PÀGINES MONOGRÀFIQUES

4/3/22

No estaremos sanos en un planeta enfermo. Debería preocuparnos la salud del planeta

PLANETA Y HUMANOS

MISMA SALUD, MISMA ENFERMEDAD

Cada vez parece que estamos más preocupados por nuestra salud y, a pesar de todos los avances de la medicina, no estamos más sanos. De hecho, han aparecido nuevas enfermedades y otras ya existentes han aumentado mucho su incidencia. La mayoría de estas enfermedades no son por falta de higiene o por no disponer de tratamientos. Son enfermedades producidas por nuestro estilo de vida.

El ser humano y todos nuestros complejos mecanismos biológicos han evolucionado y se han adaptado durante cientos de miles de años a su entorno, un entorno que poco tiene que ver con el que hemos creado durante los últimos 150 años. Ha sido un cambio tan radical y tan rápido que, al igual que el planeta, no hemos podido adaptarnos. Vivimos, en definitiva, en un mundo para el cual no está hecho nuestro organismo pero que, como con la Tierra, creemos que podemos alterar a nuestro antojo sin consecuencias y que, en caso de que haya alguna ya vendrá la ciencia a arreglarlo.

La analogía con la Tierra no es al azar. Cuanto más lo pienso, más ejemplos encuentro. Las mismas conductas, actitudes y “avances” que nos están llevando a un colapso climático, ecológico y de recursos están también dañando nuestra salud. Esto no debería extrañarnos. Somos parte de la naturaleza, resultado de su evolución, al igual que el resto de seres vivos con los que compartimos el planeta. Por tanto, ¿por qué no iban a hacernos daños las mismas cosas que contaminan los ríos, el suelo y el aire y que provocan la muerte de animales y plantas?

Lo cierto es que nunca estaremos sanos en un planeta enfermo. Si nos preocupa nuestra salud, debería preocuparnos la salud del planeta. Y somos nosotros los que, en muchos casos, nos estamos enfermando y los que estamos matando al planeta con las mismas prácticas. Veamos algunos ejemplos y empecemos por algo que seguro todos hacemos: comer.

Comida insana

Los productos de la agricultura y ganadería intensivas van cargados de productos químicos y antibióticos que ingerimos al consumirlos. Hace años que estudios científicos están relacionando el uso de pesticidas y herbicidas con enfermedades como el párkinson, alzheimer y cáncer. También hay evidencias de que afectan a nuestro microbioma.  ¿Cómo unos químicos cuya finalidad es matar plantas e insectos no van a matar a los hongos, bacterias y virus que viven en nuestro cuerpo? Ya se sabe que en occidente hemos extinguido a muchos de estos microbios ¿Qué sentido tiene gastarse el dinero en caros probióticos si por otro lado los estamos matando?

Este modelo de agricultura y ganadería intensivas tan innovador (y rentable para unos) provoca  deforestación, pérdida de biodiversidad y suelo fértil, contaminación del aire, del agua y del subsuelo, extinción de especies, enormes emisiones de CO2, residuos y un largo etcétera de consecuencias nefastas.  El modelo alimentario resultado de esta industria (fast food, ultraprocesados, abuso de  productos cárnicos…) también nos ha supuesto números alarmantes de diabetes, obesidad, enfermedades cardiovasculares y malnutrición (sí, en occidente hemos conseguido tener personas obesas y malnutridas al mismo tiempo: un gran logro) Y, por supuesto, la contaminación del aire y del agua nos afecta a nosotros y al planeta.

Un planeta tecnológico, pero estresado

La velocidad es una característica de nuestra sociedad. Queremos movernos más rápido, conseguir todo antes, hacerlo en menos tiempo, ver más, leer más, saber más, etc. Queremos más, más rápido y con menos esfuerzo. El agotamiento de recursos ya es incuestionable. Otras consecuencias de esta mentalidad (y de todas las infraestructuras y productos que necesitamos para vivir así) son la  degradación de ecosistemas, la generación de desechos en cantidades inasumibles y el imparable aumento de las emisiones de gases de efectos invernadero.

A nosotros tampoco nos sale gratis por muy eficientes que nos creamos. Vivimos a un ritmo que no es natural. No estamos adaptados. Esto provoca el aumento de casos de estrés a niveles nunca conocidos. De hecho, la OMS ha calificado el estrés como la epidemia del siglo XXI. El estrés tiene diversos efectos tanto en nuestra salud mental como física, siendo el causante de muchas enfermedades crónicas (problemas inmunológicos, enfermedades cardiovasculares o algunos cánceres entre otras). No es poca cosa.

La dependencia del transporte motorizado privado para prácticamente todo y el delegar cada vez más actividades en gadgets también ha empeorado la forma física de la sociedad en general produciendo enfermedades crónicas como las ya citadas (diabetes, obesidad, enfermedades cardiovasculares, envejecimiento prematuro, estrés…), aunque luego lo intentemos solventar yendo al gimnasio. Y no olvidemos la contaminación del aire, especialmente en las ciudades, por la que al año mueren millones de personas.

El desarrollo y uso desmesurado de la tecnología, como el 5G, está provocando daños en los ecosistemas, en la fauna y flora y agotamiento de recursos. El exceso de tecnología se ha asociado a trastornos mentales y a reducir las relaciones y las interacciones personales lo cual, teniendo en cuenta que somos seres sociales, afecta a nuestra salud. Ciertas tecnologías, como el mencionado 5G, también acarrea otro tipo de problemas, como es la contaminación electromagnética que, según los investigadores, se relaciona con “cáncer, estrés celular, radicales libres dañinos, daños genéticos, cambios estructurales y funcionales del sistema reproductivo, déficit de aprendizaje y memoria, trastornos neurológicos…”.

Un planeta plastificado y lleno de sustancias químicas artificiales

No creemos que haga falta detallar la larga lista de consecuencias negativas del uso de  plásticos para el planeta. No pensamos en el efecto que tiene, por ejemplo, beber agua en una botella de plástico. Todas esas sustancias tóxicas que al degradarse el plástico acaban contaminando los ecosistemas también pasan a nuestro cuerpo. Las más conocidas, pero no las únicas, son el bisfenol A (BPA) y los ftalatos, presentes en muchos plásticos y que pasan de ahí a los alimentos. O a través de nuestras manos a la boca (estamos en contacto todo el día con materiales plásticos) y de ahí a nuestro organismo. Ambas sustancias son  disruptores endocrinos, imitan a nuestras hormonas y desajustan nuestro sistema endocrino y se han relacionado con diversos tipos de cáncer, problemas reproductivos y de neurodesarrollo, diabetes y afectación del sistema inmunológico según la OMS y otras organizaciones científicas.

Se da también por probado que comemos microplásticos. En el pescado, en la miel, en la cerveza… La lista de alimentos en los que se encuentran microplásticos no para de crecer. Los efectos que tendrán aún están por estudiar, pero está claro que es un riesgo para la salud.

Las sustancias químicas a las que estamos expuestos no acaban con los plásticos. Nuestra sociedad tiene más de 140.000 sustancias químicas artificiales y solo el 1,1% aproximadamente (unas 1.600) han sido evaluadas para saber si son cancerígenas, tóxicas para la reproducción o disruptores endocrinos. Mucho menos se ha estudiado el conocido como “efecto coctel”. Y es que cuando comemos, nos ponemos cremas, nos lavamos las manos, limpiamos la casa, etc. no estamos expuestos a un único químico sino a muchos.

Obviamente, tampoco ha sido evaluado completamente su impacto ambiental (problemas de reproducción en animales, bioacumulación en las cadenas de alimentación, contaminación de suelos, acuíferos, ríos, corales…). Vivimos en una sopa química sin plantearnos las consecuencias para nosotros y el planeta.

Los productos de higiene, de belleza, de limpieza, juguetes, muebles, menaje, decoración, pinturas, materiales estructurales de los edificios, ropa y otros textiles… En la mayoría de los productos hay compuestos químicos de los que los científicos están alertando, pero para los que existe muy poca o ninguna regulación.

Algunos efectos sobre la salud humana

Sabiendo esto, queda claro que cuantas más cosas materiales tenemos, más expuestos estamos a un sinfín de químicos peligrosos. Y es que el consumismo  voraz en el que están inmersos los países ricos no es de gran ayuda. Y no solo por los químicos. Muchos estudios ya han relacionado el consumismo con sentimientos de infelicidad, insatisfacción, depresión y estrés. Otros estudios han encontrado relación entre vivir en hogares con muchos objetos y desordenados y un estado de ánimo bajo y estrés químico del cuerpo. Parece ser que reducir la estimulación visual y vivir con menos puede ser una manera de gestionar el estrés y mejorar la salud en general (y sin duda, mejora la salud del planeta).

Para el planeta dejamos el agotamiento de recursos, basura, contaminación

Con todo esto no estamos diciendo que tengamos que irnos a vivir a una cueva, pero creemos que deberíamos parar un poco y reflexionar. Podemos plantearnos comprar comida ecológica cuando podamos, de temporada y local; podemos usar menos el coche; caminar o ir en bici; podemos desconectar más de la tecnología; comprar menos de todo y de mejor calidad, preocupándonos por quién y dónde se ha fabricado y de qué está hecho para optar por los materiales/ingredientes más naturales y saludables posibles con posibilidades reales de reciclaje (aunque hay información y recursos en la red las pesquisas no son siempre fáciles, pero merece la pena y podemos conseguir cambios ¡ánimo!).

Podemos volver a hacer cosas por nosotros mismos; pasar más tiempo con la gente que queremos en vez de entretenernos consumiendo y pasar más tiempo en la naturaleza (la urbanización del planeta, y la falta de entornos naturales afecta a la salud); podemos informarnos más y pedir cambios a instituciones y empresas; podemos descansar, pensar más y bajar el ritmo. En definitiva, seguir la Cadena Verde, reducir, decrecer y valorar más la vida. Cuidarnos más y cuidar el planeta. La salud del medio ambiente y nuestra salud son inseparables. No lo olvides.

PD: No queremos acabar sin decir que, si nuestro estilo de vida tiene consecuencias para nosotros, peores consecuencias tiene para gran parte del sur global que, sin disfrutar de las comodidades que nosotros tenemos, sufren los peores daños: falta de acceso a recursos básicos (alimentos y agua), expropiación de tierras, trabajo en condiciones inhumanas, agua contaminada, trabajo infantil y en muchos casos, vivir, literalmente, entre toda nuestra basura en vertederos inmensos. Es nuestra responsabilidad que esto no suceda.

Laura Agea @laura_eco_ 

https://blogsostenible.wordpress.com/2022/02/10/planeta-y-humanos-misma-salud-misma-enfermedad/

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