La
renta básica universal es un ingreso monetario e individual que el
Estado ingresaría a toda la población. Para quienes la defienden,
esta medida apunta a la justicia social y a la libertad de las
personas. Pero también aporta un proyecto ilusionante que
contraponer al discurso del miedo, seguridad material para pensar en
común.
Es
18 de diciembre, en las redes sociales circula uno de esos titulares
que provocan indignadas reacciones. El Congreso ha aprobado destinar
88.000 euros para pagar un retrato de Felipe VI. “¿Para esto sí
hay dinero?”, se preguntan los internautas. Leen que no tiene nada
de extraordinario. Es habitual hacer retratos de miembros de la
familia real, así como de expresidentes o exministros. Hasta hace
poco a nadie le escandalizaban estos gastos. Un día después, otra
noticia centra el debate. Un hombre se ha suicidado antes de ser
desahuciado en Terrassa. Se alarga la lista de víctimas mortales de
la pobreza en el Estado.
Estas
noticias ponen en relieve una cuestión fundamental: cómo se
reparten los recursos del Estado, a qué se destina la riqueza común.
España es el tercer país más desigual de la Unión Europea. 12,3
millones personas —algo más de un cuarto de la población— se
encuentran en riesgo de pobreza o exclusión social, mientras que el
10% más rico concentra el 53% de la riqueza. El trabajo, principal
vía de acceso a recursos, es cada vez más escaso y, aun cuando se
tiene, no garantiza una vida digna.
“La
renta básica es un ingreso de cantidad, al menos igual al umbral de
la pobreza, pagado por el Estado de forma incondicional a toda la
población”, explica una voz femenina en un vídeo que la Red de
Renta Básica publica en su web. La suficiencia, la incondicionalidad
y la universalidad son las características que debe tener este
ingreso, que se abonaría a cada ciudadana y ciudadano. Se trata,
dicen quienes la defienden, de acabar con la pobreza. Pero no solo.
DERECHO
EMERGENTE
“La
renta básica universal (RBU) no es una propuesta revolucionaria,
sino más bien reformista, de refuerzo del Estado de bienestar. Su
objetivo es profundizar en la justicia social, la libertad y la
participación reales como bases de la democracia”, resume la
socióloga Paloma Bru, integrante de la Red Renta Básica y del
Observatorio sobre Renta Básica de Attac.
Como
herramienta, “debería venir acompañada de medidas que permitan
controlar la economía financiera global y luchen contra el fraude y
la evasión fiscal en el plano nacional, además de introducir una
reforma de la fiscalidad en sentido progresivo”, apunta. Sobre
todo, alerta, “no puede ser la excusa para el recorte de gasto
social en educación, sanidad, políticas activas de empleo o
conciliación”.
Es
recurrente la advertencia de que la RBU no debe sustituir las
transferencias en especie del Estado de bienestar. No es una
prevención en vano: existe una tradición liberal cuya expresión
más clásica es la propuesta del impuesto negativo de Milton
Friedman. También en la cumbre de Davos de 2016, los poderes
económicos debatieron sobre una posible renta básica como respuesta
a la automatización del trabajo. “Sí,
existe el peligro de que los neoliberales digan: ‘Adoptamos la
renta básica pero nos cargamos el conjunto del Estado de bienestar’.
Quienes defendemos la RBU debemos ser muy honrados y admitir que esta
es una posibilidad”, advierte David Casassas, vicepresidente de la
Red y autor del libro Libertad
incondicional. La renta básica en la revolución
democrática (Paidós,
2018).
Pensada
como una reacción frente a un mercado de trabajo que se contrae, un
instrumento para mantener la paz social, la idea puede perder su
potencial redistributivo. Ante esta mirada, quienes la defienden
desde una perspectiva de justicia social hablan de la RBU como un
derecho emergente. En particular, sería una herramienta para
garantizar los derechos sociales, económicos y culturales (DESC),
comprendidos en el Pacto Internacional DESC de 1966. Pero el primer
derecho que garantiza este tratado es el del trabajo, entendido como
empleo remunerado y, en relación a este, el de la Seguridad Social o
la sindicación.
Bru
lamenta la ausencia de una educación en ciudadanía que incorpore un
enfoque de derechos y conciencie de que estos “son inherentes a
todos los seres humanos y, por su carácter universal e indivisible,
tienen que ser exigidos y defendidos para todos y en todas partes”.
Además, añade, “el hecho de que, en la Constitución, los DESC se
recojan como principios rectores de la política social y económica
impide que puedan ser reclamados judicialmente”.
Marta
de Ron pertenece a la Marea Básica, una plataforma que articula a
asambleas de personas desempleadas y precarias que reclaman derechos
sociales, entre ellos, la renta básica. “Es paradójico que a la
gente que menos tiene le digas que le darías un ingreso sin más y
que te digan que no, que ellos se lo quieren ganar, se sienten menos.
Pensar que es un derecho, que te corresponde porque es parte de la
riqueza que generamos todos, cuesta entenderlo”, constata. Según
esta activista, resulta especialmente complicado para determinados
sectores, como las personas mayores, cuya identidad está muy
arraigada en el trabajo. “Pero al final lo ven, lo ven nítido,
incluso esa gente que parte del ‘necesitamos trabajar a toda
costa’. Podrían, por lo menos, aspirar a un tipo de negociación
diferente, reclamar un salario suficiente”.
Según
De Ron, cuantas más plataformas de personas desempleadas conoce, más
clara ve la necesidad de desvincular la vida del empleo: “No se
trata de que no encuentres o de que no quieras buscar ese empleo.
Simplemente no lo hay”.
“El
sector de la izquierda tradicional, sobre todo el que está más
ligado a los sindicatos, todavía defiende el trabajo como vector
fundamental para la integración social. La mayoría aún piensa que
podemos alcanzar el pleno empleo, con salarios dignos”, comenta
Lluís Torrens, de la Red Renta Básica. Este economista confronta
las tesis trabajistas que contraponen la renta básica al trabajo.
“Es que la renta básica no desincentiva el trabajo, al contrario,
elimina las trampas de la pobreza que hacen que la gente, cuando
cobra el paro o cobra la renta mínima, ante el riesgo de perder
ingresos, no le interese trabajar”. La idea es facilitar que la
gente pueda trabajar en lo que le gusta. Y para aquellos empleos que
nadie desearía hacer, subir los salarios de modo que resultaran
atractivos, insiste.
Otras
críticas apuntan a que la dependencia de un ingreso pagado por el
Estado podría repercutir negativamente en la iniciativa y libertad
de los individuos. Casassas opina lo contrario: “Nos facilita
deshacernos de muchas tutelas, sobre todo privadas: la tutela de los
jefes en el mercado de trabajo y las tutelas en el ámbito doméstico;
pero también hay una lógica invasiva en ciertos programas del
Estado que, con la renta básica o con cualquier dispositivo
incondicional, se superan”. Liberadas y liberados de trabajos que
no dignifican, apunta, entra en juego la posibilidad de arriesgarse,
de organizarse a largo plazo y dedicarse a trabajos remunerados y no
remunerados “que nos acerquen más a los demás y a lo que
realmente somos”.
Pero
no se trata de una cuestión meramente individual y de obtener una
renta básica y quedarse en el sofá. Según defiende Casassas,
“tiene que ver con la idea de que nos podamos agrupar libremente
alrededor de un trabajo libremente escogido. De lo que estamos
hablando es de democratizar las relaciones de trabajo también en
casa. Se trata de democratizar la vida social entera, este es el
proyecto de fondo”.
Hace
algo más de un año, Rudy Gnutti, director del documental In
the Same Boat (2016),
daba una charla en Madrid. La película suma argumentos que apuntan a
una renta básica como solución ante la deriva antropológica y
ecológica. En el debate tras la proyección, el público parecía
estar bastante de acuerdo, pero surgió un interrogante. “¿Quién
va a ser el sujeto político que reclame esto?”, preguntaba una
chica.
Baladre
es una red de coordinación contra la precariedad, el empobrecimiento
y la exclusión. “Surge a finales de los 80, de las asambleas de
gente en paro, fundamentalmente la gente que empieza a cuestionar el
mundo del empleo. Nos preguntábamos si realmente la solución a
nuestros problemas es encontrar un empleo o más bien era la causa”,
cuenta Ruth López, integrante del colectivo Erletxea, en Irún, que
forma parte de Baladre. “Somos pequeños grupos que actuamos,
denunciamos nuestras realidades concretas en nuestros territorios, ya
sea en Euskal Herria, en Galiza, en Andalucía o en el País
Valencià”.
Baladre
participó en la Iniciativa Legislativa Popular por una RBU en marzo
de 2015. Recogió muchas de las 120.000 firmas que se consiguieron
del medio millón que se necesitaban. La Marea Básica se creó tras
esa experiencia. “La constituimos por seguir unidas entre quienes
habíamos recogido firmas por todo el Estado. Muchas personas no
estaban ni politizadas y luego se han ido incorporando plataformas de
desempleadas y precarias a lo largo de estos tres años, porque hemos
empezado a denunciar la insuficiencia de las rentas mínimas”. La
lucha por la aplicación de la Carta Social Europea, que prohíbe que
los subsidios estén por debajo del umbral de la pobreza, es una de
las batallas que está dando. Pero su horizonte, afirman, es la RBU.
En
marzo de 2018 protagonizaron la Marcha Básica, una acción
reivindicativa por la que caminaron desde León hasta Madrid
reclamando derechos sociales, entre ellos la renta básica. Cuenta De
Ron que se trataba de la primera acción de estas características en
torno a la RBU. La marcha fue poco numerosa, así como la
manifestación que tuvo lugar en Madrid a su llegada. Lo cierto es
que no parece haber un sujeto político preparado para tomar las
calles demandando la RBU. Tampoco el feminismo, en pleno apogeo,
parece que vaya a agitar esa bandera.
Cuenta
De Ron que comprende las críticas de las feministas: “Es verdad
que el hecho de dar un ingreso económico a una mujer la puede
emancipar de una situación mala en el hogar, pero no le cambia los
roles: acceder a ingresos no implica el reparto del trabajo de
cuidados”. Pero también detecta en las críticas feministas a la
RBU “algo de trabajismo, un nosotras lo que queremos es igualdad,
ese tipo de empleos y ese tipo de condiciones laborales”. Pero esto
invisibiliza, dice De Ron, la feminización de la pobreza. De hecho,
López apunta que “el feminismo más mediático no está
acompañando a la renta básica” y, aunque celebra este gran apogeo
del feminismo, lamenta: “Tendemos a oír los discursos de un sector
del feminismo que no es el sector que habla de feminización de la
pobreza o de diferencias norte-sur”.
Respecto
a quién reclamará la RBU, Casassas piensa que hay una cuestión
generacional, que las personas menores de 45 años no tienen una
identidad tan aferrada al empleo. Se muestra más optimista: “Me
parece que hay muchos actores, movimientos sociales sobre todo, que
están reclamando el reapropiarnos de nuestras vidas a base de
reapropiarnos de recursos incondicionales que nos permitan negociar
formas de trabajar y de vivir mucho más propias. La renta básica
creo que forma parte de este gesto de insumisión que venimos
observando desde la crisis, e incluso antes, de rechazo de la
desposesión neoliberal”.
¿Encuentra
la demanda de una RBU eco en los partidos? Actualmente solo Equo la
defiende. Esto no siempre fue así, Izquierda Unida, antes de abrazar
la propuesta del Trabajo Garantizado, la promovió. En las Europeas
de 2015, la RBU era una de las protagonistas del programa de Podemos.
Hasta el presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas, José
Félix Tezanos, del PSOE, la defendió antes de que su partido
accediese al gobierno. “Está en el debate pero luego cuesta mucho
proponerlo por el miedo del coste de financiación, que implica una
subida fuerte de la presión fiscal, sobre todo sobre las rentas más
altas”, afirma Torrens.
“Hay
una resistencia electoral, que yo creo que es miope porque la
gente necesita entusiasmarse. Entusiasmarse con la idea de hacerse
con poder de decisión para construir vidas propias”,
apunta Casassas. “Además combatir el programa fascista, tendríamos
que poner sobre la mesa cuál es nuestro programa ilusionante. Ellos
hablan de reconquista, nosotros podemos hablar también de
reconquistar, de reapropiarnos de nuestras vidas y recordar que el
capitalismo es un sistema que históricamente, y hoy también,
funciona acumulando por desposesión, nos desposee de nuestras
vidas”.
Desde
Baladre defienden que una parte de la RBU debe ir destinada a
proyectos colectivos. “Lo planteamos como una buena herramienta de
lucha contra el capitalismo en el sentido de que hay que atacar al
dinero, repartir, hacer un reparto de la renta, y tiene que ir
acompañado, no de una reforma fiscal, sino de una reforma
estructural del sistema”. Para López es esencial poner el centro
en lo comunitario: “El espacio más pequeño, que es donde
realmente se pueden tomar decisiones más horizontales, retomar la
relación social entre las vecinas”. “Todas las personas
desempleadas que he conocido en estos tiempos, si les preguntas qué
harían si tuvieran ese dinero garantizado, ninguna se estaría
quieta. Todas harían algo de tipo cooperativo en el barrio, casi
todas pondríamos una parte de esa RBU para crear algo colectivo”,
añade De Ron.
“Yo
creo que una RBU abriría la puerta a proyectos comunes, frente al
miedo hacia el último en llegar por parte del penúltimo que propone
el fascismo, y frente a todas las posibles fragmentaciones de la
gente que tiene que trabajar para vivir”. Casassas cree que contar
con recursos incondicionales permitiría “que podamos parar la
máquina de Satanás —que decía Polanyi— que es este mercado de
trabajo que todo lo engulle parar encontrarnos y, con calma, ir
eligiendo proyectos de vida propios que sean realmente nuestros. Esto
es un antídoto contra el miedo”.
VISTO EN: https://www.elsaltodiario.com/renta-basica/renta-basica-un-derecho-emergente-contra-el-miedo
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