SÓLO SÉ TÚ MISMO
El gran engaño de la sociedad de consumo y la
espiritualidad New Age
El origen de la noción popular de que el sentido de la vida es ser uno mismo y por qué está basada en premisas falsas. "Sé tú mismo" se ha convertido en el eslogan de la espiritualidad de nuestra época, una espiritualidad que supone estar libre de los dogmas de la religión y que celebra nociones como la autenticidad y la libertad de expresión, sexual y demás.
Ser uno mismo parece ser la máxima aspiración del ser humano secular que busca encontrar significado en el mundo y alcanzar su propio potencial, pero sin tener que servir a un maestro, someterse a la disciplina de una religión o a doctrinas que considera enajenantes, pues entiende que si tan sólo logra ser él mismo, todos los problemas de insatisfacción o de sentirse inadecuado se borrarían instantáneamente
y, más aún, brillaría naturalmente por la pura expresión de su ser, liberado, totalmente cómodo en su propia piel. La espiritualidad y la psicología se funden en su objeto central: el yo, que, como enseñaron Sigmund Freud y otros pensadores del siglo XX, debe liberarse de todo tipo de represiones y ejercer libremente su deseo.El origen de esta idea –que se ha convertido en el motto existencial
de las últimas generaciones, desde los boomers hasta la generación Z– es
complejo, pero existen ciertos autores que claramente han probado ser
influyentes.
Uno de los más conspicuos es Friedrich Nietzsche, especialmente en su exaltación de
la voluntad, la creatividad y la libertad del individuo, cualidades de un espíritu libre en oposición a la
llamada "mentalidad del rebaño" o "de esclavo".
Ideas de Nietzsche como seguir los instintos, reemplazar la
moral por el estilo de vida y hacer de la propia vida una obra de arte reaparecen en
la actualidad, aunque muchas veces diluidas bajo guisas que seguramente
habrían inquietado al filósofo, como pueden ser la sociedad del consumo (que de
la mano del marketing enfatiza que somos seres únicos, que
deben expresarse a través de productos y experiencias), la teoría queer (que
abraza la idea de la expresión de nuevas identidades sexuales como afirmación
del yo único), ciertas expresiones del feminismo en las que se sostiene que la felicidad
está más ligada al desarrollo profesional de las mujeres que a los vínculos
sociales y familiares y, que por supuesto, enarbola el empoderamiento del
individuo.
El culto moderno al individuo, en general, subsume la
espiritualidad y el arte mismo a meras manifestaciones de una identidad
política, de un individuo que se libera de las fuerzas opresoras dentro de una
lucha de poderes. "Ser uno mismo" es así la expresión del sujeto deseante que alcanza a hacerse consciente de
las fuerzas opresoras de la historia que convergen en la sociedad y en la
religión y que, luego de dicha toma de consciencia, se elige a sí
mismo, en el acto triunfal de la voluntad propia, y vive su vida conforme a
sus propios deseos inadulterados –o al menos lo que piensa que son sus propios
deseos.
También han sido influyentes las ideas que se desprenden del
movimiento de "potencial humano", como se enseña en ciertas
universidades de California, por ejemplo el Instituto Esalen, heredero
del "movimiento trascendentalista", donde se centra
el trabajo en alcanzar un estado de plenitud del yo.
Dicha corriente de pensamiento también guarda relación
con ideas provenientes de la religión new age, que presentan
versiones rebajadas, o hechas a la medida, de la espiritualidad oriental y
que sugieren que existe un yo verdadero o yo superior que debe ser
encontrado y afirmado. La plenitud o el significado de la existencia se logra
cuando este yo auténtico o superior se actualiza.
Otra influencia importante son las ideas de la psicología
profunda del ya mencionado Sigmund Freud y también de Carl Jung, en donde se sugiere que el ser humano
tiene una dimensión oculta o inconsciente, la cual debe integrar,
liberar o sublimar para dejar de ser víctima de oscuras fuerzas opresoras, que
existen en su propia psique o en la sociedad misma.
Jung particularmente enfatizó el arquetipo del sí mismo y, aunque éste tiene
puntos en común con el atman indio, que es más bien una
negación de lo individual, formuló su psicología en términos de la creatividad,
la expresión individual y el seguimiento de la intuición o una voz interior, es
decir, del alma individual o yo verdadero, que es algo que está cubierto y que
debe descubrirse a través de la fantasía y el arte, entre otras cosas.
Las ideas de Freud fueron sumamente influyentes en la publicidad y en las relaciones públicas, desde
donde se promovió la noción de que perseguir los deseos (particularmente en
relación con la afirmación de la sexualidad) era la forma de
expresar el yo auténtico y conseguir la libertad. Así, por poner
un ejemplo de una asociación de ideas que hoy consideramos
"normal" Ed Bernays logró que el concepto de
liberación femenina se asociara en el imaginario colectivo con el hecho de que
las mujeres fumaran cigarrillos.
En cualquier caso, la idea y aun el imperativo
de que uno debe ser uno mismo hace de la
espiritualidad una especie de terapia psicológica cuyo propósito es buscar un
supuesto estado de autenticidad que yace oculto o ausente.
Incluso si se dice que ese estado no es más que nuestra
naturaleza verdadera, es evidente que no está presente actualmente, pues de
estarlo ya seríamos quien realmente somos y nuestra
experiencia sería radicalmente distinta, según se promete.
Por supuesto, esto es absurdo. Si no está presente
actualmente, ¿dónde está? Se suele responder que se encuentra en nuestra alma o
en nuestro corazón y que aflora cuando hacemos lo que nos gusta o
cuándo estamos relajados.
La primera alternativa no tiene obviamente un lugar en
el espacio; en el caso del corazón, obviamente se habla de una metáfora.
Por otro lado, la idea de que el yo verdadero emerge solamente en ciertos
momentos, de nuevo nos obliga a preguntarnos dónde se encuentra o hacia dónde
se aleja cuando realizamos actividades
que no nos complacen tanto. Y si esto es así, ¿qué hay en las
actividades placenteras o "espirituales" que es capaz de engendrar yo
verdaderos?
Resulta evidente que el yo verdadero, la idea de ser
realmente uno mismo, es una metáfora. Pero más aún, lo que describe esta
metáfora suele ser una versión positiva de nuestra personalidad, confiada
y relajada; un estado desde el cual es más fácil tener éxito en el mundo. Pero no hay nada que distinga
de manera fundamental, ontológicamente, este yo positivo, agradecido y
creativo de un yo, por ejemplo, nervioso,
irritable e incómodo. El yo que se siente mal, que rehúye
y se cierra sobre sí mismo, es
tan verdadero como el yo que se abre al mundo y que disfruta de las
experiencias.
Aunque, por supuesto, nos gusta creer que nuestros mejores
aspectos son lo que realmente somos, mientras que los que no nos gustan deben
ser ilusorios, acaso sólo remanentes de la programación social o
del trauma infantil. Más aún, esta creencia es muy útil
para el sistema económico dominante, pues gran parte de nuestra vida gira en
torno a buscar experiencias o productos que nos ayuden a afirmar esos
aspectos de nuestra individualidad que nos permiten destacarnos de los demás y
expresar nuestro "ser verdadero".
La vida se convierte así en una perenne búsqueda de uno
mismo. Pero es una búsqueda que ya no cuenta actualmente con las herramientas
tradicionales de la religión y la cultura clásica –a las cuales renuncia
por considerarlas dogmáticas, anticuadas o elitistas–, sino con
herramientas de la psicología derivadas de la ciencia, el coaching, la
cultura del entretenimiento (o infotainment)
y versiones new age de la astrología y el esoterismo. Curiosamente,
este acercamiento a la interioridad es, según un reciente artículo de la BBC, una ventaja:
Los miembros de la Gen Z de todo el mundo tienen muchos
más recursos para averiguar quiénes son, incluyendo aplicaciones de redes
sociales como TikTok, en la que terapistas discuten consejos para tener
formas de apego y relaciones saludables.
Valoración que expresa perfectamente la creencia
popular moderna de que estar expuesto a más información se traduce en
conocimiento. Que lo importante es tener más opciones y a partir
de ello decidir aquello que nos gusta a cada cual. Pues no hay mejor
verdad que nuestra propia verdad. ¿Por qué creerle a Platón, quien después de
todo era algo así como "protofascista", si hay un creador de TikTok
que lo explica en dos minutos de una manera que conecta con mis sentimientos?
La idea de instalarse en "el yo verdadero" va
de la mano del discurso del
empoderamiento y de la
concepción de la historia como una lucha de poderes. Bajo esta óptica,
el yo verdadero, el que es él mismo, es equivalente al pueblo o grupo
social que ha sido oprimido a lo largo del tiempo. E, igualmente que
el ser humano, bajo esta concepción, es un ente meramente material, sin ningun
verdadero origen u aspiración trascendente, el yo no tiene una orientación
trascendente; su autorrealización es sólo ser él mismo y
liberarse de las estructuras enajenantes de la religión, la sociedad y el poder
que ejerce la jerarquía. La espiritualidad es, a fin de cuentas, sólo la
expresión auténtica de su identidad, la creatividad, pero siempre desde el polo
que mira hacia lo inmanente y lo político, en otras palabras, el
poder de afirmarse, de decir sí a la vida.
Pero esta vida que afirma no es realmente la vida que Nietzsche exaltaba, sino una vida que ha sido
organizada, calculada y sanitizada de todo "espíritu" extraño, de
todo lo invisible e incalculable por la ciencia y la sociedad democrática.
La supuesta rebeldía y las ideas "revolucionarias" del individuo han
sido inculcadas por las agencias de marketing y los estudios de cine de maneras
totalmente predecibles. Ante esto, el acto aparentemente transparente de querer
es más bien opaco. ¿Cómo puedo saber que quiero lo que realmente
quiero?
La respuesta a esa pregunta parece ser funcional:
aquello que me hace mejor, eso es lo que realmente quiero. Pero sólo
sé que me hace mejor comparándome con los demás. El empoderamiento nunca
es un acto privado de liberación a través del conocimiento, sino de
expresión pública y social de la propia individualidad. Uno descubre que
es realmente él mismo a través del aval de los demás, cuando se
siente cobijado por la mirada de los demás, quienes aprueban y celebran su
autoexpresión. Contradictoriamente, se dice que ser uno mismo
requiere simplemente de aceptarnos como somos, pero la mayoría las veces se
pide a los otros que nos acepten y nos vean de cierta manera e incluso
que usen ciertos nombres o pronombres para referirse a nosotros
mismos. Ser uno mismo acaba siendo, sobre todo, ser validado por
los demás de una forma que nos hace "especiales".
En este sentido, las celebridades son los grandes ejemplos de personas que
son realmente "ellas mismas", pues todo lo que hacen tiene su propio
sello de libertad y de autenticidad. Especialmente las celebridades de la era de los reality shows y
de Instagram, que son célebres, en apariencia, por ser solo ellas mismas y no
necesariamente por tener un talento único: aparentemente su talento es su
individualidad y estar cómodas por completo en ésta, hasta el punto de que eso
es justo lo que venden.
Parte de la idolatría hacia este tipo de personas es la idea
de que todo lo que hacen es digno de celebrarse y admirarse porque son sólo
exploraciones y expresiones de su propia identidad. Todo lo que hacen tiene su
sello, y es genial, puesto que son libres y son siempre ellas
mismas.
Ante esto deja de importar la calidad artística, una cierta
objetividad de la belleza, y lo que reina es sólo el culto a la
personalidad o el derroche de la creatividad del yo, en su
proliferante "reinvención", siempre desde el surtidor del inmutable
yo verdadero. Una tendencia que ya se inauguraba con artistas con mayor
talento, como Salvador Dalí, que priorizaban la expresión del individuo y
la creatividad como bien en sí mismo, por sobre un modelo más clásico del
arte, en el que se buscaba, contrariamente, remover al individuo, para permitir
la expresión de lo universal y el servicio a un ideal divino o
moral.
En un artículo en El País, Clara Serra escribe:
La identidad es la nueva religión contemporánea y “ser
uno mismo” su principal mandamiento. Como dice Eudald Espluga (No seas tú
mismo, 2021) la cultura de la autenticidad personal es constantemente
promocionada a través de las redes, los discursos de autoayuda y la doctrina
del self-encouragement que las empresas dirigen a los
“empresarios de sí mismos”, es decir, a los trabajadores asalariados.
Ser uno mismo se vuelve parte de la "obligación de tener que ser feliz", de tener que ser
el mejor que puedo ser (siempre desde la estructura y las categorías de la
sociedad secular). El éxito e incluso la belleza (pues somos bellos si nos
sentimos bien con nosotros mismos) son igualados al "ser uno
mismo". Para que se desarrolle la industria del coaching y
la autoayuda es necesario que podamos no ser nosotros mismos, para
ser nosotros mismos emprendedores y convertirnos en los emprendedores de
nuestro camino de descubrimiento. Nos movemos así hacia el encuentro de nuestro
destino en una lucha pretendidamente heroica. La idea de ser
tú mismo supone una búsqueda activa, un proceso de construcción o
creatividad. Descubrimos nuestro yo verdadero a través de experiencias de
transformación y actos de libertad. Pero, por supuesto, para esto necesitamos
ayuda, todo tipo de accesorios que nos permitan desnudarnos de manera
brillante.
A diferencia de la espiritualidad no religiosa del culto al
yo auténtico, la religión tradicional entiende generalmente que el proceso
de autoconocimiento es más bien negativo, ocurre a través de la austeridad, el ascetismo y el abandono de ciertas conductas sociales que
afirman la propia identidad, como el dinero, la fama, el poder. Quizá por esto
la religión tradicional ha dejado de ser atractiva para las nuevas
generaciones, dominadas por las ideas y el culto al individuo promovido
también desde la publicidad y el marketing. El sujeto espiritual pero no religioso necesita siempre una
nueva experiencia, un nuevo viaje o un nuevo hobby para
expresarse.
En completa oposición a la idea moderna que valora la
individualidad como lo más precioso, Simone Weil escribió que lo sagrado en la persona
es lo impersonal, justamente aquello donde el yo es negado y en última
instancia aniquilado. La vida, entonces, se trata no de "llegar a
ser alguien", o llegar a ser uno mismo, sino de dejar de ser alguien y dejar de vivir en la ilusión de que el yo existe y que podemos construir
el sí mismo que realmente somos.
El monje trapista Thomas Merton escribió:
En una era en la que se habla tanto de 'ser tú mismo', me
reservo el derecho de olvidarme a mí mismo, ya que en todo caso hay muy
pocas posibilidades de ser cualquier otro. En cambio, me parece que cuando uno
intenta demasiado "ser uno mismo", corre el riesgo de personificar
una sombra.
Las palabras de Merton son certeras y capturan el grueso del
argumento aquí expuesto. En realidad la noción de "ser tú mismo" se
ha vuelto, paradójicamente, en una forma de personificar un constructo social,
una forma de ser sancionada, validada y cultivada por la sociedad.
No hay nada que hacer para ser uno mismo: siempre ya
eres tú mismo. Pero Merton nota algo más: el derecho a olvidarte a
ti mismo (Baudelaire había hablado del derecho a alejarse). La
posibilidad que sea mejor –si es que lo que busca es la verdad y no el éxito o
el confort– simplemente abandonar totalmente toda noción de sí mismo, de un
yo que debamos cuidar o mejorar.
Y es que no sólo no existe un yo verdadero: nadie nunca
ha encontrado siquiera el yo ordinario. Tal cosa como un
yo permanente e independiente, del cual se pueden hacer aseveraciones como
"verdadero" o "falso", es sólo una designación conceptual,
una metáfora para describir una serie causal de memorias, percepciones,
sensaciones y demás. Es la ilusión que nos permite tener cierta seguridad, pero
también quizá el obstáculo fundamental que nos aleja de la verdad y
de la comunión con la realidad.
Como escribió el maestro zen Dogen: Estudiarse a sí mismo es olvidarse a sí mismo. Olvidarse a sí mismo
es ser iluminado por el universo.
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