22/1/15

Hacer ver a la sociedad que necesitamos un modelo económico diferente, que no esté basado en el consumo y en la insolidaridad

CAMBIAR EL ACTUAL PARADIGMA ECONÓMICO: La obsolescencia programada

Benito Muros, un hombre controvertido, un hombre que no quiere hablar de política pero al que la política le acaba abduciendo, un hombre que tiene una idea y lleva años luchando por ella: fabricar, a modo de símbolo, una bombilla que pueda alumbrar 80 ó 100 años y que sirva de faro para todos aquellos que no creen ni en la manera ni en el modelo actual de hacer las cosas; para todos aquellos que creen que otro mundo es posible pero que hay que unirse y ponerse en marcha. Alguien dijo una vez “Todo largo camino empieza con un primer paso”.

No quiero hablar de política” nos dice claramente Benito Muros, pero su discurso es abiertamente político. Político en el sentido etimológico de la palabra, ya que se refiere a la implicación de las personas en la “polis”, es decir, en los asuntos públicos o en todo aquello que concierne a la ciudadanía tanto en el ámbito individual como colectivo.

“No me gustan las etiquetas. No soy ni anticapitalista ni nada por el estilo, ni de izquierdas ni de derechas. Yo soy muy... ¿cómo diría?... del sentido común. Y el sentido común nos dice que no podemos seguir como hasta ahora, consumiendo todas las materias primas, tirándolas a la basura a propósito para generar un crecimiento permanente de forma artificial para que la riqueza se concentre cada vez en menos manos.”

Dogma Cero: Menos mal que no quiere usted hablar de política…
Benito Muro: No, no, es que es pura lógica. Me parece absurdo que el 92% de la población que sufre todos estos desmanes esté a expensas de las decisiones del otro 8% que lo domina. Creo que somos bobos si lo aceptamos, aunque, de hecho, lo estamos aceptando.

DC: ¿La gente vive en un engaño?
BM: ¡Claro! Es eso. Y no es que yo vaya en contra de nada ni de nadie, simplemente con lo que yo hago quiero demostrar que las cosas se podrían y se deberían hacer de otra manera. Nada más. Porque creo que si demuestras aquello que dices es más fácil que la gente lo entienda y se apunte a una idea. Y eso es lo que intento.


DC: Y esa sería la base del movimiento “Sin Obsolescencia Programada”… Pero, ¿qué es la “obsolescencia programada”?
BM: La obsolescencia programada no es ni más ni menos que la forma cómo los fabricantes de productos de todo tipo (aparatos electrónicos principalmente pero también las de ropa, medicinas etc.) fabrican sus productos para que duren un tiempo determinado, independientemente de su auténtica vida útil. Es decir, los diseñan a propósito para que fallen en un tiempo determinado, de manera que el consumidor se vea obligado a comprar de nuevo ese producto u otro parecido que lo sustituya. En el caso de la bombilla incandescente, cuando Edison la inventó duraba ya 2.500 horas. Recientemente, antes de que dejaran de fabricarlas, duraban 1.000 horas de media, incluso algunas menos, y eso era porque las fabricaban para que durasen menos.
Las actuales de bajo consumo, al principio, duraban más pero cada vez duran menos y eso obedece, precisamente, a nuestro actual modelo económico basado en el crecimiento permanente, en el consumismo descontrolado. Se nos dice que si no crecemos no creamos empleo y para financiar el consumo que permita ese crecimiento, estamos provocando una vorágine de endeudamiento en las familias, en las empresas y en los Estados del que se benefician unos pocos y siempre los mismos: los bancos, las grandes multinacionales y las grandes fortunas que los gestionan. Y que, además operan desde paraísos fiscales donde está ¡más del 60% de los excedentes de dinero de todo el mundo!

DC: Y todo eso, ¿qué tiene que ver con la bombilla que usted fabrica?
BM: La bombilla es tan solo un pretexto. Yo no me dedico a hacer bombillas sólo para venderlas, créame. Yo me encontré con todo esto por primera vez en 1999, casi por casualidad. Había ido con mi familia de viaje turístico a Estados Unidos y visitamos la población de Livermore en California y fue allí donde, sin esperármelo, en el parque de bomberos de esa población, me encontré con una bombilla que llevaba encendida desde 1901. Livermore era un pueblo de unos treinta o cuarenta mil habitantes por aquel entonces y su atractivo turístico era y es, precisamente, esa bombilla. La verdad es que aquello me impresionó: me quedé dos horas mirando la bombilla y luego intenté recabar información, hablando con unos y con otros, para que me explicaran como era posible que una bombilla estuviera encendida durante casi cien años cuando las actuales duraban tan poco.

DC: Pero, según tenemos entendido, se trata de una bombilla de muy escasa potencia.
BM: Claro, claro. Es una bombilla de tan solo 4 vatios ¡Pero es que era la tecnología de aquella época! ¡No había otra! Ahora puede hacerse lo mismo pero con mayor potencia, iluminando perfectamente, como lo he hecho yo. Y lo mismo con los electrodomésticos, la lavadora, los frigoríficos…
Antes duraban 30 ó 40 años y se podían reparar. Hoy en día, se preparan esos aparatos para que, además, no se les pueda adaptar las innovaciones tecnológicas que van surgiendo con lo cual, si quieres tener siempre lo último, debes cambiártelo por un modelo nuevo. Es la llamada “obsolescencia percibida”, cuando percibes o te hacen percibir que el aparato ha quedado anticuado.

DC: Y de regreso a España, pone usted manos a la obra y decide fabricar una bombilla para siempre”.
BM: No, no. Yo iba de vacaciones a Estados Unidos por una semana y acabé quedándome tres. Mi familia volvió y yo me quedé allí intentando averiguar un poco más al respecto. Sin embargo, pronto me di cuenta que la respuesta estaba en Europa más que en Estados Unidos. De hecho, averigüé que esa bombilla la había fabricado un francés. Cuando vuelvo a España, estuve unos dos años intentando difundir el concepto de “obsolescencia programada”, qué es, cómo nos afecta y en la necesidad de cambiar el modelo económico, en el que se basa, por un modelo productivo sostenible. Es decir, que las cosas duren lo que tengan que durar, que se puedan reparar siempre y que, finalizada su vida útil, puedan reciclarse. Porque nos estamos cargando el planeta fabricando en países en los que no se respetan ni los derechos humanos ni los derechos laborales, cuando podríamos estar fabricando lo mismo localmente. Si fabricamos lejos significa que estamos gastando innecesariamente energía y materias primas en el transporte. Precisamente, quise dedicarme a explicar todo eso con el propósito de cambiar el modelo económico hacia un modelo más humano, más sostenible.

DC: Ahí es nada. ¿Y cuál fue el resultado?
BM: Al principio nadie me hizo caso y por eso decidí intentar fabricar una bombilla que durase siempre, para demostrar que se podía hacer, que otro modo de hacer las cosas era posible.

DC: Pero, ¿por qué una bombilla precisamente y no cualquier otro producto, como una lavadora, por ejemplo?
BM: Una bombilla es el símbolo de la idea y fue el primer producto en el que se practicó la obsolescencia programada. Lo encontraba muy adecuado cómo símbolo de las ideas nuevas y del cambio. Además me pareció más sencillo de hacer, más económico, dados los escasos recursos con los que contaba. Pero no pensé en venderlas, sino en fabricar unas cuantas y mostrarlas públicamente para así poder demostrar que era posible hacerlas.

DC: Cuando decidió empezar a fabricar su bombilla, ¿partía de cero, es decir, diseñó una bombilla completamente nueva o bien partió de alguna otra que ya se fabricaba y la adaptó?
BM: No, no, yo partí de cero. Únicamente utilicé la tecnología “led” porque es la más eficiente a nivel de emisión de “lúmenes” y consumo de vatios. Esta fue la base de partida, ningún componente tiene nada que ver con lo que existe en el mercado.
Pongo un ejemplo muy sencillo: todas las bombillas con tecnología led que existen hoy en día están fabricadas con lo que se llaman “fuentes conmutadas”. Una fuente conmutada trabaja con un driver y con un condensador que es un componente que es electrolítico, altamente contaminante, que trabaja a 250 kilohercios. Si situamos una bombilla de esas a menos de un metro y medio de una persona, está recibiendo una radiación. Y eso la gente normalmente no lo sabe. Es el mismo caso de los teléfonos móviles. Al margen de la controversia generada por la emisión de ondas, los teléfonos móviles tienen una fuente interna que es una fuente conmutada que, al igual que todas las bombillas led que existen en el mercado, trabaja a 250 kilohercios ¡Y eso nos lo ponemos al lado de nuestra cabeza! La única que no lleva ese tipo de material es la que yo fabrico.

DC: Las bombillas de bajo consumo llevan mercurio en su interior, altamente contaminante ¿La suya lleva algún tipo de componente similar?
BM: En absoluto, la mía no lleva ningún material contaminante y es totalmente reparable. Es decir, quien compre una de estas bombillas no las va a tener que cambiar nunca, le van a durar 80 ó 100 años.

DC: ¿Y esa durabilidad la ha comprobado? ¿Qué garantía da usted?
BM: Sí, sí. Claro. Es evidente que no hace 100 años que fabrico esta bombilla, lo que sí se le han hecho son pruebas de estrés en las que se somete a la bombilla a una serie de tensiones tanto de corriente como de temperatura similares a las que podría sufrir en un periodo de 80-100 años. Y no se funde, con lo cual se establece que su periodo de vida útil es ese. Es el mismo sistema que se emplea en la evaluación de cualquier componente de cualquier otro aparato. Lo que yo he hecho es emplear componentes de mayor durabilidad, que ya se fabricaban hace 40 ó 50 años, pero que hoy en día han sido eliminados del mercado pero que todavía existen; sólo es cuestión de solicitarlos al proveedor adecuado. Yo voy a mi proveedor y éste me fabrica un condensador electrolítico, como el que tienen todas las bombillas led que hay actualmente a la venta, pero de mayor duración. De hecho, te lo pueden fabricar con la duración que les pidas. El condensador electrolítico es como un depósito que se va vaciando en función de las horas en que la bombilla está encendida y que sirve para controlar su vida útil. A medida que se va vaciando, pierde luminosidad, es la llamada “decadencia lumínica”. Lo que yo hago es decirle al proveedor de condensadores –por citar uno de los muchos componentes– que me fabrique uno que no sea electrolítico, sino que sea de polipropileno que es como el que se utilizan en los aviones por poner un ejemplo. Ese condensador, en el caso de una bombilla, sometido a sesenta miliamperios puede durar 300.000 horas. En mi caso, como los someto a un máximo de 15 miliamperios, la duración es proporcional: 900.000 horas, es decir, más de 80 años
.
DC: Está bombilla debe ser muy cara de fabricar…
BM: Comparativamente, es más barata que la de Phillips o la de Osram por poner dos ejemplos. Además da muchos más lúmenes. Es más, hace un mes perfeccionamos algo que parecía que no podía perfeccionarse: antes teníamos un 92% de ahorro con la bombilla que nosotros habíamos desarrollado en relación con la tecnología incandescente, un 87% de ahorro en relación con la tecnología fluorescente de bajo consumo y más o menos lo mismo en relación con otras bombillas led. Esto era antes, ahora, hace un mes, lo hemos perfeccionado y he mos conseguido un ahorro de más de un 50% en relación con otras bombillas led. Es decir, con tan sólo 3,5 vatios generamos una luminosidad de una bombilla incandescente de 90-100 vatios. No existe nada igual en el mercado.

DC: Permítame que le traslade una pregunta que nos hicieron nuestros lectores de DogmaCero. ¿Dónde se puede comprar su bombilla y cuánto cuesta?
BM: Cuesta alrededor de 28 euros, lo mismo de otras bombillas led pero lamentablemente en este momento no se puede comprar todavía porque surgieron complicaciones y problemas legales que espero poder solucionar en poco tiempo, pero mientras que no se solucionen no puedo hacer nada.

DC: Hemos leído que ha recibido usted presiones y amenazas de todo tipo ¿Tiene la sensación de que van a por usted porque se ha metido en todo este asunto?
BM: Hay muchas cosas que me han pasado y que entenderá que no puedo contar, que no tienen mucho sentido si no fuera así. No tengo ninguna prueba de que exista esa conspiración pero sí algunos indicios que apuntan a un interés en destrozar este proyecto.

DC: ¿Sus planteamientos podrían colapsar la sociedad de consumo tal y como la conocemos actualmente?
BM: En absoluto, al contrario. Lo que sucede es que esta sociedad de consumo está colapsada porque eso que llamamos los mercados –detrás de los cuales todos sabemos que están los bancos y las grandes multinacionales– necesitan de una permanente y constante financiación. Y todos los excedentes monetarios que obtienen fabricando cosas de poca durabilidad van a parar a paraísos fiscales en donde se encuentra más del 60% del total de dinero en circulación en todo el mundo. Desde allí controlan las Bolsas de cualquier país, controlan un valor determinado y en horas, si quieren, pueden ganar miles de millones con información privilegiada que ellos mismos generan. El sistema actual está perfectamente colapsado y España es un ejemplo: tiene una deuda de un billón doscientos mil millones de euros que nunca podrá devolver y otros países no están mucho mejor. Y no podemos echar las culpas a los ciclos económicos. Hay unos ciclos en los que la gente está bien porque vive de la financiación y el endeudamiento y gracias a lo cual la riqueza generada va a parar siempre a manos de quienes financian. Por este motivo tenemos que hacer un cambio total y ese cambio ha de pasar por construir un modelo que sea sostenible. Y eso se conseguirá si a lo largo de nuestra vida no nos vemos obligados a comprar cinco televisores, cinco lavadoras o cinco frigoríficos, que es la media que hemos de comprar a lo largo de nuestra vida, y podemos dedicar esos recursos a otras cosas o, al menos, a no tener que pagar los intereses de los bancos o la especulación del suelo que hemos de sufrir para comprar una vivienda. Hemos de volver a un sistema sostenible en el que las empresas no se valoren por su balance económico, por su capacidad de ganar dinero. Porque si su objetivo es ganar dinero, tendrá que fabricar lo más barato posible y vender lo más caro que pueda y, además, dependerá de que le
repitan la compra con lo que se verá abocado a bajar la durabilidad de sus productos.
Lo que yo propongo es un tipo de empresa sostenible, que fabrique productos que verdaderamente sirvan a las personas, que siempre se puedan reparar y que duren el tiempo máximo que la tecnología permita. El balance de esa empresa no sería solamente económico sino social y no debería pagar los mismos impuestos que otra empresa que simplemente actúa de forma especulativa. Lo que existe actualmente son empresas que producen bombillas preparadas para durar 800 o 1.000 horas y que
pagan los mismos impuestos que las que fabrico yo, pensadas para durar 100 años y además reparables. En estas circunstancias, los empresarios ¿por qué van a fabricar bien?

DC: Hace quince años nadie hablaba de todas estas cosas ¿Encontró usted muchas dificultades para transmitir sus ideas?
BM: Muchas. Efectivamente, en aquella época nadie hablaba de todo esto. Incluso en Estados Unidos, el tema de la obsolescencia programada era algo de lo que no se oía hablar porque eran ellos, precisamente, los principales impulsores de un modelo económico basado en el consumismo. No deja de ser irónico que esa bombilla se encontrase en un pueblo de un estado norteamericano ¿no?
A mi regreso de Estados Unidos, lógicamente, continué con mi trabajo habitual pero fue investigando todo lo que tenía que ver con la obsolescencia programada. Pude hablar con ingenieros que trabajaban en diversas multinacionales y fue así como conocí de la existencia de departamentos en esas empresas dedicados a programar la obsolescencia de los productos que fabrican. Hablé con gente que me reconocieron que se dedicaban a diseñar productos para que duren un tiempo determinado, incluso
a programar averías, de cuya reparación viven, por ejemplo, los talleres de los concesionarios de coches. Cuando a usted se le enciende una luz en el tablero de su automóvil, posiblemente se trate de una avería programada de antemano.

DC: Esto suena a conspiración en toda regla.
BM: Bueno, en mi opinión es un fraude, un fraude en toda regla porque si tú puedes poner una pieza que no falle y pones otra… Le pongo otro ejemplo, tengo la licencia de piloto privado de avión y sé que la obsolescencia programada en aviación no existe, por razones de seguridad y de prestigio. Como tampoco se practica en ningún artilugio militar. Los componentes que se utilizan en aviación son similares a los utilizados en cualquier otro tipo de aparatos, pero con sus circuitos perfectamente reforzados con componentes electrónicos de mayor durabilidad, de durabilidad máxima. Esto no ocurre con cualquier otro tipo de aparato de uso doméstico. Y esto es algo que se practica abiertamente, nadie puede ponerlo en duda, sólo hay que documentarse.

DC: ¿En qué momento histórico nace la obsolescencia programada como una práctica habitual en la industria?
BM: Esto nace justamente en Estados Unidos, tras el “crack” del 29. Al principio, la Revolución Industrial fue un modelo económico que trajo prosperidad al mundo y continuó siendo así mientras el capitalismo estaba, digamos, controlado. Por aquel entonces, los empresarios fabricaban para su entorno más cercano, para su barrio, su ciudad, etc. Tenían los empleados que realmente necesitaban y su mayor afán era fabricar productos de la mejor calidad posible, porque quienes las compraban solían
ser gente muy próxima y vender productos defectuosos a alguien que tienes cerca, puede traerte complicaciones. Pero pronto entraron los bancos en acción e hicieron ver a las empresas que podían ampliar su mercado vendiendo a otras ciudades e, incluso, a otros países. Naturalmente, la financiación necesaria para iniciar este proceso la ponían los bancos que, a cambio, cobraban, unos intereses. Los productores de materias primas se encontraron con un inesperado incremento de la demanda y –al igual que sus clientes, las fábricas– tuvieron que acudir a los bancos en busca de financiación. Hasta entonces, los bancos financiaban la compra de bienes raíces, pero no solían  financiar los procesos productivos de las empresas. Y fue así como los bancos “se colaron” en las empresas, aportando la financiación que necesitaban para producir y vender a escala internacional Así que los bancos tenían controlado todo el ciclo productivo: materias primas y fabricación. Pero, claro, el fabricante, para pagar
los intereses de sus préstamos, los gastos de transporte y distribución etc. se vio obligado a subir los precios. Eso provocó que el consumidor comprara menos, con la consiguiente contracción de la demanda. Y ahí entraron de nuevo los bancos con sus préstamos al consumo para que, de esta forma, el consumidor limitado por un salario que no crecía, pudiese acceder a esas mismas cosas que compraba hasta entonces pero que ahora eran más caras. Y es así como el círculo se cierra y el banco,
financiando a todo el mundo, controla todo el proceso: desde la extracción de la materia prima hasta el consumidor final.

DC: Fue el asalto del mundo financiero al mundo industrial.
BM: Correcto. De esta forma, la empresa dependía cada vez más del banco; el que procuraba la materia prima tenía que esquilmar más a los países donde la obtenía y el consumidor, al querer estar al día adquiriendo los últimos productos fabricados, también debía acudir a la financiación bancaria. Todo el mundo dependía de la voluntad de los bancos.

DC: ¿Y en qué momento histórico entra en funcionamiento la obsolescencia programada?
BM: Justo cuando se llega al final de ese ciclo. Llega un momento en el que el banco tenía financiado a todo el mundo: las materias primas, la fabricación y el consumo. Y como los bancos nunca tienen bastante, allá por los años 40 se inicia este proceso, aunque no fue hasta los años 60 y 70 cuando se hizo más evidente. En aquellos años, para incrementar sus ventas las empresas, con la financiación de los bancos, se lanzan a producir y vender más. Y la única forma de poder vender más es acortar la vida de los productos para que la gente tenga que incrementar la frecuencia de compra, siendo así como entramos en una etapa de consumismo descontrolado. En un sistema correctamente regulado, esto no hubiera ocurrido porque se habría obligado a los fabricantes a dar unas garantías sin letra pequeña, unas garantías adecuadas a la durabilidad de sus productos. Pero como quien verdaderamente manda en nuestra sociedad son los bancos y las grandes multinacionales, y como los bancos también financiaban a los Estados, presionaron para que éstos rebajaran la normativa que afectaba a las garantías que debían dar los fabricantes. Y es en ese punto en el que estamos actualmente. Hoy en día, si nos leemos detenidamente las garantías que dan los fabricantes, vemos que no sirven para nada. Volvamos al ejemplo de la bombilla: el fabricante garantiza que ésta tiene 1.000 0 2.000 horas de vida pero, claro, la gente no pone un notario para que dé fe de cuantas horas al día esa bombilla está encendida y, por lo tanto, nunca podrá demostrarse cuántas horas ha estado funcionando. Por consiguiente, no tiene garantía.

DC: Pero según las teorías económicas clásicas, la libre competencia debería corregir estas situaciones.
BM: No existe la libre competencia. Es como la democracia, creemos que la tenemos pero no es así. En los años 20 y 30 del siglo pasado se instituyeron diversos cárteles, el más conocido fue el “Phoebus” formado por Phillips, Osram, Lámparas Zeta y otros, que impedían que cualquier empresa se saliera de los acuerdos a los que habían llegado. Había normas no escritas y los que intentaban saltárselas no tenían acceso a la distribución de su producto. Algo así es lo que me ha pasado a mí.

DC: Usted que ha estudiado en profundidad este tema ¿Cree que estamos ante una simple evolución perversa del sistema o hace falta la connivencia expresa de los poderes fácticos para provocar esta situación? ¿Percibe la existencia de un proceso conspirativo?
BM: Yo no sólo lo percibo, sino que puedo asegurar que existe. No sé qué concepto tiene usted del término “conspiración”, pero si conspiración es que en un determinado sector, las empresas que controlan el 95% del mercado determinen lo que va a durar un producto, independientemente de su vida útil real, lo que tiene que valer, cuando se tiene que volver a comprar, etc. entonces, por supuesto que existe una conspiración. Lo que nos encontramos aquí es que se actúa como un “cártel” o como la mafia, pero sin matar a nadie, al menos de un tiro. Te matan de forma indirecta pero no de un tiro. Eso sí existe. Y la base de todo es el dinero y para conseguirlo, aunque sea conspirando contra el 92% de la población mundial es fabricando y vendiendo cosas que duren poco, que la gente tenga que volver a comprar una y otra vez. Cuando tuvimos las primeras informaciones acerca de la obsolescencia programada allá por los años 30, justo después de la Gran Depresión, aproximadamente el 60%
de la riqueza mundial estaba en manos del 40% de la población. Actualmente, en 2014, el 92% de la riqueza mundial está en manos del 8% de la población. Es decir, lo que se ha conseguido en todo este tiempo es que la riqueza se acumule cada vez en menos manos con lo cual nos pueden controlar a todos aún mejor. Y los poderes políticos no hacen nada. Un ejemplo: el 95% de las empresas que cotizan en el IBEX 35 tienen sucursales en paraísos fiscales ¿Por qué se permite esto cuando esos países ni siquiera tienen ejército y si se quisiera eliminarlos podrían hacerlo de un plumazo? En estas circunstancias, dudar que exista una conspiración es dudar de lo evidente.

DC: ¿Qué opina de las llamadas “energías libres”?
BM: Somos prisioneros de las compañías petroleras, eléctricas… El mes de agosto pasado, el gobierno de España, estando todo el mundo de vacaciones, nos subió el impuesto que se aplica a la potencia contratada, la parte fija que hemos de pagar cada mes independientemente del consumo. Y nuestros políticos alardean de que han bajado el déficit ¡Es que nos crujen a impuestos!
Y es que la energía eléctrica se utiliza para recaudar impuestos. La mayor parte de las facturas que pagamos del agua, del gas o de la electricidad son impuestos. Es un fijo que hemos de pagar obligatoriamente. Con este panorama es lógico que el gobierno no tenga ningún interés en fomentar las energías libres.

DC: ¿Cuál es la actitud de los poderes públicos ante este movimiento que propugna la supresión de la obsolescencia programada?
BM: Yo escribí una carta al Ministerio de Industria con la intención de que me recibiera el ministro Sr. Soria, para explicarle este asunto. Sabía que no lo iba a hacer pero simplemente quería conocer su reacción y, en todo caso, su opinión. No tuve respuesta, así que oficialmente no lo sé. Creo que la respuesta la tenemos en las garantías que los fabricantes han de dar al consumidor. Ahí se dice que dan dos años de garantía, pero luego, en la letra pequeña, pone que de esta pieza no, que de esa otra tampoco… porque, precisamente, saben que son esas las que se van a estropear.
Donde he encontrado a los poderes públicos más receptivos a estas ideas es en Cuba, porque ahí no tiene ningún sentido la práctica de la obsolescencia programada y el gobierno está muy interesado en establecer una empresa basada en estos principios. También en Colombia pero, como digo, sobre todo en Cuba.

DC: Entonces como ciudadanos estamos totalmente indefensos…
BM: Totalmente. Y los poderes públicos lo único que hacen es incentivar el consumismo. Lo oímos todos los días: si no consumimos no crecemos. Pero, claro, si consumes no te queda dinero para pagar la hipoteca y entonces el banco te desahucia.

DC: Anteriormente ha hablado usted de dos tipos de obsolescencia, la programada y la percibida ¿Podría aclararnos un poco estos conceptos?
BM: Pues sí, la obsolescencia percibida podrían ser las modas y dónde lo vemos más es en la ropa y en la electrónica de consumo. Cuando por ejemplo Apple pone a la venta el “Iphone 4” ya sabe perfectamente lo que llevará el “Iphone 5”, pongo por caso. Pese a esto, lo sacan al mercado en el momento oportuno, en el momento que a ellos más les interesa, en función del tiempo que el modelo anterior lleva en el mercado, o cuando deban pagar a sus accionistas por ejemplo. ¡Y tenga en cuenta que estos aparatos son perfectos para que los americanos espíen nuestras comunicaciones!
Y luego está la cuestión ecológica. En una bombilla, el cuerpo es de aluminio y puede durar 200 años tranquilamente. Tirarlo a la basura con todo el cuerpo de la bombilla es un crimen ecológico. En una de mis bombillas, las partes más duraderas pueden conservarse y seguir ejerciendo su función pues cambiamos aquellas otras que realmente han quedado obsoletas o se han estropeado y el conjunto sigue funcionando. Esto es lo que yo promuevo, que sea reparable y actualizable y que siempre se pueda tener lo último. Y esto es aplicable a otros muchos electrodomésticos: un televisor, un frigorífico. Los frigoríficos, por ejemplo, se estropean muchas veces porque el motor sencillamente se queda sin aceite y el usuario no tiene acceso al depósito en el que podría reponerse ese aceite y el frigorífico podría seguir funcionando ¡No existe el agujero necesario!

DC: ¿En qué sector de la industria ha comprobado usted que se halla más extendida la práctica de la obsolescencia programada?
BM: En la electrónica de consumo, pero también en los automóviles existen muchas averías programadas. Ahora ya las programan directamente haciendo que se encienda una lucecita en el tablero del coche. Pero la hay en cualquier producto que se fabrica.

DC: ¿Hay más personas o grupos implicados en la defensa de estas ideas?
BM: Que yo conozca no, aunque hay muchas personas que me apoyan y que me envían mensajes de ánimo. Quiero crear una fundación que seguramente se llamará SOP (Sin Obsolescencia Programada) o NOP (No a la Obsolescencia Programada) y me gustaría integrar en esa fundación a personas representativas socialmente, gente que participe de estas ideas y de este cambio de paradigma al que deberemos enfrentarnos más pronto que tarde ya que esta sociedad decadente ha perdido todos, absolutamente todos los valores. Tuve un gran amigo, Vicente Ferrer, al que conocí tres o cuatro años antes de morir y al que hice venir un par de veces desde la India para dar unas conferencias en las que explicara su vida y su labor allí. En una ocasión, cuando ya estaba muy enfermo, le pregunté qué seguía esperando de la vida una persona como él que había dedicado la suya a darlo todo a los demás. Recuerdo que me dijo: “Lo único que me gustaría antes de morir es aprender a dar a los demás, porque dar a los demás es de las cosas más difíciles que puedas hacer en la vida ya que lo primero que piensa aquel al que das es qué querrás a cambio. Dar es lo más difícil, yo todavía no he aprendido y me gustaría no morirme sin haberlo aprendido. Si algún tu día te reinventas ya verás lo complicado que es”. Y eso me cambio un poco la vida porque es cierto, dar es muy difícil. Eso fue antes de que yo viajara a Livermore y me hizo reflexionar mucho. Con Vicente tuvimos varias conversaciones más y en una de ellas me dijo: “si cada uno de nosotros, a lo largo de nuestra vida, decidiéramos hacer algo por los demás, aunque fuera algo simbólico, viviríamos en un mundo mejor. Porque hacer algo por los demás implica tener unos valores que te impedirán conjugar sólo el verbo tener.”

DC: ¿Considera que hay que ir más allá de un mero cambio de tecnología para superar los problemas de la humanidad? Es decir, ¿Cree que se necesita un cambio de conciencia global que posibilite cambiar esta forma de vida basada en lo material hacia otra más basada en lo espiritual?
BM: Sin duda, pero aspirar a algo así quizás sea utópico hoy por hoy. Pero está en nuestras manos. Los ciudadanos tenemos más fuerza de lo que creemos, lo que ocurre es que no la usamos de forma organizada. Hay un 8% de la población, de la que hemos hablado, que está perfectamente organizada para dirigir al 92% restante. Y lo peor es que cuando surge alguien intentando organizar a esa gente, se le machaca porque todos piensan “¿Qué querrá éste a cambio?”, lo que me decía Vicente Ferrer.
Desgraciadamente, y no me gusta lo que voy a decirle porque no encontrará a nadie más pacifista que yo, los grandes cambios se producen siempre a través de revoluciones desgraciadamente sangrientas.

DC: ¿Considera que estos constantes cambios tecnológicos aletargan a la gente y le impide ver lo que realmente hay tras esos cambios?
BM: Sí, sí y ese aletargamiento se ve claramente a la hora de votar, votando masivamente a los mismos partidos políticos que nos han metido en esta crisis y que están cautivos de los poderes financieros, al igual que los medios de comunicación. Por eso para hacer algo hay que intentar salirse del sistema, pero esto es muy complicado. Por eso lo que intento yo es tratar de decir a la gente que hay otra forma de hacer las cosas, que necesitamos de otra forma de hacer las cosas. Deberíamos unirnos y actuar solidariamente porque con demasiada frecuencia sólo actuamos cuando algo nos afecta a nosotros pero no por solidaridad. Hay que tener en cuenta que el problema que hoy afecta a otros, mañana puede afectarme a mí. Y es que el auténtico problema lo constituye el modelo económico basado en el consumismo, en esa globalización sin normas y en esos pocos que nos controlan a todos. Y no se trata ni de socialismo ni de capitalismo. No perdamos el tiempo en etiquetarnos de forma estúpida porque al final es todo exactamente lo mismo. En el mundo hay aproximadamente 1.700 millones de consumidores que gastan de media entre 15 y 20 dólares al día y hay otros 2.800 millones de pobres que viven con menos de 1 dólar al día ¡2.800 millones! Pues bien, hay 85 personas en el mundo que acumulan la misma riqueza que poseen esos 2.800 millones juntos. Este dato debería hacernos pensar
que esto no puede seguir así, que no tiene lógica.

DC: Y el miedo es el sistema perfecto para controlar a la gente...
BM: En efecto, ahora ya lo han conseguido y han decidido que la crisis se ha acabado.
¿Cuál es la diferencia entre la situación actual y la de meses atrás en que estábamos a punto de ser rescatados? Para la gente que ha perdido su vivienda no hay ninguna diferencia; para los casi seis millones de personas sin trabajo, no hay ninguna diferencia. Ahora interesa decir que la crisis se ha acabado, que empieza un nuevo cambio de ciclo sin tener en cuenta la enorme cantidad de personas que han quedado en la cuneta.

DC: Y de ahora en adelante, ¿cuáles son sus próximos proyectos?
BM: Mi proyecto inmediato sigue siendo el de siempre: hacer ver a la sociedad que necesitamos un modelo económico diferente, que no esté basado en el consumo y en la insolidaridad. Lo de fabricar una bombilla sin esa obsolescencia programada es simplemente una forma de financiar este objetivo y una forma de demostrar que es posible crear una empresa que no tenga como objetivo principal conseguir beneficios, sino un objetivo social, de aportar un producto que fomente el ahorro energético y la durabilidad. Me gustaría unir a ese objetivo el máximo número de personas. Me gustaría también unir y coordinar a esas asociaciones de ciudadanos ya que todos perseguimos los mismos objetivos y sólo podemos aspirar a cambiar las cosas si nos unimos, porque si no te organizas no puedes luchar contra alguien que está muy bien organizado. Unidos y coordinando acciones, nuestra fuerza es enorme porque luchando por separado y sólo por aquello que nos afecta a cada uno de nosotros no vamos a ninguna parte. Y si no luchamos por un cambio de paradigma en lo económico, dentro de unos años, cuando todo esto haya pasado y ya muchos no se acuerden, vamos a caer en los mismos errores.

David Álvarez-Planas
Xavier Bartlett
Revista Dogma Cero(2014)


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