LA FORMA DE UNA CIVILIZACION FUTURA
Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban….Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma. (Manifiesto del Partido Comunista, 1848)
Para navegar en el caos que seguirá a la rupura de una civilización industrial desmesurada y agobiada, debemos tener la idea clara de adónde deseamos arribar. Debemos seleccionar el punto de destino no sólo conforme a nuestros deseos, sino más bien con la implacable consideración de lo que pueda ser verdaderamente posible a medida que los combustibles fósiles y demás recursos de baja entropía se vayan acercando a su agotamiento. Ya que ha sido el subsidio energético de estos recursos el que que ha hecho posible que nuestra civilización alcance su suntuosa forma actual; una forma que ha permitido que más gente que nunca antes haya disfrutado de derechos políticos, libertades sociales y beneficios económicos sin precedentes, aunque también nos ha instalado en una insostenible trayectoria hacia la ruina ecológica. Permítaseme describir el sendero por el cual hemos llegado al punto muerto actual.
Los seres humanos que nacieron en las llanuras africanas, se desplegaron a todos los rincones del planeta como la primera especie invasiva. Tan pronto como llegaron cayeron sobre la fauna existente, llevando una buena parte de ella a la extinción. Aunque aprendimos a vivir e incluso prosperamos con lo que quedaba, las privaciones de una existencia precaria nos empujaron virtualmente a inventar la agricultura. Esta tosca, pero poderosa tecnología, que convierte la energía solar en cosechas, nos permitió alimentar a mucha más gente y a erigir civilizaciones.
Esas
civilizaciones hicieron posible a su vez concebir tecnologías aún
más poderosas para la dominación y explotación de la naturaleza.
De esta forma, aunque las civilizaciones han ido surgiendo y cayendo
a lo largo de los milenios, la capacidad humana de dominar y explotar
siguió creciendo de forma sostenida hasta que finalmente aprendimos
a utilizar los combustibles fósiles, un almacén de energía solar
del pasado concentrada. Este estímulo radical en la disponibilidad
de energía permitió a su vez una transformación radical de la
sociedad humana, que pasó así de ser agrícola a industrial; de
vivir de limitado flujo solar (presente) a consumir el capital solar
(acumulado) para nuestras necesidades actuales. Esto no puede
continuar. Los combustibles fósiles son finitos y al quemarlos en
grandes cantidades creamos una contaminación devastadora. Además,
el capital solar restante va decayendo en cantidad y en calidad, lo
que causa un rápido aumento en los costes de extracción. Como en
una antigua tragedia, es nuestra propia grandeza la que conspira
contra nosotros mismos. Podemos gestionar más potencia que nunca
jamás, pero los cimientos de ese poder se tambalean y presagian un
acusado declive en la energía disponible y con él, el fin de la era
industrial, tal y como la conocemos.
Si ahora
intentásemos imaginar la forma que podría adoptar una civilización
futura, deberíamos aprender a vivir con un presupuesto energético
más limitado, y si ésta tuviese que consistir en flujos
múltiples de energía solar cosechada por medios tecnológicos
sencillos y sofisticados, la historia nos proporciona ejemplos
instructivos de diversas sociedades preindustriales; sociedades que
se apoyaban fundamentalmente en la energía solar directa. De esos
ejemplos, trataré de extraer algunas características comunes que
ofrecen algunas posibles guías sobre nuestro futuro político,
social y económico1.
Todas las
sociedades preindustriales conocidas disponían de jerarquías y de
sistemas de clases, que generalmente tenían privilegios heredados:
una persona o relativamente poca gente en la cúspide, un pequeño
grupo de soldados y consejeros bajo ellos sirviéndolos ; un grupo
algo más numeroso sirviendo a esas clases y así hacia abajo hasta
una capa muy amplia de siervos y campesinos en el fondo (a veces
ampliada por subclases o intocables y parias). Esas sociedades tenían
forma de pirámide, con la gran masa de personas en la base una élite
en la cúspide y una pequeña capa de clérigos, artesanos y
mercaderes entre ambas capas, cuya composición y forma exacta fueron
variando con el tiempo y el tipo de cultura.
En general, estas sociedades eran bastante rígidas, incluso inmóviles, con muy poca o ninguna movilidad social. Las pocas excepciones -el niño campesino que llegó a ser el papa Silvestre II- solo servían para confirmar la regla. Se daba por supuesto que la gente supiese cuál era su lugar, respetase a los ancianos y sabios y se mantuviese aferrado a las antiguas costumbres. Los papeles por razón de género estaban fijados: con pocas excepciones, las mujeres quedaban confinadas al cuidado del hogar, mientras los hombres dominaban el ámbito de lo público.
Aunque en los grandes imperios era común la tolerancia religiosa, en general se exigía un cierto apego cívico a la religión, así como la participación en los ritos y rituales conjuntos. En comunidades más pequeñas, la exigencia de una estricta afiliación era la norma y en todos los casos, la religión común era el elemento de cohesión que daba consistencia a las sociedades preindustriales.
En esa misma dirección, dichas sociedades valoraban el consenso más que la pluralidad de opiniones y sus valores eran definitivamente comunales, más que individuales. Dicho de otra forma, el disenso no era bien llevado y los individuos concluían que era más aconsejable mezclarse que destacarse. Como advierte el proverbio japonés: “el clavo que sobresale termina siendo martilleado”.
La moral era también muy estricta. Lo que es moral o inmoral depende de la cultura -por ejemplo, la homosexualidad puede ser suprimida, tolerada o celebrada-, pero las reglas fueran escritas o no, eran implacables y el castigo por infringirlas era a la vez rápido y duro. Esta severidad quedaba sólo mitigada parcialmente por la hipocresía. Detrás de la fachada de honradez la gente pecaba en secreto y los miembros de las clases más elevadas se comportaban frecuentemente de forma moralmente laxa : “haz lo que quieras, siempre que no asustes a los caballos o molestes a los niños”.
Por supuesto existían diferencias considerables respecto del grado de conformidad, la rigidez y la severidad. El sistema tradicional de castas de Bali era mucho más relajado que el de la India y la diferencia entre Bali y Tokugwa en Japón, donde un campesino podía perder su cabeza por atreverse a mirar a un samurai a su paso, era muy significativa. Sin embargo, comparada con las sociedades contemporáneas, en las que todo se permite y la palabra “transgresor” se utiliza como una alabanza, todas aquellas sociedades antiguas tenían institucionalizada la conformidad o uniformidad. Un balinés podía tener voz en términos de igualdad en los asuntos municipales, pero a fin de cuentas debía ajustar su voluntad a la del banjar o convertirse en un descastado.
Como era de esperar, las sociedades preindustriales eran intensamente rurales y locales y la gran mayoría vivía de forma muy circunscrita. En parte se debía al hecho de que eran agrarias y por tanto, firmemente enraizadas en la tierra y parcialmente marcadas por las dificultades y el coste del transporte. La conclusión era que la gente quedaba muy vinculada a su pequeño país (en el sentido antiguo). Los valores y tradiciones rústicas prevalecían y sólo unos pocos viajaban lejos de dónde habían nacido. El resultado era que con excepción de muy pocos bienes críticos, la mayoría de ellos se producían y consumían cerca del hogar.
En cambio, el “comercio con carros” incluía lujos traídos de lejos y la vida de las élites urbanas era bastante cosmopolita: los londinenses escuchaban a Handel y Haydin. De hecho los críticos comparan con frecuencia los tiempos actuales con los antiguos de forma desfavorable, haciendo notar que el nivel cultural era mayor en aquellas sociedades aristocráticas que lo que suele ser hoy. Como prueba, citan gigantes como Shakespeare, Rembrandt y Bethoven, o el esplendor arquitectónico que hoy atrae a hordas de turistas.
Las novelas de Jane Austen ofrecen una detallada visión de la vida cotidiana en ese tipo de sociedad: la naturaleza fundamental de las conexiones, el énfasis en la reputación, la importancia clave de los modales o las habilidades sociales, la conciencia de las distinciones de clases en cada momento, los ideales masculinos del deber y del honor, las limitadas oportunidades disponibles a las mujeres, combinadas con las perspectivas de movilidad social a la hora de contraer matrimonio con otro y muchas más cosas. Austen demuestra que por muy severamente que juzguemos a esa sociedad, era posible disponer de una vida buena y digna bajo tales condiciones, suponiendo que se había nacido en circunstancias relativamente benignas, lo que significa que la sociedad no era demasiado cerrada y que en una familia podía existir un mínimo de propiedad y de conexiones.2
Para los que no tenían esa suerte, la vida era bastante menos confortable. La tremenda concentración de poder y riqueza en la cúspide de la pirámide, suponía en las capas inferiores una considerable carga de impotencia y pobreza. Por ello, todas las sociedades preindustriales mostraban una fuerte tendencia a la desigualdad en el estatus y en la riqueza, y hacían lamentablemente común la miseria, el peonaje, la servidumbre e incluso una esclavitud que consideraba a los esclavos como enseres.
La tiranía política era una amenaza siempre presente. A pesar de la existencia de mecanismos formales para verificar y limitar el poder irrestricto, la autoridad se podía ejercer con severidad y arbitrariedad y el común de las gentes solían disponer de pocos recursos contra el despojo por parte de los privilegiados.3 A fin de cuentas, la cruda realidad de tales sociedades era que los que viven en la cúspide lo hacen explotando y oprimiendo a los de abajo.
Algunos pueden creer que podremos retener la capacidad tecnológica de recrear una sociedad no agraria, pero ello es improbable. Las sociedades post-industriales serán fundamentalmente agrícolas, aunque sin embargo con muchos accesorios y facilidades tecnológicas modernas , porque la naturaleza esencial de la energía solar es que está dispersa. Así que en general será más práctico y económico descentralizar la producción -especialmente la producción agrícola-, que intentar replicar el modo de producción industrial centralizado, con los medios post-industriales, que serán más limitados.
Aunque la inteligencia artificial, la nanotecnología, la robótica y demás puedan permitir una economía, y una actividad social y política relativamente sofisticada, el futuro será más probablemente parecido al de nuestros predecesores en su forma básica.
Este esquema resumido que ofrezco sobre los elementos más importantes de las sociedades preindustriales, no es una predicción. Una civilización futura se quedará probablemente entre los que promocionan un paraíso (o un infierno, según el punto de vista) tecnológico y los que anticipan un retorno a la Edad de Piedra.
Aunque todo depende esencialmente del modo en que se transite, no tenemos por qué retroceder completamente a las condiciones de las sociedades preindustriales. Ahora disponemos de capacidades tecnológicas que pueden minorar el duro esfuerzo, por ejemplo, en agricultura, y producir un excedente suficiente para mantener a sociedades bastante por encima del nivel de supervivencia. Y asimismo, las posibilidades en las comunicaciones y el transporte, pueden servir para mitigar la idiotez marxista acerca de la vida rural y permitir un cierto grado de libertad e igualdad, así como que se pueda mantener algún tipo de conocimiento ilustrado.4
En general, estas sociedades eran bastante rígidas, incluso inmóviles, con muy poca o ninguna movilidad social. Las pocas excepciones -el niño campesino que llegó a ser el papa Silvestre II- solo servían para confirmar la regla. Se daba por supuesto que la gente supiese cuál era su lugar, respetase a los ancianos y sabios y se mantuviese aferrado a las antiguas costumbres. Los papeles por razón de género estaban fijados: con pocas excepciones, las mujeres quedaban confinadas al cuidado del hogar, mientras los hombres dominaban el ámbito de lo público.
Aunque en los grandes imperios era común la tolerancia religiosa, en general se exigía un cierto apego cívico a la religión, así como la participación en los ritos y rituales conjuntos. En comunidades más pequeñas, la exigencia de una estricta afiliación era la norma y en todos los casos, la religión común era el elemento de cohesión que daba consistencia a las sociedades preindustriales.
En esa misma dirección, dichas sociedades valoraban el consenso más que la pluralidad de opiniones y sus valores eran definitivamente comunales, más que individuales. Dicho de otra forma, el disenso no era bien llevado y los individuos concluían que era más aconsejable mezclarse que destacarse. Como advierte el proverbio japonés: “el clavo que sobresale termina siendo martilleado”.
La moral era también muy estricta. Lo que es moral o inmoral depende de la cultura -por ejemplo, la homosexualidad puede ser suprimida, tolerada o celebrada-, pero las reglas fueran escritas o no, eran implacables y el castigo por infringirlas era a la vez rápido y duro. Esta severidad quedaba sólo mitigada parcialmente por la hipocresía. Detrás de la fachada de honradez la gente pecaba en secreto y los miembros de las clases más elevadas se comportaban frecuentemente de forma moralmente laxa : “haz lo que quieras, siempre que no asustes a los caballos o molestes a los niños”.
Por supuesto existían diferencias considerables respecto del grado de conformidad, la rigidez y la severidad. El sistema tradicional de castas de Bali era mucho más relajado que el de la India y la diferencia entre Bali y Tokugwa en Japón, donde un campesino podía perder su cabeza por atreverse a mirar a un samurai a su paso, era muy significativa. Sin embargo, comparada con las sociedades contemporáneas, en las que todo se permite y la palabra “transgresor” se utiliza como una alabanza, todas aquellas sociedades antiguas tenían institucionalizada la conformidad o uniformidad. Un balinés podía tener voz en términos de igualdad en los asuntos municipales, pero a fin de cuentas debía ajustar su voluntad a la del banjar o convertirse en un descastado.
Como era de esperar, las sociedades preindustriales eran intensamente rurales y locales y la gran mayoría vivía de forma muy circunscrita. En parte se debía al hecho de que eran agrarias y por tanto, firmemente enraizadas en la tierra y parcialmente marcadas por las dificultades y el coste del transporte. La conclusión era que la gente quedaba muy vinculada a su pequeño país (en el sentido antiguo). Los valores y tradiciones rústicas prevalecían y sólo unos pocos viajaban lejos de dónde habían nacido. El resultado era que con excepción de muy pocos bienes críticos, la mayoría de ellos se producían y consumían cerca del hogar.
En cambio, el “comercio con carros” incluía lujos traídos de lejos y la vida de las élites urbanas era bastante cosmopolita: los londinenses escuchaban a Handel y Haydin. De hecho los críticos comparan con frecuencia los tiempos actuales con los antiguos de forma desfavorable, haciendo notar que el nivel cultural era mayor en aquellas sociedades aristocráticas que lo que suele ser hoy. Como prueba, citan gigantes como Shakespeare, Rembrandt y Bethoven, o el esplendor arquitectónico que hoy atrae a hordas de turistas.
Las novelas de Jane Austen ofrecen una detallada visión de la vida cotidiana en ese tipo de sociedad: la naturaleza fundamental de las conexiones, el énfasis en la reputación, la importancia clave de los modales o las habilidades sociales, la conciencia de las distinciones de clases en cada momento, los ideales masculinos del deber y del honor, las limitadas oportunidades disponibles a las mujeres, combinadas con las perspectivas de movilidad social a la hora de contraer matrimonio con otro y muchas más cosas. Austen demuestra que por muy severamente que juzguemos a esa sociedad, era posible disponer de una vida buena y digna bajo tales condiciones, suponiendo que se había nacido en circunstancias relativamente benignas, lo que significa que la sociedad no era demasiado cerrada y que en una familia podía existir un mínimo de propiedad y de conexiones.2
Para los que no tenían esa suerte, la vida era bastante menos confortable. La tremenda concentración de poder y riqueza en la cúspide de la pirámide, suponía en las capas inferiores una considerable carga de impotencia y pobreza. Por ello, todas las sociedades preindustriales mostraban una fuerte tendencia a la desigualdad en el estatus y en la riqueza, y hacían lamentablemente común la miseria, el peonaje, la servidumbre e incluso una esclavitud que consideraba a los esclavos como enseres.
La tiranía política era una amenaza siempre presente. A pesar de la existencia de mecanismos formales para verificar y limitar el poder irrestricto, la autoridad se podía ejercer con severidad y arbitrariedad y el común de las gentes solían disponer de pocos recursos contra el despojo por parte de los privilegiados.3 A fin de cuentas, la cruda realidad de tales sociedades era que los que viven en la cúspide lo hacen explotando y oprimiendo a los de abajo.
Algunos pueden creer que podremos retener la capacidad tecnológica de recrear una sociedad no agraria, pero ello es improbable. Las sociedades post-industriales serán fundamentalmente agrícolas, aunque sin embargo con muchos accesorios y facilidades tecnológicas modernas , porque la naturaleza esencial de la energía solar es que está dispersa. Así que en general será más práctico y económico descentralizar la producción -especialmente la producción agrícola-, que intentar replicar el modo de producción industrial centralizado, con los medios post-industriales, que serán más limitados.
Aunque la inteligencia artificial, la nanotecnología, la robótica y demás puedan permitir una economía, y una actividad social y política relativamente sofisticada, el futuro será más probablemente parecido al de nuestros predecesores en su forma básica.
Este esquema resumido que ofrezco sobre los elementos más importantes de las sociedades preindustriales, no es una predicción. Una civilización futura se quedará probablemente entre los que promocionan un paraíso (o un infierno, según el punto de vista) tecnológico y los que anticipan un retorno a la Edad de Piedra.
Aunque todo depende esencialmente del modo en que se transite, no tenemos por qué retroceder completamente a las condiciones de las sociedades preindustriales. Ahora disponemos de capacidades tecnológicas que pueden minorar el duro esfuerzo, por ejemplo, en agricultura, y producir un excedente suficiente para mantener a sociedades bastante por encima del nivel de supervivencia. Y asimismo, las posibilidades en las comunicaciones y el transporte, pueden servir para mitigar la idiotez marxista acerca de la vida rural y permitir un cierto grado de libertad e igualdad, así como que se pueda mantener algún tipo de conocimiento ilustrado.4
De
todas formas, cuando ya no se pueda expandir más el capital solar y
nos veamos obligados de nuevo a subsistir casi completamente del
flujo solar, la dirección hacia la que tenderá una civilización
post-industrial está clara. Estará compuesta de sociedades que se
asemejarán en muchos aspectos importantes a aquellas que precedieron
a nuestra era de abundancia anormal y de libertad exorbitante. Si la
Revolución Industrial hizo que “las relaciones inconmovibles y
mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas
y venerables, se derrumbasen”, ahora la desaparición de dicha
revolución augura su retorno.
William Ophuls(*)
(*) William Ophuls es el seudónimo de Patrick Ophuls. Patrick trabajó ocho años como funcionario en el Departamento de Exteriores en Washington, Abidjan y Tokio, antes de licenciarse en Ciencias Políticas en Yale en 1973. Después de dar clases en la Northwestern University, se hizo investigador y autor de libros. Ha publicado varios sobre los retos ecológicos, sociales y políticos a los que se enfrenta la civilización industrial moderna. Cuando no escribe, Patrick pasa su tiempo en la naturaleza, bien en su California natal o en las montañas europeas.
Los más conocidos son
Immoderate Greatness: Why Civilizations Fail
Plato's Revenge: Politics in the Age of Ecology
Ecology and the Politics of Scarcity: Prologue to a political theory of the steady state.
Notas:
1 Para más detalles ver Patricia Crone, Pre-Industriial Societies: Anatomy of the Pre-Modern World, London, UK: Oneworld, 2015 (2003)
2 Para una perspectiva más masculina de la sociedad de Austen, ver la aclamada serie Aubrey-Maturin de Patrick O'Brian.
3 La famosa novela histórica de Alessandro Manzoni “The Bethroted” relata el asalto continuado de un noble que viola a una campesina. La vívida descripción de Manzoni de la plaga que afectó a Milán muestra también lo rápidamente que puede saltar el barniz de una civilización, dejando atrás anarquía y crueldad.
4 Puedo imaginar un tipo de futuro utópico que llamaría “Bali con electrónica”, en William Ophuls Plato's Revenge: Politics in the Age of Ecology, Cambridge, MA: The MIT Press, 2011, Chapter 7.
PPP
- Crisis
Energética
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