LA TECNOLOGÍA EN LA GRAN TRANSICIÓN
El desarrollo de la tecnología tal y
como se produce hoy en día no está contribuyendo a ese cambio hacia un
bienestar equitativo dentro de una biosfera saludable. Sin embargo, algunos
aspectos de la innovación tecnológica podrían reutilizarse para impulsar una
Gran Transición, y los intentos de hacerlo merecen toda nuestra atención y
apoyo.
No obstante, el resultado general del actual despliegue de nuevos inventos es simplemente reforzar el marco político y económico bajo el que se están creando las tecnologías. Es difícil imaginar cómo podría ser de otra manera, ya que los esfuerzos de investigación e innovación (I+D) se basan principalmente en dos premisas: (1) que el conocimiento se divide en disciplinas separadas, y (2) que ese conocimiento sólo es útil si puede aprovecharse para obtener mayores niveles de acaparamiento y control (de las personas, los recursos naturales, la propiedad intelectual, el tiempo futuro, etc.), permitiendo el rendimiento financiero de las inversiones.
Esto hace que nuestras actuales instituciones de I+D sean
incapaces de plantear las preguntas que serían útiles para abordar nuestros
grandes retos. Al mismo tiempo, los sectores público y privado esperan que la
I+D proporcione beneficios económicos y mantenga viva la ilusión del capital.
Ambas premisas están tan alejadas de lo que se necesita que haría falta un
milagro para que la I+D contribuyera de forma significativa a un cambio de
nuestra trayectoria.
El desarrollo
tecnológico actual no se basa en lo que la ciencia sabe de la Vida, sino en una
noción anticuada de la sociedad, originada en los albores de la Modernidad.
Sus premisas son el racionalismo, el
reduccionismo, el individualismo, la objetividad, la cuantificación, la productividad
y la colonización. Esto hace más
difícil nuestra reconciliación con la biosfera de la que depende nuestra propia
vida. En la Modernidad, esperamos que la naturaleza y los seres humanos se
ajusten a nuestros planes de explotación y mecanización. Sabemos que esta
expectativa se autoengaña, pero los marcos actuales de las actividades de I+D
no permiten una mayor armonía con la Vida.
La transición energética de los combustibles fósiles a las
llamadas energías renovables, por ejemplo, se concibe como un reto
tecno-económico. Pero si partimos de la
base de una cantidad creciente de energía per cápita, la humanidad está
condenada sean cuales sean las fuentes de energía, ya que las "renovables" también dependen de recursos no
renovables, como los minerales de tierras raras. Los intentos de abordar
esta cuestión mediante la "disociación" del consumo del bienestar
humano han fracasado, pero mantenemos la misma estrategia con la esperanza de
que las renovables ganen tiempo hasta que implementemos alguna otra fuente de
energía sin tales limitaciones.
La obsesión de la Modernidad por el materialismo y la
maximización de la producción nos hizo ignorar que nuestra salud y nuestro
sentido de un propósito no están impulsados por la prosperidad consumista, sino
por la calidad de nuestras relaciones con los demás, humanos y no humanos. Este
punto crucial nos permite imaginar otras formas de innovar y aprender, en las
que las relaciones y las interdependencias desempeñarían el papel dominante.
Consideremos el caso
de COVID-19. La respuesta a la tragedia consistió en una mezcla de separación
(aislar a las personas entre sí) y soluciones técnicas a nivel individual
(vacunación). Para la salud pública, esto era probablemente lo más sensato. Sin
embargo, al centrarnos en cómo "reconstruir mejor", evitamos cuestionar el
propio paradigma de "desarrollo" subyacente, en el que la destrucción
de los ecosistemas ha sido una característica estructural.
No es de extrañar que una tragedia de tal magnitud e impacto
haya creado una enorme cantidad de "riqueza" privada
en sectores impulsados por la tecnología, como la industria farmacéutica y la
digital.
La tecnología es la respuesta estándar de la modernidad a
cualquier problema. ¿Puede funcionar contra las limitaciones de su propio
marco? Basada en una cultura de la separación, la innovación está contribuyendo a la destrucción del tejido social y
creando más desigualdad, deshumanización y una mayor distancia entre la
creación artificial de riqueza financiera y las realidades sociales y
biofísicas. Además, la tecnología está difundiendo la idea de que los humanos
son defectuosos. No estamos creando robots como humanos: estamos esperando
que los humanos se comporten como robots.
El subtexto de la "Inteligencia Artificial" es que
las personas son problemáticas y que nuestras creaciones técnicas pueden ser
"mejores" que nosotros mismos. La IA nos dice que podemos y debemos
deshacernos de los humanos. Las catástrofes ecológicas podrían combinarse con
la robotización radical para lograr la destrucción de los ecosistemas y de la
humanidad, al mismo tiempo.
Permítanme volver a la ilusión del capital. El concepto de "capital" se basaba
originalmente en los procesos vivos: la tierra puede producir constantemente
recursos útiles para el ser humano y, por tanto, alimenta la idea de que se
pueden esperar rendimientos futuros. Pero para ello es necesario que el
sol, el agua, el viento y los materiales del suelo contribuyan (no es
casualidad: son los Cuatro Elementos de las antiguas tradiciones). Hoy en día, el capital adquiere formas cada
vez más abstractas (por ejemplo, los algoritmos de IA), y las prácticas
jurídicas garantizan una serie de privilegios y mantienen viva el aura de los
rendimientos futuros, sin ningún fundamento biofísico. Esto es
enormemente problemático en lo que respecta a la tecnología: si es buena para la creación de
"capital", hay muchas posibilidades de que signifique una mayor
desconexión de la biosfera que necesitamos regenerar.
Este proceso de abstracción del capital es, en realidad, una
característica de la Modernidad y de sus procesos de I+D. La Modernidad replantea las crisis que crea
de forma que conduce a más niveles de abstracción y desconexión de la Vida, y
luego a una formulación de "problemas" para los que se pide a la I+D
que diseñe "soluciones" evitando un aprendizaje más profundo. Este
no es el camino para salir de la "guerra suicida que estamos librando contra la
naturaleza" (y por tanto contra nosotros mismos) de la que ha hablado
el Secretario General de la ONU, António Guterres.
Si la modernidad sólo es capaz de aprender lo que refuerza
sus propios cimientos, nos enfrentamos a un reto de enormes proporciones. ¿Cómo
creamos las condiciones para el tipo de I+D y aprendizaje que aborda los puntos
ciegos de la Modernidad?
Necesitamos aprender en un marco ecosistémico para volver
a conectar con nuestra naturaleza fundamentalmente relacional. En lugar de
atenernos al marco separatista de la Modernidad, deberíamos empezar a reparar
las interdependencias rotas artificialmente, aprender el resurgimiento de las
relaciones y regenerar los ecosistemas, y así dar un sentido renovado a lo que
ya conocemos.
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