PERSONAS
Retrocedamos en la historia. Si acudimos a una obra de teatro en la antigua Grecia, de Sófocles o Aristófanes, o si viajamos a la antigua Roma y asistimos a una representación de Luccio Acio o de Séneca, en el primer caso los actores llevan en la cara el prósopon o máscara de cada uno de los personajes; si estamos en la gloria del imperio, descubrimos que llevan puestas personas, es decir, máscaras.
Estudiar el sentido etimológico de lo que
es un individuo, que es lo mismo que expresar para lo que los romanos era una
máscara, nos lleva a la palabra síngula, que en latín significa individuo. ¿El
sujeto, tú o yo, somos una máscara? El derecho positivo nos dice que las
personas tienen derechos, lo que equivale a expresar que las máscaras tienen
derechos. ¿Chocante no?
No lo es para nada. En los orígenes de la humanidad se creó el derecho natural, ése que nos da facultades innatas por el mero hecho de ser seres vivos, pero para regular las normas de las comunidades primitivas, muchas acudieron al derecho consuetudinario, asistido por la costumbre, la cual se convierte en norma para todos los miembros de dicho grupo.
Algunas tenían y
tienen como objetivo la imposición de ciertas conductas y la prohibición de
otras que atentan precisamente con la colectividad y lo que significa el bien
común. El problema de este planteamiento es el punto de anclaje: persona,
porque éstas son los puntos de partida para hablar de obligaciones y sus opuestos.
Si todos somos personas, entonces todos llevamos una máscara
y quien se pone una en la cara no es él, sino la que le ordenan que se coloque.
Es privado de su libertad, de su identidad real y, por lo tanto, de su
dignidad. Su comportamiento está impuesto, su ideología ya ha sido creada y
pensada para él, al tiempo que, al verse obligado a interpretar un personaje de
ficción, ha sido instituido porque se espera del mismo una actuación concreta
con un resultado concreto. Todos ellos están planificados en la sociedad.
¿Y qué significa que alguien se vea privado de su libre albedrío? Algo tan plúmbeo que en realidad desde que nacemos somos esclavos, no tenemos derechos, sino privilegios que nos dan los que elaboran las leyes, las cuales varían de una forma u otra. El mero hecho de que nos obliguen a desarrollar un papel teatral, como los actores de la antigüedad, ya supone una violación de nuestro espacio personal, espiritual, privado y nuestra dignidad.
¿Qué ocurre si nos obligan a hacer algo con lo que no estamos de acuerdo, como,
por ejemplo, inyectarnos una dosis de veneno? ¿Qué implica que nos pongan un
nombre, que éste se encuentre en nuestros documentos en códigos de barra y que
seamos para las autoridades un mero número en un DNI o en un pasaporte? Significa
que el estado, lejos de actuar con dignidad, lo que nos ha creado es una
prisión de libertad falsa, con espacios de movilidad y de posibilidades
limitadas, con una sola excusa: apropiarse de nuestro poder real, como seres
humanos, de nuestra riqueza espiritual y, por ende, también material y
someternos desde que nacemos hasta que morimos.
Nuestra vida les pertenece, al igual cuando en Roma se
compraba un esclavo la suya era de su amo y no era suya, pudiendo darle
latigazos o matarlo si lo creía conveniente. Mientras en aquella época se
compraba a la gente en las plazas públicas, ahora literalmente te roban desde
que tus padres te registran de manera oficial o te bautizan, quitándote todo
valor, toda autonomía y sosteniendo que eres un engranaje o persona, obligada a
ponerse una máscara, con obediencia, sumisión y agradecimiento porque te dejan
vivir, como cuando en la vieja Roma el esclavo se sentía cómodo con su amo y
señor.
Pero esto no es todo y va mucho más allá. El esclavo, tú y
yo, además, tiene un valor de peso en oro que es gestionado por los bancos de
Suiza, en el Banco Mundial, o banco de los bancos, de modo que, con tu valor,
que se calcula gracias a tu peso al nacer, se hacen inversiones
multimillonarias. Obviamente tú no ves nada de ese dinero, pues, como esclavo
no tienes derecho a tus riquezas, como en la antigua Roma, es el amo el que
gestiona tu patrimonio, si es que permite que lo tengas; es decir que, en
realidad no eres propietario tampoco de nada. Cuando te hipotecas no eres dueño
del piso, cuando te compras algo te lo pueden quitar en cualquier momento o te
lo expropian directamente por orden judicial o administrativa, dando igual tu
esfuerzo o tu trabajo. Ten en cuenta que tu privilegio social es sólo eso, un
momento de generosidad de tu amo.
Todo ello se suma al cristianismo antiguo y al antiguo
testamento, donde Jehová ordenó a Noé crear un arca para salvar a los animales
del diluvio universal, pues los hombres se volvieron seres pecadores por luchar
para alcanzar el conocimiento. Esa imagen castigadora y justiciera, que aparece
hasta el nuevo testamento, fue la inspiración del derecho canónico, creado por
Gregorio VII en el siglo XIV, cuando se erigió en autoridad para poder dejar a
los reyes sin su poder en el momento en el que desobedeciesen la palabra del
papa, el cual era infalible. Bonifacio VIII, en su bula Unam Sanctam, de 1308,
decretó que, como representación de Dios en la tierra, tenía el cometido de
actuar en representación de Noé para salvar el mundo, es decir, que podía
condenar a las aguas y ahogarse si demostraba no ser digno de su autoridad.
Significa esto que a cada uno de nosotros, desde la edad
media, se nos aplica el principio del derecho marítimo, según el cual, si no
hemos hecho testamento durante nuestros primeros 7 años de vida, somos personas
muertas y sin derechos, pudiendo sobrevivir siempre que el estado nos otorgue
la gracia correspondiente. Es decir, que el estado puede violar nuestro espacio
personal, mejor dicho, que éste no existe en mundo de las leyes, siendo,
consecuente, esclavos de las leyes, muchas de las cuales son ajenas a nuestra
verdadera naturaleza y sensibilidad.
Esa sumisión del hombre al estado, que es como decir, la falsa sumisión del hombre a su dios (que puede ser el dinero, la ideología social, el ritual colectivo, que tiene un matiz claramente religioso, o el mismo líder o dictador de turno) y qué mejor forma de someter que con el vil metal que se inventaron los fenicios, precursores de la forma de manipulación y adormecimiento social más exitosa de la historia.
Fue la excusa para encerrarte
en prisión durante siglos si no pagabas tus deudas, por las que, incluso,
podías morir como castigo, fue el instrumento que se utilizó para comprar a
todas las naciones, practicantes ya del dogma del sionismo internacional y del
mercadeo de la política y de los líderes políticos, perdón títeres, puestos a
dedo para controlar la economía y los recursos de todos los países, del mismo
modo que el Crack de 1929 fue la excusa para crear la International Exchange
Commission y convertir a los países en puras corporaciones económicas en 1933 y
a nosotros, no ya en personas o máscaras, sino en mercancías baratas, dando
igual el rol que nos hayan asignado. Nuestras mascotas son más respetadas por
nosotros que del modo en el que el estado lo hace con nosotros.
La sociedad ha ido evolucionando de modo que el derecho
natural no se aplica, sino el dictatorial o positivo y, por lo tanto, la
dignidad no tiene cabida en un mundo que será gobernado por la inteligencia
artificial (máxima productividad al menor coste); si en el siglo XX fuimos
empleados como consumidores y creadores de bienes de venta, ahora simplemente
sobramos la mayoría y el abanico de posibilidades de que el modelo social nos
acepte como personas (máscaras) se van viendo reducidas por cada paso que dan
en un plan prediseñado. Da igual lo que hagas, eres el producto de un almacén,
puedes ser vendido o no, y si no lo eres porque no te consideran valioso,
simplemente se deshacen de ti, dado que tu valor es nulo.
¿Por qué durante la plandemia covidiana los primeros en
morir fueron los de la tercera edad, los cuales fueron asesinados en las
residencias de ancianos por orden de la OMS? Porque los niños si son valiosos,
pero los mayores no, dado que, aparte de no ser productivos y suponer un gasto
para el estado en forma de personas, bien poco se puede aprovechar el Banco
Mundial de la existencia de éstas. Los niños han de ser adoctrinados (LGTBI,
agenda 2030, OMS…) porque son las semillas de las futuras “personas” que
formarán parte del planeta dentro de unas décadas, cuando nosotros ya estemos
muertos, afortunados por no ver el absurdo mundo distópico que habrán creado.
Y es que, además, según el derecho natural, la ley eterna
está en el primer rango, siguiendo el derecho consuetudinario y todas las leyes
nacionales, empezando por las constituciones y bajando hasta las menos
importantes, porque éstas tienen un sentido espiritual que viene desde hace
miles de años. Lo que ocurre es que la agenda 2030 pretende que la cúspide no
sea la ley eterna (del Dios creador), sino la ley del demonio, de Satanás, de
Lucifer, del caos y de la esclavitud.
¿Será por eso que nuestros gobiernos no piensan nada bueno
para nosotros, sino que sus pretensiones son hacernos sufrir, enfermarnos,
robarnos nuestras propiedades, engañarnos con lo que dicen que son nuestros
derechos, ilusionándonos como niños ingenuos, mientras nos venden las bondades
del satanismo, todo ello, claro mientras quitarnos la vida y eliminarnos no
forma parte aún del plan?
¿Supondrá el globalismo y la práctica del satanismo la conversión de nuestro
bello planeta en una gran prisión o ya lo es? ¿Y si es así, donde están
nuestros derechos humanos, esos de los que se les llena la boca a los pogres en
sus discursos, más hipócritas y malolientes que sus lenguas llenas de mentiras?
Ángel Núñez
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