales -resultantes del funcionamiento normal de la biosfera, garantizando la estabilidad climática, la fertilidad del suelo, el ciclo del agua y la integridad y cohesión de nuestras familias y comunidades- no son valores ni riqueza."
Es esta visión la que permitió al hombre moderno, “civilizado”, ver a las sociedades “primitivas” como sociedades pobres, aunque lo primero que han relatado los exploradores europeos al entrar en contacto con estas sociedades y estos ecosistemas ha sido su naturaleza lujuriante y abundante, la aparente salud de los indígenas y lo poco que estos trabajaban para mantenerse, prefiriendo, por el contrario, dedicarse a la pereza y a todo tipo de fiestas y rituales paganos abominables.
Así, por ejemplo, antes de que el hombre moderno se dedicara a convertir los Estados Unidos en el mayor PIB del mundo (a la vez que lo ha convertido en el primer país en que su población en las cárceles supera su población activa en los campos), las tierras que ahora ocupa se caracterizaban por:
“Praderas atestadas de búfalos, en manadas que pasaban el día todo sin acabar; numerosas antas en las orillas de los lagos; ciervos por todas partes; uvas silvestres en largas extensiones de los bosques del oeste; frutos silvestres de diversos tipos; abundante pescado en cada lago o corriente de agua; ostras de nueve pulgadas o más, en grandes racimos...; langostas de más de veinte libras, de fácil captura; pavos salvajes en bandadas tan grandes que su gluglutear por la mañana podía ser ensordecedor; palomas viajeras que oscurecían literalmente el día. Había urogallos, gallinas silvestres, patos de todos los tipos, gansos tan osados que muchas veces intentaban ahuyentar a los cazadores que se les acercaban.”
Para saber más: Las cosas por su nombre. David Sempau.
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