Ambiciosa frase la que propongo y que me
gustaría compartir para la reflexión mutua, aprovechando el conocido proverbio
chino de “regala un pescado a un hombre y le
darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de
su vida”
La tesis sería que las
personas/instituciones que están integrando en una misma vida personal y colectiva
el título del artículo (1,2,3) son las mejores respuestas que el mundo necesita.
Voy a pensar en alto con todos vosotros sobre estos tres tiempos de la caridad
con la intención de llegar “a buen puerto” como sugiere el texto.
Estaremos todos de acuerdo que “ DAR UN
PESCADO ” (1) al necesitado entronca en la misma raíz de la civilización frente
a la barbarie y que agnósticos y creyentes pueden encontrar sin mucha
dificultad una orientación moral de primer orden en esta actitud primaria. Con
honestidad no es difícil entender que lo correcto es “ayudar a la viuda, al huérfano o acoger al que viene de
lejos”. Subrayo esto último
por una cuestión de rabiosa actualidad, nada más.
Mi olfato me hace intuir cómo otras
culturas monoteístas están en la misma línea amén de las tradiciones orientales
que sencillamente pueden participar de este principio de ayuda como extensión
de la bondad personal y de un mundo mejor para todos. Una mirada limpia ante el
dolor ajeno permite acompañar y salir de uno mismo de forma empática que dirían
los psicólogos. Hay que poner algo de nosotros en juego y pasar de los
pensamientos a los hechos, a los gestos de vida. “Yo soy un hombre que se debe a los demás, como nos debemos todos” nos recuerda el ya fallecido José Luis
Sampedro . La opción sobre hacer lo correcto pesa sobre cada uno de nosotros. “En el mundo real, cada encuentro constituye una
bifurcación posible” ( Boris
Cyrulnik ). O Antoine de Saint- Exupery con gran belleza espiritual: “Dar es arrojar un puente sobre el abismo de tu soledad”.
Hasta aquí todo bien. Lo de “ENSEÑAR A
PESCAR” ( 2 ) es una fase que requiere hacer una lectura histórica de la
realidad más precisa que incorpora la bondad de forma institucional. Muchos han
asumido este discurso. Todo apunta a que no habrá vuelta atrás en el
planteamiento aunque el paternalismo mal entendido tardará en erradicarse y la
crisis ha hecho tambalear diversos cimientos que creíamos consolidados. Todos
necesitamos comer pero la proliferación de Bancos de Alimentos no debe ser la
salida natural a lo que nos está pasando. Estamos hablando de promoción frente
a asistencialismo y de ir algo más a las causas de los problemas. Aquí ya no
valen la suma de bondades personales para conseguir el fin de la solidaridad.
Es un paso de conciencia del donante muy interesante que quiere no sólo que no
haya pobres sino que se pregunta por la pobreza. ¿Ejemplos? No tener hogar
significa mucho más que estar sin techo, la limosna no es solución en términos
de mendicidad, etc.
Quienes unen las fases 1 y 2 ya tienen un
mérito nada desdeñable porque han sido capaces de mirar el rostro del otro y
además un deseo explícito de interpretar la injusticia con mayor profundidad.
Desde el compromiso por las causas sociales invitan a la integración y la
igualdad de oportunidades. Querer bien al otro no sólo es dar un pan sino
enseñar a ser panadero y por lo tanto ganarte la vida, luchar contra la
exclusión social, y, y... No hay objeción. Algunas Organizaciones no
gubernamentales, algunos proyectos en el tercer mundo, campañas de
sensibilización vinculadas al tercer sector serían en este caso un referente de
este planteamiento.
Nuestro problema viene ahora, en el salto
sin red que supone el nº 3: “REVISAR LAS LEYES DE PESCA”. Porque ahí sí que
echo en falta más agentes sociales. Considero que es un signo de los tiempos y
una expresión necesaria para planteamientos solidarios que miran más hacia el
siglo XXI que el XIX. Cada momento histórico tiene sus urgencias y
potencialidades y por aquí deben andar las nuestras. Sólo aquellos que también
“revisen las leyes de pesca” serán los profetas que los pobres necesitan. El
mundo precisa de esta óptica. Vamos con el ejemplo:
¿Qué pasa si nos envenenan el río? ¿O si
alguien compra el cauce, que era de todos, y nos prohíbe pescar? ¿En qué
términos se realizará la comercialización del pescado? ¿En nombre de quien se
tiran los excedentes? ¿Cómo garantizar que esas aguas no se contaminen? ¿De
quién son en última instancia los peces y quienes se los comen? ¿Disponen los
miembros de esa comunidad costera de la caña (tecnología) adecuada? ¿Quién vela
por la protección de ese medio ambiente? ¿Qué pasa si las leyes y tratados
internacionales de pesca son injustos? ¿Existen lobbies marítimos contrarios a
la voluntad popular y al servicio de unos pocos? ¿Se va a pagar un precio
razonable o dejamos nuestro producto en manos del mercado o de la Bolsa de
Chicago? ¿Quién controla los cebos y las subvenciones? ¿Y las condiciones
laborales de los pescadores?... muchas preguntas más que quedan en el aire...
Huyamos de dos tentaciones paralizantes.
Aquella que apunta que hasta que no cambie el ser humano no se debe incidir en
el cambio de estructuras (piénsese en corrientes new age , espiritualidades
desencarnadas, o bondades familiares que acaban en el felpudo de puerta de la
propia vivienda hipotecada) y aquella que opina que sólo dando “la vuelta a la
tortilla” entre opresores y oprimidos tendremos la solución al conflicto de la
raza humana. Ni que decir tiene a estas alturas que el siglo XX tuvo
iniciativas desoladoras en este aspecto con totalitarismos a izquierda y derecha.
Lo sé. No vemos bien por donde avanzar
porque la cosa está poco clara. Toca construir con los mimbres que tengamos a
nuestro lado y a nuestra disposición sin desertar. Podemos aceptar que no se va
a poder estar en todos los frentes (1, 2, 3) con la misma intensidad pero habrá
que hacer encaje de bolillos por revisarnos, construir futuro y poner los
medios para responder a la agresión que sufre el planeta, la persona y la
comunidad humana.
Por descontado que hay vocaciones
concretas que se insertan en uno u otro lado y que invitan a pensar que su
sitio vital debe ser específico. Pero lo revolucionario de la propuesta a la
que invito a reflexionar es que nadie debe olvidar ninguno de los 3 movimientos
de los que hemos hablado en su propia vida y de la organización o movimiento
social a la que pertenece.
De tal manera que quien quiera hacer la
revolución pero niegue la visita a la vecina anciana que está sola en casa por
pintar la pancarta “Contra el aislamiento
social y por la igualdad” no
nos vale. Pero de la misma manera quien le presta la sal a su semejante y da
dinero a Cáritas pero sigue poniendo “Salvame Deluxe” en la tele sin plantearse
nada más, tampoco será fermento en la masa. Invito a imaginar hipótesis y
combinaciones y a dialogarlas en grupo. ¡Cuánto aprenderíamos!
Cuando Amancio Ortega aporta un millón de
euros para los pobres y no revisa las condiciones de esclavitud con que están
hechas sus ropas es agua sobre mimbre. “La limosna tiene de caridad lo que tenga de comunión” (G. Rovirosa). Cuando la responsabilidad
social corporativa de empresas del IBEX 35 es capaz de pequeños gestos pero
tienen tragaderas de contaminar ecosistemas ecológicos únicos en América Latina
o África sabemos de qué palo van.
Caeré en la tentación de meter a un economista
en este tinglado antes de acabar el artículo para cargar un poco las pilas: “La distancia que hay entre lo que podemos hacer y lo que
de hecho estamos haciendo es tan enorme que se está convirtiendo en una
oportunidad... nunca hemos tenido tan cerca acabar con la pobreza, basta con
que nos pongamos a ello” Jeffrey
Sachs .
Es cierto que el sistema neocapitalista
actual consigue su objetivo de lanzar a unos pobres contra otros, a empleados
contra parados, etc. pero también podemos afirmar que la solidaridad con
dimensiones terráqueas nunca estuvo tan cerca aunque estemos en los albores y
quede mucho por hacer. Somos ante todo ciudadanos del mundo. Vivimos en un
universo institucional, y como decía Abbé Pierre: “Estamos condenados a tener en cuenta la totalidad de este
planeta que, de pronto, se nos ha hecho pequeño”. No hay razones para no hacer nada. No podemos en
conciencia mirar para otro lado con los retos y desafíos que se nos plantean.
Este es el drama y la esperanza a la vez. A partes iguales.
Por Javier L. Sanz López
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