CONFLICTOS INTERGRUPALES
EL PROBLEMA DE VIVIR CON LOS DEMÁS
«No solo hay divisiones entre las razas, las naciones,
las clases y las religiones, sino también una casi incomprensión entre los
sexos, los viejos y los jóvenes, los enfermos y los sanos. No habría sociedad
si la convivencia dependiera de comprendernos unos a otros». El verdadero
creyente, Eric Hoffer
Buckhead es la parte septentrional de la ciudad de
Atlanta, Georgia. Tradicionalmente ha sido el barrio más rico (y con mayor
porcentaje de blancos) de esta ciudad de Estados Unidos. Sus residentes acaban
de iniciar un movimiento para escindirse debido a la escalada de violencia que
están experimentando desde el inicio de la pandemia.
Los habitantes de Buckhead, entre otras cosas, aspiran a tener su propio cuerpo de policía, de modo que necesitan ser una entidad municipal independiente. Si Buckhead se independiza de Atlanta, los ingresos fiscales de la ciudad caerán en picado, deteriorando todavía más la ciudad. En tal caso, los habitantes de Buckhead solo deberán levantar muros aún más altos para quedar a salvo del desastre.
El referéndum de Buckhead, en el que solo se pregunta a una
parte por el todo, pone de manifiesto alguno de los problemas de crear hábitats
para grupos que no se ponen de acuerdo. También nos hace recordar la definición
sarcástica de Ambroce
Bierce de referéndum en El diccionario del diablo: «Ley
que se somete a voto popular para constatar el consenso de la insensatez
pública».
COMPETICIÓN ENTRE GRUPOS
En cualquier hábitat no solo hay un grupo, sino diversos
subgrupos que pueden estar más o menos vinculados por diversos factores, como en
un diagrama de Venn. Por consiguiente, las fricciones entre ellos, es decir,
las exogrupales, son inevitables.
Básicamente hay cinco creencias que motivan la violencia
entre grupos, según un estudio de 2003 dirigido por Roy J. Eidelson,
psicólogo y ex director ejecutivo del Centro Solomon Asch para el Estudio del
Conflicto Etnopolítico en la Universidad de Pensilvania:
- Superioridad:
creemos que nuestro grupo es mejor que el otro.
- Injusticia:
creemos que otros grupos han cometido injusticias contra nosotros.
- Vulnerabilidad:
consideramos que otros grupos amenazan con hacernos daño porque somos
débiles.
- Desconfianza:
creemos que los otros grupos son deshonestos.
- Indefensión:
percibimos a nuestro propio grupo como impotente u oprimido.
Estas creencias nos complacen porque estar enfrentados con
grupos vecinos aporta cohesión al propio grupo. Es como la argamasa social para
construir un hábitat más sólido (pero también impenetrable). La cohesión grupal
también nos complace porque, a nivel evolutivo, estamos tan diseñados para
convivir en grupos de unos 150 individuos de media como lo estamos para
experimentar placer por las grasas y los azúcares.
También llamado número de Dunbar, 150, es la media de individuos con los
que podemos interactuar de forma cohesionada, habida cuenta del tamaño de la
neocorteza cerebral y su capacidad de procesar información social. Esta cifra
promedio es tan consistente que su descubridor, el antropólogo Robin Dunbar, la
identificó en diversas tribus de cazadores recolectores (cuando la tribu aumentaba
demasiado de tamaño, se dividía en dos).
Es decir, que nuestra vida social tiene un límite biológico.
Por eso es tan fácil crear grupos en los que excluir el
exceso de integrantes del nuestro. Esta división puede ser política, pero
también meramente social, como escribía Paul Adams, en su libro Grouped:
«Hablamos con el mismo grupo pequeño de personas una y otra vez».
Resolver el problema con los demás grupos no nos salvará
del conflicto, porque la peor amenaza no procede de ellos, sino de nosotros,
los componentes del mismo grupo
Es cierto que la teoría del contacto intergrupal, postulada
por el psicólogo Gordon Allport en 1954, sugiere que este tipo de convivencia
puede reducir el antagonismo intergrupal. Pero también lo es que basta
cualquier mínima excusa para sentir desprecio por el otro grupo.
De hecho, si aparecen ideas muy arraigadas en un grupo sobre
el otro, el contacto entre ambos no hará que se reduzca el prejuicio, sino que
se amplifique. Sus opiniones se radicalizarán en vez de aproximarse entre sí.
Porque si el otro, el enemigo, piensa como yo, entonces es que yo debo de estar
equivocado; y viceversa.
Así pues, interactuar con la gente que es demasiado
diferente a nosotros nos puede hacer ser aún más diferentes a esa gente de lo
que ya éramos, como sugiere estudio de 2021 dirigido por la experta en
filosofía moral Nora Heinzelmann.
Por esa razón, según concluye un metanálisis basado
en 12 estudios realizado por investigadores de la Universidad de
Ámsterdam en 2019, existe una profunda brecha de empatía hacia quienes no
pertenecen a nuestra tribu basado en la etnia, hasta el punto de que las expresiones
faciales de dolor de personas de grupos étnicos/raciales distintos al propio se
ven como menos intensas. Es decir, nos cuesta más ver el sufrimiento en ellos.
Los cosificamos con mayor facilidad.
No hace falta que las diferencias se constaten a primera
vista, como el color de la piel. También las diferencias ideológicas activan
los mismos mecanismos. Tanto es así que hasta estamos dispuestos a perder la
oportunidad de ganar una suma de dinero con tal de no estar expuestos a las
ideas de otros grupos, tal y como sugiere otro estudio publicado en Journal of Experimental
Social Psychology en 2017.
COMPETICIÓN DENTRO DEL GRUPO
Irónicamente, resolver el problema con los demás grupos no
nos salvará del conflicto. Porque la peor amenaza no procede de ellos, sino de
nosotros, los componentes del mismo grupo. Porque no solo tendemos al
tribalismo, sino que todos estamos dotados de un indicador sociométrico que monitoriza
continuamente a nuestros semejantes para saber si nos podemos fiar de ellos.
Así, si bien las desavenencias exogrupales pueden acabar por
destruir a uno o todos los grupos, las fricciones endogrupales pueden hacerlos
colapsar desde dentro, de forma intestina, lentamente, como la carcoma que se
alimenta de las entrañas de un mueble hasta que este se viene abajo.
Al final, organizarnos en grupos, por muy cohesionados que
estén, tiene un gran componente azaroso proclive a los desacuerdos. Si el
juicio individual ya tiene muchos inconvenientes en forma de sesgos cognitivos,
la toma de decisiones en grupo añade otra capa extra en
la que prevalecerán unas opiniones sobre las otras debido a factores que
deberían ser irrelevantes. Algunos de ellos los señala el premio Nobel de
Economía Daniel Kahneman en su reciente libro Ruido:
Quién habla primero, quién habla el último, quién habla con
seguridad en sí mismo, quien viste de negro, quién se sienta al lado de quién,
quién sonríe, o frunce el ceño, o gesticula en el momento oportuno…
Nimias influencias sociales, pues, son capaces de socavar la
sabiduría popular (un buen ejemplo son los aforismos, de los que pueden
encontrarse para defender una idea y justo la contraria) porque reducen la
diversidad de opiniones en un grupo.
Pueden ser influencias sociales basadas en la información
(los datos pueden presentarse torticeramente o ideológicamente cargados en uno
u otro sentido), pero también sustentadas en presiones psicológicas muy
sutiles: muchas personas que opinan de forma diferente pueden llegar a callar
su disidencia para no resultar antipáticos, o agresivos, u obtusos o estúpidos.
A menudo, es más importante integrarse en el grupo que alcanzar la verdad.
Porque, ante todo, las creencias con frecuencia tienen una
función social, es decir, obran como señales que son detectadas por otros, tal
y como sostiene Eric Funkhouser, investigador de la Universidad de Arkansas, en
un estudio de
2020: «De hecho, en algunos casos, las creencias (o los mecanismos de formación
de creencias) funcionan para alejarse de la verdad».
Somos animales tribales. Ser expulsados del hábitat que
compartimos con nuestros semejantes, ser condenados al ostracismo, es la mayor
de nuestras penas. Porque fuera del grupo estamos desamparados. Por ello, como
señala James Clear en Hábitos atómicos, si quieres que alguien
cambie de opinión sobre un asunto importante, primero debes buscarle una nueva
tribu social en la que pueda encajar. Un nuevo hábitat en el que poder
refugiarse de la intemperie.
Dicho todo lo cual, nuestra existencia se resume en la
siguiente disyuntiva: vivir desamparado y solo o encajar en un hábitat, aunque
sea a riesgo de sacrificar nuestras propias creencias para encajar o combatir las creencias de ellos para cohesionarnos más a nosotros. La
condena al ostracismo es la muerte, pero en un hábitat cualquiera, donde lo
importante es la información veraz para resolver un problema, las dinámicas
grupales aumentan exponencialmente la inclinación sistemática al error, al igual
que ocurre en muchas sectas. La disyuntiva, pues, se reduce a la del «truco o
trato».
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