LA ILUSIÓN DEL CONDUCTISMO
Cómo la autoayuda nos atrapa en su engranaje
En su afán por "mejorar", la autoayuda nos
convierte en prisioneros de una ilusión vacía, donde la verdadera libertad
queda sacrificada en el altar de la perfección. La promesa dorada no es más que
un espejismo, y el precio es nuestra autenticidad
Hay algo inquietante en la promesa dorada de los libros de autoayuda (los cuales llenan las estanterías y los sellos de best seller). Detrás de sus fórmulas de éxito y mantras relucientes –"levántate a las 4 am, bebe agua, agradece, repite, emprende"– se oculta un mecanismo más profundo, casi invisible, que parece extraer de las personas no sólo su complejidad, sino su espíritu mismo.
Lo que a simple vista parece un llamado al crecimiento y superación personal, termina siendo una maquinaria sofisticada de condicionamiento.
Carl Jung lo advertía: "El inconsciente trabaja en
nosotros a pesar nuestro".
Pero estos manuales de éxito y felicidad prefabricada, no
sólo niegan, sino que pretenden anular esa verdad fundamental e inherente a
nuestra condición humana. Reducen la existencia a un algoritmo de hábitos
"correctos", como si el alma humana fuera un autómata programable y
no un abismo de luces y sombras. Al omitir lo inconsciente –esas fuerzas ocultas
que nos habitan y moldean–, el individuo queda convertido en un cascarón
funcional, desapegado de su propio ser, sonriente por fuera, vacío por dentro,
con una suerte de malicia que permea en su propio espíritu.
Esta narrativa, además, arranca de raíz cualquier posibilidad de crítica social. Al afirmar que todo fracaso es producto de "no intentarlo lo suficiente", invisibilizan las estructuras sistémicas que perpetúan la desigualdad. No hay contexto, solo culpa.
Si
no has alcanzado el éxito es porque no te esforzaste bastante, porque no
repetiste tus afirmaciones frente al espejo, no aplicas correctamente los
consejos de tu gurú espiritual y económico o no corriste suficientes kilómetros
antes del amanecer. Así, estas ideas no solo moldean individuos predecibles y
dóciles, sino que eliminan
cualquier chispa de revolución interior. La culpa como
motor, la conformidad como destino.
Y mientras el individuo corre sin cesar en la rueda del
perfeccionamiento personal, atrapado en la paradoja de Zenón –donde siempre
parece estar a punto de alcanzar ese "yo ideal" que nunca llega–, el
sistema sonríe y frota con satisfacción sus manos. Porque un sujeto eternamente
insatisfecho es más fácil de controlar, de venderle “soluciones”, de hacerlo
sentir que siempre está a un hábito de distancia de la plenitud.
El peligro de estos libros no es solo que prometen
respuestas simples a problemas complejos. Es que despojan al individuo de su
dimensión más humana: la capacidad de dudar, de cuestionar, de rebelarse. Al
final, lo que parece un camino hacia el éxito personal es, en realidad, un
largo pasillo que conduce a la obediencia disfrazada de autosuperación.
Y así, en su búsqueda interminable de un "mejor y más exitoso yo", el individuo se convierte en prisionero de una ilusión cuidadosamente cultivada. La promesa de autorrealización se vuelve una quimera que se aleja justo cuando parece al alcance.
Esta maquinaria de autoayuda no busca que florezca el ser, sino que se consuma en una constante búsqueda de perfección, donde el fracaso es veneno y la duda, traición.
El verdadero ser, capaz de abrazar sombras y
luces, queda sacrificado en el altar de la productividad y falsa positividad,
mientras la promesa dorada se revela como un engaño, un abismo de lo vacío y
superficial en el cual, el espíritu humano se desangra rápidamente.
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