¿21
horas es una provocación más que una receta, pero por qué no provocar con 30 en
vez de 21 por ejemplo, no es demasiado poco?
21 horas es una cifra
simbólica que se aproxima a la media que, en 2011, todas las personas en edad
de trabajar en España dedicaban a la semana al trabajo remunerado. Para ser
exacto, dedicaban unas 19 horas al trabajo remunerado y unas 23 horas al
trabajo no remunerado. Por supuesto, detrás de estas medias, se esconden
grandes diferencias en el reparto de los trabajos remunerados y no remunerados
entre hombres y mujeres, entre ingresos bajos y altos, entre jóvenes y otras
franjas de edad, o entre personas desempleadas, precarias y trabajando a tiempo
completo.
Por
ahora, ¿qué respuesta encontráis? ¿Estáis consiguiendo provocar?
Desde luego, la acogida ha
sido hasta el momento muy buena. Hemos presentado el informe a colectivos
sociales, sindicatos, ONG, incluso pequeños empresarios, y la propuesta ha
salido en numerosas publicaciones y periódicos de tirada local y estatal. En
aquellos momentos de callejón sin salida para las economías del crecimiento que
oscilan entre recesión social y colapso ecológico, la provocación acertó de
lleno. Es una respuesta a la vez al paro y a la crisis ecológica; es una nueva
vía para iniciar la transición hacia sociedades más justas y sostenibles.
¿Cuál
es para ti el punto fuerte o clave que te seduce de la propuesta de reducción
drástica de jornada laboral?
La propuesta de 21 horas consigue
tender un puente entre las primeras reivindicaciones de los sindicatos (superar
el trabajo asalariado alienante) y la crítica ecologista de la sociedad de
consumo y de crecimiento. Es un punto de encuentro entre dos mundos que
demasiadas veces se han ignorado o, incluso, combatido. Es una síntesis perfecta, políticamente
potentísima, para aunar fuerzas y construir nuevas respuestas a la crisis de
civilización que sufren nuestras sociedades enriquecidas.La crisis
económica y social tiene un componente ecológico central y para luchar contra
la crisis ecológica, es necesario darle respuestas sociales y económicas. Es lo
que hace la jornada de 21 horas.
Apostáis
por 21 horas ¿tú cuántas trabajas?¿conoces a alguien que lo haga, cómo te va?
Para cuidar a mis hijas,
trabajaba hasta hace poco por cuenta ajena 20 horas a la semana. Ahora soy
autónomo y reparto mi tiempo de forma equilibrada entre trabajo remunerado (en
torno a 20 horas), trabajo de cuidados y trabajo militante. Me va estupendo,
¡gracias!
Si
la gente va tan justa a final de mes ¿cómo podría vivir ganando
significativamente menos? ¿Qué más cosas tienen que cambiar?
Tenemos que cambiar en
general las prioridades de los presupuestos individuales y familiares. Hasta
hoy hemos vivido a crédito, es decir por encima de nuestras capacidades
económicas y ecológicas, para poder tener acceso de forma individual o familiar
a todo tipo de necesidades construidas por la publicidad, las multinacionales o
el propio Estado. En vez de trabajar más de la cuenta para tener una renta
suficientemente alta como para comprar y pagar todos los costes asociados a un,
dos (¡o más!) coches por persona o unidad familiar, es mejor trabajar lo justo
y compartir la propiedad y los gastos de un coche entre muchas personas (carsharing). Incluso para las personas que no quieren
hipotecas de por vida, existen soluciones alternativas y comunitarias como las
cooperativas de vivienda que permiten in fine invertir menos horas de su vida en
generar una renta laboral que alimente a su vez un crédito hipotecario. La
jornada de 21 horas forma parte de esta misma lógica de transformación
económica y cultural.
¿Podrías
explicar como una jornada de 21 horas ayudaría a transformar la lógica/cultura
del consumo en sus tres ramas: consumir menos y diferente; dar más tiempo a
vivir de manera sostenible; y disminuir la huella ecológica por persona?
La lógica intrínseca de una
jornada de 21 horas es que no vivimos para trabajar sino que trabajamos para
vivir y que lo importante no es el poder adquisitivo sino el “poder del buen
vivir”. Trabajar de forma
remunerada, sí, pero justo lo necesario para vivir bien dentro de los límites
ecológicos del planeta y de forma democrática y solidaria. Por otro
lado, la reducción de la jornada laboral abre la posibilidad de invertir más
tiempo en actividades sostenibles como puede ser cultivar su huerto o cocinar
sus comidas en vez de invertir su renta del trabajo (es decir su tiempo) en
comprar en supermercados alimentación precocinada, empaquetada, fuera de
temporada, etc., muy intensiva en energía y capital. En definitiva, al consumir
menos y diferente y al vivir de forma más sostenible, la jornada de 21 horas
permite vivir de forma menos perjudicial para el medio ambiente y utilizar
menos recursos naturales, por lo cual es una herramienta para disminuir la
huella ecológica personal y colectiva.
Por
tanto, si trabajamos menos y cobramos menos tendremos que aprender a vivir con
menos. ¿cómo liga vuestra propuesta con el debate social sobre qué necesidades
son relevantes, cómo satisfacerlas, qué grados de libertad nos podemos tomar…?
Como lo defendemos en el
informe, es necesario un debate social, plural y amplio acerca de cómo usamos,
valoramos y distribuimos el trabajo y el tiempo. Dicho de otra manera, hace falta una reconstrucción colectiva de
lo que llamamos “necesidades” y “riqueza”. Necesitamos definir democráticamente
entre todos y todas por qué, para qué, hasta dónde y cómo producimos,
trabajamos y consumimos. Necesitamos establecer qué es relevante,
cuáles son nuestras prioridades, nuestros márgenes de actuación, es decir los
límites de mínimo y de máximo que nos fijamos como comunidades y como
individuos. En este marco deliberativo, el trabajo será una variable más a
analizar. Por ejemplo, el reparto del trabajo, que conlleva en la práctica una
reducción de la jornada laboral, del salario relativo pero que es a la vez la
solución más simple para mantener el empleo sin aumento de la producción,
tendría que ser una consecuencia de este proceso colectivo.
Hagamos
un ejercicio de ficción. Imaginemos que estamos en una sociedad “posconsumista
y sostenible”. De un lado es previsible que se reduciría toda la actividad
vinculada a abastecer el consumo insostenible (melocotones en invierno, frío en
verano en espacios cerrados, fines de semana en Estocolmo, …) así como la
derivada de determinadas estructuras sociales (publicidad,
vigilancia/seguridad, financieras especulativas, etc.). Pero por otro lado
habría que proceder al reparto del trabajo “invisible” (sobre todo el que han
hecho las mujeres en el hogar); habría que sustituir las tecnologías más
intensivas en energía, lo que presumiblemente requiere más trabajo humano; y
habría que atender necesidades colectivas nuevas o insuficientemente dotadas
(p.e. transporte público masivo en una sociedad con una jornada de 21 horas).
¿Podría funcionar con una jornada de 21 horas?
No es que podría funcionar,
es que la jornada de 21 horas sería una condición necesaria para alcanzar este
objetivo posconsumista. Si queremos repartir el trabajo no remunerado (como el
doméstico o de cuidados) entre hombres y mujeres, es indispensable que los
hombres vayan dedicando cada vez menos horas al trabajo llamado productivo para
poder invertirlo en la esfera reproductiva. Si queremos que hombres y mujeres
dediquen más tiempo a la gestión democrática de nuestras comunidades y
sociedades (más allá de votar una vez cada cuatro años y confiar nuestro futuro
en una clase política profesional remunerada), es imprescindible que liberen
tiempo para ser ciudadanos activos.
Ahora bien, es cierto que
vivir bien en un mundo sostenible y solidario implicará sin duda un mayor
desarrollo de sectores ricos en empleo verde y poco intensivos en energía
(agricultura ecológica, cuidado a las personas, artesanía, economía social,
energías renovables, etc.) y, al revés, una contracción para los que exigen
mucha energía fósil y/o especulación financiera (industria manufacturera,
sector automovilístico, agricultura y ganadería industrial, bancos y seguros,
etc.). Sin embargo, dentro de este largo proceso complejísimo de transición, es
difícil calcular si un modelo social y ecológicamente viable implicaría más o
menos horas trabajadas de media por persona que una jornada de 21 horas. En
este punto clave, sin duda, necesitamos investigar mucho más.
¿Es
compatible el Estado de Bienestar y el nivel de ingresos fiscales necesario con
una reducción drástica de la jornada laboral?
La jornada de 21 horas es
compatible con otra forma de entender el Estado, el bienestar y la
redistribución de la riqueza. Su implantación tiene que ir a la par y de forma
paulatina con una evolución profunda de todos estos conceptos hacia el buen
vivir, una relocalización de la economía y de la gestión de lo común. Desde
luego, y sería una imposibilidad práctica, no se trata de pasar de la noche a
la mañana a 21 horas como norma. Más bien las
21 horas son la luz del faro que nos guía en un mar de desarrollismo; son a la
vez un camino y un objetivo de una transición social y ecológica exitosa.
¿Es
la jornada de 21 horas la “solución”? ¿Con qué otras medidas sería necesario
combinarla?
En un mundo tan complejo
como el actual (si que es que existió un mundo no complejo con anterioridad…),
no existe ninguna solución única y mágica. La reducción de la jornada laboral
puede ser un lema potente, una prioridad, para agrupar luchas y
reivindicaciones pero solo dará frutos si al mismo tiempo ponemos en marcha
multitudes de otras reformas: una reforma profunda del sistema fiscal hacia más
justicia y sostenibilidad, la instauración de una renta básica de ciudadanía y
de una renta máxima, una reforma integral el urbanismo desarrollista (por
ejemplo, para que las personas trabajadoras no pasen horas “invisibles” de transporte
domicilio-trabajo)… De esta manera, estamos convencidos de que la jornada de 21
horas puede ser un elemento que mejore las relaciones de género pero solo lo
hará si en paralelo existe un cambio cultural así como políticas activas que
favorezcan la igualdad entre mujeres y hombres.
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