NECESIDADES ANTE LA CRISIS ECOSOCIAL
PENSAR LA VIDA BUENA EN EL ANTROPOCENO
Los problemas que giran en torno a la crisis ecosocial y al cambio climático han ido calando en la conciencia colectiva de una sociedad que se pregunta si el modelo de vida en vigor en los países que llamamos desarrollados y su correspondiente impacto en el planeta donde vivimos es sostenible o si se deben tomar medidas urgentes para evitar el manifiesto deterioro medioambiental.
La epidemia del coronavirus, y también la guerra de Ucrania y el ataque israelí contra Gaza, han sido una dura llamada de atención que nos ha recordado que somos seres vulnerables: vivimos en cuerpos y entornos que pueden ser dañados, y en ciertas condiciones un problema o desequilibrio que surja en cualquier parte del mundo puede tener consecuencias planetarias.
Esa atención a la fragilidad humana, y los problemas de
insostenibilidad medioambiental, definen la pregunta con la que arranca el
libro de Carmen Madorrán (1989):
«¿Qué necesitamos los humanos para vivir bien?». La autora es doctora en
Filosofía y especialista en bioética a través del Máster de Bioética y Derecho
de la Universidad de Barcelona. Actualmente está coordinando el Grupo de
Investigación en Humanidades Ecológicas (GHECO) en la Universidad Autónoma de
Madrid, donde también es docente en el Departamento de Filosofía. Centra sus
principales líneas de investigación en la reflexión política y moral
contemporánea en el contexto de la crisis ecosocial.
Hay algo que desde el principio queda claro en su libro: hoy
en día ya no es posible plantear la pregunta por la vida buena de manera
abstracta. El desafío que la realidad de la crisis ecosocial impone a la ética
ya no es soslayable. Esto quiere decir que ya no podemos aspirar a una vida
buena en tiempos del Antropoceno si no pensamos las necesidades humanas en
relación con los límites planetarios y nuestra inserción en la red de la vida,
desprendiéndonos del velo de la autosuficiencia y una idea exagerada de
autonomía. Por todo ello, la profesora Madorrán parte de un presupuesto que
guiará todo el desarrollo del libro, a saber, que la pregunta por la vida buena
ya no puede hacerse de forma independiente a la comunidad en que se vive e
ignorando las condiciones biofísicas del planeta que la contiene, de modo que
la pregunta por la vida buena ya no será solo una cuestión ética,
sino también política y ecológica.
En pos de responder a esa pregunta principal por la vida
buena, la escritora divide el libro en dos partes generales: la primera tiene
como objetivo situar la pregunta en el contexto de la crisis ecosocial,
mientras que la segunda pretende utilizar la noción de necesidades
humanas como vía para esbozar las condiciones de posibilidad de cualquier
vida buena. De este modo, inicia su escrito en la primera parte analizando cuál
es el origen de la situación actual, es decir, de dónde venimos. La
preocupación por la crisis ecológica no es algo nuevo, sino que desde mediados
del siglo XX ha inquietado a científicos, académicos y pensadores. El informe
que en 1972 publicó el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) a petición
del Club de Roma, The Limits to Growth, y que relacionaba cinco
variables (el crecimiento de la población, la producción de alimentos, la
industrialización, el agotamiento de los recursos naturales y la
contaminación), dejó claro que el crecimiento esperado para los países del
mundo no era sostenible.
Si los países industrializados continuaban con sus pautas de
desarrollo, era esperable un colapso a lo largo del siglo XXI. Pese al impacto
que dicho estudio tuvo sobre la opinión pública y la concienciación inicial que
alentó, todo ello quedó olvidado con la implantación de políticas neoliberales
a partir de los años 1980. Desde aquel decenio, la huella ecológica de la
humanidad ha superado cada año la capacidad de absorción y regeneración del
planeta. Dentro del marco de una deuda ecológica que va en
aumento, la autora enumera los desafíos que plantea esta crisis para
preguntarse si cabe aspirar a una vida buena en el siglo XXI.
La incesante pregunta por la vida buena, que no puede ser
otra cosa que una pregunta poliética (apelando aquí a la elaboración de Fernández
Buey), impregna un segundo capítulo donde Madorrán pretende exponer los
diferentes tipos de aproximaciones que han guiado las reflexiones sobre esta
cuestión. En este sentido, la autora justifica su propia aproximación, una
«indagación sobre las condiciones de posibilidad de la vida buena (aproximación
negativa)» a partir de las necesidades, evitando el riesgo de una noción
restringida y homogénea de «vida buena» y aceptando su no univocidad. A
continuación, se concluye la primera parte del libro desarrollando una cuestión
clave y de principio para la tesis general del libro, a saber, la pregunta por
la comunidad moral: «¿quién es el sujeto de esa vida buena cuyas condiciones de
posibilidad nos preocupan?»
Si la gran dificultad a la hora de reflexionar sobre la
comunidad moral, dice Madorrán citando al profesor Riechmann, está en ese transitar de
una moral de proximidad a una moral de larga distancia y
tal paso implica el darnos cuenta de que nada humano nos puede
ser ajeno, entonces asumir nuestra responsabilidad en nuestras acciones implica
buscar una forma de aproximarnos a la vida buena que no estrangule las
posibilidades de una vida buena también para las siguientes generaciones
humanas (ni que se lleve por delante las vidas de los demás seres vivos). Por
lo tanto, el tercer capítulo ofrece un argumento imprescindible sobre por qué
debemos «acostumbrarnos a atender también las obligaciones morales de vivir en
una comunidad moral ampliada: global, intergeneracional e interespecies».
Con este último argumento crucial, que constituye el paso
final para situar debidamente la pregunta por la vida buena en la era del
Antropoceno, la autora prepara las bases para, ahora sí, comenzar su reflexión
sobre las necesidades humanas. La segunda parte del libro arranca esbozando un
breve recorrido por la reflexión multidisciplinar que se ha realizado acerca de
las necesidades, para luego explorar mejor las aproximaciones marxianas al
concepto de necesidad y detenerse concretamente en la concepción
de necesidades radicales que, partiendo de la obra de Marx,
realiza Agnes Heller. Tal recurso permitiría entender las necesidades no
solo como carencia sino también como proyecto,
«como un motor capaz de dinamizar la acción y la transformación social». El
quinto capítulo del libro reúne un conjunto de ideas bajo las cuales la autora
considera que se puede pensar mejor, y evitar equívocos habituales, sobre las
necesidades en busca de esa incesable pregunta por la vida buena.
Así, es preciso entender que las necesidades humanas son
fundamentalmente biopsicosociales, pues el tipo de animales interdependientes
que somos hace que tanto para la supervivencia humana como para la posibilidad
de aspirar a una vida buena el sustento haya de ser tanto fisiológico como
social. A su vez, conviene distinguir propiamente entre las necesidades,
que serían universales, y los satisfactores, que serían los medios
culturalmente determinados de satisfacción de esas necesidades. En este
sentido, puede resultar a veces útil distinguir entre necesidades y deseos,
interpretando a estos últimos en cercanía a la noción de satisfactores.
Lo que diferencia a la necesidad del deseo, nos dice la
autora acostándose a la reflexión de Joaquim Sempere, «es que la primera está
ligada a la autorreproducción (física o moral) del sujeto, mientras que el
deseo es más ocasional, no está ligado a la autorreproducción y tiene un grado
superior de libertad». La última idea que contiene este capítulo 5 sería la ya
mencionada doble polaridad del concepto de necesidad,
teniendo una vertiente negativa (como carencia) y otra positiva (como potencia
o proyecto).
El conjunto de reflexiones en torno al concepto de necesidad,
que muy agudamente realiza en el libro la profesora Madorrán, son aplicadas en
el capítulo final, donde trata de pensar «cuáles son esas condiciones
necesarias para que cualquier persona pueda aspirar a su concreción de la vida
buena». El planteamiento de la autora, en deuda con las elaboraciones de
Sempere (L’explosió de les necessitats, 1992, y Mejor con menos,
2009) y de la Teoría de las necesidades humanas de Doyal y
Gough (1994), considera imprescindible tener en cuenta la importancia del
contexto social, histórico y ecológico en el que se da tanto la esfera de las
necesidades como la de los satisfactores, considerando precisamente que no se
puede entender una de esas esferas sin la otra.
Es así como Carmen Madorrán plantea y desarrolla su decálogo
de diez necesidades básicas, a saber: (1) alimentos y agua potable, (2) salud y
seguridad física, (3) afecto y cuidados, (4) reconocimiento, (5) autonomía
compartida, (6) equidad, (7) educación, (8) participación, (9) actividades
autotélicas y (10) trabajo. Estos son los elementos sin los cuales sería
imposible alcanzar cualquier concepción de la vida buena, y la autora los
expone realizando una aclaración importante: los ecosistemas en los que vivimos
son un elemento transversal e imprescindible para el cumplimiento satisfactorio
de todas ellos.
Con todo lo anteriormente expuesto, la autora extrae tres
conclusiones distintas en las que se recogen las ideas e intenciones principales
latentes en cada uno de los capítulos. La primera conclusión es que las
necesidades humanas deben tener prioridad ante los deseos humanos, debido a que
no satisfacer las primeras de forma adecuada puede generar un gran daño en
nuestro entorno. La segunda es que la moral no puede desconocer el sufrimiento
humano, lo que implica que estamos obligados no únicamente a cumplir con
nuestras propias necesidades sino a también tener en cuenta las necesidades de
los demás. Sin embargo, cabe mencionar la tensión misma que existe, dentro del
libro, entre esta centralidad que la autora le da al sufrimiento humano,
llegando a citar a Adorno, y una noción de responsabilidad para con una
comunidad moral interespecies que parece ir más allá del daño que se le puede
producir al ser humano. La última conclusión guarda relación con la situación
actual en torno al empleo de recursos: debido a la combinación de la técnica
moderna y el uso desaforado de combustibles fósiles los impactos que se pueden
generar a nivel medioambiental son enormes.
Esto implica que las consecuencias con relación a las
necesidades básicas sean en gran medida más perjudiciales, lo que se traduce en
una llamada más urgente para actuar a favor de la sostenibilidad. Una llamada
que, como bien concluye la profesora Madorrán, no puede quedarse solo en el
plano de una responsabilidad individual, sino que debe ascender a una
consideración socioeconómica sobre el capitalismo: en tanto cuestión política,
recae también sobre las instituciones políticas y la sociedad civil la tarea de
responsabilizarnos para con una comunidad moral ampliada. En este sentido hay
que entender las palabras finales del libro: «Podríamos empezar por
interiorizar una máxima poliética sencilla para afrontar las difíciles décadas
que nos esperan: del planeta según su capacidad, a cada cual según su
necesidad».
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