2/5/22

Vivir solos o encajar en un hábitat, aunque debamos sacrificar las propias creencias

 CONFLICTOS INTERGRUPALES                 

EL PROBLEMA DE VIVIR CON LOS DEMÁS

«No solo hay divisiones entre las razas, las naciones, las clases y las religiones, sino también una casi incomprensión entre los sexos, los viejos y los jóvenes, los enfermos y los sanos. No habría sociedad si la convivencia dependiera de comprendernos unos a otros». El verdadero creyente, Eric Hoffer

Buckhead es la parte septentrional de la ciudad de Atlanta, Georgia. Tradicionalmente ha sido el barrio más rico (y con mayor porcentaje de blancos) de esta ciudad de Estados Unidos. Sus residentes acaban de iniciar un movimiento para escindirse debido a la escalada de violencia que están experimentando desde el inicio de la pandemia.

Los habitantes de Buckhead, entre otras cosas, aspiran a tener su propio cuerpo de policía, de modo que necesitan ser una entidad municipal independiente. Si Buckhead se independiza de Atlanta, los ingresos fiscales de la ciudad caerán en picado, deteriorando todavía más la ciudad. En tal caso, los habitantes de Buckhead solo deberán levantar muros aún más altos para quedar a salvo del desastre.

El referéndum de Buckhead, en el que solo se pregunta a una parte por el todo, pone de manifiesto alguno de los problemas de crear hábitats para grupos que no se ponen de acuerdo. También nos hace recordar la definición sarcástica de Ambroce Bierce de referéndum en El diccionario del diablo: «Ley que se somete a voto popular para constatar el consenso de la insensatez pública».

COMPETICIÓN ENTRE GRUPOS

En cualquier hábitat no solo hay un grupo, sino diversos subgrupos que pueden estar más o menos vinculados por diversos factores, como en un diagrama de Venn. Por consiguiente, las fricciones entre ellos, es decir, las exogrupales, son inevitables.

Básicamente hay cinco creencias que motivan la violencia entre grupos, según un estudio de 2003 dirigido por Roy J. Eidelson, psicólogo y ex director ejecutivo del Centro Solomon Asch para el Estudio del Conflicto Etnopolítico en la Universidad de Pensilvania:

  1. Superioridad: creemos que nuestro grupo es mejor que el otro.
  2. Injusticia: creemos que otros grupos han cometido injusticias contra nosotros.
  3. Vulnerabilidad: consideramos que otros grupos amenazan con hacernos daño porque somos débiles.
  4. Desconfianza: creemos que los otros grupos son deshonestos.
  5. Indefensión: percibimos a nuestro propio grupo como impotente u oprimido.

Estas creencias nos complacen porque estar enfrentados con grupos vecinos aporta cohesión al propio grupo. Es como la argamasa social para construir un hábitat más sólido (pero también impenetrable). La cohesión grupal también nos complace porque, a nivel evolutivo, estamos tan diseñados para convivir en grupos de unos 150 individuos de media como lo estamos para experimentar placer por las grasas y los azúcares.

También llamado número de Dunbar, 150, es la media de individuos con los que podemos interactuar de forma cohesionada, habida cuenta del tamaño de la neocorteza cerebral y su capacidad de procesar información social. Esta cifra promedio es tan consistente que su descubridor, el antropólogo Robin Dunbar, la identificó en diversas tribus de cazadores recolectores (cuando la tribu aumentaba demasiado de tamaño, se dividía en dos).

Es decir, que nuestra vida social tiene un límite biológico.

Por eso es tan fácil crear grupos en los que excluir el exceso de integrantes del nuestro. Esta división puede ser política, pero también meramente social, como escribía Paul Adams, en su libro Grouped: «Hablamos con el mismo grupo pequeño de personas una y otra vez».

Resolver el problema con los demás grupos no nos salvará del conflicto, porque la peor amenaza no procede de ellos, sino de nosotros, los componentes del mismo grupo

Es cierto que la teoría del contacto intergrupal, postulada por el psicólogo Gordon Allport en 1954, sugiere que este tipo de convivencia puede reducir el antagonismo intergrupal. Pero también lo es que basta cualquier mínima excusa para sentir desprecio por el otro grupo.

De hecho, si aparecen ideas muy arraigadas en un grupo sobre el otro, el contacto entre ambos no hará que se reduzca el prejuicio, sino que se amplifique. Sus opiniones se radicalizarán en vez de aproximarse entre sí. Porque si el otro, el enemigo, piensa como yo, entonces es que yo debo de estar equivocado; y viceversa.

Así pues, interactuar con la gente que es demasiado diferente a nosotros nos puede hacer ser aún más diferentes a esa gente de lo que ya éramos, como sugiere estudio de 2021 dirigido por la experta en filosofía moral Nora Heinzelmann.

Por esa razón, según concluye un metanálisis basado en 12 estudios realizado por investigadores de la Universidad de Ámsterdam en 2019, existe una profunda brecha de empatía hacia quienes no pertenecen a nuestra tribu basado en la etnia, hasta el punto de que las expresiones faciales de dolor de personas de grupos étnicos/raciales distintos al propio se ven como menos intensas. Es decir, nos cuesta más ver el sufrimiento en ellos. Los cosificamos con mayor facilidad.

No hace falta que las diferencias se constaten a primera vista, como el color de la piel. También las diferencias ideológicas activan los mismos mecanismos. Tanto es así que hasta estamos dispuestos a perder la oportunidad de ganar una suma de dinero con tal de no estar expuestos a las ideas de otros grupostal y como sugiere otro estudio publicado en Journal of Experimental Social Psychology en 2017.

COMPETICIÓN DENTRO DEL GRUPO

Irónicamente, resolver el problema con los demás grupos no nos salvará del conflicto. Porque la peor amenaza no procede de ellos, sino de nosotros, los componentes del mismo grupo. Porque no solo tendemos al tribalismo, sino que todos estamos dotados de un indicador sociométrico que monitoriza continuamente a nuestros semejantes para saber si nos podemos fiar de ellos.

Así, si bien las desavenencias exogrupales pueden acabar por destruir a uno o todos los grupos, las fricciones endogrupales pueden hacerlos colapsar desde dentro, de forma intestina, lentamente, como la carcoma que se alimenta de las entrañas de un mueble hasta que este se viene abajo.

Al final, organizarnos en grupos, por muy cohesionados que estén, tiene un gran componente azaroso proclive a los desacuerdos. Si el juicio individual ya tiene muchos inconvenientes en forma de sesgos cognitivos, la toma de decisiones en grupo añade otra capa extra en la que prevalecerán unas opiniones sobre las otras debido a factores que deberían ser irrelevantes. Algunos de ellos los señala el premio Nobel de Economía Daniel Kahneman en su reciente libro Ruido:

Quién habla primero, quién habla el último, quién habla con seguridad en sí mismo, quien viste de negro, quién se sienta al lado de quién, quién sonríe, o frunce el ceño, o gesticula en el momento oportuno…

Nimias influencias sociales, pues, son capaces de socavar la sabiduría popular (un buen ejemplo son los aforismos, de los que pueden encontrarse para defender una idea y justo la contraria) porque reducen la diversidad de opiniones en un grupo.

Pueden ser influencias sociales basadas en la información (los datos pueden presentarse torticeramente o ideológicamente cargados en uno u otro sentido), pero también sustentadas en presiones psicológicas muy sutiles: muchas personas que opinan de forma diferente pueden llegar a callar su disidencia para no resultar antipáticos, o agresivos, u obtusos o estúpidos. A menudo, es más importante integrarse en el grupo que alcanzar la verdad.

Porque, ante todo, las creencias con frecuencia tienen una función social, es decir, obran como señales que son detectadas por otros, tal y como sostiene Eric Funkhouser, investigador de la Universidad de Arkansas, en un estudio de 2020: «De hecho, en algunos casos, las creencias (o los mecanismos de formación de creencias) funcionan para alejarse de la verdad».

Somos animales tribales. Ser expulsados del hábitat que compartimos con nuestros semejantes, ser condenados al ostracismo, es la mayor de nuestras penas. Porque fuera del grupo estamos desamparados. Por ello, como señala James Clear en Hábitos atómicos, si quieres que alguien cambie de opinión sobre un asunto importante, primero debes buscarle una nueva tribu social en la que pueda encajar. Un nuevo hábitat en el que poder refugiarse de la intemperie.

Dicho todo lo cual, nuestra existencia se resume en la siguiente disyuntiva: vivir desamparado y solo o encajar en un hábitat, aunque sea a riesgo de sacrificar nuestras propias creencias para encajar o combatir las creencias de ellos para cohesionarnos más a nosotros. La condena al ostracismo es la muerte, pero en un hábitat cualquiera, donde lo importante es la información veraz para resolver un problema, las dinámicas grupales aumentan exponencialmente la inclinación sistemática al error, al igual que ocurre en muchas sectas. La disyuntiva, pues, se reduce a la del «truco o trato».

https://www.yorokobu.es/conflictos-intergrupales/  

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