PÀGINES MONOGRÀFIQUES

24/5/21

La interdependencia entre los seres vivos está dada por el aire, por el espíritu

EL PNEUMA: EL SOPLO QUE PERMEA EL CUERPO Y EL COSMOS

El problema de la separación entre la naturaleza y el espíritu

Una de las cualidades más sobresalientes que se encuentran en la mayoría de las religiones antiguas, es la de una relación entre el aire y el ser, el sí mismo, el alma, la conciencia o el espíritu. Existía la noción de que lo que los seres humanos somos en nuestra forma más esencial tenía que ver con algo que existía en el mundo, en la atmósfera, en el cielo. Había una continuidad y una transparencia de energía y de conciencia entre la naturaleza y el ser humano. 

En la mayoría de las tradiciones religiosas –hinduismo, budismo, taoísmo, judaísmo, cristianismo, islam, religiones chamánicas y prehispánicas–, se equipara el espíritu o el alma con el viento o el aire. Y el lenguaje lo recoge en todas partes: “respiración” y “espíritu” son obviamente equiparados: respirar es inhalar y exhalar aire, espíritu. . Lo mismo ocurre con pneuma, que significa tanto aire como espíritu.

En el cristianismo, todo lo que compete al Espíritu Santo es “pneumatología”, el discurso del espíritu, su descenso al mundo y su permanencia como deleite, amor e inspiración. En la fiesta del Pentecostés el Espíritu desciende como “un vendaval” y como “lenguas de fuego”, inspirando a los apóstoles con el poder del Verbo. 

Lo importante es que en todos lados vemos una correlación entre aire y espíritu, vasos comunicantes entre la esencia del ser humano –su conciencia, voluntad o espíritu– y la energía misma del cosmos, la fuerza dadora de vida.

Más allá de que creamos en un principio espiritual que trasciende el mundo material o en un alma inmortal, o no, hay una enseñanza en esta noción de la continuidad entre el pneuma del mundo y el aliento vital, o entre el aire y la conciencia. Nos habla de una interdependencia, de un entendimiento de unidad. Y quizá mientras exista esta separación no habrá sanación o salvación, individual y colectiva. La auténtica espiritualidad –al menos en su sentido más literal e irreductible– es simplemente este entendimiento de la interdependencia entre los seres vivos, que está dada fundamentalmente por el aire, por el espíritu. Como dice el filósofo Martin Buber: “el espíritu no está en el yo, sino en tú y yo. No es como la sangre que circula en ti, sino es como el aire que respiras.” Lo espiritual es la circulación de la vida

Más aún, es posible que una de las cosas más misteriosas y preciosas del cosmos –la conciencia– sea un fenómeno aéreo. Esto es lo que siempre han pensado los hindúes y los budistas y que quizá no esté alejado de la verdad y de nuevos entendimiento más “científicos”, que actualmente se acercan a nociones panpsíquicas. Como dice el filósofo natural y arquitecto David Abram: “¿Es la conciencia una posesión especial de nuestra especie? O, más bien, es una propiedad de toda la biósfera que respira. Una cualidad en la que nosotros, junto con los pájaros carpinteros y las enredaderas, participamos.” Quizá la conciencia no está adentro, ni afuera, sino en la relación entre nuestro cuerpo y la tierra o entre nuestra mente y el cielo. O el poeta Rilke: “¿Qué es la interioridad sino cielo intensificado?” El fenómeno, cualquier cosa que aparece en la mente, es luz; y la mente que conoce, ella misma, es también sólo luz. 

La conciencia requiere necesariamente de un objeto, de un fenómeno. Sin objeto no existe el sujeto. Pero sólo es posible determinar la existencia del objeto porque aparece como fenómeno en la conciencia. Esto lo supieron los budistas y por ello determinaron que la mente está vacía, no tiene existencia sustancial, solo relativa. Tampoco el mundo existe sustancialmente. Lo que une al sujeto con el objeto, a la mente con la materia, es el aire, el espacio, el cielo. Pues están vacíos, y sin embargo, son radiantes, dispersan, como el viento, las semillas de la experiencia cognitiva.

Antiguamente se creía que la Tierra y el cosmos mismo eran un alma divina, a veces llamada anima mundi. El alma humana participaba en la gran alma del mundo. Para Pitágoras y su escuela, el alma humana era una emanación del alma del mundo, cuyo origen era “el fuego central del universo”. El mismo filósofo de Samos entendió el cosmos como una gran armonía musical, regida por principios matemáticos. La salud y la sabiduría misma eran estados en los que el alma entraba en ritmo o consonancia con las armonías de las esferas celestes. En el  Timeo, Platón habla del cosmos como un “gran animal divino”. Y su alumno Plotino observa: “Todos los acontecimientos están coordinados. Todas las cosas dependen de todas las demás. Tal como se ha dicho: todo respira junto”.

El filósofo estoico Crisipo de Solos escribió: “La armonía entre la psicología humana y la psicología del cosmos llega a su compleción: de la misma manera que el pneuma psíquico anima todo nuestro organismo, también el pneuma  cósmico penetra las regiones más remotas de este gran organismo llamado mundo”. Otro  filósofo estoico, el esclavo romano Epicteto, señala que es necesario tener un pneuma  limpio, bruñido, puesto a punto para que las imágenes se reflejen claramente en el espejo de la mente y así podamos alcanzar el conocimiento de la realidad y la virtud. Lo que sugiere que nuestra capacidad de integrar el Logos (la inteligencia, el conocimiento) depende del pneuma (el espíritu, la energía). 

Esta noción de la continuidad pneumática, de que existe una continuidad entre nuestra vida mental y la naturaleza, entre la calidad de nuestro pensamiento y el aire que respiramos o entre nuestra conciencia y el cosmos, es esencial para resolver el particular predicamento en el que se encuentra nuestra civilización: agotada de ideas, casi abortada, abdicando su espíritu en favor de las máquinas. Como dice Nietzsche el “genio está en las fosas nasales.” Y, por lo tanto: “¡respiremos aire fresco! ¡aire fresco! ¡Y mantengámonos alejados de los manicomios y hospitales de nuestra cultura!”

La “gran salud”, que es la salvación no en un sentido trascendente sino inmanente, de la continuidad y el crecimiento de la vida, depende del aire, del pneuma, del espíritu. Pues si hemos llegado a un impasse de la imaginación y no podemos liberarnos de una visión pesimista, poco poética y probablemente funesta, de lo que es el mundo y lo que podemos ser los humanos, esto se debe a que no somos capaces de concentrar el pneuma y crear nuevas formas de ver el mundo y relacionarnos. El espíritu es lo que circula entre los seres vivos, y necesitamos espacios abiertos, ritmos y ritos de conexión, espacios para la resonancia y la comunión para pensar y reimaginar. Como escribí anteriormente en un  artículo relacionado a este:

La pandemia es una enfermedad respiratoria y, por lo tanto, necesariamente, un problema del espíritu. La respiración es también la conexión que tenemos con el mundo, aquello que recibimos y aquello que transmitimos de regreso: una corriente de información viva. Vivimos también un problema de resonancia, de no saber respirar juntos, de no saber circular la vida, la energía de la tierra y el cielo.

El problema fundamental de nuestra civilización es esta disociación entre la mente y la naturaleza. Una de las maneras de acabar con esta desconexión, es entendiendo la conexión que tenemos con toda la vida a través de la respiración. Todo respira junto, como dice Plotino y en ese respirar está la posibilidad de entender e imaginarse juntos. Esta es la conciencia sagrada necesaria para poder sustentar la vida y el proyecto humano: ver a la vida como la divinidad misma y a la tierra como la madre de la divinidad. Roberto Calasso, quien se ha dedicado a entender y mostrar las irrupciones de lo divino en la civilización, comenta un pasaje de las Leyes de Platón en El cazador celeste:

En cuanto a los lugares, no debemos caer en el error de pensar en que no haya algunos más propicios para volver a los humanos mejores o peores.” ¿Por qué? Obviamente por razones climáticas, por la abundancia o la escasez del agua, por la exposición a los vientos? Pero no solo eso. Determinados lugares, dice el ateniense, tienen un ‘aliento divino’  y esto los distingue de todos los demás. Lo prueba el hecho de que, a lo largo de los siglos, las construcciones han sido incendiadas, demolidas, devastadas. El ‘soplo divino’ de los lugares, sin embargo ha permanecido”. 

Cuidar y cultivar ese divino pneuma del cuerpo y de la tierra, esa es la más grande labor.

Ver artículo completo en: https://elperromorao.com/2021/05/sobre-el-pneuma-el-soplo-que-permea-el-cuerpo-y-el-cosmos/  

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