INVOCACIÓN A LOS MUERTOS
Hoy sentimos el tiempo como un presente perpetuo y
amenazante que lo devora todo. Luchar contra la crisis ecológica supone volver
a poner el tiempo en marcha, reconciliar la esperanza del futuro con la rabia
del pasado. Lanzarnos hacia delante pero escuchar a los muertos.
No sé cómo lo hicimos. En estos cien años me he hecho esta pregunta miles de veces pero no tengo respuesta. Nunca la he tenido. Durante un tiempo me dediqué a repasar los hechos en orden cronológico, una y otra vez. Creía que podría dar con el momento exacto en el que todo saltó por los aires, que si lo pensaba detenidamente podría dar con la palabra, el gesto, la decisión que nos llevó a la victoria.
Pero con el tiempo ese recuento obsesivo de los hechos me ha ido pareciendo cada vez más estúpido. Los hechos concretos no importan demasiado. No, espera, borra eso. Los hechos importan, pero no contienen ninguna verdad. Mejor así. Lo que quiero decir es que si no hubiésemos hecho lo que hicimos no lo habríamos conseguido, pero eso no explica nada. Podríamos volver a hacerlo todo paso a paso y fracasar.
Imagino que esto no es lo que quieres oír. Me llamas desde
el otro lado del tiempo, consigues encontrarme entre miles de voces, de
lamentos y de maldiciones perdidas en los pliegues de los relojes y lo único
que te puedo decir es que no tengo respuestas. Menuda desgracia, ¿eh? Buscabas
al héroe de la revolución de octubre y encuentras a un viejo con el cerebro
deshecho diciendo estupideces. Mira, si quieres escuchar, te diré algo. Hay
cientos de miles de análisis sobre lo que pasó. Algunos son brillantes, otros
estúpidos, muchos ridículos. Pero hay tantos que ahora incluso sus detractores
piensan que lo que ocurrió fue inevitable. Eso sucede con las revoluciones: al
principio parecen imposibles y al final inevitables. No voy a hacer otro
recuento, pero si estás dispuesta a escuchar te diré un par de cosas que llevo
pensando todos estos años.
Ellos intentan que creas que ningún pordiosero puede
tocarles, que ningún desgraciado va a entrar en su palacio a estrellar su
vajilla contra el suelo taza a taza. Su poder se basa en esa creencia, pero
siempre hay grietas
Una es que la fe es tan importante como los hechos. Una
revolución es un salto de fe. Esto suena poco marxista, pero solo si eres
idiota y crees que el marxismo es un caballo con las patas trabadas o un
alfiler oxidado. Marx ya habló de sentimientos y de creencias, qué son si no la
alienación o la falsa conciencia. Lo que quiero decir es que si quieres cambiar
las cosas, tienes que creer que es posible cambiarlas y tienes que hacer que la
gente lo crea. El poder parece intocable solo hasta que te acercas lo
suficiente para verle las grietas. La corona francesa parecía eterna hasta que
la cabeza de Luis XVI rodó por el patíbulo. Pero para que esa cabeza ruede no
solo necesitas afilar la guillotina: necesitas creer que es posible ir en ese
mismo momento a Versalles, sacar al rey a bofetadas del sueño y a rastras de la
cama, de la habitación, del palacio; arrastrarle hasta París y colocarle el
cuello en el lugar exacto, en el sitio preciso donde va a caer la cuchilla, ni
un centímetro más allá o más acá.
Ellos intentan que creas que ningún pordiosero puede
tocarles, que ningún desgraciado va a entrar en su palacio a estrellar su
vajilla contra el suelo taza a taza. Su poder se basa en esa creencia, pero
siempre hay grietas. Esto es lo más importante de todo: siempre hay grietas.
Las grietas no bastan por sí solas, claro, pero tienes que creer que están ahí,
porque siempre están. Y cuando lleguéis allí, frente a las grietas, se os van a
venir a la cabeza cientos de argumentos para no aprovecharlas, para no meter en
ella la cuchara, la pala, y hacer de ellas un pozo, un agujero que se lo trague
todo.
Y tendréis razón, habrá cientos de razones para no cambiar
las cosas y miles para pensar que ese cambio va a fracasar. Pero es que una
revolución no es un cálculo racional. Si intentas calcular racionalmente el
momento exacto, el lugar preciso, nunca te van a salir las cuentas. Una
revolución no es el cuaderno de un contable. Ya te lo he dicho: una revolución
es un acto de fe. Pero no la fe podrida de los clérigos, sino la fe luminosa de
los niños o la fe ardiente de los amantes. Me he vuelto un viejo cursi, pero
escucha: creed contra todo pronóstico, contra todo cálculo, contra todo
argumento. Lanzaos a esa fe como el que se tira a un mar que no conoce en un
día de niebla. Eso no garantiza nada, no hará que vuestra revolución triunfe,
pero lo que es seguro es que sin ella fracasará.
Tendréis que arrancar al capitalismo de dentro de la
misma tierra porque ahí es donde tiene sus garras, en los fósiles de animales
muertos hace millones de años
Nosotros lo sabemos bien porque lo tuvimos todo en contra.
Una guerra dentro y otra fuera, un país hecho pedazos y asediado, un pueblo que
solo había conocido las patadas del amo, enfermo, ciego, febril por la falta de
alimentos. No había nada que salvar, nada que sirviese, hubo que destrozar a
hachazos hasta los pianos. Nos equivocamos en muchas cosas, acertamos en muchas
otras. Fuimos implacables y crueles con quien lo mereció, compasivos y
sensibles con los demás. Hicimos cosas que nunca pensábamos que íbamos a hacer,
dijimos cosas que nunca pensábamos que íbamos a decir.
Todo eso lo tendréis que hacer también vosotros. Habrá pocas
cosas que salvar, mucho que reconstruir. Tendréis que arrancar al capitalismo
de dentro de la misma tierra porque ahí es donde tiene sus garras, en los
fósiles de animales muertos hace millones de años. Tendréis que sacarlo de
dentro de vosotros mismos porque ahí también tiene sus garras. Tendréis que
hacerlo todo de nuevo: el trabajo, el ocio, la vivienda, el transporte, la
comida, el amor, los afectos, los deseos. Tendréis que partir el tiempo en dos
y poner a los muertos de vuestro lado.
Eso es lo otro que quería decirte. Las revoluciones no las
hacen solo los vivos: los muertos también toman parte. Al fin y al cabo, qué es
el comunismo sino un espectro. Qué es el socialismo sino una mano helada bajo
la cama del burgués, esperando para agarrarle los tobillos mientras está
desprevenido en el sueño. Qué es una revolución sino una sombra que duerme bajo
el suelo esperando a que algo la despierte, cualquier cosa, una piedra
rompiendo un cristal, un gesto de rabia, un deseo de venganza heredado de
alguien a quien no conoces.
No sé cómo lo haréis, pero lo que sí sé es que es
posible. Tendréis miedo, desesperación, tristeza, desconfianza, rabia, pero es
posible
No se puede ganar sin tener a los muertos de tu lado, eso he
descubierto en estos cien años. La revolución debe permitir que te apropies del
futuro que han intentado robarte, pero también del pasado. Vivís en una época
que ha querido estar más allá del tiempo y ha acabado siendo un eterno
presente, un sumidero que devora el pasado y el futuro. ¿No lo ves? Está todo
lleno de muertos y ninguno tiene descanso porque hay un mismo daño que no deja
de producirse. Qué es un fantasma sino un trauma que regresa una y otra vez,
una herida que no deja de sangrar.
Hacer una revolución es también darle descanso a los
fantasmas, reconciliar al fin la vida y la muerte, tender un hilo entre el
pasado y el futuro. Cuál es vuestra tarea sino la restitución del daño, la
sutura de la herida. Esa es vuestra labor: sanar la fractura, apagar las
llamas, quitarle la traba de las patas al caballo. No sé cómo lo haréis, pero
lo que sí sé es que es posible. Tendréis miedo, desesperación, tristeza,
desconfianza, rabia, pero es posible. Y cuando os deis cuenta de ello también
habrá esperanza, alegría, euforia. Y entonces solo quedará saltar.
https://www.elsaltodiario.com/ecologia/invocacion-muertos-guien-ecosocialismo
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