"En
el campo de la acción política, el más superficial y aparente,
sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien
pretende que sople el aire donde pone la vela”
El lugar de la política en la transformación social se debate frontalmente desde los inicios de lo social, que fue el movimiento obrero. Ese debate es el origen de la escisión de la Primera Internacional entre marxistas y anarquistas y era un debate posible, dado que ambas opciones abrían vías de actuación, cada una de las cuales tenía sus ventajas e inconvenientes. No vamos a entrar ahora en el grado de acierto y desacierto de cada una de esas opciones, pues las interpretaciones de la historia no dejan de ser formas de opción políticas. Nos quedamos en que era un debate con anclaje en la realidad.
Eso debía ser allá por los años setenta del siglo XIX. En la década de los treinta del XX, sólo 60 años después, la política debía estar suficientemente degradada como para que Antonio Machado refuerce la sensatez de su personaje más sabio, Juan de Mairena, poniendo en su boca la frase en la que tilda al campo de la acción política como “el más superficial y aparente”. El debate estaba zanjado: lo social era lo real, mientras que la política era sólo sombra, apariencia y distracción.
El lugar de la política en la transformación social se debate frontalmente desde los inicios de lo social, que fue el movimiento obrero. Ese debate es el origen de la escisión de la Primera Internacional entre marxistas y anarquistas y era un debate posible, dado que ambas opciones abrían vías de actuación, cada una de las cuales tenía sus ventajas e inconvenientes. No vamos a entrar ahora en el grado de acierto y desacierto de cada una de esas opciones, pues las interpretaciones de la historia no dejan de ser formas de opción políticas. Nos quedamos en que era un debate con anclaje en la realidad.
Eso debía ser allá por los años setenta del siglo XIX. En la década de los treinta del XX, sólo 60 años después, la política debía estar suficientemente degradada como para que Antonio Machado refuerce la sensatez de su personaje más sabio, Juan de Mairena, poniendo en su boca la frase en la que tilda al campo de la acción política como “el más superficial y aparente”. El debate estaba zanjado: lo social era lo real, mientras que la política era sólo sombra, apariencia y distracción.
Mucho me temo que lo que hace 80 años estaba claro hoy vuelva a ser oscura materia de debate, no porque hayamos recuperado el campo de la política -que ha seguido su proceso de degradación ascendente-, sino porque no hemos sido capaces de impedir la degradación de lo social. Hoy ni lo social ni lo político sirven para cosa que vaya más allá del hacer como que hacemos y, lo que es peor, no son capaces de abrir vías que puedan sacarla de esa pobreza en la que están instaladas.
(Abriré un paréntesis para aclarar algo que no debiera tener necesidad de ser aclarado entre nosotros: plantear la realidad con crudeza no es síntoma de desánimo o pesimismo, bien al contrario es condición imprescindible para intentar hacerle frente. Sólo las y los faltos de ánimo necesitan edulcorarse la realidad para seguir haciendo como que hacen. Dicho de otra forma: hoy, pensar, sólo puede ser “pensar contra nosotros”. Pero hay que cerrar este paréntesis y dejar esta cuestión para otra ocasión).
Seguimos pintando bastos, cuando bastos pintan. La degradación y banalidad (inutilidad) en que han caído la política y lo social es fruto de la pesadez (1) de lo real. La realidad se ha identificado con el capitalismo, que es el poder, sin que nada quede fuera. El cierre de lo político y lo social, la ausencia de oposición o alternativa, la conversión de todo asunto en materia de estado y de consenso, la reducción a posibilidad única, el estrechamiento de los márgenes de maniobra, la reducción de la política y de lo social a algo vano e inútil, tiene su causa en esa cerrazón de la realidad, en el imperio de una opción económica convertida en ley y en verdad científica, en su condición de realidad única. De las últimas tonterías que he oído con mayor desagrado ha sido el slogan de “otro mundo es posible”, que en nada ha contribuido a cambiar el mundo sino a edulcorarlo, tratando de esconder que la realidad es la que es y que las dificultades para cambiarla rayan con la imposibilidad de hacerlo.
Y en esa realidad es en la que estamos todos sumergidos, a veces como víctimas, es cierto, pero también prestándole nuestra adhesión. Nuestros modos y estilos de vida, nuestros consumos, nuestras necesidades... todo lo que realmente nos mueve y constituye nuestras vidas, son nuestro voto no atrevido a explicitarse, nuestra adhesión a lo existente. Nosotros somos parte de la realidad, estamos ocupados, somos capitalismo.
Con lo social y lo político caídos en la inutilidad de lo superficial y lo aparente, perdidos como campos de batalla, cuando otro mundo es imposible, cuando no hay nada que hacer, ¿qué es lo que podemos hacer? Esa, creo, es la pregunta que tenemos que hacernos y mantener permanentemente abierta, sin que, naturalmente, tenga yo respuesta a ella.
Mantengo la apuesta de que la opción por el decrecimiento, bien trabajada y con todas las muchas dificultades que su realización entraña, pudiera reabrir algún espacio o zona de lo prepolítico, como antaño hizo lo social, desde la que condicionar y recuperar lo social y lo político. Tiene para ello dos características que me parecen fundamentales. Cuestiona, por un lado, la esencia del sistema capitalista, su necesidad imperiosa de permanente crecimiento (que es a la vez su oferta y señuelo), a la que toda otra consideración social o de cualquier índole tiene que ser siempre supeditada. Nos interpela, por otro lado, a nosotros mismos, como sujetos del capitalismo, obligándonos a convertir nuestras vidas en campos de batalla, no sólo en lo ético y testimonial, sino en el de la politización de nuestras vidas.
Tiene a la vez el doble componente de exigencia que se nos presenta imperiosa, y de oferta atractiva a vivir más placenteramente. Para nosotros, para los que nos decimos de izquierdas pese a ser de derechas, sería una oportunidad de recuperar la unidad entre vida y política hace tiempo perdida. Y esa unidad nos permitiría una forma de actuación no basada en el decir ni en las propuestas ni en las razones, que más que alumbrar sirven para aumentar el ruido y la confusión imperante, sino en los hechos y en el vivir, que es lo que pudiera tener capacidad de contagio e irradiación.
Sé que es muy difícil y que tiene muy pocas posibilidades de realizarse. Si alguien tiene una vía más amplia y fácil, que me apunte.
Chema Berro
(1) el termino pesadez no es el adecuado porque remite a solidificación, mientras que lo real, hoy, es cambiante y múltiple y diverso, sin dejar de ser uno y siempre lo mismo.
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