Bancos,
gobiernos, compañías de tarjetas bancarias y evangelistas de la
tecnología financiera quieren hacernos creer que el futuro sin
dinero en efectivo es inevitablemente bueno. Pero esta utopía no
carece de fricciones. Brett
Scott relata por qué hay que luchar contra esto.
Segunda
parte del artículo La
nueva
utopía vigilante: La guerra
contra el efectivo.
El
uso de sistemas de comunicación de alta velocidad para ajustar
información de código binario sobre quién tiene qué dinero puede
que sea nuevo, pero el dinero contable, es tan viejo como el concepto
de depósito de valor. Las piedras Rai de la isla de Yap eran tan
enormes y tan imposibles de mover que, a pesar de parecer fichas
físicas, eran una forma de depósito de valor. En lugar de ser
movidas físicamente – como el dinero en efectivo – se mantenía
un registro en la cabeza de la gente, acumulado en la memoria
colectiva.
Si la persona propietaria quería transferir la piedra a
otra persona, editaban el libro contable simplemente informando a la
comunidad. ¿Por qué mover la piedra física si simplemente se lo
puedes decir a todo el mundo y que recuerden que la piedra “se ha
movido” a otra persona? La principal razón por la que nos es
difícil reconocer esta forma de registro colectivo como una forma de
ausencia de efectivo, es que el libro contable es invisible e
informal.
Sin
embargo, una sociedad sin efectivo, se nos presenta como un progreso
futurístico, en lugar de como una historia pasada. Algo que está de
moda para los futuristas, emprendedores y los gurús de la
innovación. A pesar de que sí se pueden identificar tendencias
reales en los comportamientos y gustos sociales, también hay
tendencias en el comportamiento y gustos entre los cazadores de
tendencias. A estas personas se les paga por fichar cambios y por lo
tanto reciben incentivos por dar bombo a cambios menores para que
parezcan el final de la historia, nuevos yacimientos o revoluciones.
Las
comunidades innovadoras están siempre en peligro de perder su
idiosincrasia haciéndose eco de las palabras de moda, convirtiendo
las especulaciones de otros en certezas concretas. Estas fábricas de
predicciones siempre producen las mismas frases: “en el futuro
tendremos…” y “en el futuro no tendremos…”, por tanto en el
futuro todos tendremos pagos digitales y en el futuro no tendremos
efectivo.
Esta
es la utopía presentada por la creciente industria de los pagos
digitales, que espera convertir en profecía el perpetuo espejismo de
la sociedad sin efectivo. De hecho, un truco clave para promover sus
intereses es hablar de ellos como si fueran obvios e inevitables en
su ejecución, lo que hace al resto sentirse idiotas por no reconocer
el aparentemente inevitable cambio.
Para
crear tendencia también es necesario presentar algo que la gente
demande. Una frase como “en todo el mundo la gente se está
cambiando al pago digital” no se dice para describir lo que la
gente necesita. Se dice para decirnos lo que deberíamos querer y
para hacernos sentir en sincronización con el resto. Por ejemplo, el
fintech Fich Ricci invocando a los millenials con el extraño poder
de su moral para definir el futuro. Les repulsa la corporeidad del
dinero, y se sienten atraídos con los artilugios fintech. Pero esta
gente, no es para nada gente real. Son un arma del arsenal de los
departamentos de marketing para hacer sentir prehistórica a los
demás. Hacen que no lo están provocando, simplemente respondiendo a
las demandas de las nuevas generaciones.
Así
que nos tragamos la campaña de Visa sobre el orgullo del Cashfree.
Visa se las ingenia para crear esa vergüenza y hacernos creer que lo
que queremos, es lo mismo que lo que ellos quieren. Si no lo quieres,
simplemente recuerda que es un cambio inevitable, y que si no te vas
a quedar atrás.
Pero
este Nuevo Sistema va a dejar a muchos atrás. Está programado el
incluir sólo a aquellos con acceso a las cuentas bancarias, y las
cuentas bancarias están alojadas en corporaciones con ánimo de
lucro que operan a esa escala. No tienen tiempo para idiosincrasias
individuales. No pueden conseguir beneficios con las personas que no
son fácilmente categorizadas y modeladas por una plantilla.
Así
que buena suerte si sólo te encuentras a ti mismo en apariciones
esporádicas en los libros oficiales del estado, si eres un migrante
rural sin una fecha de nacimiento registrada, si no tienes familiares
identificables o si no tienes DNI. Lo sentimos si no tienes
marcadores de estabilidad, si eres un viajero convencido sin una
dirección permanente, si no tienes teléfono o email. Disculpas si
no tienes estatus, si te encuentras en la economía informal sin
activos o con ingresos inestables. Condolencias si no tienes sellos
oficiales de aprobación de los porteros oficiales, como certificados
universitarios o registros de empleabilidad en una compañía formal.
Adiós si tienes registros negativos de compromiso con instituciones
reconocidas, o si estás en un registro criminal o de insolvencia.
Esto
no es un problema menor. El Banco Mundial estima que hay dos mil
millones de adultos sin cuenta bancaria, y aquellos que la tienen,
frecuentemente se apoyan en la flexibilidad informal del efectivo en
sus transacciones diarias. Estas personas están marcadas por ser
incompatibles en el espacio de las instituciones formales. Son poco
beneficiosos para que los bancos justifiquen el gasto de abrirles una
cuenta bancaria. Esta es la economía gris, invisible para el
sistema.
La
economía gris no es sólo para la gente “pobre”. Somos
cualquiera que no hayamos interiorizado la narrativa formal del
estado-corporación de normalidad, y cualquiera que busque un estilo
de vida fuera de la sociedad mainstream. El futuro presentado por los
gurús de la innovación auto-creada no tiene sentido para la gente
flexible, impredecible o invisible, ya que son los representantes el
atraso. El futuro es un mundo de opciones de consumo interminables
construido sobre una uniformidad digital inevitable de reglas
automatizadas, un matrix donde no puedes existir ni pensar.
Volviendo
a Ámsterdam, me vi con Ancilla van de Leest del Partido Pirata
holandés. Ancilla sólo va a locales que aceptan cash, fiel a su
creencia política de la privacidad individual frente a los ojos
cotillas del estado-corporación.
Sería
incorrecto asumir, sin embargo, que la principal preocupación de
Ancilla es la vigilancia al estilo Gran Hermano. Es cierto que
nuestros patrones de consumo revelan mucho sobre cómo vivimos
nuestro día a día. Las implicaciones sobre la privacidad de tener
estos registros en una base de datos tan sólo están empezando a
revelarse.
Sabemos
que la vigilancia de los pagos individuales ocurren por el interés
del FBI y NSA (Agencia de Seguridad Nacional), pero la rutina de la
vigilancia masiva podrían convertirse en norma. Imaginemos sistemas
automáticos que se accionan por cualquiera que se vea envuelto en
una serie de transacciones consideradas subversivas. Las autoridades
estatales están obligadas a crear sistemas que revelen discrepancias
entre tus patrones de gasto y tus beneficios declarados.
En
las reuniones de los fintech en Londres, las excitantes visiones de
una sociedad sin efectivo ahora vienen acompañadas de la alerta de
que deberíamos pensar en el poder que les estamos dando a aquellos
que controlan el sistema. No sólo los intermediarios de pagos pueden
ver cada vez que pagas por el acceso a una web porno, sino que tienen
la capacidad de censurar tus transacciones, como en el caso en el que
Visa, PayPal o MasterCard trataron de ahogar WikiLeaks rechazando
procesar las donaciones de la gente.
Podríamos
imaginar escenarios aberrantes de ciencia ficción donde un régimen
teocrático escribe decretos para que los procesadores de pagos
bloqueen cualquiera que trate de comprar un libro considerado
sexualmente subversivo. Dichos decretos podrían ser puestos en
funcionamiento mediante un código, con subprogramas que activen
cierres de seguridad inteligentes para mantener a los malhechores
bajo arresto domiciliario mientras les cobran una multa de manera
automática en su cuenta bancaria.
Estas
distopías automatizadas deberían ser evitadas. Así que una pequeña
dosis de paranoia sobre los pagos digitales es un impulso sano,
aunque sea injustificado.
Pero
este no es exactamente el punto. Lo que es más importante para
Ancilla y para mi es la amenazante sensación de un observador
externo que nos “asiste”, “guía” o “ayuda” en la vida,
siguiendo o registrando nuestros movimientos para influir sobre
nosotros.
El
observador no es una sola entidad. Es un conjunto colectivo que se
construye por fases incrementales a través de startups y compañías
alrededor del mundo mientras nosotros nos tomamos un café. Lo
sentimos infiltrándose cada vez más profundamente en nuestras
vidas. Una malla de aparatos conectados, cookies y sensores. Si lo
concebimos como un padre benevolente o como los ojos amenazantes de
un tirano, no importa. El hecho es que esos ojos tienen la capacidad
potencial de vigilarnos, todo el tiempo.
La
proclamada Muerte del Efectivo es un episodio de un drama más
amplio, que es el drama de la Privacidad, la muerte de tener un
espacio para respirar, la muerte de la posibilidad de comportarnos
sin ser medidos o auditados. Cada acción que lleves a cabo será
vinculada para siempre a tu personaje digital, acompañado por un
rastro de datos extensible hasta el día de tu nacimiento. Nos
enfrentamos a una generación completa de personas que no saben lo
que es no estar vigilada.
Para
muchos economistas, la Guerra del Efectivo será resuelta por su dios
favorito: el mercado. Esta fuerza prevalece cuando la maximización
de la utilidad de los productores y consumidores se organizan
alrededor de elecciones racionales basadas en la perfección de la
información que tienen sobre sus opciones, y con la total libertad
de elegir si pueden, o no pueden llevar a cabo esas opciones. Si las
transacciones de los pagos digitales reducen los precios, entonces el
efectivo morirá.
El reino prístino de la teoría del mercado es inadecuada para valorar las dinámicas de esta situación. Nuestra percepción de qué constituye una opción legítima no se genera en un espacio vacío. Nacemos en estructuras sociales de poder que nos indican qué es la normalidad, y nos señala si no elegimos “correctamente”.
Probablemente
seas un rebelde que desafía las normas culturales vigentes, pero
esas normas están creadas por aquellos que detentan el poder
financiero y mediático. En este momento, el soporte de la propaganda
que ensalza las ventajas a corto plazo de los pagos digitales está
disolviendo nuestros impulsos críticos y reconformando nuestro ADN
cultural. ¿Quién está pensando en las implicaciones a largo plazo
acerca de construir nuestras vidas en torno a estos sistemas, y
encerrarnos en una dependencia directa de los mismos?
Al contrario de una batalla que utiliza la violencia, la hegemonía es el ejercicio de poder que lleva a la gente a creer en ello, a verlo como inevitable, irrefutable y normal. El plan de Visa de cuatro años es uno de esos ejercicios, y una vez que lo hayamos internalizado, elegiremos ayudarles a construir su poder. Nos sentiremos extrañamente tranquilos viendo al Alcalde de Londres llevando la publicidad de MasterCard, descargaremos el ApplePay como un niño aturdido aceptando un regalo.
Preparémonos
para la Guerra del Efectivo. Recordemos que esto no va de una
nostalgia romántica de los billetes de 10 con la cara de la reina.
Esto va de mantener alternativas ante la asfixiante higiene del
panóptico digital construido para servir a las necesidades de los
comerciantes burócratas que maximizan el beneficio, reducen costes,
monitorean a los clientes, controlan y predicen nuestros
comportamientos. Los alemanes están en ello, junto con los
criminales, los mendigos, las personas que se ganan la vida en la
calle y el ejército de gente cuyas vidas nunca serán valoradas con
cinco estrellas por el sistema de reputación mainstream.
Tenemos
que crear alianzas con los proveedores de los sistemas monetarios no
bancarios, y sí, debemos mantener la opción de poder pagar con
tarjeta. Porque la lucha está precisamente en eso: en las opciones.
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