Voy a romper una lanza y voy a escribir líneas para ver si alguna persona tiene alguna idea de esas que a mí de momento no se me han ocurrido ¿cómo hacemos para llamar la atención de una sociedad que gasta todo como si Rato le hubiera prometido una tarjeta black?
Un
reto intrigante, y mucho más cuando ya se huele la precampaña
electoral, lo sé. Pero instantáneamente después de pensar en
buscar y escribir miles de millones de cifras de todos los recursos
que consumimos, las millones de bocas que se van a morir de hambre y
el poco tiempo que nos queda como especie… me he imaginado a
Internet sin pestañear si quiera, y se me han quitado las ganas.
Así
que bueno, voy a abordar otra vía… veremos si subo a mi barco a
algún adepto o adepta despistada que le parezca sensato lo que tengo
que decir. Me voy a poner algo más sentimental.
Un
familiar mío, cuando era más joven que yo, decidió dejar la vida
de la ciudad e ir al campo a iniciar lo que luego de 40 años sería
un proyecto de autogestión y recuperación rural hogar de una
treintena de personas. Desde que visité este lugar, me he dado la
batalla interna de tratar de asimilar y replicar todo lo que veo y
siento natural, que cuando vuelvo a la gran ciudad parece simple y
primitivo.
Porque,
seamos realistas, si ahora tuviéramos que pensar en dar uso a una
cosecha de coles, de zanahorias o de lo que fuera, para todo un año
nos parecería cansado y un rollo repetitivo comer siempre lo mismo.
Pero ¡ay! ¿Y la vuelta que se le puede dar a la imaginación de
reinventar conservas, mermeladas y purés para conservar? La vida
gastando menos, produciendo menos, generando menos impactos, tiene
diversos matices. Muchos y muchas me dirán que es peligroso contar
con menos recursos para el consumo, puesto que la vida se vuelve más
dura y no hay que caer en el bucolismo de la autosuficiencia, pero
¿no son duras las jornadas de 40 horas por 800 euros para no poder
pagar un alquiler?
Resulta
sutil, pero para mí en los pequeños núcleos que pelean por ser
autosuficientes reside la verdadera raíz de la alternativa
capitalista y del cambio de modelo. Y es que son la prueba viviente
de que el decrecimiento no es una invención de hippies idealistas,
si no que, nuestra apuesta por el progreso nos ha hecho alejarnos de
los que nos hace lo que somos, animales sociales.
Las
casas, las comunidades de vecinos, los barrios, los pueblos… son
esos ecosistemas en los que podemos cocer el germen del cambio,
porque resulta igual de combativo estrechar lazos comunales plantando
una tomatera con un vecino que decir no al black
friday.
El tejer redes comunitarias tiene un efecto muy bonito y
multiplicador. Y es que Europa y el mundo ya se van llenando poco a
poco de proyectos de autoconsumo, de Pueblos
transicionales (Transition
towns)
y de personas que eligen volver a vivir en comunidad. Si queremos
dejar de ser consumidores y objetos de consumo, vamos a tener que
cambiar nuestros hábitos irremediablemente. Volvamos a poner en
valor el respeto a la vida, no sólo humana.
Soy
consciente de que es brutalmente injusto escalar nuestra culpa
individual a la crisis medioambiental planetaria que sufrimos, pero,
¿no es igual de cierto que, como animal social que somos, replicamos
los comportamientos? La ecología política tiene que dar la batalla
en las instituciones para cambiar la legislación y que
progresivamente sea más fácil poder comportarnos de manera
sostenible, sí. Pero esa ecología política ¿de qué se va a
nutrir? De personas, de activistas y de copiadores de buenas
prácticas.
En
un momento en el que nuestro ojo traga impasible toda las opiniones
“libres de la tiranía de la corrección política” como se
autobautizan ahora los bárbaros, creo que me resulta tan cansado
entrar a la guerra virtual de las redes sociales con todos los datos
del mundo por escudo –que haberlos, haylos- que quiero apostar por
el impacto directo y certero que la solidaridad humana tiene entre
sus iguales.
De
verdad, decrezcamos; plantemos esa tomatera compartida y que llegue a
huerto, dejemos un libro en una biblioteca improvisada, apostemos por
la actividad comercial de nuestros vecinos y vecinas. Creemos
comunidades de solidaridad, de esas que ni el capitalismo pueda
gastar.
Elena
Montero
Periodista. Activista de EQUO y coportavoz de la Red Equo Joven
Periodista. Activista de EQUO y coportavoz de la Red Equo Joven
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