DECRECIMIENTO, TRABAJO Y RENTA BÁSICA
La persistencia de una economía caracterizada por el crecimiento ilimitado y el hiperconsumo ha provocado la crisis ecológica y social de las sociedades industriales que se sustentan en la producción de riqueza material, el pleno empleo y el trabajo pagado principalmente bajo forma asalariada. Este productivismo, como sobre‐valorización de la acumulación, y la idea de que un incremento de los bienes materiales aumenta la felicidad, representa una concepción del ser humano peligrosa para su propia supervivencia.
Como lo planteaba Hannah Arendt, la sociedad asalariada es básicamente una sociedad de consumo, que ha pasado de la producción para satisfacer las necesidades, al consumo para dar trabajo a los asalariados y hacer funcionar las industrias.
Gracias a indicadores como la huella ecológica, resulta evidente que el fomento de políticas para relanzar el [hiper]consumo o dar más poder adquisitivo a las masas para que adquieran más bienes (y servicios) conlleva la superación de la capacidad de regeneración y de asimilación de los ecosistemas. Además impide un reparto social y ambiental justo de los recursos naturales dentro de una misma región y entre el Sur y el Norte . En resumen, como expresa Harms, en la actualidad «no trabajamos para producir (productos y servicios socialmente necesarios) sino producimos (productos y servicios que en realidad no necesitamos y que cuya comercialización nos cuesta cada vez más) para trabajar» (Harms, 2009a). Esta característica de la sociedad industrial del trabajo asalariado queda ejemplificada en forma de un triángulo virtuoso de «producción‐empleo‐consumo» que tenemos que cuestionar de raíz.
Avanzar hacia formas de trabajo que contengan la finalidad en sí mismas significa buscar mecanismos para recuperar el tiempo de vida, es decir, para suprimir en la medida de lo posible «la necesidad que tenemos de comprar nuestro derecho a la vida (prácticamente sinónimo del derecho al salario), alienando nuestro tiempo, nuestra vida» (Gorz, 1980:87).
De esta afirmación se desprende un cambio de orientación radical en las demandas tradicionales de los trabajadores. No se trata ya de apropiarse del trabajo ni de asegurar que todo el mundo pueda trabajar tanto como necesita para financiar su «derecho a la vida», sino de liberarse del trabajo-empleo, en tanto actúa cómo lastre para el desarrollo completo de la dimensión humana.
Sin embargo, Gorz, retomando a O. Negt, da justa cuenta de que «la liberación en el trabajo presupone una experiencia práctica de la autonomía, pero ésta es objetiva y subjetivamente denegada a los trabajadores por un trabajo que mutila y deforma sus facultades práctico sensoriales» (Gorz, 1991:110). Con esto afirman que el trabajo no solo nos ha quitado el tiempo para vivir, sino la propia facultad de hacerlo más allá de sí mismo.
Como lo planteaba Hannah Arendt, la sociedad asalariada es básicamente una sociedad de consumo, que ha pasado de la producción para satisfacer las necesidades, al consumo para dar trabajo a los asalariados y hacer funcionar las industrias.
Gracias a indicadores como la huella ecológica, resulta evidente que el fomento de políticas para relanzar el [hiper]consumo o dar más poder adquisitivo a las masas para que adquieran más bienes (y servicios) conlleva la superación de la capacidad de regeneración y de asimilación de los ecosistemas. Además impide un reparto social y ambiental justo de los recursos naturales dentro de una misma región y entre el Sur y el Norte . En resumen, como expresa Harms, en la actualidad «no trabajamos para producir (productos y servicios socialmente necesarios) sino producimos (productos y servicios que en realidad no necesitamos y que cuya comercialización nos cuesta cada vez más) para trabajar» (Harms, 2009a). Esta característica de la sociedad industrial del trabajo asalariado queda ejemplificada en forma de un triángulo virtuoso de «producción‐empleo‐consumo» que tenemos que cuestionar de raíz.
Avanzar hacia formas de trabajo que contengan la finalidad en sí mismas significa buscar mecanismos para recuperar el tiempo de vida, es decir, para suprimir en la medida de lo posible «la necesidad que tenemos de comprar nuestro derecho a la vida (prácticamente sinónimo del derecho al salario), alienando nuestro tiempo, nuestra vida» (Gorz, 1980:87).
De esta afirmación se desprende un cambio de orientación radical en las demandas tradicionales de los trabajadores. No se trata ya de apropiarse del trabajo ni de asegurar que todo el mundo pueda trabajar tanto como necesita para financiar su «derecho a la vida», sino de liberarse del trabajo-empleo, en tanto actúa cómo lastre para el desarrollo completo de la dimensión humana.
Sin embargo, Gorz, retomando a O. Negt, da justa cuenta de que «la liberación en el trabajo presupone una experiencia práctica de la autonomía, pero ésta es objetiva y subjetivamente denegada a los trabajadores por un trabajo que mutila y deforma sus facultades práctico sensoriales» (Gorz, 1991:110). Con esto afirman que el trabajo no solo nos ha quitado el tiempo para vivir, sino la propia facultad de hacerlo más allá de sí mismo.
Héctor Sanjuán, Florent Marcellesi y Borja Barragué
Decrecimiento, trabajo y renta básica (extracto)
Decrecimiento, trabajo y renta básica (extracto)
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