EL MENSAJE DEL CATACLISMO MEDIOAMBIENTAL
SUSTITUYAMOS A GRETA POR CASEY
Como cada mañana, Casey Newton asiste a sus
clases en el instituto, en Cabo Cañaveral. «mutua y segura destrucción»,
anuncia una de sus profesoras con los ojos desorbitados. «entropía
medioambiental», señala otro profesor, «los casquetes polares no están
esperando a que decidamos si el cambio climático existe». En clase de
literatura, el atribulado profesor aborda las distopías de ciencia ficción
escritas por autores como George
Orwell, asegurando que ya se han convertido en nuestra funesta
realidad. Todos los alumnos toman apuntes, cabizbajos y sombríos. Solo la
vivaracha Casey está levantando la mano para pedir la palabra: «¿Se puede
arreglar?».
Casey es una amante de la ciencia y la tecnología y considera que, con el suficiente empeño, al estilo Moonshot Thinking, todo puede arreglarse. Desafortunadamente, Casey no existe. Al menos, no existe nadie lo suficientemente popular que comparta su manera de entender el mundo. Porque Casey es la protagonista del film Tomorrowland (2015), una rara avis que, a diferencia de las admoniciones y visajes de la activista climática Greta Thunberg, no se deja llevar por la asunción de que estamos asistiendo al castigo de la diosa Gaia por nuestros pecados.
Casey plantea un futuro optimista en vez de pesimista donde
no debemos pagar un tributo por el pacto fáustico asociado a nuestros avances
tecnológicos y nuestra calidad de vida. Casey nunca aparecería en un capítulo
de Black Mirror porque no sufre del popular síndrome de Frankenstein. Casey no
regaña, sino que inspira. No alarma, sino que nos recuerda todo lo que hemos
sido capaces de hacer a lo largo de la historia para llegar hasta aquí.
A diferencia del omnipresente mensaje que hallamos en la
cultura de masas, Casey es, probablemente, la única protagonista de un blockbuster que
nos envía un mensaje diferente.
NO BASTA CON ARREPENTIRSE
No basta con arrepentirse ni con regresar a la Edad Media.
Ni siquiera los actos individuales de contrición y ascetismo tienen un impacto
importante en un mundo habitado por casi ocho mil millones de personas, y en el
que pronto habrá muchos miles de millones más. Incluso en el hipotético caso de
que se redujeran a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero para el 2050, o se anularan por
completo en 2075, el CO2 ya emitido continuará por muchísimo tiempo en la
atmósfera. No basta con frenar o sentirnos culpables. Hay que actuar.
Sin embargo, los grandes cambios globales que implican a
individuos con diferentes culturas e intereses tienen lugar, por lo general,
por disruptores tecnológicos: la agricultura, la imprenta, la
locomotora a vapor, el teléfono, la electricidad, internet… Por esa razón, el
desarrollo de memorias digitales ha hecho más por la tala de árboles que la
concienciación climática.
Así que Casey pensaría en soluciones que implicaran grandes
cambios tecnológicos: avances en la tecnología nuclear (quizás la tan
anhelada fusión), mejores baterías para almacenar la energía intermitente de
las fuentes renovables, redes inteligentes como internet para distribuir la
electricidad desde fuentes dispersas a usuarios dispersos, métodos de captación
y almacenamiento de CO2, biotecnología para desarrollar nuevos materiales con
mejor impacto medioambiental, transgénicos para alimentar más y mejor, y un
largo etcétera.
Soluciones, no lamentos. Hacer que nos impulsen las
promesas optimistas, no que nos asusten los pronósticos agoreros. Asumir cómo
funciona la sociedad y cómo opera nuestra psicología para evitar esperar que la
gente, por sí sola, decida actuar siempre bien y hacia un objetivo común.
Necesitamos satisfacer las necesidades de las personas (cada
uno tendrá la suyas) con ideas: recetas, fórmulas, técnicas, proyectos, algoritmos.
Si una idea deja de funcionar, se sustituye por otra. Así podremos acabar con
la falacia naturalista de que «necesitamos recursos» o «los recursos son
finitos». Los recursos llevan siendo un problema desde hace trece mil
años. Lo que no es un problema son las ideas. Porque nuevas ideas
pueden saltar los límites de cualquier cantidad limitada de material terrestre.
Las leyes de la naturaleza no fueron diseñadas para
satisfacer las necesidades ni los deseos humanos; son los deseos humanos los
que adaptan las leyes de la naturaleza para que se adapten, a su vez, a ellos.
Cuando un recurso empieza a agotarse, podemos encontrar otro que lo sustituya;
o podemos diseñar tecnologías que consuman ese recurso más eficientemente.
DESPOLITIZAR EL PROBLEMA
Cada bando político enarbola sus propias doctrinas. Todas
ellas son inexactas. Por esa razón, las buenas ideas aflorarán con mayor
facilidad si despolitizamos el terreno de juego.
En estos casos, los datos son el mejor disolvente. Tomemos
un país que no se caracteriza por ser particularmente sostenible, como Estados
Unidos. Esto es lo que ha pasado
desde 1970 a 2015: la población ha aumentado un 40%, se ha
vuelto 2,5 veces más rica y ha conducido el doble de kilómetros. Pero ha
reducido en casi dos tercios la emisión de cinco contaminantes atmosféricos. La
mayor parte de esta mejoría no se debe a la externalización, sino a una mayor
eficiencia y control de las emisiones. Es decir, más, mucho más, por menos.
Porque, en general, podemos resumir la historia de la civilización
humana en estos términos: producimos más a la vez que contaminamos menos per
cápita. De esta manera, podemos refutar las dos grandes tesis
politizadas de nuestro tiempo: la verde ortodoxa de la izquierda (solo el
decrecimiento puede frenar la contaminación) y la capitalista ortodoxa de la
derecha (la protección medioambiental sabotea el crecimiento económico y el
nivel de vida de la gente).
Por consiguiente, para abordar el cambio climático hemos de
evitar cuatro sesgos:
- El pesimista:
porque subestimamos la capacidad de tener nuevas ideas.
- El catastrofista:
porque si el escenario es demasiado pesimista, entonces la gente tiende a
rendirse. O dicho de otra manera más técnica: cuanta menos seguridad
tenemos, más gravosamente descontamos nuestro futuro.
- El político:
porque su influencia nos vuelve intelectualmente hemipléjicos.
- El egotista:
porque nos damos demasiada importancia y, dado que no importa lo que
hagamos siendo como somos miles de millones de individuos, tomar una
posición extrema (como el zero waste) tiende a incentivar a quienes
anhelan el señalamiento de la virtud o puede dar la falsa sensación de
que, si ya has hecho lo moralmente correcto, entonces el problema ya está
arreglado.
Por contrapartida, debemos alimentar el optimismo. Pero no
el bobo y complaciente que el economista Paul Romer compara
con el sentimiento del niño que espera regalos la mañana de Navidad, sino el
optimismo condicional: el sentimiento del niño que quiere una casita en el
árbol y se da cuenta de que puede tenerla si consigue madera y clavos y
convence a otros niños para que lo ayuden.
El sentimiento de Casey cuando levanta la mano y
pregunta: ¿se puede arreglar?
https://www.yorokobu.es/el-mensaje-del-cataclismo-medioambiental-no-funciona/
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