¿VERDE Y DIGITAL? NO PUEDE SER
Ahora que la Unión Europea se dispone a gastarse hasta el
último céntimo en planes de futuro que combinan promesas de sostenibilidad
ambiental con proyectos de interconexión virtual de todo, hasta de los más
nimios detalles de la vida, procede preguntarse si el sueño de ese mundo, a la
vez verde y digital, es realizable. La respuesta es que no lo es, y establecer
esa respuesta y asumir las consecuencias va a ser uno de los nudos más
difíciles de deshacer de la próxima década.
¿Por qué no lo es? En pocas palabras: porque la hiperconexión exige más electricidad de la que podrá producirse. Si, para producirla, se recurre a los combustibles fósiles, como ha sido el caso en las últimas décadas, en las que el carbón ha sido la fuente de energía que más ha crecido, los efectos combinados del calentamiento global y el pico de los hidrocarbonos amplificarán la crisis ecológica y acelerarán la trayectoria hacia el colapso. Si se depende exclusivamente de las energías renovables, las limitaciones de espacio, metales y estabilidad de las redes convertirán la superdigitalización en un fiasco. El mundo puede ser verde o digital, pero no ambas cosas a la vez.
La realidad es que la “sociedad de la información” explica
en buena medida que en el mundo haya 1.600 centrales térmicas en proyecto, o,
dicho de otra manera, que no haya redes sin quemar carbón. Gras y Dubey
constatan, en un libro tan oportuno como bien informado, que las previsiones
del consumo de electricidad dependen en buena medida de la demanda de los
centros de datos, esos “monstruos devoradores de electrones”. El visionado de
vídeos en línea en el mundo produce ya tantos gases de efecto invernadero como
todo el Estado español. El ciberespacio se mantiene gracias a 430 cables
submarinos desplegados sobre un millón de kilómetros.
La servitude électrique es una socioantropología histórica de la electricidad, escrita según el método característico del CETCOPRA, el centro de investigación fundado hace décadas por Gras. Explica, con todo lujo de detalles, las razones de la ilusión de limpieza, de inmaterialidad, que continúa hoy nutriendo la promesa del “todo eléctrico”. Los tres ámbitos básicos del desarrollo de la electricidad, la luz, el motor y los signos, la victoria sobre la oscuridad, la movilidad sin contaminación in situ y la comunicación ultrarrápida a largas distancias, han compartido un aura mágica desde su entrada en la sociedad industrial.
El
impacto que reflejó Villiers de l’Isle-Adam, en 1886, al imaginar la
protagonista, autómata con rasgos físicos e intelectuales humanos, de esa
peculiar mezcla de ciencia-ficción y misoginia aguda que es la novela La
Eva futura. El impacto que expresó Raoul Dufy al denominar “El hada
electricidad” a su gigantesca pintura de encargo para la Exposición de 1937 en
París. Dubey y Gras entrelazan referencias artísticas como éstas con
informaciones técnicas y científicas, comentarios sobre los cambios en la vida
cotidiana e implicaciones políticas, para hacer bien visible uno de los
principios constitutivos de su enfoque teórico: que toda tecnología opera en un
determinado marco institucional, moral y estético.
El libro permite seguir la relación entre la electricidad, el confort doméstico y el urbanismo, desde la iluminación de la ciudad de Buffalo y las realizaciones pioneras de Edison hasta el planeta perpetuamente iluminado que describen hoy las fotografías aéreas. Y hasta la insaciable demanda energética de los sistemas de climatización a todas las escalas, que consumen ya el 10% de toda la electricidad del mundo. Aporta, en definitiva, mucha profundidad histórica, recordando que, en 1900, los taxis de Nueva York eran eléctricos, que hasta 1908 se produjeron más vehículos eléctricos que de combustión, que los condicionantes asociados a las baterías son muy anteriores a la actualísima competencia por el litio y, en definitiva, que los factores socioeconómicos que marginaron hace más de un siglo la movilidad a pilas continúan siendo poderosos, abriendo un panorama de vehículos de eficiencia limitada y menos al alcance de todo el mundo.
Comercialmente, la promoción,
fuertemente subvencionada, de toda clase de vehículos con motor eléctrico,
desde los coches todoterreno hasta los velomotores disfrazados de bicicleta y
los e-scooters (también conocidos como patinetes), se apoya en
las viejas ilusiones de una energía limpia (es decir, de la energía que produce
contaminación en otra parte, más o menos alejada). Hoy como ayer, desde la
prehistoria o desde el siglo XIX, la luz, el calor y el movimiento vienen del
fuego, que quema los “combustibles”…
El tercer ámbito de acción del hada electricidad es la
información, la grabación de la voz y la imagen, la transmisión de signos en
gran cantidad, a larga distancia y con suma rapidez. Una vez más, desde el
fonógrafo al smart-phone, Gras y Dubey narran la prodigiosa ruptura
con la estabilidad que, durante muchos siglos, había limitado la velocidad de
transmisión de mensajes a la de los correos a caballo. Las órdenes urgentes en
las batallas de Napoleón no circularon más deprisa que en las de Julio César.
Entre eso y la transmisión instantánea desde una punta a otra del planeta la
diferencia es abismal. Es fácil entonces olvidarse de que la magia se acaba en
cuanto falla la corriente. Como hace tiempo apuntó Odum, no hay nada tan
costoso en energía como la información.
Para mantener todo esto, y para ampliarlo con el 5G y lo que
venga, hace falta electricidad. Y si se pretende que todo sumado sea
ambientalmente sostenible, la electricidad debería producirse sin recalentar
más aún el planeta. El lobby pronuclear se frota las manos: está claro que no
alcanza, pero al menos se pueden exprimir unos años más los beneficios
económicos obtenidos de centrales vetustas (¿qué eso aumenta el peligro? sí,
claro, pero ¿acaso no es muy emocionante?). Y, por fin, tras décadas de espera,
parece haber llegado el gran momento de las renovables (de momento, de las
estructuras no renovables capaces de captar una parte de los flujos renovables
de luz solar y viento).
La servitude électrique ofrece mucha información
relevante para comprender las limitaciones que afectan a las esperanzas puestas
en esta dirección. Los problemas conocidos, la necesidad de mucho espacio, el
consumo de metales críticamente escasos para fabricar los equipos, las intermitencias
derivadas del hecho de que hay días nublados y de que el viento no sopla
siempre, los requisitos para la acumulación y la transmisión a larga distancia,
se amplifican dramáticamente cuando se trata de proyectos a gran escala. Los
conflictos técnicos se mutan en conflictos sociales y, así, asistimos a
múltiples movilizaciones en contra de estaciones fotovoltaicas o eólicas.
Suprema paradoja: por todas partes hay ecologistas
rechazando las placas solares. (Sí, ya se sabe, no todas sino sólo esas placas
solares, esas tan grandes, que ocupan tanto espacio y alteran tan visiblemente
el paisaje). En fin, la cosa viene de lejos: Jevons ya explicó con una claridad
ejemplar por qué el destino de la civilización fosilista sería necesariamente
el decrecimiento y por qué ninguna fuente alternativa sería suficiente para
alterar dicho destino. Toda la gente que, en la actualidad, compra alegremente
ese nuevo bálsamo de Fierabrás llamado hidrógeno verde, debería leer las pocas
páginas que bastaron a un estudioso de hace siglo y medio para desmontar no
pocas de las fantasías al respecto.
Gras y Dubey dedican la última parte del libro a criticar la
“cárcel digital” que todos los poderes de la Tierra aspiran a construir
sirviéndose de la hiperconexión permanente. Una vez convertidas todas las
personas en “habitantes del reino de la electricidad” (Villiers dixit)
llega el choque con la realidad: “La asimilación de la máquina a la vida
desemboca así en la instauración de un régimen de alternancia brutal entre la
ilusión de controlarlo todo y la imposibilidad de decidir nada”.
La digitalización se programa pues como la máxima
realización de la tendencia de la sociedad industrial al desarrollo de
macrosistemas técnicos, que se han impuesto siempre a las esperanzas de descentralización
y autonomía, haciendo que la vida cotidiana dependa de los mismos en todos sus
detalles. Todos los componentes del equipo del CETCOPRA, y Gras en particular,
han dedicado mucha atención a los diferentes aspectos de la dependencia de la vida
respecto a esos macrosistemas, desde el transporte por carretera hasta la
aviación civil, el control aéreo o Facebook.
Dubey y Gras concluyen abriendo una puerta, señalando un
punto de ruptura, apoyándose precisamente en las características de la electricidad
generada con renovables que suelen presentarse como sus puntos débiles.
Seguramente, sostienen de forma razonable, la transición a energías renovables
se va a producir de todos modos, puesto que no existe otra alternativa. Y la
transición traerá consigo, inevitablemente, en mayor o menor grado, los rasgos
que hasta ahora han venido frenando la expansión de esas tecnologías:
intermitencia, relocalización, dificultades para los megadesarrollos.
Algo que les permite apuntar una esperanza: la de que, de
esta manera, se abran fisuras que permitan escapar de la cárcel digital, puesto
que los macrosistemas no pueden funcionar sólo de vez en cuando… El hada
digital promete más o menos lo mismo que su madre, el hada electricidad: un
mundo despegado del suelo, finalmente liberado del peso y las contaminaciones
terrestres. Y, sin embargo, su dependencia de las energías renovables,
dependencia que según todos los indicios no podrá eludir, la puede reconvertir
en vida humana sobre la tierra, con leves soplos de libertad.
El libro recurre continuamente al contrapunto de las
informaciones técnicas y las observaciones antropológicas. Se enriquece, de
esta manera, con connotaciones mucho más variadas y complejas que las que son
habituales en la discusión sobre estos temas. No tiene como objetivo explícito
el cuestionamiento del Pacto Verde europeo, pero, indirectamente, pone de
relieve, con profusión de detalles y de matices, uno de los puntos en que ese
programa tiene los pies de barro: que, incluso en sus manifestaciones más
actuales y sofisticadas, la luz depende del fuego. Que todos los macrosistemas
técnicos dependientes de la electricidad son resultados de una opción
civilizatoria básica por las máquinas térmicas. Y que, fuera de eso, no hay más
remedio que concebirlo todo de otra manera.
(Publicado originalmente en la revista Pasajes, nº 63)
https://www.15-15-15.org/webzine/2022/01/12/verde-y-digital-no-puede-ser/
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