POR QUÉ NO DEBERÍAMOS TRABAJAR MÁS DE SEIS HORAS
“No aceptes lo
habitual como cosa natural. Porque en tiempos de desorden, de confusión
organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe
parecer imposible de cambiar.” Bertolt Brecht
“La resignación es
un suicidio cotidiano.” Pindaro.
Aquellos de nosotros
que acaso podemos considerarnos afortunados de tener acceso a un empleo dentro
del contexto salvajemente competitivo, opresivo y desigual que nos impone el
mercado, inmersos como estamos en medio de la vorágine social, los medios de
comunicación alienantes y las urgencias de cada día, podemos olvidarnos con
facilidad de nuestro lugar en la sociedad, no sólo como empleados y
consumidores, sino como actores sociales productores de cambio y de progreso
individual y colectivo, como auténticos co-creadores de nuestra realidad
actual.
Parece que vivimos
en una sociedad en donde impera el individualismo, la mezquindad, e incluso más
gravemente, la adherencia pasiva, ingenua o inconsciente de la mayoría de los
sujetos a la reproducción de una estructura social que, suponen, los excede, y
que rara vez es evaluada de manera crítica. Una de los factores que contribuyen
a esto es sin duda la absorción que implican las jornadas laborales actuales. Si
se trabaja la mayor parte del día existe poco tiempo para pensar, poco tiempo
para forjar un pensamiento crítico y para participar de manera transformadora y
creativa en la construcción de nuestra sociedad. No parece haber tiempo más que
para seguir alimentando este modo de funcionamiento del sistema. Pero este
sistema está en crisis. No sólo a nivel económico, sino más profundamente, a
nivel cultural. Y toda crisis demanda una transformación. Es momento de que
todas las personas puedan enriquecer sus vidas y espíritus en vez de ser
devoradas por la cotidianeidad del trabajo en donde las auténticas
subjetividades están tan desvalorizadas.
En la mayoría de los
países de Occidente se permite al empleador imponer jornadas laborales
alienantes de no menos de 8 horas diarias o 48 horas semanales. ¿Puede una
sociedad que aspire a una calidad de vida realmente saludable y plena de sus
ciudadanos ser compatible con este contexto legal que suprime el derecho de
todo ser humano pleno a volcar su actividad no solo en su vida laboral, sino
también en su participación democrática y en su ámbito personal? Si con algo es
coherente este actual contexto legal es con un modelo económico que contempla
al ser humano como un mero engranaje de un sistema productivo, cuyo tiempo debe
estar subordinado casi exclusivamente al trabajo y el consumo, beneficiando a
quienes se encuentran en la pirámide del mercado.
Como señala el
filosofo contemporáneo Antonio Fornés “Actualmente
trabajamos más horas que un esclavo romano, pero creemos que vivimos en una
sociedad superlibre… No tenemos tiempo de ver a los amigos, de reflexionar
en voz alta con ellos, ni de estar con nuestros hijos, estar de verdad. Hay que
madrugar, no tenemos tiempo de hacer el amor con la persona que hemos elegido:
la pasión se marchita. Lunes, martes, miércoles, jueves…. La rutina engulle
nuestra vida a cambio de algún capricho, otro jersey negro que luciremos en la
oficina, un mes de vacaciones, un coche nuevo para el atasco del domingo.
Siento amargarte el desayuno, pero ¿eso es vivir?… ¿Abdicar de la vida para que
tus hijos abdiquen el día de mañana de la suya? Mi gato vive mejor.”
Pero una cultura que
ponga el valor de la vida por encima de los valores del mercado y la
realización colectiva por encima de la competencia, debe contemplar al ser
humano no sólo como trabajador y consumidor, sino también como individuo civil,
como persona afectiva y como sujeto de realización personal e integración
cultural, equilibrando su tiempo en tres instancias sociales imprescindibles:
la personal, la civil y la productiva.
Como la historia ha
demostrado, cada conquista de nuevos derechos laborales nos ha alejado poco a
poco de los tiempos de la esclavitud declarada y ha dado lugar a sociedades
relativamente menos injustas. Por ello, uno de los principales espacios
sociales en donde pueden reflejarse y concretizarse los valores de una nueva
cultura es el del derecho laboral. Debemos concientizarnos de la necesidad de
reivindicar y defender nuestro derecho a la libertad humana frente a la jornada
laboral, como una de las formas más claras de esclavización cotidiana. Reducir
la jornada laboral de 8 a 6 horas diarias (o 30 horas semanales) sin aplicar
reducción salarial, es una propuesta realista y concretable que significaría un
progreso social y cultural de no menores proporciones, repercutiendo en la
calidad de vida de todo el pueblo. Es claro que esta propuesta, en principio,
no reduciría la injusta distribución del ingreso imperante en nuestra sociedad
capitalista (que debería constituir una preocupación paralela), pero sí sería
un modo concreto de apropiarse a gran escala de la riqueza productiva –hablamos
de reducir la jornada sin aplicar reducciones salariales-, ya que se traduciría
en un incremento del valor hora para todos los trabajadores.
En algunos países de
Latinoamérica como Venezuela, Uruguay y Argentina, afortunadamente, se han
comenzado a debatir proyectos de ley que podría hacer realizable esta idea:
El senador argentino
Osvaldo López, autor de un proyecto de ley que defiende la reducción de la
jornada laboral a 6 horas como un derecho que debe ser garantizado
independientemente de las condiciones salariales, plantea que: “Esto se puede
lograr sin aplicar reducción salarial, manteniéndose los niveles vigentes a
través del incremento proporcional del valor hora. El derecho a una retribución
justa es una conquista social que debe ser garantizada por separado, no
pudiéndose negociar por la jornada de modo que alguien deba trabajar demasiadas
horas o tener más de un empleo para que el salario le alcance.”
En su misma línea,
Mario Woronowski, psicólogo y sociólogo argentino, e integrante del Foro de
Políticas Públicas de Salud del Espacio Carta Abierta, considera que la
reducción de la jornada responde a una necesidad social dentro de un contexto
mundial que cataloga como “una crisis civilizatoria, y no solo del sistema
financiero.”. Woronowski señaló que “para muchos sectores y personas, ideas
como estas son utópicas”, y a su vez abogó por “no asustarse de las utopías,
sino asustarse de la falta de ellas”.
Por nuestra parte,
hemos elaborado 9 fundamentos principales que consideramos que justifican esta
necesaria y urgente transformación social:
1. REDUCCIÓN DEL
DESEMPLEO:
La posibilidad de
estructurar dos turnos laborales, permitiría la incorporación de mayor personal
con el beneficio de reducir del desempleo. Como señaló el senador Osvaldo
López, las leyes de reducción de la jornada laboral pueden funcionar como “una
herramienta para crear mayor cantidad de puestos de trabajo con la liberación
de horas por parte de quienes pueden estar hoy sobre ocupados”.
2. VIDA FAMILIAR Y
AFECTIVA:
La reducción de la
jornada laboral a 6 horas favorecería la cohesión familiar, respetando el
derecho del niño a crecer en un ambiente familiar con una mayor presencia de
los padres en el hogar, y permitiendo a los padres participar activamente del
crecimiento de sus hijos.
Y en términos más
generales, la reducción de la jornada laboral nos permitiría a todos equilibrar
nuestra vida laboral con la afectiva, los vínculos que hacen a nuestra vida
verdaderamente significativa: pareja, familia, amigos.
3. AVANCES
TECNOLÓGICOS:
Con la utilización
de nuevas tecnologías (automatización industrial, telefonía celular,
digitalización, fax, Internet, e-mail, etc.) las tareas en la mayoría de los
ámbitos laborales se han simplificado enormemente, significando una
considerable reducción de tiempo y esfuerzo para realizar tareas antes más
largas y más costosas. La reducción de la jornada laboral debería ser, a todas
luces, uno de los resultados lógicos y evidentes del avance en el desarrollo
tecnológico del ser humano. Sin embargo, esto no ha sido así. Volviendo a citar
al filósofo español Antonio Fornés: “La Revolución Industrial prometió que las
máquinas irían reemplazando a los hombres y, por consiguiente, no tendríamos
que trabajar para vivir. Tres siglos después, las máquinas han sustituido a los
hombres en prácticamente todos los trabajos manuales, pero, sin embargo, no
sólo los hombres siguen trabajando como entonces sino que: ¡Las mujeres también
han tenido que ponerse a trabajar! ¿No te parece curioso que se mantenga el
mismo número de horas que en 1926? ¿Puedes creer que las increíbles máquinas y
la bendita Ciencia no hayan liberado -¡ni si quiera un poquito!- en 100 años de
esa esclavitud, que es el trabajo, al hombre? ¿Cómo puede ser que los
bosquimanos trabajen la mitad que nosotros si viven en la prehistoria?”
Está claro que los
avances de la tecnología hicieron que suba la productividad de un trabajador,
¿pero quién se quedó con la diferencia de este progreso? El empleador, por
supuesto. El resultado fue concentración de la riqueza y desocupación. ¿Por qué
no se reparte el beneficio obtenido por los avances de la tecnología? ¿Por qué
en lugar de echar trabajadores y mantener la misma cantidad de horas, no se
mantuvo la cantidad de trabajadores y se redujo la cantidad de horas?
4. ESTUDIOS Y
CAPACITACIÓN:
Todo aquel que
trabaje 8 o más horas diarias y asuma el desafío de estudiar alguna carrera o
curso se dará cuenta rápidamente que el tiempo no-laboral del que dispone para
eso y para el resto de sus actividades vitales suele ser realmente insuficiente
o incluso ridículo en relación a las exigencias académicas, forzándolo a
abandonar sus estudios o a hacer sacrificios que no todos pueden asumir para
poder continuar. En muchos casos, los horarios de estudio simplemente son
incompatibles con la disponibilidad horaria laboral.
Por otro lado, de
forma creciente las tareas laborales son de índole intelectual en contacto con
nuevas y sofisticadas tecnologías. Esto trae aparejado una necesidad de mayor
capacitación (cursos, seminarios, etc.) que normalmente se suman al horario
laboral. La lógica competitiva del mercado laboral actual no permite detenerse
siquiera a aquellos que ya cuentan con un título, ya que los tiempos actuales
exigen títulos y especializaciones más allá del nivel universitario o
terciario.
En definitiva, la
tensión entre la necesidad de capacitación constante con riesgos de quedar desactualizado
o fuera del sistema laboral, y a su vez la necesidad de un sustento económico
(horas de trabajo quitadas a la capacitación), traen aparejado un sujeto
subyugado a serios riesgos biológicos (enfermedades nerviosas, stress, etc.) de
la vida actual. La reducción del horario laboral facilitaría la realización de
una integración coherente entre formación y empleo.
5. SALUD:
La reducción de
tiempo laboral favorece la intensidad de trabajo, reduciendo espacios de ocio
laboral que pueden generar una carga negativa en el ambiente: necesidad de
mostrarse constantemente ocupado, stress de no tener actividades para realizar,
tiempos muertos, etc.
Sumado a esto,
trabajar 8 horas o más restringe enormemente el tiempo que un ciudadano puede
dedicar a actividades necesarias para la salud física y psicológica:
deportivas, de esparcimiento, meditación, etc.
6. INCREMENTO DE LA
PRODUCTIVIDAD:
En el año 2007, el
Euroíndice IESE-ADECCO (EIL), al analizar el mercado laboral de siete países
europeos, arrojó un resultado extraordinario: los países europeos con jornadas
medias más cortas (Holanda, Alemania y Bélgica) presentaron mayor productividad
por hora trabajada que el resto. Este estudio refutó la tradicional asociación
de una jornada laboral más extensa con una mayor productividad, demostrando que
“existe una relación negativa entre ambos conceptos y, al trabajar más horas,
se tiende a disminuir el aprovechamiento que se hace de cada una de ellas”.
Así, se destacó que “una mejora en la eficiencia (productividad) puede llevar a
reducir la jornada de trabajo sin que se produzca una caída en la producción.”
7. RECURSOS
ENERGÉTICOS E IMPACTO AMBIENTAL:
En los numerosos
entornos laborales en donde no sea necesario incorporar dos turnos, la
reducción laboral no solo intensificaría los momentos de trabajo, sino que
maximizaría los recursos energéticos, disminuyendo significativamente el
impacto ambiental.
8. HACINAMIENTO:
La posibilidad de
emplear dos turnos, podría resolver núcleos de hacinamiento laboral físico, además
de abrir a nuevas posibilidades de capacitación. Significaría, por otro lado,
la posibilidad de un uso más inteligente y eficiente del transporte público y
privado en las zonas en donde se concentra la mayor actividad, favoreciendo
enormemente la desconcentración poblacional, evitando la saturación del flujo
de transporte en micros, trenes, avenidas y autopistas en las llamadas “horas
pico”, acelerando y simplificando la movilidad de los ciudadanos, y
disminuyendo a la vez el impacto ambiental del transporte privado.
9. INVESTIGACIÓN Y
DESARROLLO CREATIVO:
La investigación
científica y académica, que podría significar una mejoría sustancial no solo a
nivel laboral sino también de país, excepto en los excepcionales casos en que
esté financiada, queda normalmente relegada por la absorción laboral. Las
actividades culturales artísticas y creativas en general quedan, por su parte,
también restringidas por las limitaciones que impone el tiempo laboral.
Podríamos preguntarnos, junto con el reconocido lingüista y analista político
internacional Noam Chomsky: “¿Queremos tener una sociedad de individuos libres
y creativos e independientes, capaces de apreciar y aprender de los logros
culturales del pasado y contribuir a ellos..? ¿Queremos eso o queremos gente que
aumente el PBI? No es necesariamente lo mismo.”
Por estas razones,
creemos, que es necesario convertir este tema en una preocupación social y en
una bandera colectiva, en un reclamo que todos debemos exigir a nuestros
representantes políticos. Quizás ha llegado el momento de comenzar a pensar en
una nueva cultura y orientarnos social y políticamente hacia ella. Una cultura
en donde se ponga el derecho de todos a una vida plena por encima del derecho
de unos pocos a la sistemática explotación laboral. Una cultura en donde se
trabaje para vivir, y no se viva para trabajar.
La reducción de la
jornada laboral a 6 horas sería una excelente forma de empezar.
Christian Bronstein y Eric Winer
fuente/ Pijamasurf
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