PÀGINES MONOGRÀFIQUES

15/11/16

Intercambiar con otros a través del reconocimiento y el aprecio mutuos

ESTATUS, PRIVILEGIOS Y EMPODERAMIENTO

Nuestras relaciones sociales están gobernadas, o al menos fuertemente influidas, por dos principios básicos de regulación que, según los últimos estudios neurocientíficos, ponen en juego las mismas áreas del cerebro que las dedicadas a necesidades básicas de supervivencia. 

Estos dos principios son minimizar las amenazas y maximizar las recompensas. Esto es evitar las situaciones sociales en las que nuestro yo puede verse criticado, cuestionado, atacado, ridiculizado, etc., y aumentar las posibilidades de tener encuentros satisfactorios con otras personas, en los que nos sintamos cuidados y apreciados.

Un estudio reciente (modelo SCARF,1) incluye cinco factores susceptibles de activar una respuesta de recompensa o amenaza en situaciones sociales: estatus, certeza, autonomía, relación y justicia. El valor que otros nos dan define nuestro estatus en relaciones y grupos. La capacidad para predecir el futuro es nuestra certeza. La autonomía nos proporciona una sensación de control sobre las cosas. En relación (íntima) nos sentimos seguros y no expuestos. Y con la justicia percibimos si los intercambios entre las personas son justos o no. En este artículo nos centraremos en el tema del estatus.


El estatus se refiere a la importancia relativa que tiene una persona en un grupo o una relación. De acuerdo con la Teoría del Estatus (2), las diferencias de valor o prestigio entre los miembros de un grupo están relacionadas con las llamadas ‘expectativas de competencia’, un conjunto de creencias no necesariamente conscientes, que las personas tenemos, o nos vamos haciendo, sobre la capacidad de los demás, y la nuestra propia, para hacer algo que el grupo o la sociedad valoran. Las personas que son vistas por los demás como más ‘competentes’ adquieren inmediatamente más estatus.


En algunos casos la capacidad o competencia de una persona para realizar una tarea valiosa es real y el estatus adquirido por dicha persona se considera merecido, pero en otros casos se trata de una competencia supuesta, basada solamente en cualidades personales que no guardan relación con la tarea a realizar. Es todavía el caso del género o el color de la piel. De acuerdo con la Teoría del Estatus, existen creencias culturales fuertemente arraigadas que asocian mayor valor social y competencia general a los hombres (o a las personas de piel blanca) que a las mujeres (o que las personas de piel oscura o negra). Lo mismo se podría decir de cualidades como la edad, el nivel educativo, el aspecto físico, la facilidad de palabra, etc. En estos casos hablamos de estatus atribuido, un estatus para muchas personas inmerecido e injusto.

Las diferencias de estatus no son neutras y nos afectan de maneras muy precisas. En general, las personas de más estatus en un grupo tienen privilegios de los que carecen las personas de menos estatus. Cecilia Ridgeway, una de las teóricas más conocidas sobre este tema, afirma que las personas con estatus cuentan al menos con tres grandes ventajas o privilegios (3):
1. Tienen más oportunidades para intervenir o participar en el grupo,
2. Sus ideas y aportaciones se toman más en serio o se valoran mejor
3. Tienen más posibilidades de influir en otros miembros para alcanzar decisiones que les favorecen. A lo que cabría añadir:
4. Tienen más posibilidades de obtener del grupo los recursos que necesitan. Tienen en definitiva más poder. Estas diferencias en participación, valoración, influencia y acceso a recursos compartidos, que se dan en (casi) todo grupo son la base de una estructura emergente que se conoce como estructura de estatus.

Es importante dejar claro que la posición que una persona ocupa en la estructura de estatus de un grupo no depende directamente de lo que esa persona haga ni de las cualidades que muestre. Finalmente, es siempre el grupo quien acuerda más o menos estatus a sus miembros en función de las expectativas de competencia que el grupo se hace sobre esa persona. Cuando dichas expectativas están influidas por ‘características sociales de estatus’, esto es por cualidades que nada tienen que ver con la competencia necesaria para realizar una determinada tarea, la situación se torna problemática: las personas con mucho estatus atribuido van a defender su posición alegando que, en realidad, sí se merecen todo lo que tienen; mientras que las personas con poco estatus van a quejarse de lo que consideran un trato discriminatorio e injusto.

¡Tal vez sea bueno en estos momentos que reflexiones sobre cuál es el estatus que tienes en los grupos a los que perteneces, incluidos tus amigos y conocidos. Si eres una persona con mucho estatus, entonces deberías poder reconocerte en alguno de los cuatro privilegios anteriores. Puedes igualmente preguntarte a qué crees que se debe tu alto estatus. ¿Es un estatus merecido, debido a tus valiosas contribuciones, o atribuido, relacionado en este caso con tu aspecto físico, tu facilidad de palabra, tus estudios, tu estabilidad emocional, etc.? En un paso más, puedes también preguntarte si el hecho de que otras personas no intervengan tanto en el grupo o no hagan tantas propuestas se debe a que son así, como tal vez pensabas, o a que tengan un estatus menor en el grupo y por tanto sus posibilidades reales de intervenir y proponer ya están limitadas desde el principio?. Si, por el contrario tienes un estatus bajo en el grupo, ¿a qué crees que se debe? ¿Por qué el grupo no es capaz de reconocer lo que vales? Tal vez sientas que se trata de algo injusto, especialmente si mucho del estatus de otras personas es atribuido, esto es debido a características sociales que nada tienen que ver con la competencia personal, y entiendo que puede haber mucho dolor en ello, pero ¿no te estarás aferrando al rol de víctima, que basa su fuerza en la queja o en la venganza? ¿No hay realmente nada que puedas hacer para aumentar tu estatus sin caer en la queja, sin buscar reconocimiento o prestigio haciendo daño a otras personas?!

La estructura de estatus de todo grupo es fluida y cambiante. Continuamente se dan situaciones que modifican el estatus o posición relativa de sus miembros. Las personas nos alegramos cuando nuestro estatus aumenta y nos afecta negativamente cuando disminuye. Un aumento de estatus, algo que ocurre cuando hacemos o decimos algo que otros valoran, supone la activación del circuito de recompensa primario, aumentando los niveles de dopamina. Por el contrario, la percepción real o supuesta de que nuestro estatus ha disminuido, por cosas tan simples como haber metido la pata en una reunión importante, porque se han olvidado de nosotros en una actividad, o simplemente porque otros han hecho algo mejor, activa las mismas regiones del cerebro que las que se activan cuando tenemos un dolor físico (4).

Puede ser sorprendentemente fácil amenazar sin querer una persona en su sensación de estatus. Basta con dar un consejo o alguna indicación no esperada sobre cómo hacer algo, sugerir que ha hecho algo mal o que su aportación ha sido irrelevante. Muchas conversaciones cotidianas terminan en una fuerte discusión debido a la amenaza de estatus que se esconde en la conversación, al profundo deseo de no sentirse ninguneado o percibido como menos que el otro. Según cuenta David Rock (2008), una simple frase como “no te lo tomes a mal, pero tengo que decirte algo” genera en la mayoría de las personas una respuesta interna, neurológica, similar a oír pasos extraños acercándose en la noche. Aprender a dar feedback sin amenazar el estatus de los demás es sin duda una habilidad que debemos desarrollar.

Visto el estatus como una estructura emergente que se da en todo grupo, fruto de numerosas interacciones entre sus miembros y de las creencias que éstos sostienen sobre lo que hace a una persona más competente o valiosa, resulta imposible evitar que en todo grupo tengamos un cierto estatus, alto o bajo. Además no depende sólo de nosotros cambiarlo, pues es algo que se nos asigna desde el grupo. Afortunadamente, como deja claro David Rock en su artículo (2008), el estatus no es un juego de suma cero. Esto es, no es necesario que algunas personas pierdan estatus para que otras lo ganen. Es posible que todos los miembros de un grupo ganen estatus, esto es, todos sean mejor percibidos y valorados por los demás.

Para aumentar el estatus global de un grupo sólo es necesario aprender a reconocer las cualidades de cada persona y de qué manera sus aportaciones son valiosas para el grupo. Las personas con más estatus deben estar dispuestas a poner conciencia en el uso de su poder y evitar abusos, a compartir parte de sus privilegios y hacerlos extensibles a otras personas; mientras que las personas con menos estatus deben desprenderse de creencias limitantes que les llevan a valorar más lo que hacen otras personas que lo que hacen ellas mismas, deben abandonar la estrategia de la queja y el apego a una pobre imagen de sí mismas.

Tal vez no podamos evitar completamente las diferencias de estatus, pero sí podemos hacerlas tolerables para el grupo en su totalidad. El feedback positivo es un elemento clave en este proceso de empoderamiento grupal. Reconocer, respetar y apreciar lo que alguien hace ayuda a vencer la resistencia que tienen muchas personas con poco estatus para intervenir en un grupo. Al aumentar sus oportunidades ‘reales’ de participar (esto es, sin juicios a priori y con apoyo a su proceso de aprendizaje), los miembros con menos estatus de un grupo ganan seguridad en sí mismos y empiezan a conectar con su propio poder personal.

En definitiva se trata de un proceso de honrar la diversidad favoreciendo los intercambios transformadores con otras personas a través del reconocimiento y el aprecio mutuos. 

José Luis Escorihuela (Ulises)
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1. SCARF es el acrónimo de Status, Certainty, Autonomy, Relatedness y Fairness. El modelo SCARF ha sido desarrollado por David Rock y presentado inicialmente en el núm. 1 del NeuroLeadership Journal, 2008.
2. La Teoría del Estatus es una rama de la psicología social que recoge diferentes propuestas para explicar las diferencias de poder y prestigio que se dan en un grupo. Una de las propuestas más relevantes se conoce como Teoría de los Estados de Expectativas (EST, Expectation States Theory), desarrollada en los años 70 por Joseph Berger, con importantes contribuciones recientes por Cecilia Ridgeway.
3. Ridgeway, Cecilia. Expectation States Theory, en Handbook of Social Psychology, Kluwer Academic/Plenum Publishers, 2003
4. Rock, David. SCARF: a brain-based model for collaborating with and influencing others. NeuroLeadership Journal, 2008.



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